jueves, 3 de noviembre de 2011

Después de 17 años como máximo responsable de la Filarmónica de Los Ángeles (le sustituyó Gustavo Dudamel), se mudó a Londres y descubrió un panorama donde su podio ya no era la única referencia musical de la ciudad. Acostumbrado a ser una suerte de barón de la costa angelina, se encontró a orillas del Támesis con la competencia de otras tres orquestas sinfónicas (que siempre ha inquietado a los directores de cada una de ellas), dos de ópera y la necesidad de distinguirse con proyectos temáticos que acercasen la música a la gente. "Es la gran diferencia entre trabajar en una ciudad y otra", señala.
Y así empezó a crear exitosos experimentos como re-Rite, be the orchestra, una instalación multimedia en la que los espectadores se sienten dentro del centenar de músicos de la Philharmonia mientras interpretan La consagración de la primavera, de Igor Stravinski. Para construirla, 29 cámaras se incrustaron en la sinfónica (algunas pegadas a la cabeza de los músicos) y grabaron todos sus movimientos. Fue un éxito que atrajo, celebran en la Philharmonia, a nuevos públicos al auditorio. "Los conciertos de clásica son muy aburridos visualmente. Por eso no creo que la retransmisión en directo por Internet [streaming] sea el futuro. Ver un auditorio en un iPad me parece bastante pesado", señala antes de presentar su proyecto Bartók con El castillo de Barbazul en el ciclo Ibermúsica de Madrid.
Salonen es un brillante exponente de la generación de directores entorno a los 50 años que controla algunas de las más importantes sinfónicas del mundo. Su respeto por la tradición musical es absoluto. Aunque opina que es hora de ofrecer algo más. La aparición de nuevos formatos ha puesto históricamente en tela de juicio el acercamiento a los conciertos. Algunas figuras empujaron hacia adelante sin miedo, como Herbert von Karajan en su obsesión por perfeccionar la grabación. Salonen comparte en cierta medida esa mentalidad. Cada proyecto de la Philharmonia desarrolla su propuesta correspondiente en Internet: entrevistas, videoarte o clips. Pero eso no gusta a todos sus colegas. "Algunos dicen que lo que hago es una pérdida de tiempo, ya sabe, el secreto de la música, lo sagrado, Mozart... Es jodidamente aburrido. Pero estoy seguro de que si Wagner o Mozart viviesen, usarían las nuevas tecnologías y trabajarían con ordenadores: los grandes genios siempre han querido ir hasta el límite de lo posible. Quiero que la música clásica sea parte de la vida, no el raro hobby de algunos".
Salonen -que prepara con Peter Sellars el estreno en Los Ángeles de Orango, una ópera inédita basada en un borrador de Shostakóvich escrito en 1932- está obsesionado con el aspecto visual de la música. Odia la luz monocorde y amarillenta de los conciertos. En algunas actuaciones de la Philharmonia juega con otros tonos. Pero va más allá, desde hace meses trabaja con un programador para crear una aplicación en tableta o teléfono en la que el usuario pueda jugar a componer música clásica con elementos sonoros de la propia Philharmonia. "Tendrá una interfaz visual para unir las piezas; los sonidos serían formas. Estoy hablando de algo sofisticado, pequeñas máquinas de composición que la gente podrá usar en Internet. El formato iPad es mucho mejor para eso que para ver conciertos".
La idea, quizá, suene un poco a juego. Él lo admite. También el acercamiento de la clásica al pop tan recurrente últimamente. Y su difusa frontera. Su vecina, la Filarmónica de Londres grabó hace poco un disco con música de videojuegos; algunos intérpretes visten hoy como rockeros; los conciertos buscan las audiencias de masas del pop en Internet... "Yo hablo de dar una alternativa al pop y al rock; usar algunos de sus elementos como la comunicación. Pero nosotros somos diferentes. Si Lang Lang se viste de hipster, a mí me parece bien. Ofrecemos una experiencia única. Nadie, y eso es un hecho científico, puede competir con el rango dinámico de la clásica. Nadie abarca tanto: en un concierto de rock eso es algo así como cero", dice juntando el dedo índice y el pulgar.

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