sábado, 19 de julio de 2008


El palacio de la memoria de Matteo Ricci

Con todo las artes de la memoria pervivieron en el ámbito católico, contrarreformado;

pero acabaron convirtiéndose en un anacronismo risible o en una pervivencia curiosa,

en cualquier caso inútil.

Uno de los últimos casos de reconocida aceptación social de las

artes de la memoria en los siglos XVI y XVII, que gozó de prestigio y de atención, se lo

debemos a Matteo Ricci.

El prestigio de su arte de la memoria, que tuvo por escenario la

China, se fundamentó en la intención evangelizadora de mostrar la superioridad del

catolicismo desde el propio poder intelectual, representado para él por su palacio de la

memoria. Este planteamiento de superioridad incuestionable que conduce a la

conversión del infiel ya la conocíamos por Raimundo Lulio.

Ricci había nacido en Macerata en 1552 y se convirtió en novicio de la orden jesuita en

1571, en Roma. Recibió formación teológica, humanística y científica, estuvo cinco

años en la India y Macao, llegando a China en 1583 para iniciar su labor como

misionero.

En 1595 dominaba la lengua china y fijó su residencia en Nanchang, centro

comercial y administrativo de la provincia oriental de Jiangxi.

Al finalizar el año 1595

escribió en ideogramas chinos un libro de máximas sobre la amistad.

Por el mismo

tiempo empezó a debatir sus teorías sobre la memoria con letrados chinos y comenzó a

impartir clases sobre técnicas mnemónicas. Su descripción sobre el palacio de la

memoria que construyó con este fin se encuentra en un libro breve sobre el arte de la

memoria que escribió en chino durante el año 1596 y que regaló al gobernador de

Jiangxi, Lu Wangai, así como a sus tres hijos.

Matteo Ricci decía en su tratado que las dimensiones del palacio de la memoria

dependían de cuanto se deseara recordar, pudiéndose llegar a construir varios cientos de

edificios de todos tipos y de todos los tamaños.

Podían crearse palacios modestos: un

templo, un grupo de oficinas gubernamentales, una posada, un salón de reuniones de

mercaderes. A escala más pequeña: una sala sencilla, un pabellón, un estudio.

Y

también un espacio íntimo: un rincón de un pabellón, un altar de un templo, un armario,

un diván. Estos palacios eran estructuras mentales que retener en la cabeza.

Había tres

opciones para su construcción:

1. Podían extraerse de la realidad. De lugares que se conocieran bien, donde se

había estado y de fácil rememoración.

2. Podían ser totalmente ficticios. Productos de la imaginación pero que también se

pudieran evocar en cualquier momento.

3. Podían ser mitad reales y mitad ficticios. Se podría partir de un edificio que se

conociera bien, al que se practicaría el su parte posterior una puerta ficticia que

sirviera de entrada a nuevas dimensiones imaginarias; o bien se podría practicar

en medio de un salón una escalera inventada para acceder a pisos superiores

imaginarios igualmente.

El propósito de estas construcciones mentales era ofrecer espacios para almacenar todas

las miríadas de conceptos que componen la suma de conocimientos humanos. A todo lo

que deseáramos recordar deberíamos atribuirle una imagen, y a cada imagen darle un

lugar.

Ricci se había educado haciendo estos palacios y utilizando toda una serie de técnicas

adicionales para fijar las materias de su instrucción en el colegio jesuita de Roma, donde

había recibido clases de retórica y ética.

El De Arte Rhetorica de Cipriano Soares era un

manual de retórica y gramática de lectura obligada para los estudiantes jesuitas de la

década de 1570. Él tenía precisamente una parte de su tratado dedicada al arte de la

colocación de la memoria.

Ricci había aprendido en otros autores también: Plinio

pasaje de la Historia natural referido a los grandes expertos de la memoria del pasado

tradujo al chino) o al Auctor ad Herennium, o al propio Quintiliano.

Estemos de acuerdo o no con estos planteamientos, no podemos desatenderlos dado que

explican gran parte de la iconografía de los cuadros de Giotto (Baxandall, 1996)

o la estructura y el detalle del Inferno del Dante (Weinrich, 1999).

El hipertexto y el ciberespacio

Retornan los fantasmas del pasado cuando menos lo pensamos y los presupuestos por

los que parecían risibles a la autosuficiencia de otras épocas se nos muestran

precisamente como la limitación y la torpeza de dichas épocas.

Cuando hoy hablamos de la Red, la World Wide Web, recordamos que en 1945

Vannevar Bush ideó una máquina, Memex, que no pasó de ser una mera propuesta y

que prefiguraba al ordenador actual.

Detrás de las elucubraciones de Bush reaparecía el

viejo fantasma de la necesidad de relacionar todos los conocimientos humanos.

A

nuestra posibilidad de crear el lengua (expresar con palabras nuestras emociones y

pensamientos, la comunicación más efectiva entre los animales) se une la de recordar.

El recuerdo es limitado y hemos instituido soportes duraderos para esa masa de

recuerdos que queremos que se conserven y se transmitan más allá de nuestra efímero

paso físico y temporal por este mundo.

No es extraño que el animal humano quiera

todavía dar un paso más y crear una estructura que sostenga el conocimiento universal y

que lo sostenga en una forma abarcable por su ojo y por su memoria.

Queremos poder

relacionar todos los conocimientos, formar todo un mundo de relaciones complejas en

que cada cosa tenga que ver con otras muchas. Con los presupuestos a los que ya hemos

atendido, y contando durante los últimos siglos tan solamente con el papel como soporte

de la memoria, no ha sido posible rescatar los sueños de Giulio Camillo o Agostino

Este libro resulta importante para entender el ambiente en el que se realizan las pinturas de Giotto y su

relación con la retórica.

Ramelli. Pero las cosas han cambiado tanto que aquellos visionarios renacentistas hoy

tienen nietos reconocidos. Nos dice Javier Díaz:

“Vannevar Bush y sus seguidores pretendían con su sistema de hipertexto acercarse lo más

posible al modo en que la mente humana funciona, por asociación de ideas: el pensamiento

asociativo. El usuario debería tener la habilidad de crear caminos, enlaces que llevasen de unas

partes a otras. A eso lo denominó, veinte años después, "hipertexto"

Ted Nelson, quien además lo

explicaba así:

Por hipertexto entiendo escritura no secuencial. La escritura tradicional es secuencial por dos

razones. Primera, se deriva del discurso hablado, que es secuencial, y segunda, porque los libros

están escritos para leerse de forma secuencial (…).

Sin embargo, las estructuras de las ideas no

son secuenciales. Están interrelacionadas en múltiples direcciones. Y cuando escribimos siempre

tratamos de relacionar cosas.”

Sin duda en este nuevo espacio de intereses, las bases gnoseológicas de los teatros de la

memoria, la relación de memoria y conocimiento, vuelven a estar de actualidad y la

cuarta operación retórica es objeto de interés de muchos internautas.

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