El palacio de la memoria de Matteo Ricci
Con todo las artes de la memoria pervivieron en el ámbito católico, contrarreformado;
pero acabaron convirtiéndose en un anacronismo risible o en una pervivencia curiosa,
en cualquier caso inútil.
Uno de los últimos casos de reconocida aceptación social de las
artes de la memoria en los siglos XVI y XVII, que gozó de prestigio y de atención, se lo
debemos a Matteo Ricci.
El prestigio de su arte de la memoria, que tuvo por escenario la
China, se fundamentó en la intención evangelizadora de mostrar la superioridad del
catolicismo desde el propio poder intelectual, representado para él por su palacio de la
memoria. Este planteamiento de superioridad incuestionable que conduce a la
conversión del infiel ya la conocíamos por Raimundo Lulio.
Ricci había nacido en Macerata en 1552 y se convirtió en novicio de la orden jesuita en
1571, en Roma. Recibió formación teológica, humanística y científica, estuvo cinco
años en la India y Macao, llegando a China en 1583 para iniciar su labor como
misionero.
En 1595 dominaba la lengua china y fijó su residencia en Nanchang, centro
comercial y administrativo de la provincia oriental de Jiangxi.
Al finalizar el año 1595
escribió en ideogramas chinos un libro de máximas sobre la amistad.
Por el mismo
tiempo empezó a debatir sus teorías sobre la memoria con letrados chinos y comenzó a
impartir clases sobre técnicas mnemónicas. Su descripción sobre el palacio de la
memoria que construyó con este fin se encuentra en un libro breve sobre el arte de la
memoria que escribió en chino durante el año 1596 y que regaló al gobernador de
Jiangxi, Lu Wangai, así como a sus tres hijos.
Matteo Ricci decía en su tratado que las dimensiones del palacio de la memoria
dependían de cuanto se deseara recordar, pudiéndose llegar a construir varios cientos de
edificios de todos tipos y de todos los tamaños.
Podían crearse palacios modestos: un
templo, un grupo de oficinas gubernamentales, una posada, un salón de reuniones de
mercaderes. A escala más pequeña: una sala sencilla, un pabellón, un estudio.
Y
también un espacio íntimo: un rincón de un pabellón, un altar de un templo, un armario,
un diván. Estos palacios eran estructuras mentales que retener en la cabeza.
Había tres
opciones para su construcción:
1. Podían extraerse de la realidad. De lugares que se conocieran bien, donde se
había estado y de fácil rememoración.
2. Podían ser totalmente ficticios. Productos de la imaginación pero que también se
pudieran evocar en cualquier momento.
3. Podían ser mitad reales y mitad ficticios. Se podría partir de un edificio que se
conociera bien, al que se practicaría el su parte posterior una puerta ficticia que
sirviera de entrada a nuevas dimensiones imaginarias; o bien se podría practicar
en medio de un salón una escalera inventada para acceder a pisos superiores
imaginarios igualmente.
El propósito de estas construcciones mentales era ofrecer espacios para almacenar todas
las miríadas de conceptos que componen la suma de conocimientos humanos. A todo lo
que deseáramos recordar deberíamos atribuirle una imagen, y a cada imagen darle un
lugar.
Ricci se había educado haciendo estos palacios y utilizando toda una serie de técnicas
adicionales para fijar las materias de su instrucción en el colegio jesuita de Roma, donde
había recibido clases de retórica y ética.
El De Arte Rhetorica de Cipriano Soares era un
manual de retórica y gramática de lectura obligada para los estudiantes jesuitas de la
década de 1570. Él tenía precisamente una parte de su tratado dedicada al arte de la
colocación de la memoria.
Ricci había aprendido en otros autores también: Plinio
pasaje de la Historia natural referido a los grandes expertos de la memoria del pasado
tradujo al chino) o al Auctor ad Herennium, o al propio Quintiliano.
Estemos de acuerdo o no con estos planteamientos, no podemos desatenderlos dado que
explican gran parte de la iconografía de los cuadros de Giotto (Baxandall, 1996)
o la estructura y el detalle del Inferno del Dante (Weinrich, 1999).
El hipertexto y el ciberespacio
Retornan los fantasmas del pasado cuando menos lo pensamos y los presupuestos por
los que parecían risibles a la autosuficiencia de otras épocas se nos muestran
precisamente como la limitación y la torpeza de dichas épocas.
Cuando hoy hablamos de la Red, la World Wide Web, recordamos que en 1945
Vannevar Bush ideó una máquina, Memex, que no pasó de ser una mera propuesta y
que prefiguraba al ordenador actual.
Detrás de las elucubraciones de Bush reaparecía el
viejo fantasma de la necesidad de relacionar todos los conocimientos humanos.
A
nuestra posibilidad de crear el lengua (expresar con palabras nuestras emociones y
pensamientos, la comunicación más efectiva entre los animales) se une la de recordar.
El recuerdo es limitado y hemos instituido soportes duraderos para esa masa de
recuerdos que queremos que se conserven y se transmitan más allá de nuestra efímero
paso físico y temporal por este mundo.
No es extraño que el animal humano quiera
todavía dar un paso más y crear una estructura que sostenga el conocimiento universal y
que lo sostenga en una forma abarcable por su ojo y por su memoria.
Queremos poder
relacionar todos los conocimientos, formar todo un mundo de relaciones complejas en
que cada cosa tenga que ver con otras muchas. Con los presupuestos a los que ya hemos
atendido, y contando durante los últimos siglos tan solamente con el papel como soporte
de la memoria, no ha sido posible rescatar los sueños de Giulio Camillo o Agostino
Este libro resulta importante para entender el ambiente en el que se realizan las pinturas de Giotto y su
relación con la retórica.
Ramelli. Pero las cosas han cambiado tanto que aquellos visionarios renacentistas hoy
tienen nietos reconocidos. Nos dice Javier Díaz:
“Vannevar Bush y sus seguidores pretendían con su sistema de hipertexto acercarse lo más
posible al modo en que la mente humana funciona, por asociación de ideas: el pensamiento
asociativo. El usuario debería tener la habilidad de crear caminos, enlaces que llevasen de unas
partes a otras. A eso lo denominó, veinte años después, "hipertexto"
Ted Nelson, quien además lo
explicaba así:
Por hipertexto entiendo escritura no secuencial. La escritura tradicional es secuencial por dos
razones. Primera, se deriva del discurso hablado, que es secuencial, y segunda, porque los libros
están escritos para leerse de forma secuencial (…).
Sin embargo, las estructuras de las ideas no
son secuenciales. Están interrelacionadas en múltiples direcciones. Y cuando escribimos siempre
tratamos de relacionar cosas.”
Sin duda en este nuevo espacio de intereses, las bases gnoseológicas de los teatros de la
memoria, la relación de memoria y conocimiento, vuelven a estar de actualidad y la
cuarta operación retórica es objeto de interés de muchos internautas.
Etiquetas: Matteo Ricci
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