Grupo Rendón: “guerreros” de la información
Fue la primera vez en la que un escritor famoso redactó y lanzó desde el avión que piloteaba, las octavillas de un texto firmado por él que decía: “Vieneses, os podríamos arrojar toneladas de bombas, pero sólo os lanzamos un saludo”. De regreso a la base, el autor sobrevoló Venecia y correteando a las palomas de la plaza de San Marcos repitió la operación.
Corría la Primera Guerra Mundial y el poeta fascista Gabriele D’Anunzzio cuidaba que la propaganda bélica guardase estilo y elegancia. Treinta años después, el gran escritor ruso Ilya Ehrenburg fue menos sutil: “¡Matad, matad, matad! ¡En la raza alemana sólo hay mal! ¡Seguid el mandato del camarada Stalin y acabad con la bestia fascista en su cubil!”
Dicen que en la guerra, como en el amor, todo es lícito para lograr un fin. ¿Será? No suena muy ético que digamos. Además lo dijo en sus diarios Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler. Pero está visto que así como el hambre, cuando la guerra toca a la puerta, el amor y la ética saltan por la ventana.
Con todo, no fueron los nazis los inventores de la propaganda bélica moderna. Adelantándose a Goebbels, el piadoso presidente estadunidense Woodrow Wilson (premio Nobel de la Paz) entrevió que las futuras guerras del capital requerirían de técnicas más complejas y elaboradas.
En 1917, Wilson contrató al publicista George Creel para dirigir su oficina de propaganda, matriz histórica de las técnicas sicológicas y métodos de mentiras, desinformación y calumnias. Y como finalmente siempre toca a los pueblos pagar el costo de las aventuras bélicas del capital se necesitaba ir más allá de las soflamas bélicas con buena letra.
En una primera etapa (desacreditar a Hitler, por ejemplo) fue relativamente fácil. Sin embargo, las cosas se complicaron durante la guerra de Vietnam. Las amenazas del imperio, que al Vietcong valía gorra (“arrasaremos con vuestro potencial industrial…”), contrastaban con aquella imagen terminal que recorrió el mundo, la de Kim Phuc, niña vietnamita corriendo por una carretera desnuda y en llanto con su cuerpito totalmente quemado por el napalm de la democracia.
Fíjese. Sin proponérmelo surgió al calor de la redacción un juicio de valor: “… cuerpito totalmente quemado por el napalm de la democracia”. Según las nuevas técnicas de comunicación del imperio, este tipo de observaciones son “parciales”. Por tanto, no “objetivas”. En consecuencia, un publicista como el estadunidense Joseph Rendon, jefe de Rendon Group (RG, empresa de comunicación que trabaja para el Pentágono) diría que si bien no dije una mentira la “percepción” resultó “errónea”.
De eso se trata. De cómo “percibimos” la realidad. Las técnicas de RG no necesariamente sugieren que el periodista sea mentiroso, pero sí “objetivo”. Debería, por tanto, haber dicho algo así: “… desafortunadamente ‘daños colaterales’ como el sufrido por Kim Phuc, representaban el costo de ‘la libertad y la democracia en Vietnam…’”.
Con ironía, el especialista en medios Norman Solomon resume la idea mejor que yo: “Para algunas personas, la guerra es terror, tragedia, desastres y muertes. Para otros es un problema de relaciones públicas”.
Así fue que el teniente coronel Kenneth McClellan, interrogado acerca de por qué el Pentágono había contratado a RG después del fatídico 11 de septiembre de 2001, respondió: “Necesitábamos una empresa que pudiese proveernos inmediatamente de consejos estratégicos… Estábamos interesados en alguien que nosotros supiésemos que quería venir rápidamente y ayudarnos en la orientación para el cambio comunicacional en un amplio rango de grupos y comunidades alrededor del mundo”.
RG, en efecto, fue la empresa indicada para que todos veamos las cosas en “positivo”, como esas señoras y señores que todo lo resuelven con masajes terapéuticos. La página web de RG asegura creer en “la gente…” RG siente “admiración y respeto por la diversidad cultural y proclama su compromiso para ayudar a la gente a ganar el mercado global”.
Mensaje típico de RG: en fracción de segundo, un video muestra el bombardeo a una casa de ancianos, un hospital de niños o un barrio residencial, y usted queda paralizado de terror. Pero en los tres minutos que siguen el video le muestra los camiones de los “aliados” repartiendo víveres entre las víctimas, y a los soldados yanquis regalando chocolates y chicles a los niños.
Entrenado en una base militar de Estados Unidos, el corresponsal se dirige a la cámara y nos explica cuán difícil es garantizar la “ayuda humanitaria” en medio de tanta desolación. Corte. Antes de apagar el televisor quedamos enterados de que la vecina de la prima alemana de Britney Spears tuvo mellizos y que la colombiana Ingrid Betancourt aspira a ocupar la cama de Carla Bruni.
En suma, y como dirían los oligofrénicos de la posmodernidad, todo lo que acontece en la realidad son “eventos”. Se trata de que el tiempo transcurra sin mayores preocupaciones. Hay que ser “objetivos”.
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