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El que es dueño de sí mismo, de sus representaciones, de su mundo interior, tiene más posibilidades de llevar una vida más feliz que alguien a merced de cualquier azar, o peor, de teorías equivocadas. El filósofo debe ser consciente de la importancia que para la vida tienen la imaginación y la afectividad y de que si queremos perfeccionar al ser humano no basta con hacer de él un ser lógico. Tenemos que proporcionarle métodos para que sepa manejar sus imaginaciones y sus afectos.
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