COMO ADQUIRIR UNA
SUPERMEMORIA
HARRY
LORAINE
Título original:
How to develop a Super
Power Memory
Traducción:
Baldomero Porta
A Renée,
cuyo amor, asistencia, devoción, estímulo,
confianza y fidelidad son tales
que no necesito una memoria cultivada
para recordarlos.
PRÓLOGO
A Mark Twain se le
atribuye la frase de que «todo el mundo habla del tiempo, pero nadie hace nada
por mejorarlo». De parecido modo, todo el mundo se lamenta o se vanagloria de
su mala memoria, pero pocas personas hacen nunca nada por mejorarla. Miremos
los hechos cara a cara: uno no puede hacer mucho por mejorar el tiempo, pero sí
puede hacer mucho por mejorar su mala memoria.
Muchas personas me han
dicho que «darían un millón de dólares» por adquirir una memoria como la mía.
No, no me interprete mal; si usted me ofreciese un millón de dólares no los
desdeñaría; pero, en realidad, todo lo que usted tiene que desembolsar es el
precio del presente libro.
Bueno, lo que acabo de
decir no es completamente exacto; usted tiene que invertir también en ello un
poquitín de su tiempo, y un pequeño esfuerzo para poner su cerebro en
actividad. Y en cuanto se haya iniciado en mi sistema se maravillará,
probablemente, al observar cuan sencillo y efectivo resulta.
Pero si usted compró
la presente obra prometiéndose una arenga teórica recamada de términos
técnicos, está condenado a sufrir una desilusión. He procurado exponer mi
sistema como si me encontrara sentado con usted en el saloncito de su casa y se
lo explicase personalmente.
Si bien para llegar a
la composición de mi método fueron necesarios ciertos trabajos de
investigación, he desechado la mayoría de conceptos y expresiones técnicas
porque a mí mismo me resultaron difíciles de comprender y de aplicar. Yo me
dedico a : entretener al público con un espectáculo consistente en
exhibiciones de memoria; no soy siquiera médico, y no he creído necesario
ponerme a explicar cómo funciona el cerebro humano, ni referirme al trabajo
íntimo de la memoria en términos de células, curvas, impresiones, etcétera.
Así, pues, usted verá
que todos los métodos que contiene este libro son los mismos que yo empleo, por
lo cual los creo adecuados para enseñárselos a usted.
Psicólogos y
educadores han dicho y repetido que sólo utilizamos un pequeño porcentaje de la
potencia de nuestro cerebro; yo creo que el sistema aquí prescrito le pondrá a
usted en condiciones de aprovecharla un poco más que el común de las gentes. De
modo que si al igual que de otras cosas, usted se ha jactado alguna vez de su
mala memoria, creo que después de haber leído la presente obra seguirá
jactándose de su memoria, pero en un sentido totalmente opuesto. ¡Ahora podrá
mostrarse orgulloso de poseer una memoria con una capacidad de retención y una
fidelidad maravillosas!
1
¿CUAN FINA ES SU FACULTAD DE OBSERVACIÓN?
¿Qué luz es la que
está encima de todas en los semáforos de la circulación? ¿Es la roja o la
verde? En el primer momento quizá le parezca a usted que es fácil contestar
esta pregunta. Pero imagínese la siguiente situación: usted está tomando parte
en una de esas competiciones de «lo toma o lo deja», en la cual unas respuestas
acertadas pueden proporcionarle un montón de dinero. Usted debe contestar sin
error esta pregunta para ganar el premio mayor. Diga, pues, ahora, ¿qué luz es
la que está arriba, la roja o la verde?
Si usted ha sabido representarse en la mencionada situación, es muy
probable que ahora esté vacilando, porque en realidad no está seguro de cuál es
la luz que se encuentra arriba de todo, ¿verdad que no? Si está seguro,
entonces usted pertenece a una minoría de personas que ha observado lo - que la
mayoría solamente ve. Entre ver y observar existe un universo de diferencia, y
como prueba de ello está el hecho de que la mayoría de las personas a las
cuales hice yo la pregunta anterior, o me dieron una respuesta equivocada o no
estaban seguras. ¡Esto a pesar de que ven las luces reguladoras de la
circulación innumerables veces al día!
Digamos de paso que la luz que está más arriba es siempre la roja, y la que
está más abajo, es siempre la verde. Si existe un tercer color es el amarillo,
pidiendo precaución, y éste se encuentra invariablemente en medio. En el caso
de que usted estuviera perfectamente seguro de que la contestación acertada era
«la roja», déjeme que pruebe a modificar un poco su orgullo con otra prueba
relativa a su capacidad de observación.
¡No dirija una mirada a su reloj de pulsera! No dirija una mirada a su
reloj de pulsera y conteste a esta pregunta: en la esfera de su reloj, ¿qué
hay? ¿La cifra arábiga 6 o las cifras romanas VI? Piénselo un momento antes de
fijar la mirada en su reloj. Decida la respuesta como si tuviera una
importancia grande el acertarla. Usted se encuentra otra vez en un concurso de
«lo toma o lo deja», y la respuesta puede valerle una buena cantidad de dinero.
De acuerdo, pues, ¿ha
decidido ya qué respuesta debe dar? Ahora sí, mire el reloj y vea si ha
acertado. ¿Acertó? ¿O acaso se ha equivocado lo mismo si dio una respuesta que
la contraria, porque en la esfera de su reloj no hay ningún seis? En la mayoría
de los relojes modernos, el sitio del seis suele estar ocupado por la esferita
que señala los segundos.
¿Ha contestado la
pregunta correctamente? Bien, tanto si es que sí como si es que no, ha tenido
que mirar el reloj para comprobarlo. ¿Puede decirme ahora la hora exacta que
señalaba? ¡Probablemente no, y el caso es que no hace sino un segundo que lo ha
visto! Una vez más usted ha visto, pero no ha observado.
Haga la misma prueba
con sus amigos. Aunque la gente fija la vista en su reloj varias veces al día,
pocos podrán contestarle correctamente acerca del número seis.
He ahí otra prueba a
que puede someter a sus amigos; pero mejor será que vea primero si usted sabe
contestar. Si usted suele fumar cigarrillos, habrá visto un timbre azul en el
paquete cada vez que lo saca del bolsillo para encender uno. En ese timbre de
impuestos hay un retrato, y debajo del retrato el nombre del personaje.
¡Se trata de
conquistar la más alta recompensa en nuestra competición imaginaria de «lo toma
o lo deja»; diga el nombre de ese personaje! Me figuro que tendrá que marcharse
con un premio de consolación, nada más. Lo digo tan convencido porque
únicamente dos o tres de las muchísimas personas que he sometido a esta prueba
han contestado correctamente. ¡El hombre del retrato en el timbre es De Witt
Clinton! Compruébelo. No quiero que me tomen por machacón, pero si usted acaba
de mirar el timbre y el retrato de De Witt Clinton, habrá visto lo que hace con
la mano izquierda. También habrá visto, probablemente, cuatro letras, dos en la
parte superior izquierda y dos en la parte superior derecha del timbre. Digo
que habrá visto estas cosas; no creo que las haya observado. De ser así,
debería poder explicar ahora, inmediatamente, qué hace De Witt Clinton con la
mano izquierda, y nombrar además las cuatro letras.
Ha tenido que mirar
otra vez, ¿verdad? Ahora ha observado que tiene la mano izquierda en la sien,
como si estuviese pensando, y que las cuatro letras son: U. S. I. R., iniciales
de United States Internal Revenue*.
No se sienta demasiado
deprimido si no ha sabido contestar a ninguna de las anteriores preguntas; como
le dije antes, la mayoría de personas se encuentran en el mismo caso. Quizá
recuerde usted una película rodada hace unos años en la que interpretaban los
primeros papeles Ronald Colman, Celeste Holm y Art Linkletter. Se titulaba Champaña para César, y representaba a un
individuo que no dejaba una sola pregunta por contestar. El film terminaba con
la última pregunta de la serie, acertando la cual ganaba varios millones de
dólares. Para ganar aquellos millones le pidieron a Ronald Colman que diese su
número de afiliado a la Seguridad Social. Por supuesto, ¡no lo sabía! El
detalle me interesó y me divirtió, porque en verdad daba en el blanco. ¿Verdad
que demuestra que la gente ve pero no observa? Y de paso, ¿usted conoce su
propio número de afiliado a la Seguridad Social? ¿O, simplemente, el de su
carnet de identidad?
Si bien los sistemas y
métodos contenidos en este libro hacen que usted se vuelva observador
automáticamente, en otro capítulo encontrará interesantes ejercicios de
observación. Además, mi sistema hará que usted se sirva de su imaginación con
mucha mayor soltura que antes.
He dedicado tiempo y
espacio a hablar de la observación porque es uno de los factores importantes
para el cultivo de la memoria. El otro y más importante factor es la
asociación. Nos es imposible recordar nada que no hayamos observado. Pero luego
que hemos observado algo, para poderlo recordar hemos de asociarlo mentalmente
con algo que ya conocemos o recordamos.
Y puesto que cuando
emplee mi sistema usted observará de un modo automático, ahora nos ocuparemos
principalmente de la asociación.
En lo que afecta a la
memoria, asociar significa, sencillamente, conectar o atar una con otra dos o
más cosas. Siempre que usted ha tratado de recordar algo, o ha conseguido
recordarlo, lo ha asociado subconscientemente con alguna otra cosa.
«Mi sol siempre reluce
fastuoso.» Si usted
no sabe nada de música y quiere aprender, quizá le conviniera recordar bien
esta corta frase. No encontraría en ello ninguna dificultad. Es una frase con
un sentido claro, y con cierto énfasis. Y recordando esta frase no se
produciría jamás ninguna confusión con las notas correspondientes —en clave de
sol— a las rayas del pentagrama. Las primeras letras de cada palabra se las
darían: mi, sol, si, re, fa. Pero estas cinco sílabas por sí solas no tienen
significado alguno; es difícil recordarlas, y en este orden precisamente. En
cambio, la frase «mi sol siempre reluce fastuoso» es algo que usted conoce y
entiende. Y de este modo confía a la memoria un elemento nuevo, asociándolo con
algo que ya sabía. Se trata de un proceso que había realizado usted otras veces
sin darse cuenta; el de confiar algo a la memoria valiéndose de asociaciones
conscientes.
El mismo sistema
podría seguir para recordar las notas correspondientes a los
espacios. La frase «fabricando la dorada miel» le daría de una vez y para
siempre las notas en cuestión, ordenadas de una manera perfecta. «Mi sol
siempre reluce fastuoso, fabricando la dorada miel.»
Ya tiene usted rayas y
espacios en la memoria. Más adelante verá el sistema de grabarlos en ella tan
profundamente que no se borren jamás. Por supuesto, si las iniciales de las
notas formasen una o varias palabras con un sentido perfecto —y ello tomándolas
precisamente en el orden adecuado—, podríamos abreviar el procedimiento
confiando a la memoria las palabras en cuestión. El fundamento sería el mismo:
pasar de lo desconocido a lo conocido.
Hace muchos años,
probablemente, que aprendió usted el estribillo: «Treinta días tiene noviembre,
con abril, junio y septiembre; veintiocho tiene uno, y los demás treinta y
uno.» ¡Y cuántas veces habrá recurrido a él cuando le ha convenido recordar el
número de días de un determinado mes!
Si le hubieran hecho
aprender a usted la palabra sin sentido «raavaiv» o el nombre —que podría
imaginarse como perteneciente a una divinidad antigua— «Ra Ava Iv», recordaría
bien los colores del espectro: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo,
violeta. También esto sería utilizar el sistema de las asociaciones y de las
iniciales de las palabras. -
Estoy seguro de que
usted ha visto u oído muchas veces alguna cosa que le ha hecho chascar los
dedos y exclamar: «¡Ah!, esto me recuerda...» Lo que ha visto u oído le ha
hecho recordar otra cosa, sin que, por lo común, se aprecie la menor relación
entre lo visto u oído y lo recordado. Y, sin embargo, en su mente las dos cosas
están unidas por algún lazo.
Esto es una asociación
subconsciente. En estos momentos yo le hacía notar a usted cómo actúan algunas
asociaciones conscientes; unas asociaciones de efectos perfectamente visibles.
Las personas que en sus primeros años de estudio aprendieron las rayas y los
espacios del pentagrama, habrán olvidado muchísimas cosas que aprendieron, pero
las rayas y los espacios del pentagrama todavía los recuerda. Y si usted ha
leído hasta aquí fijándose bien en lo que íbamos diciendo, debería recordarlos
ahora perfectamente, aun en el caso de que jamás haya estudiado música.
Otro ejemplo de la
utilidad de estos procedimientos lo proporciona la retención de las reglas de
ortografía. Algunas veces, una persona se habitúa de tal modo a pronunciar o
escribir de determinada manera una o varias palabras que le resulta muy difícil
corregir ese vicio. Algunos han descubierto por propia iniciativa que el mejor
recurso consistía en formar una frase, que pronto se les grabó en la memoria,
que les sirviera para corregir en todo momento su tendencia al error. Así, un
estudiante conocido mío no lograba acostumbrarse a escribir «humo» y
«hortelano» con «h». Hasta que un profesor le «fabricó» la siguiente frase: «Al
hortelano le molesta el humo porque trae H.» El efecto fue radical, el
estudiante no volvió a descuidar la letrita en cuestión en aquellas dos
palabras.
¿Sabría usted dibujar de memoria algo que se parezca al mapa de Inglaterra?
¿Y los de China, Japón y Checoslovaquia? Es muy probable que no se atreviese
usted a dibujar ninguno de ellos. Pero si hubiese nombrado Italia, existe un
noventa por ciento de probabilidades de que usted vea mentalmente la figura de
una bota. ¿No es cierto? Si la vio y si ha dibujado una bota, tiene usted la
silueta aproximada del mapa de Italia.
¿Por qué ha aparecido
esa imagen en su mente? Sólo porque en alguna ocasión, quizá muchos años atrás,
le dijeron, o notó usted mismo, que el mapa de Italia se parecía a una bota.
Naturalmente, la forma
de Italia era la cosa nueva que había de recordar; la bota era aquello que ya
conocíamos y recordábamos.
Ya ve usted que unas
asociaciones conscientes, sencillas, le han ayudado a memorizar con toda
facilidad informaciones abstractas, como los ejemplos dados más arriba.
El sistema de las
iniciales, mencionado antes, puede servir para ayudarnos a recordar muchas
cosas. Por ejemplo, si usted quisiera recordar bien los nombres de las cuatro
naciones de Europa que no tocan en absoluto el mar, podría probar a recordar la
-palabra «huchas». Esto le ayudaría a recordar que los nombres de dichas naciones
son: Hungría, Checoslovaquia, Austria y Suiza.
La cosa no tiene sino
un inconveniente por el momento, y es que nada le hace recordar a usted que la
palabra «huchas» esté relacionada con las naciones de la Europa Central que no
tocan el mar, o viceversa.
Si usted recordase la
palabra, bien; entonces conocería probablemente los nombres de los mencionados
países; pero ¿cómo recordar la palabra? En capítulos venideros le enseñaremos
la manera de conseguirlo.
Los sistemas y métodos
contenidos en este libro le demostrarán cómo los principios y los
procedimientos de las asociaciones conscientes sencillas pueden aplicarse a
recordarlo todo. Sí, efectivamente, a recordarlo todo: nombres y caras,
asuntos, objetos, hechos, números, discursos, etc. En otras palabras, los
sistemas y métodos que aprenderá en este libro pueden aplicarse a todas y cada
una de las contingencias de la vida cotidiana de relación o de los negocios.
2
EL HÁBITO ES MEMORIA
Estoy seguro de que el
olvido absoluto no existe; las huellas impresas en la memoria son
indestructibles.
Thomas de Quincey
Una memoria fiel y retentiva es la base de todos los éxitos profesionales.
En último análisis, todos nuestros conocimientos descansan en la memoria.
Platón lo expresó de este modo: «Todo conocimiento no es otra cosa que
recuerdo»; y, por su parte, Cicerón dijo de la memoria que «es el tesoro y el
guardián de todas las cosas». Un ejemplo contundente debería bastar por el
momento: ¡usted no podría leer este libro en estos momentos si no recordase los
sonidos de las treinta letras del alfabeto*!
Acaso el ejemplo le
parezca un poco forzado; pero ello no impide que sea muy cierto y elocuente. En
realidad, si en un momento dado perdiese usted la memoria por completo, tendría
que volver a empezar a aprenderlo todo desde los comienzos, exactamente igual
que un recién nacido. No sabría usted vestirse, ni afeitarse, ni —si es una
señora— aplicarse el maquillaje, ni guiar el coche, ni servirse del cuchillo y
el tenedor, etc. Vea usted, todo lo que atribuimos al hábito deberíamos
atribuirlo a la memoria. El hábito es memoria.
La nemónica, que juega un papel principalísimo en una memoria cultivada, no
es una cosa nueva ni rara. Lo cierto es que la palabra «nemónica» deriva del
nombre de una diosa griega, Nemosina; y los sistemas de cultivo de la memoria
fueron utilizados ya en tiempos de los griegos antiguos. Lo raro es que los
sistemas para entrenar la memoria no sean conocidos y puestos en práctica por
muchas más personas. La mayoría de los que han aprendido el secreto de la
nemónica han quedado pasmados no solamente por la enorme facultad de recordar
que han adquirido, sino por los tributos que recibían de sus familiares y
amigos.
Algunos decidieron que
esa facultad era una cosa demasiado buena para hacer participar de ella a nadie
más. ¿Por qué no ser el único empleado de la oficina capaz de recordar el
número de catálogo de una pieza y su precio? ¿Por qué no ser el único que
pudiera ponerse en pie, en una fiesta, y dar una demostración que dejase
maravillado a todo el mundo?
Yo, en cambio, opino
que conviene que haya muchas memorias entrenadas; y a este fin dedico el
presente libro. Aunque quizá muchos de ustedes me conozcan como un profesional
dedicado a divertir al público, no me propongo, claro está,
enseñarles habilidades memorísticas para espectáculo. No tengo el menor deseo
de subirlos a ustedes a un escenario. Lo que quiero es manifestarles las
magníficas aplicaciones prácticas de una memoria bien entrenada. Aunque, sí,
este libro enseña varias habilidades en el campo de la memoria que podrá usted
utilizar para brillar delante de sus amigos. Pero lo que importa es que dichas
habilidades constituyen excelentes ejercicios para el cultivo de la facultad
que nos ocupa, y los principios en que se basan pueden ser aplicados para
efectos prácticos.
La pregunta que la
gente me hace más a menudo es: «El recordar demasiado ¿no produce confusiones?»
Yo respondo sin vacilar: «¡No!» No existe límite alguno para la capacidad de la
memoria. Lucio Scopion recordaba los nombres de todos los ciudadanos de Roma;
Ciro podía llamar a todos los soldados de su ejército por su nombre, y Séneca
era capaz de memorizar y repetir dos mil palabras después de haberlas oído una
sola vez.
Yo creo que cuanto más
recuerda uno, más puede recordar. En muchos aspectos, la memoria es como un
músculo. Al músculo hay que ejercitarlo y desarrollarlo para que preste un buen
servicio; con la memoria ocurre igual. La diferencia está en que un músculo
puede hipertrofiarse o agarrotarse, mientras que la memoria no. A uno pueden
enseñarle a tener buena memoria del mismo modo que le enseñan cualquier otra
cosa. Y la realidad es que resulta mucho más sencillo aprender a tener memoria
que, por ejemplo, a tocar un instrumento musical. Si usted sabe leer y escribir
y posee una dosis normal de sentido común, y si lee y estudia este libro, habrá
adquirido también, probablemente, un mayor poder de concentración, un sentido
más fino para la observación y, quizás, una imaginación más poderosa.
¡Recuerde, por favor,
que no existe eso que llaman mala memoria! Esto quizá deje aturdidos a aquellos
que se han escudado durante años en su respuesta «mala» memoria. Lo repito, no
existen malas memorias. Existen únicamente memorias entrenadas y memorias no
entrenadas. Casi todas las memorias no cultivadas muestran desarrollos
unilaterales. Es decir, las personas que saben recordar nombres y caras no son
capaces de recordar números de teléfono, y las personas que recuerdan los
números de teléfono no recordarían, ni que les fuese la vida en ello, los
nombres de aquellos a quienes desearían llamar.
Hay personas que
poseen una memoria retentiva excelente, pero de una penosa lentitud para
asimilar; e igualmente personas que, de momento, recuerdan con mucha rapidez,
pero no tienen el recuerdo mucho tiempo. Si usted aplica los sistemas y métodos
enseñados en este libro, le garantizo una memoria a la vez rápida y retentiva
para casi todo.
Según he mencionado en
el capítulo anterior, todo lo que usted desee recordar debe ser asociado
mentalmente, sea como fuere, a algo que usted ya sabe o recuerda. Por supuesto,
la mayoría de ustedes afirmarían que han recordado y recuerdan muchas cosas sin
asociarlas a ninguna otra. ¡Muy cierto, en apariencia! Porque si hubieran
realizado las asociaciones advirtiéndolo, entonces poseerían ya los fundamentos
de una memoria entrenada. Lo que hay es que la mayoría de cosas que han
recordado a lo largo de sus vidas fueron asociadas subconscientemente a alguna
otra cosa que ya sabían o recordaban.
Aquí la palabra importante,
el secreto, es «subconscientemente». Ustedes no se dan cuenta de lo que ocurre
en su subconsciente; si nos diésemos cuenta, la mayoría nos asustaríamos.
Aquello que, en el subconsciente, se asoció con fuerza a otra cosa quedará en
la memoria; aquello que no se asoció con fuerza será olvidado. Pero dado que
esa asociación tiene lugar sin que nos demos cuenta, no podemos hacer nada para
estimularla o aminorarla.
Ahí está el quid de la cuestión, ¡yo le enseñaré a asociar todo lo que le
interese conscientemente! Cuando lo haya aprendido, poseerá usted una memoria
entrenada.
No pierda de vista que el sistema que enseño en este libro es una ayuda
para su memoria normal o verdadera. Porque siempre es la memoria verdadera la
que realiza el trabajo, tanto si uno se da cuenta como si no. Entre la memoria
normal, o verdadera, y la memoria adquirida por entrenamiento, existe una muy
estrecha línea de separación, y a medida que uno sigue utilizando el sistema
contenido en la presente obra, esa línea empieza a borrarse.
Y ése es el detalle más preciado de todos; después de emplear mi sistema de
un modo consciente durante un tiempo, ¡se hace automático y uno empieza a
utilizarlo casi inconscientemente!
3
SOMETA SU MEMORIA A PRUEBA
Unos estudiantes de segunda enseñanza estaban
sufriendo un examen antes de empezar las vacaciones de Navidad. Se trataba de
un examen para el cual se habían preparado muy poco, a pesar de saber que sería
difícil. ¡Lo fue, efectivamente!
Uno de los estudiantes entregó su papel con
el siguiente comentario: «Sólo Dios conoce las respuestas a estas preguntas.
¡Felices Navidades!».
El profesor calificó las pruebas y las
devolvió a los estudiantes. En una de ellas había este mensaje: «Un aprobado
para el Señor y un suspenso para usted. ¡Próspero Año Nuevo!»
No creo
que usted encuentre mayor dificultad en las pruebas que le propone el presente
capítulo. Y en el caso de que la encontrase, no importaría, pues nadie ha de
saber si sale más o menos airoso de ellas. En un capítulo anterior le he ofrecido
unos ejemplos demostrativos de cuánto pueden ayudar las asociaciones
conscientes para recordar cualquier cosa. ¡Qué auxilio tan sencillo para
nuestras memorias y, no obstante, cuan efectivo! El hecho de que los que
aprendieron el estribillo «Treinta días tiene noviembre, etc.» jamás han tenido
que buscar mucho para averiguar los días de determinado mes, demuestra su
eficacia. El hecho, todavía más importante, de que uno sea capaz de retener
esas asociaciones sencillas por un largo período de años, lo demuestra más
indiscutiblemente aún.
Yo
sostengo la teoría de que si uno puede recordar o retener una cosa mediante una
asociación consciente, puede recordar, del mismo modo, otra cosa cualquiera.
Ésa es mi teoría y pretendo valerme de usted para demostrarla. En cuanto haya
aprendido los métodos, estoy seguro de que reconocerá que las asociaciones
conscientes le serán mucho más útiles y valiosas de lo que jamás pudo imaginar.
Si le asegurase ahora que después de leer y estudiar el sistema contenido en
estas páginas usted sabrá recordar hasta cincuenta números distintos y
retenerlos cuanto tiempo le plazca con sólo verlos una vez, usted me creería
loco.
Si le
dijese que será capaz de memorizar el orden de los cincuenta y dos naipes de la
baraja del póquer, después de bien barajados, con sólo oírlos nombrar una vez,
¡me creería usted loco! Si afirmase que jamás volverá a tener dificultad alguna
por haber olvidado nombres o caras, que recordará una lista de compras
compuesta por cincuenta artículos distintos, o que sabrá memorizar el contenido
de toda una revista, o recordar precios y números de teléfono importantes, o
conocer en qué día de la semana caerá una fecha determinada, usted pensaría sin
duda que me paso de listo. ¡Pero lea y estudie este libro y lo verá por sí
mismo!
Me
figuro que la mejor manera de demostrarle lo antedicho consistirá en hacer de
modo que usted pueda comprobar sus propios progresos. Para ello, lo primero que
debo hacer es poner en evidencia cuan pobre resulta su memoria actualmente,
desprovista de entrenamiento. En consecuencia, dedique más adelanté unos
minutos a establecer la puntuación que le corresponde en las pruebas después de
haber leído unos capítulos más, y a comparar los resultados.
A mí se
me antoja que esas pruebas son muy importantes. Dado que su memoria mejorará
casi con cada capítulo que lea, quiero que vea usted mismo los progresos
conseguidos. Esto le dará confianza, factor importantísimo para una memoria
cultivada. Después de cada prueba hallará un espacio donde anotar la puntuación
conseguida ahora y otro espacio para la puntuación que consiga luego de haber
leído cierto número de capítulos.
Una
advertencia importante, antes de pasar a las mencionadas pruebas: no se ponga a
hojear el libro y a leer únicamente los capítulos que crea le interesan más.
Todos ellos le serán muy útiles, y será mucho mejor que los lea uno por uno,
ordenadamente. ¡No quiera adelantarse a mí, ni a usted mismo!
Prueba 1
Lea la
siguiente lista de quince objetos una sola vez; puede invertir en ello un par
de minutos. Luego trate de escribirlos —sin mirar el libro, naturalmente—
exactamente en el mismo orden que aparecen aquí. Al puntuarse recuerde que, si
olvida un nombre, todos los que sigan estarán equivocados, puesto que habrán
perdido el orden que les correspondía. Luego de haber leído el capítulo 5, le
recordaré que vuelva a someterse a la presente prueba. Concédase 5 puntos por
cada objeto anotado en su lugar correspondiente.
Libro,
cenicero, vaca, chaqueta, cerilla, navaja, manzana, bolsa, persiana, sartén,
reloj, gafas, asa, botella, gusano.
Anote
aquí la puntuación .....
Puntuación obtenida después de leer el capítulo 5 .....
Prueba 2
Invierta
unos tres minutos intentando aprender de memoria los veinte objetos de la lista
que sigue con el número que llevan. Luego pruebe a escribirlos en lista sin
mirar al libro. No sólo debe recordar el objeto, sino su número de orden. Le
recordaré que repita otra vez la prueba después de haber leído el capítulo 6.
Concédase 5 puntos por cada objeto que anote con su número de orden acertado.
1. Radio. 6.
Teléfono 11. Vestido. 16. Pan.
2. Aeroplano. 7. Silla. 12. Flor. 17. Lápiz.
3. Lámpara. 8. Caballo. 13. Ventana. 18. Cortina.
4. Cigarrillo. 9. Huevo. 14. Perfume. 19. Vaso.
5. Cuadro. 10. Taza. 15. Libro. 20. Sombrero.
2. Aeroplano. 7. Silla. 12. Flor. 17. Lápiz.
3. Lámpara. 8. Caballo. 13. Ventana. 18. Cortina.
4. Cigarrillo. 9. Huevo. 14. Perfume. 19. Vaso.
5. Cuadro. 10. Taza. 15. Libro. 20. Sombrero.
Anote aquí su puntuación ......
ídem después de leer el capítulo 6 ......
Prueba 3
Mire
este número de veinte cifras durante unos dos minutos y medio, luego coja un
trozo de papel y trate de escribirlo de memoria. Concédase 5 puntos por cada
cifra que coloque en su lugar y orden adecuado. Comprenda, por favor, que aquí
lo importante es la retentiva, y no podrá comprobarla hasta que haya leído el
capítulo 11.
72443278622173987651
Anote
aquí su puntuación ......
ídem
una vez leído el capítulo 11 ......
Prueba 4
Imagínese
que alguien ha quitado cinco naipes de una baraja de póquer bien revuelta.
Ahora le van nombrando a usted, una sola vez, los otros cuarenta y siete
naipes. ¿Podría usted identificar de memoria cuáles son los cinco que quedan
sin nombrar, es decir, que faltan? Probemos. Lea la siguiente lista de cuarenta
y siete naipes una sola vez. Después de haberla leído, coja usted un lápiz y
trate de anotar los cinco que faltan. Claro, no debe mirar el libro mientras
vaya escribiendo. Le rogaré que se someta de nuevo a esta prueba cuando haya
leído y estudiado el capítulo 10. Concédase 20 puntos por cada naipe que falte
si lo anota usted correctamente.
Sota de corazones. Sota de diamantes.
As de diamantes. Ocho de palos
Rey de diamantes. Reina de palos
Siete de diamantes. Siete de espadas.
Diez de palos (o tré Siete de palos
boles) Dos de diamantes.
Sota de espadas. Rey de palos.
Tres de espadas. Ocho de corazones.
Nueve de corazones. Seis de espadas.
Siete de corazones. Cuatro de espadas.
Reina de corazones. Reina de espadas.
Tres de diamantes. Tres de palos.
Dos de espadas. Sota de palos.
As de palos. Seis de corazones.
Nueve de espadas. Cuatro de corazones.
Cuatro de palos. Diez de espadas.
Cinco de corazones. Rey de diamantes.
Tres de corazones. Diez de corazones.
Nueve de palos. Reina de diamantes.
Diez de diamantes. Ocho de diamantes.
Ocho de espadas. Cinco de palos.
Cinco de espadas. Dos de palos.
As de espadas. Cinco de diamantes.
Seis de diamantes. Doce de corazones.
As de diamantes. Ocho de palos
Rey de diamantes. Reina de palos
Siete de diamantes. Siete de espadas.
Diez de palos (o tré Siete de palos
boles) Dos de diamantes.
Sota de espadas. Rey de palos.
Tres de espadas. Ocho de corazones.
Nueve de corazones. Seis de espadas.
Siete de corazones. Cuatro de espadas.
Reina de corazones. Reina de espadas.
Tres de diamantes. Tres de palos.
Dos de espadas. Sota de palos.
As de palos. Seis de corazones.
Nueve de espadas. Cuatro de corazones.
Cuatro de palos. Diez de espadas.
Cinco de corazones. Rey de diamantes.
Tres de corazones. Diez de corazones.
Nueve de palos. Reina de diamantes.
Diez de diamantes. Ocho de diamantes.
Ocho de espadas. Cinco de palos.
Cinco de espadas. Dos de palos.
As de espadas. Cinco de diamantes.
Seis de diamantes. Doce de corazones.
Anote aquí
su puntuación ......
ídem
después de estudiar el capítulo 10 ......
Prueba 5
Pase
seis o siete minutos fijándose en las quince caras y sus correspondientes
nombres. Hacia el final del presente capítulo volverá a encontrar las mismas
caras colocadas en un orden distinto, y sin los nombres. Vea entonces si logra
asignar el nombre correspondiente a cada uno de los rostros. Yo le recordaré
que vuelva a someterse a la misma prueba después de haber leído por completo el
capítulo 17. Concédase 5 puntos por cada nombre que sepa escribir debajo de la
cara que le corresponde.
Anote
aquí su puntuación ......
Igualmente
después de leer el capítulo 17 ......
Prueba 6
Dedique
de siete a nueve minutos a repasar la siguiente lista de diez personas y sus
números de teléfono. Luego anote las diez personas en un trozo de papel, cierre
el libro y vea si es capaz de escribir de memoria al lado de cada una su número
de teléfono. Recuerde que, aunque en todo un número no equivoque sino una
cifra, en el caso de que lo marcase no conseguiría comunicar con quien le
interesaría; por tanto, con sólo que equivoque una cifra habrá equivocado todo
el número, y no le corresponde ningún punto por él. Yo le recomendaré que haga
la prueba nuevamente después de haber leído el capítulo 19. Concédase 10 puntos por cada número
de teléfono que anote bien.
Panadero —
227684 Banquero —
295762
Sastre — 287546 Sr. Gracia — 256694
Zapatero — 234337 Médico — 283451
Dentista — 210054 Sr. Silvestre — 268309
Sr. Jaén — 236680 Sr. López — 204557
Sastre — 287546 Sr. Gracia — 256694
Zapatero — 234337 Médico — 283451
Dentista — 210054 Sr. Silvestre — 268309
Sr. Jaén — 236680 Sr. López — 204557
Anote
aquí su puntuación ......
ídem
después de leer el capítulo 19 ......
No se
desanime si en las pruebas anteriores ha logrado éxitos muy mezquinos. Le he
presentado estas pruebas con un propósito concreto. En primer lugar, por
supuesto, y tal como dije antes, para que usted pueda apreciar los progresos
que va realizando a medida que lee este libro; y, en segundo lugar, para poner
de manifiesto cuan poca confianza merece una memoria huérfana de entrenamiento.
No se
precisa una gran cantidad de trabajo y de estudio para conseguir la máxima
puntuación —el 100 %— en todas las pruebas anteriores. ¡A mí me gusta referirme
al sistema expuesto en el presente libro como la manera de recordar de los
«perezosos»!
4
EL INTERÉS Y LA MEMORIA
El verdadero arte de la memoria es el arte de
la atención.
Samuel Johnson
Le
ruego haga el favor de leer con atención el texto siguiente:
Usted
guía un autobús en el que viajan cincuenta personas. El autobús se detiene en
una parada y bajan diez personas, al paso que otras tres suben. En la parada
siguiente siete personas bajan del autobús y dos personas suben.
Todavía
paran en otras dos paradas, en cada una de las cuales bajan cuatro personas,
mientras que en una de las paradas suben tres y en la otra ninguna. En este
punto el autobús tiene que parar por avería en el motor. Algunos viajeros
llevan mucha prisa y deciden seguir andando. Por ello, ocho personas saltan del
autobús. Reparada la avería, el autobús llega a la última parada, y el resto de
los viajeros desciende del vehículo.
Ahora,
sin volver a releer el párrafo, vea si logra contestar acertadamente a dos
preguntas relativas al mismo. Estoy perfectamente seguro de que si le
preguntase cuántas personas quedaban en el autobús, es decir, cuántas bajaron
en la última parada, usted me contestaría bien inmediatamente. Sin embargo, una
de las preguntas que quería hacerle es la siguiente: ¿cuántas paradas hizo el
autobús en total?
Quizá
me equivoque, pero no creo que sean muchos los que sepan contestar esta
pregunta. El motivo, por supuesto, está en que todos ustedes creían que después
de haber leído el párrafo les preguntaría acerca del número de personas. En
consecuencia, fijaron su atención en el número de personas que subían y bajaban
del autobús. Ustedes se interesaron por el número de personas. En resumen,
querían saber y recordar cuántos viajeros quedaban en el vehículo. Y como no
creían que el número de paradas tuviera ninguna importancia, no prestaron mucha
atención a las mismas. Y como no se interesaron por el número de paradas, éstas
no quedaron registradas en sus mentes ni por azar, y ahora no las han
recordado. Sin embargo, si a alguno de ustedes se le ha ocurrido que el número
de paradas pudiera tener importancia o si se ha hecho la idea de que le
preguntarían sobre este punto particular, ha recordado el número de veces que
paró el autobús. Y también ahora se ha debido a que ha puesto interés en
enterarse de esta información particular.
Si por
azar usted se siente entusiasmado por haber acertado con la respuesta exacta a
mi pregunta, cálmese un poco. Porque dudo que sea capaz de contestar la
segunda. Un buen amigo mío, empleado en el Grossingers, un gran hotel para
viajeros, en el cual actúa con mucha frecuencia, suele echar mano de la misma
treta en las sesiones de preguntas que organiza por la tarde. Sé que son muy
pocos los huéspedes que responden acertadamente, si es que responde alguno. Sin
volver a mirar al párrafo en cuestión, usted debe contestar la siguiente
pregunta: «¿Cómo se llama el conductor del autobús?»
Ya lo dije,
dudo de que alguno sepa responder correctamente, acaso nadie sepa. En realidad,
se trata más bien de una pregunta dirigida a comprobar el poder de observación
que de una prueba de memoria. Y si la utilizo aquí es sólo para encarecer ante
usted la importancia del interés en la memoria. Si antes de leer el cuentecito
sobre el autobús le hubiese dicho que le preguntaría el nombre del conductor,
usted hubiera procurado saberlo, habría fijado en ello su interés. Habría
querido enterarse y recordarlo.
Pero aun
así, tratándose como se trata de una pregunta astuta, quizá no hubiera sido
usted lo bastante observador para responderla. Digamos de paso que se funda en
un principio que muchos «magos» profesionales han utilizado desde hace muchos
años. Se llama «desorientar». Significa sencillamente que en un relato se
mantiene el punto verdaderamente importante, aquel que constituye en verdad el
«modus operandi», en un segundo término. O se cubre con otro punto que no tiene
nada que ver con el primero, pero que le induce a usted a creer que es el que
verdaderamente importa. Este es el que usted sigue, observa y recuerda; el que
sirve de fundamento a la treta pasa completamente desapercibido, y he ahí por
qué uno queda completamente engañado. Muchas personas, cuando describen las
mañas de «mago», presentan el efecto tan imposible que si el mago en persona
las estuviera escuchando no podría creerlo. Ello es debido a que en su
narración se olvidan de mencionar el punto verdaderamente importante. Si
dejamos aparte los juegos de «caja», o sea 103 juegos, o tretas, que funcionan
por sí mismos, de un modo mecánico, los magos las pasarían muy mal para engañar
al público si no existiera el arte de «desorientar».
Pues
bien, yo le he «desorientado» a usted induciéndole a pensar que iba a
preguntarle una cosa, y luego preguntándole otra en la cual usted no se había
fijado. Creo, empero, que hace ya bastante rato que le tengo intrigado. Acaso
sienta curiosidad por saber la respuesta acertada a mi segunda pregunta. Bien,
la primera palabra del parrafito le dice quién era el conductor. La primera
palabra es «usted». La respuesta que tenía que dar a la pregunta: «¿Cómo se
llama el conductor del autobús?», ¡consistía en decir su propio nombre! Era
usted quien guiaba el vehículo. . Pruebe esta estratagema con algunos amigos y
verá cuan pocos son los que contestan bien.
Como
dije ya, ésta es una prueba que da más importancia a la finura de observación
que a la fidelidad de la memoria. Pero el caso es que memoria y observación se
dan la mano. Es imposible recordar nada que uno no haya observado; y es
extremadamente difícil observar o recordar algo que uno no quiera recordar, o
no esté interesado en retener en la memoria.
De ahí
se deduce inmediatamente una norma indiscutible para mejorar la memoria. Si
usted quiere que su memoria mejore inmediatamente exíjase la voluntad de querer
recordar. Fuércese a sentir el interés necesario para observar detenidamente
todo lo que quiera recordar y retener. Digo «exíjase» porque al principio quizá
le sea preciso realizar un pequeño esfuerzo; no obstante, en un tiempo
pasmosamente corto, verá usted que ya no tiene necesidad de realizar ningún
esfuerzo para querer recordarlo todo. El hecho de que usted esté leyendo este
libro representa el primer paso adelante que da. Si no quisiera recordar, si no
sintiese el afán de mejorar su memoria, no lo leería. «Sin una motivación,
difícilmente existirá recuerdo alguno.»
Aparte
de tener la intención de recordar, también la confianza en que uno recordará
ayuda mucho. Si usted enfoca cualquier cuestión referente a la memoria
diciéndose convencido: «Lo recordaré», la mayor parte de las veces,
efectivamente, lo recordará. Debe usted imaginarse su memoria como un tamiz.
Cada vez que usted dice o piensa «Tengo una memoria lamentable», o «Esto no lo
recordaré jamás», practica otro agujero en el tamiz. En cambio, cada vez que
dice: «Tengo una memoria maravillosa», o «Esto lo recordaré fácilmente», tapa
usted uno de aquellos agujeros.
Muchos
conocidos míos me han preguntado por qué no consiguen recordar una cosa, aun
anotando todo lo que desean conservar en la memoria. Es lo mismo que
preguntarme por qué no puede nadar bien uno que se ate un peso de diez kilos
alrededor del cuello. Muy probablemente la causa misma de que olviden está en
el hecho de haber anotado lo que decían querer recordar; o, por lo menos, de
que no lo recuerden inmediatamente. Por lo que a mí se refiere, la frase «he
olvidado» debería borrarse del lenguaje. Habría que reemplazarla por: «No he
recordado ahora, inmediatamente.»
Es
imposible olvidar de veras nada que uno haya recordado alguna vez. Si usted se
anotara las cosas con la intención de ayudar a su memoria, o con el pensamiento
consciente y concreto de asegurarse mejor de la exactitud de aquellos datos, el
procedimiento sería excelente. Sin embargo, el utilizar el lápiz y el papel
como sustitutos de la memoria (que es lo que hace la mayoría de personas) no
servirá, en verdad, para mejorar ésta. Acaso mejore su caligrafía o la rapidez
en escribir, pero la memoria saldrá perjudicada por el desvío y la falta de
ejercicio consiguiente. ¿Me comprende? Por lo común, usted toma nota de las
cosas porque rechaza, aconsejado por la pereza, el pequeño esfuerzo de voluntad
de querer recordar. Oliver Wendell Holmes lo expresó de este modo: «Para poder
olvidar una cosa, es preciso primero hacerla entrar en la memoria.»
Tenga
presente, por favor, que a la memoria le gusta que le tengan confianza. Cuanta
más confianza, más segura y útil se volverá. El anotarlo todo en un papel sin
esforzarse por recordarlo va contra todas las reglas fundamentales para poseer
una memoria mejor y más poderosa. Usted no confía en su memoria, no se fía de
ella, no la ejercita y no se interesa bastante por lo que debería recordar,
puesto que lo traslada al papel. Tenga presente que siempre está expuesto a
perder el papel o el cuaderno de notas, pero no la cabeza. Si se me permite una
ligera incursión en el campo del humorismo, diré que si uno pierde la cabeza,
no importa mucho que recuerde o no recuerde, ¿no es cierto?
En
serio, si uno tiene interés en recordar y confianza en que recordará, no es
preciso que lo anote todo por escrito. ¿Cuántos serán los padres que se quejan
continuamente de la pésima memoria de sus hijos, los cuales no se acuerdan de
sus deberes escolares y consiguen notas muy menguadas? Sin embargo, algunos de
esos mismos hijos saben todo lo referente a los goles que ha marcado cada uno
de los jugadores de Primera División en el Campeonato de Liga. Conocen el
reglamento del fútbol, y quién ha tenido años atrás una actuación destacada y
en qué equipos. Si son capaces de recordar tan bien tales hechos, números y
personajes, ¿por qué no recordarán las lecciones de colegio? Únicamente porque
se interesan más por el deporte que por el álgebra, la historia, la geografía y
otras asignaturas de sus estudios.
El
problema no está en su memoria, sino en su falta de interés. Una prueba más en
este sentido la tenemos en el hecho de que la mayoría de chiquillos sobresalen
por lo menos en una asignatura determinada, aun cuando obtengan malas notas en
todas las demás. Si un estudiante tiene buena memoria para una materia, es en
aquella asignatura un buen estudiante. Si no recuerda, si sobre aquella materia
tiene mala memoria, resultará un mal estudiante. Vean si es sencilla la
cuestión. De todos modos, esto demuestra que el estudiante posee buena memoria
para las cosas que le gustan y en las que fija su interés.
Muchos
de los que entre ustedes cursaron estudios superiores hubieron de estudiar una
o dos lenguas extranjeras. ¿Las recuerdan todavía? Lo dudo. Si se han
encontrado de viaje en aquellos países o en otros lugares donde se hablen las
lenguas en cuestión, han deseado muchas veces haberles concedido más atención
en el colegio. Por supuesto, si entonces hubieran sabido que tendrían que
recorrer dichos países hubieran tenido más interés en aprender sus lenguas; su
voluntad habría tomado una resolución en este sentido. Y habrían quedado
pasmados al ver de qué modo mejoraban sus notas. En mi caso, es esto muy
cierto; me consta. Si entonces hubiese sabido que en tiempos venideros desearía
conocer aquellas lenguas, las habría aprendido y recordado con mayor facilidad.
Desgraciadamente, entonces no poseía una memoria entrenada.
Muchas
mujeres se quejan de tener una memoria atroz y de no ser capaces de recordar
nada. Esas mismas mujeres le describirán al detalle el vestido que llevaba una
amiga suya un día que se encontraron, hace ya varias semanas. Generalmente son
capaces de fijarse en una señora sentada dentro de un coche que corre a más de
sesenta kilómetros por hora, y le dirán lo que lleva; el color de las prendas,
su estilo de peinado, si el cabello es natural o teñido, ¡y hasta su edad
aproximada!
Quizás
hasta adivinarían cuánto dinero tiene. Esto, naturalmente, se sale ya de los
dominios de la memoria e invade el campo de ciertas potencias psíquicas. Pero
el detalle importante, lo que he querido encarecer a lo largo del presente
capítulo, sigue siendo que el interés tiene una importancia primordial para la
memoria. Si uno es capaz de recordar con tanta fidelidad las cosas que le
interesan, ello demuestra que posee una memoria buena. Demuestra, además, que
si se interesase en el mismo grado por otras cosas, las recordaría igualmente
bien.
Lo que
hay que hacer es tomar la decisión de interesarse por recordar nombres, caras,
fechas, números, hechos..., todo, en fin, y la de tener confianza en la propia
capacidad para retenerlos. Esto solo, hasta sin los sistemas concretos y los
métodos de asociación del presente libro, mejoraría la memoria de usted en un
grado notable. Con los sistemas de asociación corriendo en ayuda de su memoria
normal, o verdadera, usted poseerá una capacidad de recuerdo y retención
pasmosa. Desde el capítulo siguiente podrá demostrárselo por sí mismo.
5
EL MÉTODO DE LA CADENA PARA LA MEMORIA
El verdadero bien de un hombre es la memoria,
y En ninguna otra cosa es rico, en ninguna otra cosa: es pobre.
Alexander Smith
Quiero demostrarle ahora que puede usted empezar,
inmediatamente, a recordar como no haya recordado nunca. No creo que nadie con
una memoria privada de entrenamiento pueda recordar veinte objetos no
asociados, por orden, después de haberlos visto u oído nombrar una sola vez. Y
aunque usted quizá no crea posible ni lo uno ni lo otro, será capaz de realizar
esa hazaña precisamente si lee y estudia el presente capítulo.
Antes de entrar en la tarea misma de memorizar, debo
explicarle a usted que el recurso para entrenar la memoria consiste en apoyarla
casi por completo en representaciones o imágenes mentales. Esas
representaciones mentales se recuerdan tanto mejor cuanto más estrambóticas es
capaz uno de construírselas.
A continuación tiene usted una lista de veinte objetos que será capaz de
memorizar en un tiempo sorprendentemente corto.
Alfombra,
papel, botella, cama, pescado, silla, ventana, teléfono, cigarrillo, clavo,
máquina de escribir, zapato, micrófono, pluma, televisor, plato, coco, coche,
cafetera, ladrillo.
Un
hombre famoso dijo cierta vez que el método es la madre de la memoria. Por lo
tanto, voy a enseñarle a usted ahora lo que yo llamo el método de la cadena para
la memoria. Le he dicho ya que su memoria entrenada se valdrá principalmente de
imágenes mentales estrambóticas, ¡construyamos, pues, imágenes de esta clase con
los veinte objetos antes mencionados! ¡No se alarme! Es un juego de niños; sí,
ciertamente, ni más ni menos que un juego.
Lo primero que debe usted hacer es representarse una imagen
del primer objeto, «alfombra», en la mente. Todos ustedes saben lo que es una
alfombra; véanla, pues, con los ojos de la imaginación. No vean la palabra «alfombra»,
sino realmente, por un segundo, vean bien una alfombra cualquiera, bien una
determinada; una que tienen en casa, por ejemplo, por lo cual les resulta muy
conocida. Les he dicho ya que para recordar algo hay que asociarlo de algún
modo con otra cosa que uno ya conozca o recuerde. Eso haremos ahora, y los
mismos objetos que queremos recordar nos servirán como cosas que ya recordamos.
La cosa que ahora ustedes conocen ya y recuerdan es el objeto «alfombra». La
cosa nueva, la que quieren recordar, será el segundo objeto, «papel».
He aquí que van a dar ustedes el primer y más importante
paso hacia la consecución de una memoria entrenada. Deben asociar, o encadenar,
alfombra con papel. Y la asociación ha de ser lo más estrambótica posible. Por
ejemplo, pueden representarse una alfombra en su casa hecha de papel. Véanse
andando sobre ella y oyendo el crujir del papel debajo de los pies. O
imagínense escribiendo en una alfombra en lugar de hacerlo sobre papel. Cada
una de las dos mencionadas es una imagen o asociación estrambótica. Una hoja de
papel reposando sobre una alfombra no resultaría una asociación adecuada.
¡Sería demasiado lógica! La imagen mental ha de ser estrambótica e ilógica.
Puede creerme si le digo que cuando la imagen que se represente sea lógica no
la recordará. Quiero insistir sobre el punto que habré de recordarle a todo lo
largo de este libro. Es preciso ver realmente la imagen estrambótica por una
fracción de segundo, con los ojos de la mente. Por favor, no se limite a ver
las palabras, vea el cuadro que ha escogido. Cierre los ojos por un segundo; de
este modo le será más fácil, al principio, ver el cuadro. En cuanto lo haya
visto, deje de pensar en él, y dé otro paso. Lo que ahora ustedes ya conocen o
recuerdan es «papel»; por tanto, el paso siguiente consiste en asociarlo o
encadenarlo con el objeto que viene a continuación en la lista, que es
«botella». En este punto no se presta ya ninguna atención a la «alfombra».
Constrúyase una imagen estrambótica, completamente nueva con o entre botella y
papel. Pueden verse ustedes leyendo una botella enorme en vez de un periódico,
o escribiendo en una botella en lugar de hacerlo en un papel. O podrían
representarse una botella de la que, en lugar de salir líquido, sale papel; o
una botella hecha de papel en vez de vidrio. Escojan la asociación que se les
antoje más estrambótica y véanla por un momento con los ojos de la mente.
Nunca insistiré demasiado en la necesidad de ver
efectivamente esta imagen con los ojos de la mente, y en la de procurar que la
imagen resulte lo más rara posible. De todos modos, no es preciso que uno se
pase quince minutos buscando la asociación más ilógica; la primera que nos
viene a la mente suele ser la mejor. Yo le daré dos o más formas de construir
imágenes con cada par de los veinte objetos. Usted es quien ha de escoger la
que le parezca más estrambótica, u otra que se le haya ocurrido a usted, y
emplearla.
Hemos encadenado ya alfombra con papel, y luego papel con
botella. Damos ahora con el objeto siguiente, que es «cama». Es preciso formar
una asociación rara entre botella y cama. Una botella tendida en una cama, o
cosa por el estilo, resultaría una imagen demasiado lógica. Véase, pues,
durmiendo en una gran botella en lugar de una cama, o imagínese tomando un
sorbo de una cama en vez de beber de una botella. (A mí se me ocurren imágenes
realmente estrambóticas.) Contemple por un momento una de estas imágenes en la
mente, y luego deje de pensar en ella.
Por supuesto, usted ha notado ya que cada vez encadenamos el
objeto anterior con el que le sigue. Dado que ya hemos utilizado «cama», éste
es el anterior, aquello que ya conocemos y recordamos. El que sigue, el
elemento nuevo que queremos recordar es «pescado». Forjemos pues una asociación
estrambótica entre cama y pescado. Podría usted «ver» un pescado gigantesco
durmiendo en su cama, o una cama hecha de un pescado colosal. «Vea» el cuadro
que le parezca más ilógico.
,
Ahora «pescado» y «silla». Vea el pescado sentado en una silla, o un
pescado grande utilizado como asiento. O bien usted está pescando y en lugar de
sacar peces saca sillas.
«Silla» y «ventana»... Véase sentado en un cristal de
ventana, puesto de canto (y sintiendo dolor), en lugar de sentarse en una
silla. También podría verse arrojando sillas violentamente por una ventana
cerrada. Vea ese cuadro antes de pasar al siguiente.
«Ventana» y «teléfono». Véase contestando por teléfono, pero
al acercarse el aparato al oído no es un teléfono lo que tiene en la mano, sino
una ventana. O podría ver también una ventana de su vivienda como un enorme
disco de teléfono, y para mirar a la calle tiene que hacer girar el disco. O
podría verse rompiendo con el puño el cristal de la ventana para coger el
teléfono. Vea el cuadro que le parezca más idiota, durante un momento.
«Teléfono» y «cigarrillo». Usted está fumando un teléfono,
en vez de un cigarrillo; o se lleva un cigarrillo monumental a la oreja y habla
como si lo hiciera por teléfono. O podría verse cogiendo el teléfono, cuando de
pronto salen del micrófono millares de cigarrillos golpeándole el rostro.
«Cigarrillo» y «clavo». Usted se fuma un clavo; o intenta
clavar en la pared, a martillazos, un cigarrillo encendido.
«Clavo» y «máquina de escribir». Clava un clavo colosal en
su máquina de escribir; o bien todas las teclas de su máquina son clavos en los
que se pincha los dedos.
«Máquina de escribir» y «zapato». Véase calzado con máquinas
de escribir en lugar de zapatos, o escribiendo con los zapatos. Acaso prefiera
ver un zapato muy grande, con teclado, y verse escribiendo con ese instrumento.
«Zapato» y «micrófono». Usted lleva micrófonos en lugar de
zapatos, habla por radio con unos zapatos por micrófono.
«Micrófono» y «pluma». Escribe con un micrófono, o habla
ante una pluma gigante, como si fuera un micrófono.
«Pluma» y «televisor». Podría usted ver un millón de plumas
saliendo a chorro de la pantalla de un aparato de televisión; o unas cuantas
plumas haciendo de personajes de un espectáculo de la televisión; o una pluma
gigante con una pantalla y cómo la tinta de la pluma se derrama formando
figuras en la pantalla.
«Televisor» y «plato». Figúrese que la pantalla de su
aparato de televisión es un plato de cocina; o véase comiendo en la pantalla en
vez de hacerlo en un plato; o figúrese comiendo en un plato en cuyo fondo sigue
al mismo tiempo un programa de televisión. «Plato» y «coco». Imagínese
mordiendo un coco, pero se le hace trozos en la boca, porque es un plato. O
véase mientras le sirven la comida en una gran cáscara de coco en vez de plato.
«Coco» y «automóvil». Puede ver un coco muy grande guiando
un automóvil; o usted guiando un coco enorme a guisa de coche.
«Automóvil» y «cafetera». Una gran cafetera va al volante de
un coche; o usted utiliza como automóvil una cafetera. También podría
representarse su coche —o el de un amigo— sobre la estufa, lleno de café
hirviendo.
«Cafetera» y «ladrillo». Usted echa café con un ladrillo, o
maneja una cafetera que da ladrillos en lugar de café. ¡Ya está! Si usted ha
visto realmente las anteriores representaciones mentales con los ojos de la
imaginación, no tendrá trabajo alguno en recordar los veinte objetos por orden,
desde «alfombra» hasta «ladrillo». Por supuesto, se necesita muchísimo más
tiempo para explicar este procedimiento que para emplearlo, puesto que cada
asociación mental debe verse solamente durante una fracción de segundo, antes
de pasar a la siguiente.
Veamos ahora si ha recordado todos los objetos. Si empezase
«viendo» una alfombra, ¿qué le traerá ésta en seguida a su mente? Papel, por
supuesto. Usted se vería escribiendo en una alfombra en vez de hacerlo sobre un
papel. Ahora el papel le trae a la mente la botella, porque usted ve una
botella hecha de papel. Luego se ve durmiendo en una descomunal botella, que le
sirve de cama; pescando, y en vez de picar peces pican sillas, las que luego
arroja por una ventana cerrada, ¡pruébelo! Verá que puede enumerar todos los
objetos sin cambiar ninguno.
¿Fantástico? ¿Increíble? ¡Sí! Pero, como puede ver,
enteramente plausible y posible. ¿Por qué no prueba a hacerse una lista de
objetos y los memoriza del modo que acaba de aprender?
Me doy cuenta, claro está, de que a todos nos han enseñado a
pensar con lógica, y ahora aquí salgo yo, pidiéndole, que se construya cuadros
o imágenes ilógicas y estrambóticas. Sé que para algunos constituirá al
principio un pequeño problema. Acaso le cueste alguna dificultad imaginarse
esos cuadros. Sin embargo, luego de un corto tiempo de práctica, la primera representación
que le acuda a la mente será una imagen ridícula e ilógica. Hasta que ocurra
esto, aquí tiene unas normas sencillas que le ayudarán.
1. Píntese los objetos desproporcionados. En otras palabras,
excesivamente grandes. En las asociaciones de muestra que acabo de darle he
usado a menudo los adjetivos «gigante», «enorme», «colosal». Lo hice para
inducirle a figurarse aquellos objetos desproporcionados.
2. Siempre que le sea posible, vea las cosas en acción. Por
desgracia, las escenas que más recordamos son las violentas y embarazosas,
mucho más que las cosas agradables. Si se ha encontrado usted en un verdadero
aprieto, o ha sufrido un accidente, aunque haga de ello muchos años, no
necesita una memoria entrenada para recordarlo nítidamente. Usted todavía se
revuelve un poco cuando se acuerda de aquel enojoso incidente que ocurrió hace
varios años, y quizá todavía pueda describir con exactitud los detalles del
accidente que sufrió otro día. Por lo tanto, siempre que le sea posible,
imagínese los cuadros en acción, y en acción violenta.
3. Exagere la cantidad de objetos. En mi asociación entre
teléfono y cigarrillo le he dicho que podía ver millones de cigarrillos
saltando del aparato y golpeándole la cara. Si además ve usted los cigarrillos
encendidos y los siente quemándole la cara, tendrá a la vez acción y
exageración en su cuadro.
4. Substituya una cosa por otra. Éste es el recurso que yo,
por mi parte, utilizo más a menudo. Consiste en representarse una cosa en
función de otra. Por ejemplo, fumarse un clavo en vez de un cigarrillo.
1. Desproporción. 2. Acción. 3. Exageración. 4. Sustitución.
Trate de introducir uno o más de estos cuatro elementos en
sus representaciones y, con un poco de práctica, verá que al instante acude a
su mente una imagen estrambótica relacionando cualquier pareja de objetos. Los
objetos que uno debe recordar quedan así unidos, formando un encadenamiento;
por eso a este método para recordar lo llamo método de la cadena. Todo
el método entero se resume en lo siguiente: asociar el primer objeto con el
segundo, el segundo con el tercero, etc. Formar esas asociaciones valiéndose de
imágenes mentales lo más estrambóticas e ilógicas que sea posible y —detalle de
suma importancia— ver con los ojos de la mente los cuadros imaginados.
En capítulos posteriores aprenderá usted algunas
aplicaciones prácticas del sistema de la cadena: de qué modo puede ayudarle a
recordar el horario a que debe someterse un día determinado o las diligencias
que debe realizar, y cómo puede utilizarlo para recordar los discursos que ha
de pronunciar. Se emplea también para memorizar números largos y muchas otras
cosas. De todos modos, no quiera correr más de la cuenta, y de momento no se
preocupe de todo eso.
Naturalmente, puede utilizar en seguida el método para
ayudarse a recordar la lista de la compra, o para dejar admiradas a sus
amistades. Si quiere ensayar esta exhibición, haga que su amigo o amiga nombre
una serie de objetos y pídale que los anote para que pueda comprobar si usted
acierta. Si al intentar esta prueba nota usted dificultad en recordar el primer
objeto, le sugiero que lo asocie con la persona ante la cual exhibe su
habilidad. Por ejemplo, si el primer objeto fuese alfombra, podría ver a su
amigo o amiga envueltos en una alfombra. Asimismo, si en su primer ensayo
olvida uno de los objetos pregunte cuál es y fortalezca la asociación
correspondiente. Será en todo caso que no se sirvió de una que fuese lo
suficientemente estrambótica, o que no la vio con los ojos de la mente; de lo
contrario no la hubiera olvidado. Luego que haya fortalecido la primera
asociación estará en condiciones de repetir los objetos desde el primero hasta
el último. ¡Pruebe y verá! ¡Y lo que más impresiona es que si al cabo de dos o
tres horas le piden que vuelva a enumerar aquellos objetos podrá complacerlos!
Las asociaciones formadas seguirán trayéndolos todavía a su mente. Y si quiere
impresionar de verdad a sus oyentes, ¡nombre los objetos desde el último al
primero!
Cosa pasmosa de verdad, a usted le vienen a la memoria de
una manera automática. Le basta pensar en el último objeto para que éste le
recuerde el penúltimo, y éste el antepenúltimo, y así sucesivamente, hasta el
primero. Y de paso, ¿por qué no volver a ensayar otra vez la prueba número 1
del capítulo 3? Compare la puntuación que obtenga con la conseguida antes de
leer la descripción del método de la cadena en el presente capítulo.
6
EL SISTEMA DEL COLGADERO
Cierta asociación compuesta solamente de
escritores humoristas estaba celebrando su banquete anual en un hotel de moda
de la ciudad de Nueva York. Uno de los artículos del reglamento de la misma
prohibía que sus miembros se contasen jamás un chiste. Los tenían todos
aprendidos de memoria y numerados y, en vez de contarlos, se ahorraban tiempo
diciendo únicamente el número correspondiente al chiste que estuvieran
pensando.
Durante la comida, en un momento dado, si a
uno de los comensales se le ocurría un chiste que le parecía adecuado a la
situación, decía su número, e invariablemente se levantaba un coro de carcajadas.
«Número 204», gritaba otro. Más carcajadas. Hacia el final del banquete, uno de
los socios nuevos gritó: «Número 212.» Y un silencio sepulcral acogió su
ocurrencia. A lo que su vecino se volvió hacia él y le dijo: «Pronto aprenderá,
amigo mío, que lo más importante no es el chiste en sí, sino la manera de
contarlo.»
Aunque la historia que antecede es pura invención, la
mayoría de personas considerarían imposible recordar tan gran cantidad de
chistes por sus números respectivos. Permítanme asegurarles que es posible; y
en un capítulo venidero les explicaré cómo se hace. Sin embargo, de momento lo
primero será aprender a recordar los números. Los números en sí son de lo más
difícil de recordar, por ser completamente abstractos e intangibles. Casi es
imposible del todo hacerse una imagen de un número. Vienen representados por
unos dibujos geométricos, y no suscitan imagen alguna en nuestras mentes, a
menos que los hayamos asociado durante cierto período de tiempo a algo
conocido. Naturalmente, para usted el número de su casa y el número de su
teléfono sí que significan algo. El problema está en saber asociar un número
cualquiera fácil, rápidamente y en cualquier momento.
Si usted intentase colgar un cuadro en una pared
completamente lisa de su salón, ¿qué pasaría? Pues, naturalmente, que el cuadro
se caería al suelo. En cambio, si tuviera clavado en aquella pared un pequeño
colgadero, entonces podría aprovecharlo para suspender el cuadro. Lo que haré
yo ahora será darle unos cuantos «colgaderos»... no, no para su pared, sino
para tenerlos dispuestos en toda ocasión en la mente. ¡Desde hoy en adelante,
todo lo que quiera recordar que esté relacionado de alguna manera con los
números podrá «colgarlo» de esos colgaderos! Por tal razón llamo a este sistema
de recordar el sistema del colgadero.
Un sistema que le enseñará a contar con objetos (dado que a
los objetos puede verlos mentalmente) en lugar de números. No se trata de una
idea excesivamente nueva. La introdujo por primera vez Stanislaus von
Wennsshein allá por el año 1648. En el año 1730 el doctor Richard Grey, de
Inglaterra, modificó el sistema entero, llamándolo de las letras o
«equivalentes de números». La idea era formidable, pero el método en sí
resultaba un poco torpe, porque en su sistema empleaba vocales lo mismo que
consonantes. Desde 1730 se han introducido muchas modificaciones, pero el
sistema continúa siendo básicamente el mismo.
A fin de aprender este método, es preciso que usted aprenda
primero un sencillo alfabeto fonético. No hay que asustarse, sólo consta de
diez sonidos, y, con mi ayuda, no le costará más de diez minutos aprenderlos.
Serán los diez minutos mejor empleados de su vida, puesto que este alfabeto
fonético le ayudará en un momento dado a recordar números, o números en conjunción
con cualquier otra cosa, con una facilidad tal que jamás la hubiera creído
usted posible.
Voy a darle pues un sonido consonante distinto para cada
cifra, o sea para el, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 0. Estos sonidos debe
aprenderlos bien de memoria y retenerlos. Yo le facilitaré la labor dándole un
«auxiliar de la memoria» para cada uno de ellos. Léalos detenidamente y con
toda atención.
El sonido para la cifra 1 será siempre T, o D. La T tiene un
solo palo vertical. D y T son ambas linguo-dentales, y en final de silaba
suenan aproximadamente igual.
El sonido para la cifra 2 será siempre N, o la N. La N tiene
dos palos. La Ñ también.
El sonido para la cifra 3 será siempre M. La M tiene tres
palos.
El sonido para la cifra 4 será siempre C (en su sonido fuerte
de ca, co, cu), o K, o Q. La C es la inicial de «cuatro». Piense además en
«camino» y «carretera» por donde circulan los «coches». Y aunque existan muchos
tipos de coche, por lo común, si nos imaginamos «un coche», así en abstracto,
siempre nos lo imaginaremos de cuatro ruedas.
El sonido para la cifra 5 será la L. Como cifra romana la L
representa un múltiplo de 5. No emplearemos la V, aunque parezca indicada (por
valer, como cifra romana, cinco exactamente), por lo que verá el lector unas
líneas más adelante. También representaremos esta cifra (5) con la Ll.
El sonido para la cifra 6 será siempre la S, o la C (en las
sílabas ce, ci), o la Z. La S es la letra inicial y final a la vez de la
palabra «seis». Además de su parentesco innegable con la S, la C mayúscula,
manuscrita, se parece mucho en su grafía a la cifra 6.
El sonido de la cifra 7 será siempre la F. Si escribimos la
F en sentido contrario, es decir, con el palo hacia la derecha, resulta un 7
casi perfecto. También representaremos esta cifra con la J. Manuscritas y
minúsculas, resulta que la «j» es la mitad de una «f». Y, claro, también la
representaremos con la G en los sonidos «ge» y «gi».
El sonido para la cifra 8 será siempre la Ch. No sé si a
usted le ocurre lo mismo, pero a mí se me antoja que la Ch condensa por sí sola
el significado de la palabra «ocho». Quizá por estar en medio, como única
consonante, y tener delante y detrás una sola y la misma vocal. ¿Verdad que
cuando oiga el sonido de la Ch pensará en un «ocho»? Bien, también la G, en los
sonidos «ga» «gu», representarán el 8*.
El sonido para la cifra 9 siempre será V, o B, o P. La P
escrita en sentido inverso, o sea con el palo hacia la derecha, parece un
nueve. La V y la B ya sabemos que fonéticamente son una misma letra,
emparentada con la P por ser ambas bilabiales. Además, ¿verdad que el parecido
entre las palabras «nueve» y «nuevo», y el parentesco (en el significado) entre
«nuevo» y «bueno» semejan crear una especie de relación entre el sonido de V (o
B), y la cifra 9?
El sonido para la cifra 0 será siempre la R. El cero es
redondo, como una «rueda». Uno siente la tentación de hacerlo «rodar» como un
«aro». También la RR.
Si usted hace un pequeño esfuerzo por representarse el
pequeño auxiliar de la memoria que acabo de darle para cada sonido, deberá
recordarlos todos fácilmente. Recuerde, por favor, que lo que importa no son
las letras como dibujo, sino sus sonidos. Por eso lo llamo alfabeto fonético.
Ha visto ya que cuando he dado más de una letra para la misma cifra, es que los
sonidos de las diversas letras dadas son iguales o casi iguales#. Uno coloca los órganos fonadores del
mismo modo para pronunciar P que B, o que V. En cambio, un mismo dibujo (como
en el caso de la C) puede tener dos sonidos distintos. Así el sonido de la C en
la palabra «coces» representará en la primera sílaba un 4 y en la segunda un 6.
Si en algún caso se nos ocurriera emplear una de las pocas palabras que en
español empiezan por dos consonantes, tales como «psicosis», «mnemotécnico»,
etc., sólo daríamos valor a la consonante que verdaderamente se oye, que es la
segunda. (Recordemos que está autorizado incluso escribir dichas palabras
prescindiendo de la primera consonante.) Repitamos otra vez que lo que nos
interesa es el sonido.
Y ahora repasemos nuestro alfabeto fonético una vez más:
1. T, D 6.
S, C (en «ce», «ci»), Z
2. N, Ñ 7. F, J, G (en «ge», «gi»)
3. M 8. Ch, G (en «ga», «go», «gu»)
4. C, K, Q 9. V, B, P
5. L, Ll 0. R, RR
2. N, Ñ 7. F, J, G (en «ge», «gi»)
3. M 8. Ch, G (en «ga», «go», «gu»)
4. C, K, Q 9. V, B, P
5. L, Ll 0. R, RR
Aparte la vista de esta página y vea si recuerda bien los
sonidos, desde 1 hasta 0. Vea si los recuerda también en distinto orden. Ahora
ya debería conocerlos todos.
Este sencillo alfabeto fonético tiene una importancia
capital, y usted debería practicarlo hasta asimilarlo tan bien como el
abecedario. Cuando lo tenga perfectamente en la memoria, el resto del sistema
de colgadero será para usted como coser y cantar. Una manera de practicar muy
eficaz consiste en lo siguiente: cada vez que vea usted un número, tradúzcalo
mentalmente en sonidos. Por ejemplo, usted ve el número de matrícula 3746 en un
coche; debería traducirlo inmediatamente por m, f, c, s. Acaso vea usted la
cantidad 8529; conviene que sepa traducirla inmediatamente por ch, l, n, v.
También puede entrenarse convirtiendo en número cualquier palabra que vea. Por
ejemplo, a la palabra «motor» le correspondería el número 310. La palabra
«papel» sería el 995 y «carretera», el 4010. En todo caso, al practicar de este
modo, si encontramos en algunas palabras las consonantes que no entran a formar
parte de nuestro sistema del colgadero (h, x, y), podemos considerar que no
están y pasarlas por alto. La «ll» la consideraremos como una sola «l». La «rr»
como una sola «r». Tampoco las vocales tienen valor ninguno en este sistema.
Pero antes de seguir adelante complete los siguientes
ejercicios. En la primera columna hay que convertir las palabras en números; en
la segunda, hay que convertir los números en palabras:
Colombia ………… 6.124
batelero ………… 8.903
chiquilladas ………… 2.394
brazalete ………… 1.109
hipnotiza ………… 8.374
batelero ………… 8.903
chiquilladas ………… 2.394
brazalete ………… 1.109
hipnotiza ………… 8.374
Ahora ya está usted a punto de aprender algunos de los
«colgaderos» que mencioné. De todos modos, le aconsejaría que antes de pasar a
ocuparnos de los colgaderos se asegure usted bien de conocer todos los sonidos.
Muy bien, puesto que ahora conocemos un determinado sonido
para cada uno de los números dígitos, desde uno a cero, ya ve usted que podemos
hacernos una palabra para cualquier número, no importa cuántas cifras tenga
éste. Por ejemplo, si quisiéramos construir una palabra para el número 21,
podríamos emplear cualquiera de las siguientes: neto, nudo, nota, nata, nido,
etc., porque todas tienen por primer sonido consonante a la n (que representa
2) y en segundo lugar a la t o la d (que representan 1). Para el 14 podríamos
utilizar; taco, toca, toque, tic, duco, daca, duque, etc., porque todas
empiezan con el sonido consonante de t o d, escogido para el 1, y terminan con
el de c, escogido para el 4. Insisto en que sólo nos interesan los sonidos
consonantes que entran en nuestro sistema.
¿Comprende usted cómo he formado estas palabras? Si es así,
puedo seguir adelante y proporcionarle unos cuantos «colgaderos», que serán los
primeros de la colección. Cada una de las palabras «colgadero» que le daré ha
sido especialmente escogida para que resulte relativamente fácil representársela,
lo cual tiene enorme importancia.
Como el número 1 consta de una sola cifra, la cual viene
representada por la T o la D, debemos emplear una palabra que no tenga ningún
otro sonido consonante. Escogeremos, pues, la palabra «TEA». Véala usted, la
tea, encendida, imagínese la tea —o antorcha— con la que se enciende el fuego
de los Juegos Olímpicos. Desde ahora en adelante, la palabra tea representará
siempre para usted el número 1. Insisto en la importancia de que usted sepa
representarse mentalmente estos objetos. De ahí las imágenes que le he sugerido
hace un momento, y las que le sugeriré siempre que lo crea necesario.
La palabra «NOÉ» representará siempre el número 2. Imagínese
a un anciano de cabellos y barba blancos, tripulando un arca.
La palabra «AMO» representará siempre el número 3. Píntese
en la mente un amo terrible —aunque en la realidad no sea así—, un poco entre
señor feudal y negrero, con el látigo en la mano señalando los linderos de sus
propiedades.
La palabra «OCA» representará siempre el número 4. Vea usted
una oca dirigiéndose contra usted con el cuello estirado, lanzando sus
desagradables graznidos. Si quiere representarse la oca en otra actitud, puede
hacerlo, pero una vez haya escogido la imagen que sea, emplee siempre la misma.
Vea usted lo que me propongo con estas palabras. Todas ellas tienen un solo
sonido consonante, que es el que representa la cifra que nos interesa.
La palabra «LEY» representará siempre al número 5. La
palabra «ley» en sí misma no puede representarse mentalmente; le sugiero que se
represente a un guardia civil, puesto que son los guardias de la ley. O vea
mentalmente a un juez con su toga, arrojando airado el libro del Código contra
el acusado. Insisto en que una vez escogida la imagen que prefiera, use siempre
la misma.
El número 6 será la palabra «OSO». El número 7 será la
palabra «FEA». Imagínese a una bruja, vieja, sucia, con una nariz larga y
curvada, una boca de oreja a oreja, fea, en fin, fea de verdad. El número 8
será la palabra «HUCHA» (aunque tenga una H primero recordemos que es muda, y
nuestro alfabeto para números no es ortográfico, sino fonético). Vea la «hucha»
como la parte superior del 8; véala derramándose, de tan llena, por su rendija.
El número 9 será la palabra «AVE». El número 10 tiene dos
cifras, el 1 y el 0. Así pues, el «colgadero» para 10 deberá tener dos
consonantes, la T y la R. Advirtamos que para representar el 0 emplearemos lo
mismo el sonido de R sencilla que el de RR. No hay inconveniente alguno, antes
al contrario, en que una misma cifra venga representada por más de una
consonante, siempre que se cumplan las dos condiciones indeclinables que
anotamos a continuación: 1. Que las consonantes que representan la misma cifra
tengan un parentesco fuera de duda. (Admitamos las excepciones de las F-J y la
CH-G). 2. Que jamás puedan dar origen a confusiones (como, por ejemplo, si por
su parentesco con otra consonante elegida para representar otra cifra pudieran
dejarnos en duda sobre cuál cifra representan). Así, la palabra que represente
el número 10 será «TORRE». Vea usted mentalmente la «torre» de un castillo de
la Edad Media.
Generalmente, costaría un pequeño esfuerzo recordar diez
objetos sin ninguna relación entre sí como los que acabamos de elegir. Pero
como en este caso la palabra que indica a cada uno de los diez objetos ha de
cumplir una determinada condición, la de tener unos determinados sonidos
consonantes, y ninguno más, comprobará usted que es fácil recordarlas. En
realidad, si las ha leído una vez poniendo toda su atención, es probable que
las recuerde ya. ¡Pruébelo!
Al pensar en un número, repítase su sonido primero, y luego
trate de recordar la palabra «colgadero» que le corresponde. Haga pruebas
siguiendo un orden correlativo, ascendente y descendente, y luego al azar.
Conviene que recuerde que el número 3 es «AMO», ¡y ello sin necesidad de
repetir «tea», «Noé», «amo»! Realice esto hasta que las palabras propuestas
queden clavadas de un modo indestructible en su cerebro. Si encuentra un número
y teme no recordar el colgadero que le corresponde, piense en el sonido de
aquel número y pronuncie palabras que contengan únicamente el sonido consonante
que corresponda, empezando por él, o teniendo delante una vocal a lo más.
Cuando pronuncie la palabra precisa será como si se disparase un timbre en su
mente, y conocerá al momento que ha acertado. Por ejemplo, si no recordase la
palabra «colgadero» para el número 1, podría empezar a decir «té, Tuy, tío,
tía, tea», y en cuanto dijese «tea» reconocería al instante la palabra que
buscaba.
Vea cómo he procedido. He trabajado lentamente para
identificarle a usted con cada uno de los diez primeros números. Primero le
ayudé a recordar el que llamo «alfabeto fonético», luego esos sonidos le han
ayudado a recordar las palabras «colgadero», cuya importancia no es preciso
encarecer; y las «palabras colgadero» le ayudarán a recordar todo lo que se
relacione con los números; por lo cual es preciso que se asegure de saberlas
bien.
1. Tea. 6.
Oso.
2. Noé. 7. Fea.
3. Amo. 8. Hucha.
4. Oca. 9. Ave.
5. Ley. 10. Torre.
2. Noé. 7. Fea.
3. Amo. 8. Hucha.
4. Oca. 9. Ave.
5. Ley. 10. Torre.
Ahora, si cree recordar bien las diez primeras palabras
colgadero, le enseñaré cómo puede usarlas para recordar objetos en un orden
dado, o en distinto orden. Enumeraré diez objetos, en un orden caprichoso y le
demostraré que puede recordarlos, ¡después de haberlos leído una sola vez!
9. Bolsa. 5.
Máquina de escribir.
6. Cigarrillo. 2. Televisor.
4. Cenicero. 8. Reloj de pulsera.
7. Salero. 1. Estilográfica.
3. Lámpara. 10. Teléfono.
6. Cigarrillo. 2. Televisor.
4. Cenicero. 8. Reloj de pulsera.
7. Salero. 1. Estilográfica.
3. Lámpara. 10. Teléfono.
El primer objeto de la lista es el señalado con el número 9
(bolsa). Todo lo que tiene usted que hacer es establecer una asociación
estrambótica e ilógica, entre la palabra colgadero para el número 9, que es
«ave», y bolsa. Si se ha dado cuenta de la verdadera importancia de «ver»
realmente esas asociaciones estrambóticas con los ojos del pensamiento, la cosa
no le ofrecerá la menor dificultad. En el caso presente podría verse abriendo
una bolsa de la que sale un ave que le da un picotazo en la nariz. Vea el
cuadro por un corto momento y luego pase al siguiente.
Número 6 (oso). Cigarrillo. Véase fumando un cigarrillo «a
medias» con un oso, es decir, dando una chupada el uno, una chupada el otro al
mismo cigarrillo; o vea un oso ofreciéndole muy cortés un enorme cigarrillo.
Número 4 (oca). Cenicero. Vea un tropel de ocas llevando
sendos ceniceros en la cabeza, a guisa de sombreros. Quizá podría ver también
una oca navegando dentro de un sombrero gigante.
Yo le ofrezco una o más formas de relacionar cada objeto con
su palabra colgadero. Usted empleará la que le parezca mejor. O bien una que se
le ocurra. La primera representación ilógica que acude al pensamiento suele ser
la mejor, porque será la que luego acuda más fácilmente otra vez. Ahora le
ayudaré con las diez del presente ensayo, porque es la primera vez que pone en
práctica este método: pero en lo sucesivo ha de saber hacerlo sin mi ayuda.
Número 7 (fea). Salero. Imagínese una «fea» bruja que tiene
por ojos dos saleros, por nariz un salero, por boca otro salero y que monta, en
lugar de escoba, un salero muy alargado. De sus ojos salen como los chorros de
luz de los focos de un camión, pero no son chorros de luz sino chorros de sal;
y de su boca, al hablar, también sale un chorro de sal.
Número 3 (amo). Lámpara. Podría «ver» a un señor en medio de
una brigada de trabajadores, paseándose muy ufano con una lámpara por sombrero.
Vea la lámpara oscilando de un lado para otro. (Acción: Regla segunda.)
Número 5 (ley). Máquina de escribir. Podría ver una máquina
de escribir monumental, en la que cada tecla se proyecta en forma de pata,
conducida por una pareja de la guardia civil. O (si es que para «ley» eligió la
imagen del juez arrojando el Código contra el acusado) podría ver la máquina de
escribir, en forma similar a la de antes, aguantando los reproches del juez,
quien arroja el Código contra ella.
Número 2 (Noé). Televisor. Podría ver a Noé navegando por
encima de las aguas en un aparato de televisión en lugar de arca.
Número 8 (hucha). Reloj de pulsera. Usted puede ver una
hucha que es al mismo tiempo un enorme reloj de pulsera; o una hucha en la que
van cayendo, uno tras otro, relojes de pulsera; o de cuya rendija salen a
chorro relojes de pulsera.
Número 1 (tea). Estilográfica. Represéntese a sí mismo
empleando una tea encendida como estilográfica, o llevando la estilográfica
ardiendo en calidad de antorcha.
Número 10 (torre). Teléfono. Vea una torre hablando por
teléfono. La torre tiene el oído en uno de sus torreones; la boca es una
ventana. El aparato telefónico será, por tanto, gigante.
Ahora coja un pedazo de papel, escriba en columna del 1
hasta el 10 y trate de anotar los objetos junto a su número correspondiente,
sin mirar el libro. Al empezar por el 1 imagínese la palabra colgadero «tea», e
inmediatamente se le aparecerá en la imaginación la asociación formada; es
decir, se verá escribiendo con una tea encendida, o levantando una
estilográfica ardiendo, en vez de una tea. Con ello sabrá que al número 1 le
corresponde estilográfica. Al imaginarse la figura de Noé le verá navegando en
un aparato de televisión y no en un arca; y así sabrá que al número 2 le
corresponde al aparato de televisión.
Así irá recordando todos con gran facilidad. Lo más
admirable es que los recordará con la misma sencillez en otro orden cualquiera.
Usted mismo ve, naturalmente, que el orden en que se digan importa poco.
También puede enumerarlos en orden inverso, o sea, empezando por el objeto
número 10 y acabando por el número 1.
Ahora ya debería sorprenderse en extremo de su propia
habilidad. Pero ¡espere! ¿Por qué no memorizar veinticinco objetos en lugar de
diez solamente? Al final del presente capítulo encontrará las palabras
colgadero para los números del 11 al 25. Haga el favor de aprenderlas del mismo
modo que ha aprendido las diez primeras. Cuando las sepa perfectamente, haga
este alarde de habilidad entre sus amigos. Pida que uno de ellos escriba en
columna los números desde uno a veinte, o a veinticinco, o hasta el número que
a usted le parezca bien. Luego dígale que pronuncie uno cualquiera de aquellos
números, a capricho, objeto nombrado junto al número que pronunció. Indique que
siga haciendo lo mismo hasta que no quede ningún número sin su correspondiente
objeto. En seguida enuméreselos desde el primero (o sea, desde el que
corresponde al número uno) hasta el último. ¡A continuación ordénele que
pronuncie un número y dígale inmediatamente qué objeto le corresponde, o que
nombre uno de los objetos y usted le dirá con qué número forma pareja!
No se maraville en exceso de esta última hazaña; no tiene
nada de particular. Si yo le preguntase a usted qué número le corresponde a
«salero» usted «vería» inmediatamente la imagen de una fea bruja con dos
saleros (arrojando sendos chorros cónicos de sal) por los ojos, un salero por
nariz, otro por boca y otro muy alargado por escoba. Y como «fea» es la palabra
colgadero para el número 7, usted sabría que a «salero» le corresponde el
número 7.
¡Verá usted la cara de pasmo que pone su amigo cuando haya
terminado el experimento!
Le ruego que no pase al capítulo siguiente sin estar perfectamente
seguro de que sabe todas las «palabras colgadero» desde 1 a 25.
11. Teta. 19.
Tubo.
12. Tina. 20. Nuera.
13. Tomo. 21. Nido.
14. Taco. 22. Niño.
15. Tela. 23. Nomo.
16. Tez. 24. Eunuco.
17. Tufo. 25. Nilo.
18. Techo.
12. Tina. 20. Nuera.
13. Tomo. 21. Nido.
14. Taco. 22. Niño.
15. Tela. 23. Nomo.
16. Tez. 24. Eunuco.
17. Tufo. 25. Nilo.
18. Techo.
Recordará usted, sin duda, que «tina» (número 12), es un
jarrón grande, de tierra cocida, es decir, lo mismo que «tinaja». En el número
13 no nos confundiremos con el presente del verbo «tomar», sino que
interpretaremos la palabra en su acepción de «volumen», «libro». En el número
14 cogeremos la palabra «taco» en su acepción de palo para jugar al billar. En
el número 17 daremos a «tufo» el sentido de olor fuerte y desagradable. En el
número 22 mejor que representarnos la figura de un niño indeterminado,
genérico, pensaremos en un niño concreto, al cual conozcamos bien. En el número
23 hemos de tener presente lo que ya hemos hecho constar anteriormente, es
decir, que cuando una palabra empiece por dos consonantes, una de las cuales en
realidad no se pronuncia, consideramos que la que no se pronuncia no está.
Repitamos que, lo mismo que nuestro «alfabeto» para cifras, nuestras «palabras
colgadero» para números son entes meramente fonéticos. Para recordar la palabra
representativa del número 24 (eunuco), piense en un esclavo negro. Si relaciona
esta imagen con el recuerdo de los cuentos de las Mil y una noches, asimilará
mejor, sin duda, esa palabra. Para «Nilo», hágase la imagen de un trozo de río
con palmeras en la orilla y cocodrilos asomando a la superficie. En resumen,
procure forjarse una imagen concreta en cada uno de los casos, no una imagen
genérica. Vea siempre, a ser posible, una «tela» determinada. Piense en una
«nuera» concreta. Si conoce una que anduvo a la gresca con su querida suegra,
tanto mejor. Tanto mejor para forjarse cuadros mentales, queremos decir.
Tenga presente otra vez que en cuanto haya escogido una
imagen concreta para cada una de las palabras colgadero debe emplear siempre e
invariablemente la misma.
Si ya sabe a la perfección los colgaderos correspondientes a
los números del 1 al 25 (y yo le aconsejaría que no siguiera adelante hasta
conocerlos bien), y se siente con ánimo (o aunque no se sienta), ¿por qué no
ensayar otra vez la prueba número 2 del capítulo 3? Inténtelo, ¡y luego compare
la puntuación con la conseguida anteriormente!
7
EMPLEE EL SISTEMA DEL COLGADERO Y EL DE LA CADENA
Paciente nuevo: Doctor, no sé qué me pasa. Es
preciso que me remedie; no consigo recordar nada, nada en absoluto. No tengo
memoria. ¡Oigo una cosa en este instante y un instante después la he olvidado
ya! Dígame, ¿qué debo hacer?
Doctor: ¡Pagar por adelantado!
No sabría reprocharle al médico de la anécdota antes citada
que quisiera cobrar sus honorarios por anticipado, y creo que la mayoría de los
que olvidamos pagar las facturas que debemos nos olvidamos de esas facturas
porque no queremos acordarnos de ellas. Según Austin O'Malley, «El hábito de
tener deudas es muy malo para la memoria». Por desgracia, tratándose de deudas,
nunca falta quien nos reavive el recuerdo.
Si usted ha comprendido bien la idea que anima los sistemas
de la cadena y del colgadero ha levantado ya dos de las tres columnas en que se
ha de apoyar su memoria entrenada. La tercera columna la proporciona el sistema
de sustituir palabras, o pensamientos, que expondré en capítulos posteriores.
Si así le apetece, por el momento puede usted empezar a
poner en práctica lo aprendido hasta aquí. No precisamente para recordar
deudas, que sin duda preferirá poder olvidar, sino para memorizar, por ejemplo,
las diligencias que tenga que llevar a cabo todos los días. Si usted suele
hacerse una lista con las compras que debe efectuar, ¿por qué no intentar
memorizar con ayuda del sistema de la cadena? Es muy sencillo, se asocia o une
el primer artículo con el segundo, éste con el tercero, etc., hasta terminar la
lista. La próxima vez que salga de compras puede usted memorizar una lista
completamente distinta, sin que se produzca la menor confusión. Lo bonito del
método de la cadena está en que uno puede olvidar una lista siempre que lo
desee. En realidad, cuando uno memoriza la segunda lista, la primera queda
borrada, si no se hace nada por impedirlo. Puesto que, naturalmente, uno puede
recordar cuantas listas o cadenas desee. La mente es una máquina fantástica;
puede comparársela a un gran archivo. Si uno ha memorizado una colección de
cosas por el sistema de la cadena y quiere retenerlas... puede. Si quiere
olvidarlas... puede también. Es, simplemente, una cuestión de deseo. La lista
que uno quiere recordar será aquella que tiene intención de utilizar en lo
sucesivo; de lo contrario no habría motivo para querer retenerla. Y entonces el
mismo empleo de aquella cadena servirá para grabarla más profundamente en la
memoria. Si resulta ser una lista que no piensa usted emplear inmediatamente,
sino al cabo de algún tiempo, también en este caso puede retenerla. Le
convendrá entonces repasarla al día siguiente de haberla memorizado y repetir
la maniobra unos días más. Con ello la lista en cuestión queda archivada en la
memoria y allí la tendrá pronta a emerger cuando la necesite.
¡Naturalmente, todos comprendemos que a veces es necesario
olvidar! Benjamin Disraeli, cuando le preguntaron cómo había conseguido las
distinciones de que le había hecho objeto la Monarquía, dijo: «Yo observo una
regla de conducta muy sencilla; jamás niego, nunca contradigo, y a veces
olvido.» Con todo, esto es una cuestión de diplomacia y no de memoria; y yo sé
que usted está leyendo este libro para que le enseñen a recordar, no a olvidar.
No se inquiete, pronto le enseñaré cómo puede emplear el sistema de la cadena
para recordar discursos, artículos, anécdotas, etc.
La diferencia principal entre el sistema de la cadena y el
del colgadero está en que el primero lo empleamos para recordar una serie de
cosas en un orden dado; mientras que el del colgadero sirve para recordarlas en
un orden cualquiera. Acaso usted opine que, no necesitando recordar nada fuera
de un orden determinado, no tiene necesidad del sistema del colgadero. Créame
si le digo que debe aprenderlo a la perfección. Le será extremadamente útil
para recordar números de teléfono, números de clasificaciones, cantidades
largas, direcciones... En fin, el sistema del colgadero le ayudará a recordar
todo lo que tenga una relación próxima o lejana con los números. Inciden-talmente,
le proporcionará el placer de realizar pasmosas exhibiciones de una memoria
extraordinaria ante sus amigos. Además de que me propongo profundizar más,
memorizando citas y horas para la semana, el día o el mes, en capítulos
sucesivos, voy a mostrarle cómo puede aplicar, ya en este momento, lo que ha
aprendido al mentado problema. Puede usted emplear el método de la cadena o el
del colgadero o una combinación de los dos.
Vamos a suponer que un día determinado debe usted realizar
las siguientes diligencias: tiene que hacer lavar el coche (ahora sabemos que
hoy ha de llover); ha de depositar una cantidad en el banco, echar una carta al
buzón, consultar a su dentista, recoger el paraguas que olvidó en casa de un
amigo (entonces todavía no había leído el capítulo referente a la distracción);
ha de comprar cierto perfume para su esposa, telefonear, o hablar
personalmente, con un reparador de aparatos de televisión, ir a una ferretería
a comprar bombillas y un martillo, un marco, un trozo de hilo eléctrico y un
tapetito para el planchador; tiene que comprar en una librería un ejemplar del
presente libro para un amigo desmemoriado, hacer reparar su reloj y proveerse
de una docena de huevos. (¡Canastos, en verdad que se le presenta un día
ocupado!)
Bien, según dije, puede usted emplear el sistema de la
cadena o el del colgadero para recordar las cosas que tiene que hacer. Usemos
el método de la cadena; sencillamente, asociará usted, estableciendo una
relación estrambótica entre ellos, el coche con el banco. Podría verse entrando
en el banco con su coche recién adquirido y luego depositando letras de los
plazos en vez de dinero. En seguida vea el dentista arrancándole de la boca
letras de las mencionadas en lugar de muelas, o utilizando una letra en vez de tenacillas.
Para recordar el encargo de recoger el paraguas, represéntese al dentista
arreglándole la boca con una mano, mientras con la otra sostiene un paraguas
sobre su cabeza... En fin, establezca una asociación estrambótica entre
paraguas y perfume; luego entre perfume y aparato de televisión; luego entre
aparato de televisión y ferretería; luego entre ferretería y libro; luego entre
libro y reloj, y finalmente entre reloj y huevos.
Le he ofrecido ejemplos para los primeros encargos
solamente, porque quiero que se acostumbre a poner en juego su propia
imaginación para establecer relaciones estrambóticas. Es decir, tiene que hacer
lo mismo, en este caso, que si estuviera «encadenando» una lista de objetos. En
realidad es lo mismo. Y cuando llega a la diligencia de hacer reparar el reloj
o la de comprar una docena de huevos, no es preciso hacer entrar en el cuadro
la reparación misma, ni la cantidad de huevos que debe adquirir. Le bastará
formar un cuadro en el que entre el reloj y un huevo. Por ejemplo, usted rompe
un huevo y sale de dentro un reloj de pulsera; o bien lleva un huevo en lugar
de un reloj de pulsera. Es suficiente ver el objeto determinado para recordar
todo el encargo al detalle. Estos colaboradores ponen en juego la memoria
normal, o verdadera; la imagen del reloj o de los huevos bastan para ponerla en
movimiento; ella se encargará entonces de recordarle lo que debe hacer con el
reloj, o de especificarle la cantidad de huevos que debe adquirir. Al entrar en
la ferretería tiene usted que comprar cinco cosas. Para recordarlas bien, forme
con ellas una «cadena» separada. Podría empezar por representarse una gran
bombilla que fuese la propietaria del establecimiento y usted la rompe con un
martillo, el cual pone después dentro de un marco y cuelga el marco en la
pared; y así sigue hasta llegar al tapete para el planchador.
Una vez que haya encadenado todas las diligencias del día,
lo único que debe hacer es realizar una; ésta le recordará la siguiente, ésta
la otra, y así hasta el final. Sin embargo, el hecho de haber empleado el
método de la cadena no le obliga a realizar los recados en el orden en que los
ha encadenado. Esto resultaría un pequeño inconveniente, a menos que hubiese
efectuado el encadenamiento teniendo este detalle en cuenta. No, no, puede
realizarlos según el orden que mejor le acomode. Cada vez que haya dejado uno
listo, puede repasar mentalmente la cadena entera para ver de cuál le conviene
ocuparse a continuación, teniendo en cuenta el tiempo y lugar. Cuando crea
haber resuelto todo lo que tenía que hacer, repase una vez más la «cadena» y,
si había olvidado algo, lo notará inmediatamente.
Por supuesto, puede utilizar el sistema del colgadero con la
misma facilidad. Le bastaría asociar el coche con la palabra colgadero para el
número 1. Podría imaginarse a sí mismo guiando una tea encendida a guisa de
coche. Asocie, pues:
Banco a Noé (núm. 2).
Carta a amo (núm. 3).
Dentista a oca (núm. 4).
Paraguas a ley (núm. 5).
Perfume a oso (núm. 6).
Aparato de televisión a fea (núm. 7).
Ferretería a hucha (núm. 8).
Libro a ave (núm. 9).
Reloj a torre (núm. 10).
Huevos a teta (núm. 11).
Carta a amo (núm. 3).
Dentista a oca (núm. 4).
Paraguas a ley (núm. 5).
Perfume a oso (núm. 6).
Aparato de televisión a fea (núm. 7).
Ferretería a hucha (núm. 8).
Libro a ave (núm. 9).
Reloj a torre (núm. 10).
Huevos a teta (núm. 11).
Entonces podría emplear el sistema de la cadena para los
diferentes objetos que necesita de la ferretería. También aquí podría recurrir
al sistema del colgadero, formando una serie nueva de asociaciones; por
ejemplo, bombilla a tea, martillo a Noé, etc. No se produciría ninguna
confusión entre las dos series de asociaciones, pero resulta más sencillo
emplear el sistema de la cadena. Si bien puede empezar por realizar primero el
encargo asociado con el número 1, luego el asociado con el número 2 y así
sucesivamente, no es forzoso ni mucho menos proceder de este modo. Basta
repasar unas cuantas veces las palabras colgadero (habiendo empezado por donde
se nos antojó al realizar las diligencias), y si uno ha olvidado algo, aquello
destaca ante los ojos de la mente lo mismo que un águila en la jaula de un
canario.
¡Ahí tiene usted el remedio! Se terminó el salirse con
excusas ante su mujer porque no se acordó de hacer lavar el coche, o se ha
olvidado comprar los huevos. Según ya dije antes, en otro capítulo nos
ocuparemos de nuevos medios de recordar citas, para determinar fechas y horas.
De momento, con lo que ha aprendido en el presente capítulo le bastará para los
recados sencillos. Cada noche, antes de acostarse, haga la lista de lo que debe
hacer al día siguiente, memorícela como le expliqué antes, y después, por la
mañana, repásela una sola vez para mayor seguridad. Y no se precisa más. Pero
antes de dar por terminado el presente capítulo, haga el favor de aprender las
palabras colgadero para los números comprendidos entre el 26 y el 50. Ya no
sería preciso advertir que, al igual que en los anteriores, seguiremos las
normas del alfabeto fonético.
26. Nuez. 32.
Mono. 38. Mecha. 44. Coco.
27. Naife. 33. Mamá. 39. Mapa. 45. Cola.
28. Nicho. 34. Meca. 40. Corro. 46. Cazo
29. Nube. 35. Mulo. 41. Codo. 47.Coche.
30. Mar. 36. Mesa. 42. Cuna. 49. Cubo.
31. Mito. 37. Mofa. 43. Cama. 50. Lira.
27. Naife. 33. Mamá. 39. Mapa. 45. Cola.
28. Nicho. 34. Meca. 40. Corro. 46. Cazo
29. Nube. 35. Mulo. 41. Codo. 47.Coche.
30. Mar. 36. Mesa. 42. Cuna. 49. Cubo.
31. Mito. 37. Mofa. 43. Cama. 50. Lira.
Aunque ya empieza a dominar usted el sistema, no estará de
más puntualizar que, al decir naife (núm. 27), nos referimos a un diamante de
superior calidad (una de las acepciones de la palabra), que por cierto vale la
pena representar. De Grecia, por ejemplo, ¿por qué no ver, pongamos por caso, a
Venus naciendo de la espuma del mar? ¡Que también las cosas bonitas se
recuerdan bien, caramba! En «mofa» veremos a un muchacho o muchacha
determinados —o a alguna persona mayor— a los que consideraremos muy poco
respetuosos, sacando la lengua y haciendo ademanes burlescos para mofarse de
nosotros. Por «mecha» yo entiendo siempre la que se emplea para los barrenos
—sean con carga de pólvora, dinamita o trilita— y que también se empleaba antes
para las bombas de mano, en la guerra. «Corro» (40), niños o niñas jugando al
corro.
Ya sabe usted, si el objeto que tuviera que relacionar con
el número 26 fuese, por ejemplo, cigarrillo, podría ver un cigarrillo encendido
reposando sobre dos cáscaras de nuez, que servirían de cenicero; o bien un
señor fumando un cigarrillo que atraviesa una nuez, la cual actúa de boquilla.
Antes de seguir leyendo cerciórese de conocer bien todas las
palabras colgadero de los números comprendidos entre uno y cincuenta. Una buena
manera de practicar consistiría en recordar una lista de veinticinco objetos,
ordenada y desordenadamente, empleando para ello las palabras correspondientes
a los números comprendidos entre el 26 y el 50. Después de un día o más, si se
siente usted ambicioso, puede ensayar con una lista de cincuenta objetos. Si
tiene la precaución de emplear asociaciones estrambóticas e impresionantes, no
debería encontrar dificultad alguna en recordarlos todos.
8
CÓMO ENTRENAR LA FACULTAD DE OBSERVACIÓN
VISITE
PARÍS
EN EN
PRIMAVERA
x
PARÍS
EN EN
PRIMAVERA
x
¿Ha mirado bien la frase del recuadro que encabeza la
presente página? Si la ha mirado bien, vuelva a leerla, para estar seguro de lo
que dice. Ahora aparte la mirada y repítala. ¡Compruebe otra vez para ver si la
ha pronunciado bien! Quizás algunos crean una tontería por mi parte insistir en
que se aseguren de una frase tan sencilla como ésta; pero a usted le importa
estar completamente seguro de lo que dice.
Y ahora, si ha mirado bien por lo menos tres veces, ¿qué
dice? ¿Dice «Visite París en primavera»? Me figuro que la mayoría de ustedes mueven
la cabeza afirmativamente. «Sí, claro, eso es lo que dice.» Pues bien, aun a
riesgo de resultar cansado, le ruego a usted que vuelva a comprobarlo, ¿quiere
hacer el favor?
¿La ha mirado otra vez? Si usted todavía opina que dice:
«Visite París en primavera», su facultad de observación no es tan fina como le
convendría. ¡Si comprueba una vez más y se toma la molestia de señalar las
palabras una por una, se sorprenderá al descubrir que dice: «Visite París en
en primavera»! ¡Hay en esta frase un «en» sobrante! Si es que se ha fijado
en seguida, no se entusiasme en exceso. Sinceramente, yo no sabía si esta treta
resultaría tan efectiva impresa en la parte superior de la página de un libro
como cuando la empleo yo personalmente. Mire usted, he sometido a esta prueba a
centenares de personas, y solamente un par de ellas localizaron rápidamente la
palabra sobrante. Pruébelo usted mismo como lo hago yo, imprimiendo la frase,
tal como yo la tengo, en una tarjeta de 7 por 12 centímetros o en un trozo de
papel del mismo tamaño, poco más o menos. La pequeña «x» puesta debajo de
«primavera» está destinada únicamente a desorientar. Tiende a atraer los ojos
del lector, y como la frase le parece a éste tan familiar, su mente salta más
adelante. Hágase una tarjeta y someta a sus amigos a esta prueba. Conmigo se ha
dado el caso de personas que han mirado hasta diez y quince veces, y estaban
dispuestas a arriesgar cualquier apuesta, sosteniendo que sabían lo que decía
la tarjeta con toda exactitud. Y entonces uno les pide que lean directamente y
en voz alta, y continúan diciendo: «¡Visite París en primavera!»
Me extiendo tanto en este pequeño detalle para poner de
manifiesto que, en la mayoría de nosotros, la facultad de observar admitiría
unas mejoras que la hicieran más fina y penetrante. Aunque, según dije al
principio del libro, mi sistema le obligará a usted —si quiere aplicarlo— a
observar con detención; la facultad de observar que usted posee quedará muy
reforzada con un poco de práctica. Y si tiene usted verdadero interés por
aumentar su memoria, no valore demasiado baja la facultad de observación. Para
empezar, usted no puede recordar nada que primero no haya observado. El
pedagogo Eustace H. Miles venía a decir poco más o menos lo mismo: «No se puede
afirmar con propiedad que uno recuerde lo que no ha comprendido.» Si uno no ha
observado, no ha comprendido, y lo que uno no ha comprendido, no puede
olvidarlo, puesto que jamás llegó a recordarlo.
Si usted quiere dedicar a ello el tiempo preciso, el
reforzar el sentido de observación resulta cosa sencilla. ¡Puede empezar ahora,
en seguida! Probablemente está leyendo este libro en casa, en una habitación
que le es absolutamente familiar. Coja, pues, un trozo de papel y, sin pasear
la vista a su alrededor, anote todo lo que haya en esa habitación. No pase por
alto nada de lo que recuerde, y procure describir la habitación entera con todo
detalle. Anote hasta el último cenicero, todos los muebles, cuadros,
chucherías, etc. Luego pasee la mirada por el cuarto y compruebe el contenido
de la lista. Fíjese en todas las cosas que ha dejado de anotar y en las que
quizá no se había fijado nunca, aun habiéndolas visto innumerables veces.
¡Obsérvelas ahora! Luego salga de la habitación y repita la prueba. Esta vez la
lista le saldrá más larga. Puede repetir la maniobra con otras habitaciones de
su casa. Si persevera en este procedimiento, su sentido de observación se
agudizará en extremo, encuéntrese usted donde se encuentre.
Estoy seguro de que todos ustedes habrán oído contar el
pequeño experimento que realizó un profesor de un colegio con sus estudiantes.
Hizo que los estudiantes presenciaran un asesinato, cometido allí ante ellos.
En realidad no hubo tal, aquello fue una farsa; pero los estudiantes no lo
sabían, y él no se lo dijo. Entonces comunicaron a todos los presentes que
tendrían que actuar como testigos, y les pidieron que describieran con detalle
lo que habían visto. Por supuesto, todas las descripciones variaron, incluso al
detallar el aspecto del asesino. Todos los estudiantes de la clase habían
presenciado la misma escena, pero sus facultades de observación y memorización
fracasaban.
Este mismo experimento fue puesto en práctica recientemente
por un popular artista, Steve Alien, en su espectáculo de la televisión Esta
noche. Varios elementos de su elenco se presentaron de repente, delante de
la cámara y representaron una escena salvaje, brutal. Sonaron unos tiros —de
teatro, claro está—, las ropas quedaron desgarradas, etc. Luego, Alien pidió a
tres personas del público que subieran y procurasen responder a unas preguntas
sobre la escena que acababan de presenciar. Les preguntó cuántos tiros se
habían disparado, quién disparó contra quién, el color de los trajes, etc.
Todas las contestaciones fueron distintas, y nadie parecía seguro de nada. Y lo
más bonito fue que cuando preguntó a Skitch Henderson (que era el que había
hecho todos los disparos) cuántos tiros disparó..., el mismo Skitch tampoco
estuvo demasiado seguro.
Naturalmente, usted no puede andar por ahí en busca de escenas
violentas, pero puede proceder de este modo: piense en un hombre o una mujer a
los cuales conozca bien. Procure imaginarse su cara y vea si sabe describirla
por escrito. Anote todas las particularidades características de su fisonomía
que pueda recordar. Anote el color del cabello y de los ojos, el cutis, si
lleva o no gafas, en caso afirmativo, de qué tipo, clase de nariz, orejas,
peinado, etc. La próxima vez que vea a la persona en cuestión compruebe la
exactitud de la descripción hecha. Fíjese bien en los detalles que hubiera
pasado por alto y en aquellos que ha descrito erróneamente. ¡Luego pruebe otra
vez! Mejorará usted con gran rapidez.
Un buen momento para hacer prácticas es cuando se viaja en
el metro o en cualquier otro vehículo de transporte público. Mira usted a una
persona por un momento, y luego cierra los ojos tratando de reproducir
mentalmente todos los rasgos de su cara. Imagínese que debe usted actuar de
testigo en un juicio criminal y que su declaración tiene una importancia
enorme. Después mire nuevamente a la persona en cuestión (pero no de hito en
hito, ni demasiado fijamente: no fuese que se viera en verdad en un juicio
criminal) y compruebe sus errores y sus aciertos. Notará cómo se agudiza su
facultad de observación cada vez que practica.
Veamos otra manera de hacer prácticas. Fíjese usted en los
géneros exhibidos en un escaparate y en cómo los han distribuido y dispuesto.
Procure observarlo todo (sin emplear ni el sistema de la cadena ni el del
colgadero), y luego haga una lista de todos los objetos que haya visto, sin
volver a mirar el escaparate. No es preciso que haga la lista delante del
escaparate, atrayendo la atención; puede irse más lejos, hasta su domicilio.
Luego vuelva y compruebe su habilidad. Fíjese en las cosas que había olvidado y
proceda a otro intento. Cuando le parezca que posee ya bastante destreza, trate
de recordar también los precios de los objetos.
Cada vez que realice alguno de los ejercicios indicados, su
sentido de la observación se agudizará notablemente. Aunque todo esto no es
absolutamente necesario para adquirir una memoria cultivada, al mejorar su
facultad de observación, mejorará también su memoria. Y si dedica la pequeña
cantidad de tiempo necesaria para estas prácticas, no tardará en poseer el hábito
de observar bien de un modo automático.
Pero antes de seguir leyendo, le recomendaría que aprendiese
las palabras colgadero desde el 51 al 75. Hasta le recomendaría que, por el
momento, emplease las palabras que yo le propongo. Por supuesto, puede buscárselas
usted mismo, si le parece mejor; sólo debe tener cuidado en elegirlas de
acuerdo con las normas de nuestro alfabeto fonético. Con toda probabilidad, las
palabras que usted escogiese le servirán igual que las mías, pero se expone a
elegir alguna que después pueda confundirse con las que aprenderá para otros
propósitos. Por tanto, le recomiendo que aguarde hasta haber terminado de leer
el libro, y entonces, si así le conviene, podrá empezar a cambiar palabras por
otras que le gusten más.
51. Loto. 57. Lofio. 63. Sima. 69.
Sapo.
52. Luna. 58. Lucha. 64. Saco. 70. Faro.
53. Lima. 59. Lupa. 65. Sol. 71. Foto.
54. Loco. 60. Suero. 66. Seso. 72. Faena.
55. Lulú. 61. Sota. 67. Sofá. 73. Fama.
56. Lazo. 62. Zona. 68. Acecho. 74. Foca
75. Fiel
52. Luna. 58. Lucha. 64. Saco. 70. Faro.
53. Lima. 59. Lupa. 65. Sol. 71. Foto.
54. Loco. 60. Suero. 66. Seso. 72. Faena.
55. Lulú. 61. Sota. 67. Sofá. 73. Fama.
56. Lazo. 62. Zona. 68. Acecho. 74. Foca
75. Fiel
Loto (núm. 51): piense en la flor de loto, acuática,
sagrada. Lulú (núm. 55): vea un perrito lulú: uno de esos perritos de señora,
que de puro feos resultan bonitos. En lazo (núm. 56), yo veo siempre el lazo de
los cow-boys o el de los criollos que iban a la caza de caballos
salvajes. Lofio (núm. 57) es el pez conocido vulgarmente por rape. Basta
imaginarse la figura de un pez, aunque no sea exactamente la del rape, pues no
hay ningún otro en la lista de palabras colgadero. Lucha (núm. 58): aquí me
represento un momento de un combate de boxeo. Se me antoja que le veo más
acción que en la lucha libre —al menos para una imagen mental— y hasta me
resulta más vivido que un episodio de lucha guerrera. Suero (núm. 60):
represéntese una ampolla de suero fisiológico, o glucosado, de un cuarto de
litro o de medio litro, y véala con su cánula mientras el suero desciende
pausadamente penetrando en el muslo del enfermo, por ejemplo. Sota (núm. 61):
píntese mentalmente una de las sotas de la baraja. Zona (núm. 62): aquí me
gusta representarme precisamente en zona tórrida pintada de un rojo vivo,
llameante. ¿Le va bien la imagen a usted? Sima (núm. 63): represéntese un
abismo, un despeñadero. Acecho (núm. 68): yo tomo esta palabra en el sentido de
emboscada. Veo a un individuo parapetado detrás de una gran roca —cualquier
escena de una película del Oeste sirve— acechando el paso de alguno. Foto (núm.
71) es, como habrá interpretado usted sin duda, la abreviatura de «fotografía».
En el lenguaje corriente todos decimos «foto». Fama (núm. 73): véala en figura
de diosa helena con una larga trompeta en los labios.
Las exigencias del alfabeto fonético nos han forzado alguna
vez a emplear palabras de uso poco corriente. En ellas deberá poner usted una
atención especial, lo mismo para grabárselas en la memoria como para forjarse
una imagen del objeto por ellas designado. Insistamos en la necesidad de poseer
una imagen del objeto indicado por la palabra. Recuerde que, tanto en el
sistema de la cadena como en el del colgadero (especial para números), el
secreto está en «ver» el cuadro que pinta la asociación entre dos elementos de
la serie, o entre el objeto y la palabra colgadero representante del número de
orden del mismo. Mal podría «ver» mentalmente dicho cuadro si no poseyese una
imagen del objeto indicado por la palabra colgadero. De modo que si en algún
caso no le basta con las indicaciones que damos aquí, consulte un diccionario
ilustrado. Pero no permita que por desidia quede incompleta la serie de
palabras para los números del 1 al 100. La posesión del método del colgadero le
compensará de sobras el tiempo que haya invertido en conocerlo a fondo.
9
ES ÚTIL RECORDAR DISCURSOS, ARTÍCULOS ESCRITOS Y ANÉCDOTAS
El orador, turbado y nervioso, fue presentado
después de la comida. Acercose vacilando al micrófono y balbució con voz
entrecortada:
—Ami... migos... mi... míos. Cu...cuando
llegué aquí esta noche, sólo Dios y yo sabíamos lo que iba a decirles a
ustedes. Pero ahora.... ¡ahora sólo lo sabe Dios!
Se me antoja que una de las situaciones más enojosas en que
pueda encontrarse una persona es la de verse delante de un auditorio y darse
cuenta de pronto de que ha olvidado el discurso que había de hacerles. Y casi
tan embarazoso como haber olvidado el discurso resulta el tener que tartamudear
todo el rato, sufriendo por recordar el hilo de la exposición y argumentación,
buscando las palabras con dificultad, como si uno no estuviera seguro de lo que
quiere decir. Y lo cierto, me parece a mí, es que si a una persona le piden que
hable sobre un tema determinado, ha de conocer muy bien aquella materia,
porque, de otro modo, ¿a qué fin le hubieran pedido que hablase de ella? No,
los oradores que balbucean o vacilan durante su discurso lo hacen, diría yo,
porque han olvidado la palabra siguiente..., o porque temen olvidarla.
Ahí radica el problema, creo. Si alguno se aprende un
discurso, palabra por palabra, y luego olvida una palabra de aquí, otra de allá
y otra de acullá, no cabe duda, el discurso no saldrá como tenía que salir.
Pero ¿por qué tiene usted que atormentarse buscando una palabra determinada? Si
no la recuerda, use otra que llene el mismo cometido. ¿No es mucho mejor esto
que perder el tiempo con «hemm» y «humm», mirando al techo o al suelo, hasta
encontrar la expresión exacta que aprendió de memoria?
Las personas que se dieron cuenta de este escollo, se
dijeron que el mejor remedio consistiría, sencillamente, en leer su discurso.
Eso soluciona el problema de olvidar las palabras de tal modo que uno se expone
a olvidar el papel que le corresponde en el acto que está teniendo lugar y
llega a olvidarse hasta de lo que está hablando. Por otra parte, siempre me
parece percibir una vaga sensación de desagrado en los públicos que escuchan a
un orador de los que leen el discurso palabra por palabra. A mí siempre se me
ocurre la misma idea. Me digo: «Lo mismo sería que ese señor me diera una copia
impresa de su discurso, y yo podría leerlo en el momento que me pareciese más
apropiado.»
Luego la reacción lógica parece que habría de ser la de no
preparar, ni poco ni mucho, el discurso. Pues no, no es demasiado conveniente.
Por versado que estuviese usted en el asunto, se expondría a olvidar algunos de
los hechos a los cuales le interesaba aludir. Es el caso del padre predicador
que iba de un lado a otro haciendo sermones y siempre se quejaba de que los
mejores se le ocurrían de regreso a su casa. Entonces le venía a las mientes
todo lo que había olvidado decir a los fieles, y el único que se enteraba de
aquellos párrafos selectos era el caballo que solía montar.
Por mi parte, opino que el recurso mejor para pergeñar un
buen discurso consiste en anotar uno por uno los pensamientos, no las palabras.
Muchos de nuestros mejores oradores lo hacen así. Simplemente, se hacen una
lista de cada una de las ideas y de cada uno de los conceptos que quieren
exponer y emplean aquella lista en lugar de notas. De esta forma, uno no puede
olvidar las palabras, puesto que no ha memorizado ninguna. Es difícil, por otra
parte, que pierda el hilo del discurso: una sola mirada al papel le indicará
cuál es el concepto o la idea que debe plasmar en palabras a continuación.
Con todo, aquellos de ustedes que no quieran confiarse a
unos pedazos de papel, pueden servirse del sistema de la cadena. Si quieren
memorizar su discurso concepto por concepto, desde el principio hasta el fin,
habrán de formar una sucesión. Por ello es por lo que se valdrán del método de
la cadena para memorizarlo.
Yo le recomendaría a usted el procedimiento del modo
siguiente: escribir primero todo el discurso completo, leerlo y retocarlo hasta
quedar satisfecho. Luego leerlo una o dos veces más para asimilar bien la
«médula» del mismo. Por último, coger un trozo de papel y hacer una lista de
sus PALABRAS CLAVE.
Veamos. Lea usted el primer concepto o pensamiento del discurso.
Acaso esté contenido en uno, dos o más párrafos. Ello no presenta ninguna
dificultad. En todo párrafo o frase ha de haber una o más palabras que le
recordarán el pensamiento completo. Esa palabra o frase es lo que he llamado
PALABRA CLAVE.
Luego que ha encontrado usted una palabra clave para el
primer concepto, o pensamiento, busque otra para el segundo, y así
sucesivamente. Cuando haya terminado, tendrá una lista de claves que le
recordarán todo lo que quiere decir. En realidad bastaría para su propósito
tener ante sí la mencionada lista mientras pronunciase el discurso. Pero si
usted domina ya el método de la cadena sabe que es más sencillo encadenar
—asociar— una con otra las «palabras clave» y luego arrojar el papel.
Supongamos que diese usted una conferencia en una reunión de
padres y maestros sobre los problemas de las escuelas de la localidad. Su lista
de «palabras clave» podría ser algo así: aglomeraciones, maestros, fuego,
mobiliario, asignaturas, patio de recreo, etc. En otras palabras, usted quiere
empezar haciendo referencia a que las aulas están demasiado llenas, los alumnos
se aglomeran en ellas. Luego piensa referirse a los maestros, quizás en materia
de métodos y salarios, etc. Luego ha de expresar lo que opina sobre el riesgo
de incendios y las precauciones contra el fuego, lo cual llevará a exponer el
estado del mobiliario de la escuela: pupitres, sillas, pizarras, material
docente, etc. Después quiere expresar sus opiniones sobre las asignaturas
enseñadas y, finalmente, tiene intención de referirse a las condiciones del
patio de juego de la escuela.
Ciertamente, usted ve muy bien que si forma un
encadenamiento, si asocia aglomeración a maestro, maestro a fuego, fuego a
mobiliario, etc., cada pensamiento le llevará de la mano al siguiente, hasta
llegar al final del discurso.
Como palabra clave para algunos pensamientos o conceptos,
quizá tenga que emplear dos o tres al principio. Anote todas las que juzgue
necesarias para recordar el discurso entero. A medida que vaya poniendo en
práctica este método, las palabras clave necesarias serán cada vez menos.
Además —detalle muy importante—, la confianza que le dará el saber que recuerda
y recordará perfectamente el discurso dejará sentir su favorable efecto en el
momento en que lo pronuncie. Tenga muy presente que usted deberá preocuparse de
los pensamientos, nada más, ¡las palabras acudirán por sí solas!
Si, por algún motivo, desea usted memorizar el discurso
entero, palabra por palabra, emplee el mismo método. Simplemente, tendrá que
dedicarle más tiempo, repasarlo más veces. Y recuerde que todos estos sistemas
actúan como auxiliares de su memoria normal, o verdadera. «Si recuerda lo
principal, los detalles acudirán por sí mismos.» La verdad es que usted jamás
olvida nada que haya recordado alguna vez, lo que necesita, en ocasiones, es
algo que estimule el recuerdo; el sistema expuesto en este libro es ese algo.
Por lo tanto, si recuerda los pensamientos fundamentales del discurso, los
pensamientos complementarios (los «si», los «y» y los «pero») se colocarán en
su sitio por propia inercia.
Idéntico procedimiento sirve para recordar cualquier
artículo que haya leído, si desea tenerlo en la memoria. Primero vuelva a
leerlo, por supuesto, para empaparse bien de su «sustancia». Luego escoja las
palabras clave para cada pensamiento. Por último, las «encadena» cada una con
la siguiente, y ya está. Con un poquitín de práctica llegará a ser capaz de
realizar toda esta maniobra mientras lee.
Muchas veces, leyendo por distraerme, topo con algo que me
interesa recordar. Sencillamente, sin dejar de leer, establezco una asociación
consciente con aquella materia. Si lo practica, este proceder le pondrá en
condiciones de leer mucho más de prisa. Me figuro que muchas personas leen con
exagerada lentitud porque cuando han llegado al tercer párrafo han olvidado ya
lo que decía el primero, y tienen que volver atrás.
No hay necesidad de asociarlo todo; sólo los puntos que
usted crea necesario recordar. Usando mis sistemas quizá se coloque usted en la
primera de las dos clases de lectores que establecía el educador americano
William Lyon Phelps, quien dijo una vez: «Yo divido a todos los lectores en dos
clases: aquellos que leen para recordar y aquellos que leen para olvidar.»
El método de encadenar «palabras clave» puede emplearse
también para recordar poesías y documentos. Naturalmente, en este caso es
necesario, por lo general, memorizarlos palabra por palabra. Uno tiene que
repasarlos más a menudo, pero el sistema de las «palabras clave» le facilita
muchísimo el trabajo. Y si usted encuentra dificultad en recordar cuándo debe
entrar en escena, al representar una función, ¿por qué no asociar la última
palabra que pronuncia el otro actor con la primera que le corresponde a usted?
Incluso en el caso de que no tenga que decir nada sino realizar una acción,
puede asociar la palabra anterior con la acción. Si la palabra anterior fuese,
por ejemplo, «andar», y la obra le ordena a usted inclinarse a recoger una
colilla de cigarro, podría usted verse andando e inclinándose a recoger
colillas de cigarro. De esta forma jamás confundiría lo que tenga que decir o
hacer con lo que corresponda a otro actor.
Antes de pasar a otra cosa, quiero mencionar otro empleo del
procedimiento de las «palabras clave». ¿Cuántas veces ha querido usted contarle
a un amigo una broma, un chiste o una anécdota que había oído hacía poco sólo
para encontrarse con que los había olvidado casi por completo? Uno es capaz de
oír hoy una serie completa de historietas verdaderamente divertidas y ver
mañana que todas, o casi todas, se le han ido de la cabeza. Es lo que decía
Irvin S. Cobb: «Un buen narrador es una persona que posee una buena memoria y
confía en que los demás no la poseen.
Su memoria, para cuentos, chistes y anécdotas mejorará en
seguida si usa el sistema de las «palabras clave». Coja simplemente una palabra
de la anécdota —suele resultar mejor tomarla del párrafo que encierra lo grave
del caso— y ella le traerá a la mente la anécdota entera. Una vez escogidas las
«palabras clave», puede emplearse el método de la cadena para recordar las historietas una a
continuación de otra, o utilizar el sistema del colgadero para recordarlas
según su número correspondiente.
Quizás haya oído contar la ocurrencia que ha
estado en boga últimamente acerca del platillo volante que aterrizó en Estados
Unidos. Dicen que salió de él una criatura de otro planeta, se quitó el polvo
con uno de sus seis brazos, miró en su derredor con el enorme ojo que tenía en
el centro de la cabeza y enderezó bien su antena, a la caza de cualquier sonido
que le llegase.
Después
de explorar un rato, se acercó por fin a una estación de servicio de la
carretera, se plantó ante un surtidor de gasolina, saludó y ordenó: «¡Lléveme a
presencia de su presidente!»
Bien,
si no sabía usted esta historia y quisiera recordarla junto con otras diez o
doce, podría emplear como palabra clave platillo volante, o criatura de otro
planeta, o surtidor de gasolina.
Cualquiera
de ellas traería sin duda la historieta completa a su mente, si es que cumple
la condición de haberle gustado.
Además
de que me figuro que muchos de ustedes sabrán encontrarle una aplicación
práctica, uno de los alardes de memoria con que suelo distraer y sorprender al
público, consiste en «la prueba de la revista». Es una habilidad que levanta
siempre una oleada de comentarios, porque parece el alarde de memoria más
pasmoso. En realidad, es fácil y sencillo.
He aquí
el procedimiento. Entrego al público varios ejemplares de una revista. (Utilizo
frecuentemente el Templo Magazine, publicado por Enterprise Magazine
Management, Inc.) Luego pido que quien lo desee nombre el número de una página,
y yo contesto inmediatamente repitiendo los titulares de la página en cuestión.
Se
trata sencillamente de otro empleo del sistema del colgadero. En algunos casos
utilizo el sistema de la cadena en combinación con el del colgadero, como voy a
explicar dentro de un momento. Para memorizar las páginas de una revista
ilustrada todo lo que hay que hacer es asociar la palabra colgadero del número
correspondiente con los titulares de aquella página.
Por
ejemplo: si la página 1 trae la fotografía de un aeroplano, uno establece una
asociación estrambótica entre «tea» (1) y aeroplano.
La
página 2 acaso traiga el anuncio de una crema para el calzado. Asociaremos
«Noé» con la crema para el calzado.
La
página 3 tiene la fotografía de un caballo. Asociaremos «amo» con caballo.
La
página 4 quizá represente una escena de circo. Asociaremos «oca» con circo.
La
página 5 es el anuncio de unos aparatos de televisión. Asociaremos «ley» a
televisión.
La
página 6 publica críticas de libros. Asociaremos «oso» a libro.
He ahí
el secreto. Si usted repasa la revista y las asociaciones establecidas dos o
tres veces, conocerá los titulares de todas las páginas. Si una página tiene
más de un grabado, utilice el método de la cadena para recordarlos. Supongamos
que la página 14 es una página de modas y que trae una ilustración de un
sombrero, otra de guantes y otra de un vestido.
Primero
asociaremos «taco» (14) con la primera imagen, o sea, el sombrero. Luego
asociaremos sombrero a guantes, y guantes a vestido. Cuando le nombren la
página 14, la palabra colgadero correspondiente le hará recordar
«sombrero», éste le dirá que la otra ilustración tiene unos guantes, y los
guantes le traerán a la memoria el vestido.
Si me ha visto actuar en público alguna vez, sabe que yo les
digo además a mis oyentes en qué parte de la página está la ilustración: si en
la parte superior o en la inferior, o en el centro, a la derecha o a la
izquierda. También usted podrá hacerlo, y sin ningún esfuerzo.
Como le he repetido varias veces, quien hace de verdad el
trabajo es la memoria normal, o verdadera; estos sistemas son simples
auxiliares que la ayudan y le hacen la tarea más fácil. A medida que vaya
empleando mis sistemas comprobará usted que su memoria normal se refuerza cada
vez más. El mejor ejemplo de ello lo ofrece precisamente el memorizar una
revista. Para efectuar las asociaciones, lo primero que deberá usted hacer,
indudablemente, será ver y observar la ilustración de la página. Con ello,
cuando le nombren el número correspondiente, la palabra colgadero de dicho
número actúa como un colaborador que le ayuda a reproducir en su mente la
imagen de la página nombrada. Entonces, usted sabrá qué posición ocupa la ilustración.
Pruébelo y verá que es cierto.
Lo que no sabrá recordar todavía son los nombres de las
personas que aparecen en las ilustraciones. Este problema quedará resuelto
cuando haya leído los capítulos sobre la manera de recordar nombres y caras, y
cómo sustituir palabras o pensamientos.
Y antes de seguir leyendo aprenda las palabras colgadero que
nos faltan para llegar hasta el centenar.
76. Fosa. 82. Chino. 88. Chacha. 94.
Vaca.
77. Fofo. 83. Chama. 89. Chapa. 95. Bala.
78. Ficha. 84. Cheque. 90. Burra. 96. Buzo.
79. Fobia. 85. Chal. 91. Pito. 97. Belfo.
80. Chorro. 86. Choza. 92. Pino. 98. Bache.
81. Choto. 87. Chufa. 93. Puma. 99. Pipa
100. Torero.
77. Fofo. 83. Chama. 89. Chapa. 95. Bala.
78. Ficha. 84. Cheque. 90. Burra. 96. Buzo.
79. Fobia. 85. Chal. 91. Pito. 97. Belfo.
80. Chorro. 86. Choza. 92. Pino. 98. Bache.
81. Choto. 87. Chufa. 93. Puma. 99. Pipa
100. Torero.
Fofo (77) es, en realidad, un adjetivo. Será preciso
representarnos una cosa que posea en alto grado esta calidad. ¿Le parece bien
el algodón en rama? Huyendo de las imágenes demasiado lógicas, figurémonos un
cañón de artillería hecho de algodón en rama. El oficial que lo tiene a su
cargo se queja de que no dispara bien porque es demasiado fofo. Fobia (79) es
un sufijo que se usa mucho actualmente como sustantivo con el significado de
aversión, repulsión o mama hacia o contra algo. Por chorro (80) me represento
siempre un gran chorro de agua saliendo del tubo de una bomba muy potente.
Choto (81) es un ternerillo pequeño. Chama (83) es un trueque de objetos de
poco valor. Acaso tuviera usted más presente la palabra derivada chamarilero.
Represéntese dos payasos de circo trocando entre sí un par de zapatos muy
destrozados por una jaulita que guarda aprisionadas muchas moscas. Chacha (88)
es la abreviación de muchacha, que se usa bastante, casi siempre como sinónimo
de sirvienta. Para chapa (89) represéntese usted la chapa brillante de alguno
de los guardias municipales, policías o guardias jurados que las usen. Puma
(93), recordará usted, sin duda, es una fiera de América a la que se ha llamado
león americano. Belfo (97) es el labio de algunos animales, por ejemplo, el
caballo. Bache (98) de carretera, claro está. No importa que se lo represente
de una profundidad exagerada.
Después de haber aprendido bien estos últimos colgaderos,
debería usted estar en condiciones de contar de uno a cien rápidamente,
diciendo únicamente las palabras colgadero en lugar de los números. La ventaja
de este método consiste en que no tiene que dedicar un tiempo especial a
practicarlo. Mientras va o viene de su trabajo, o siempre que realice alguna
tarea que no exige la atención de su mente, puede repasar las palabras
colgadero. Si lo hace así repetidas veces durante unos días —cuantos más días
mejor—, pronto se familiarizará tanto con esas palabras como con los números
que representan.
10
ES ÚTIL RECORDAR LOS NAIPES DE LA BARAJA
—Sí, mi abuelo era jugador profesional, pero
murió pronto, muy pronto.
—Caramba, eso es terrible. ¿Cómo fue?
—¡Murió de cinco ases!
Como yo quiero que usted continúe disfrutando de buena
salud, las habilidades de la memoria que contiene la presente lección las
realizaremos con una baraja de las corrientes, con cuatro —y no cinco— ases.
Aunque este capítulo lo dedico íntegramente a recordar naipes, hago hincapié en
las demostraciones que puede usted llevar a cabo sirviéndose de una baraja y su
memoria entrenada. Los sistemas expuestos pueden aplicarse a muchos juegos de
naipes. ¡Pero, por favor, no se figure que en cuanto los domine podrá ganar en
todos los juegos! No olvide que siempre topará con personas que conocen tan a
fondo un juego determinado que le será imposible ganarles. A su propia
discreción dejo el aplicar para lo que le parezca mejor los sistemas aquí
expuestos; yo los utilizo únicamente para demostraciones, o sea, para hacer
gala de una excelente memoria y distraer al público.
El difunto Damon Runyon, en uno de sus relatos, decía lo
siguiente: «Mira, hijo, lo que me advirtió un anciano: "Por muy lejos que
lleguen tus hijos, y por listo que te vuelvas, ten bien presente que cualquier
día, en cualquier parte, se te presentará un individuo enseñándote una baraja
nueva, flamante, con el sello de la envoltura intacto. Y aquel individuo te
apostará lo que quieras a que, cuando él diga, la sota de espadas saltará fuera
de la baraja y te rociará la oreja de sidra. No apuestes, hijo, no apuestes,
porque apenas hayas apostado, te encontrarás con la oreja llena de
sidra."»
Los alardes de memoria que usted hará con los naipes después
de estudiar estos métodos les parecerán a sus amigos poco menos que asombrosos.
Por lo demás, son unos ejercicios magníficos para el cultivo de la memoria. Yo
le recomendaría que leyese y aprendiese el contenido del presente capítulo
tanto si es aficionado a jugar a los naipes como si no.
Por supuesto, es difícil representarse mentalmente los
naipes, como también lo era representarse los números antes de haber empezado a
leer este libro. Para que usted pueda recordarlos bien, le enseñaré la manera
de hacer que signifiquen algo, algo que usted pueda representarse mentalmente.
Hace unos años leí en una revista popular un artículo sobre un profesor que
trataba de realizar un experimento. El profesor quería enseñar a la gente a
memorizar el orden de una baraja revuelta. El artículo afirmaba que había
conseguido su meta. Después de seis meses de preparación, sus alumnos eran
capaces de fijarse durante unos veinte minutos o más en una baraja y luego ir
nombrando los naipes en el mismo orden en que se encontraban en ella. No sé qué
sistema empleaba, pero sé que, quizás entre otros artificios, tenía el de ver
mentalmente los naipes formando una baraja perfectamente ordenada. Yo no
censuro el sistema en cuestión; únicamente le advierto a usted que no le
costará más de uno o dos días aprender el mío. Y cuando lo domine no necesitará
veinte minutos para memorizar una baraja entera. ¡Al principio necesitará unos
diez minutos, y con tiempo y práctica llegarán a bastarle cinco minutos!
En realidad, son dos las cosas que debe saber, a fin de
recordar naipes. En primer lugar, una lista de cincuenta y dos palabras, cuando
menos, que le sirvan de colgadero para cada uno de los números del 1 al 52; y
estas palabras ya las sabe. Ha de saber, además, una palabra colgadero para
cada uno de los naipes de la baraja. Estas palabras colgadero no las hemos
escogido al azar. Lo mismo que con las que representan los números, hemos
buscado, en lo posible, palabras que resultasen fáciles de ver mentalmente, y
hemos hecho de modo que sigan un sistema definido. Aquí lo tiene, en poco
espacio.*
Sin ninguna excepción, la palabra asignada a cada uno de los
naipes empezará con la inicial del palo correspondiente. Por ejemplo: todas las
palabras para el palo de Espadas empezarán con la letra E; todas las asignadas
al palo de Diamantes empezarán con la D; las de Palos, con la P, y las de
Corazones con la C. El último sonido consonante de cada una de las palabras
representará el valor numérico del naipe, de acuerdo con nuestro alfabeto
fonético.
Ya ve, pues, que la palabra que usted emplee ha de designar
un naipe concreto y determinado. La primera letra le dará el palo; la última el
número. Pongamos algunos ejemplos: la palabra colgadero para el dos de Palos ha
de empezar con la letra P y ha de terminar con la letra N, que es el sonido que
representa al número 2. Son varias las palabras que cumplirían esta condición:
pan, pilón, piñón, peñón, etc. Yo he escogido la palabra «pan». ¡Pan
representará siempre el dos de Palos!
¿A qué carta representaría la palabra «cofia»? No puede
representar más que a una. Esta palabra empieza con la C, que representa al
palo de Corazones, y tiene como último sonido consonante la F, único sonido
consonante de FEA (núm. 7). Por lo tanto, representa al siete de Corazones. ¿No
sabría elegir una palabra para el seis de Diamantes? Mire, ha de empezar por D
y ha de tener como último sonido consonante la S (o la C, en su sonido débil, o
la Z). Emplearemos la palabra «dulce» para designar al seis de Diamantes.
A continuación les doy las cincuenta y dos palabras
colgadero para los naipes. Mírelas con atención, y yo le aseguro que podrá
saberlas y recordarlas nada más que con veinte minutos o media hora de estudio.
Léalas de cabo a rabo una vez; luego fíjese en las explicaciones acerca de las
excepciones, y acerca de cómo pintarse en la mente algunas de ellas. Hacia el
final del presente capítulo le indicaré un método que le permitirá aprender
bien estas palabras.
PALOS CORAZONES
A de P — pata A de C — cota
2P — pan 2C — cono
3P — poma 3C — clima
4P — pico 4C — cucú
5P — pollo 5C — cala
6P — pozo 6C — queso
7P — piltrafa 7C — cofia
8P — Pinocho 8C — cosecha
9P — pavo 9C — cuba
10P — perro 10C — carro
SP — palo SC — corazón
RP — patata RC — cadete
RP — platino RC — cadena
A de P — pata A de C — cota
2P — pan 2C — cono
3P — poma 3C — clima
4P — pico 4C — cucú
5P — pollo 5C — cala
6P — pozo 6C — queso
7P — piltrafa 7C — cofia
8P — Pinocho 8C — cosecha
9P — pavo 9C — cuba
10P — perro 10C — carro
SP — palo SC — corazón
RP — patata RC — cadete
RP — platino RC — cadena
ESPADAS DIAMANTES
A de E —
espita A de D —
dedo
2E — espina 2D — duna
3E — espuma 3D — dama
4E — estoque 4D — dique
5E — estilo 5D — dalia
6E — esposa 6D — dulce
7E — esquife 7D — desafío
8E — estuche 8D — ducha
9E — estepa 9D — divo
10E — estera 10D — dinero
SE — espada SD — diamante
RE — embutido RD — dentada
RE — Edén RD — destino
2E — espina 2D — duna
3E — espuma 3D — dama
4E — estoque 4D — dique
5E — estilo 5D — dalia
6E — esposa 6D — dulce
7E — esquife 7D — desafío
8E — estuche 8D — ducha
9E — estepa 9D — divo
10E — estera 10D — dinero
SE — espada SD — diamante
RE — embutido RD — dentada
RE — Edén RD — destino
Aunque la mayoría de lectores habrán visto por sí mismos el
criterio seguido al escoger las cincuenta y dos palabras colgadero no estará de
más —y con ello los ayudaremos a mejorar la facultad de observar— que
procedamos a ciertas explicaciones. Empecemos por aclarar que en la versión
original, el autor, Harry Lorayne, emplea únicamente monosílabos, terminados en
la consonante correspondiente. Eso es posible en inglés, idioma de palabras
fonéticamente cortas. En español no lo sería. Por lo tanto, en esta adaptación
española usamos palabras bisílabas y hasta trisílabas. El resultado práctico es
el mismo. Y los convenios para recordar el valor de la palabra son
sencillísimos. Desde los ases hasta los nueves, en cada palabra las dos letras
que hay que tomar en consideración son: la inicial de la palabra, que es la
misma del palo correspondiente de la baraja, y la última consonante, que, de
acuerdo con las normas del alfabeto fonético que ya conocemos, nos dice el
número del naipe. En los cuatro naipes que llevan el número 10, en lugar de
indicar todo el número 10, indicamos el 0; es decir, empleamos palabras cuya
última consonante sea la R. El lector comprenderá que no es posible confundirse,
puesto que no existe ningún naipe que lleve el número 0, ni tampoco el 20, o el
30, etc. Así pues, en cuanto veamos, digamos o pensemos una de estas palabras
colgadero para naipes y notemos que su última consonante es una R, sabremos que
corresponde a un número 10. En las sotas empleamos el mismo nombre de cada uno
de los palos. No dudamos de que también se habrá fijado usted en que las dos
últimas abreviaciones de la primera columna son idénticas: RP y RP. También son
idénticas las dos últimas abreviaciones de las otras columnas. Tampoco dudamos
de que habrá comprendido usted en seguida que la primera RP quiere decir Reina
de Palos, y la segunda RP significa Rey de Palos. Lo mismo ocurre en las otras
tres columnas.
Lo que quizá no haya observado es que en el caso de las
reinas y los reyes, contrariamente a lo que hemos establecido para los demás
naipes, son tres letras de cada palabra que tomamos en consideración. Tales
letras son: la inicial de la palabra, que, como siempre, nos indica el palo, y
las dos consonantes, que en los cuatro casos, para las reinas, son dos T, o una
T y una D. (El valor de la T y el de la D son idénticos en el alfabeto fonético
que empleamos, como recordará usted.) Según este alfabeto fonético recién
citado, las dos consonantes nos darían el número 11. Para los reyes, las dos
consonantes de cada palabra —aparte de la letra inicial— son la T o la D y la
N. Es decir, las que nos dan el número 12. Damos, pues, a la reina el número
11, y al rey el número 12.
Lo hacemos así porque de este modo aprovechamos las mismas
palabras anteriores de la baraja del póquer para nuestra baraja española, más
empleada, seguramente, que la otra en nuestro país. El palo de palos o bastos y
el de espadas existen igual en una clase de barajas que en la otra; el palo de
corazones de la baraja del póquer diremos que es el de copas de la nuestra. Las
dos primeras letras son las mismas, y podemos considerar que el corazón es un
recipiente para un líquido, como lo es también una copa. De este modo, naturalmente,
el palo que corresponda al de diamantes será el de oros. Es fácil aceptar que
existe una analogía intrínseca entre «diamante» (una joya) y «oro» (un metal
precioso). Tres o cuatro ensayos han de bastarle a usted para familiarizarse
con estos convenios. Creemos que es mejor proceder así que combinar otra serie
de palabras colgadero para la baraja española. Por lo demás, ya sólo falta
eliminar un naipe (y, por consiguiente, una palabra colgadero) para cada palo.
Puede escoger usted entre eliminar en cada palo la palabra colgadero
correspondiente al naipe número 10, o la que damos para la sota, puesto que en
nuestra baraja, el número 10 y la sota son la misma cosa. A la reina la
identificamos con nuestro caballo. He ahí por qué a las reinas les hemos dado
palabras que nos recordasen el número 11.
Ahora debe usted proceder con las palabras para los naipes
lo mismo que procedió para los colgaderos de los números. Elija una
representación mental clara y concreta para cada palabra y use siempre la
misma. Al pensar en «pata» ha de ver la de un caballo, etc. Repasemos juntos
aquellas palabras en las que creo conveniente ayudarle a formarse una imagen
mental de las mismas. Sin que ello obste para que usted prefiera otra, con tal
que, una vez elegida, se la represente siempre al referirse al naipe en
cuestión. «Poma» es sinónimo de manzana. Eva le dio a Adán una manzana o, si se
prefiere, una poma. En «pico» yo veo siempre un gran pico de loro. Me parece
que así reúno dos acepciones, la verdadera y la figurada (como en «tener mucho
pico»), de la palabra. En «piltrafa» veo siempre un pordiosero andrajoso,
barbudo, desgreñado, de cuerpo flaco; una piltrafa humana, en fin. A «Pinocho»,
el muñeco de madera, lo recuerda usted muy bien, sin duda alguna. En «platino»
veo un pendiente de dicho metal. En «cota» me represento en realidad toda la
armadura de un caballero de la Edad Media. En «clima» veo caer la lluvia. En
«cucú» me represento un reloj de pared en el momento en que sale el cuclillo y
deja oír su canto. En «cala» veo el trocito de mar de una cala con la blanca
vela de una barca sobre el azul del agua. En «cosecha» yo veo un campo de
trigo, meciéndose dulcemente al soplo del viento, cerca de la época de la
siega. Pero si usted está más familiarizado con otros frutos de la tierra quizá
le convenga mejor escoger aquel del cual retenga una imagen mental más viva. En
«cuba» veo una cuba de las del vino. En «cadete», un alumno de una Academia
Militar. En «espina», un trocito de tallo de rosal con un par de espinas grandes
y afiladas. En «estilo» veo el punzón o estilo que utilizaban los antiguos para
escribir sobre las tablillas enceradas. «Esposa» lo identifico con novia, es
decir, veo a la «esposa» al pie del altar con su vestido blanco, su velo y su
ramo de azahar. «Esquife» es, claro está, la pequeña y ligera embarcación que
lleva este nombre. En «embutido» me represento una morcilla. Yo creo que todos
tenemos pintado en la imaginación el cuadro de un Edén o Paraíso, con la
serpiente y el ángel... En «duna» me represento un trozo de desierto con estos
montones de arena en forma de media luna que se llaman dunas; pero hay una muy
grande en medio, muy grande. En «dama» veo una dama del siglo pasado, con un
gran sombrero adornado de plumas, la cintura de avispa y la falda, de cola,
abombada por el polisón. En «dulce» veo un bombón. En «desafío», dos
espadachines de los tiempos de capa y espada batiéndose en duelo. En «ducha»,
una ducha manando. En «divo», un cantante con la boca muy abierta, dando el do
de pecho. En «dinero» una moneda de oro. En «dentada» veo una rueda dentada
como las que suelen dibujar para representar la actividad industrial. En
«destino», la guadaña de la Muerte, con la palabra «destino» escrita a todo lo
largo de la hoja.
Una aclaración solamente. Si bien usted puede escoger otras
imágenes mentales que no sean las indicadas aquí, procure que ninguna de ellas
se parezca demasiado a ninguna de las elegidas para las palabras colgadero de
los 52 primeros números. Y mejor que no se parezca tampoco a las elegidas para
los otros números. Así se ahorrará posibles confusiones. Ahora tiene usted todo
lo que necesita para memorizar una baraja entera. Dado que cada naipe está
representado por un objeto, simplemente, ¡emplee el sistema del colgadero como
si memorizase una lista de cincuenta y dos objetos! No se precisa más. Si la
primera carta es el cinco de espadas, podría usted ver una tea encendida (núm.
1) y en medio de sus llamas un estilo escribiendo sobre una tablilla cuya cera
cae derretida. Si el segundo naipe es el ocho de diamantes, podría ver a Noé en
la proa de su barca duchándose con una regadera. Si el tercer naipe es el dos
de espadas, podría ver a un señor (el «amo», 3), arrancándose del pie una gran
espina de rosal. Cuarto naipe: reina de diamantes. Vea una rueda dentada
aplastando a una «oca». Quinto naipe: tres de palos. Vea un puma devorando a un
guardia civil (si eligió la imagen del guardia civil como representante de la
palabra «ley»). Etcétera.
Cuando exhiba sus habilidades delante de sus amigos, tenga
la palabra colgadero para el número 1 presente en el pensamiento antes de que
empiecen a nombrar los naipes. En cuanto oiga el nombre del primer naipe,
asocie la palabra que le corresponda con «tea». A continuación rememore
inmediatamente la palabra colgadero para el número dos, y así sucesivamente.
Cuando haya memorizado toda la baraja de este modo, ¡podrá repetir los naipes
uno por uno, desde el primero al último! Luego podrá indicarle a su amigo que
diga un número cualquiera (inferior al número de naipes, claro está), y usted
le dirá cuál es el naipe que tiene aquel número de orden en la baraja; o que
nombre un naipe, y usted le dirá qué número de orden tiene.
Por supuesto, no es preciso que memorice toda la baraja
entera para impresionar a sus amigos. Si quiere realizar una demostración más
rápida puede memorizar la mitad, porque es igualmente imposible para cualquiera
que no tenga la memoria entrenada recordar veintiséis naipes (o veinticuatro,
si se trata de la baraja española).
Y si usted desea llevar a cabo una demostración rápida, la
que sigue es la más rápida, la más impresionante y, con todo, ¡la más fácil de
todas! Se le llama la treta del «naipe perdido». Usted le dice a uno que quite
cinco o seis naipes, por ejemplo, de una baraja completa y se los ponga en el
bolsillo. Luego le pide que le nombre los que queden, y puede permitirle que lo
haga a una velocidad regular. ¡Cuando él haya terminado, usted le nombrará los
cinco o seis que faltan!
Le he dicho que esto es fácil, y lo es, efectivamente. He
ahí el recurso a emplear. En cuanto hayan nombrado un naipe vea en su
imaginación el objeto que lo representa y en seguida ¡mutile ese objeto de
algún modo! ¡No hace falta nada más! Déjeme que se lo explique al detalle.
Supongamos que nombran el cuatro de corazones... Vea usted el cuclillo saliendo
de la caja del reloj para lanzar su «cu-cú»... Pero el reloj está destrozado, y
el cuclillo decapitado. Si ahora nombran el cinco de diamantes, vea una dalia
sin la mitad de los pétalos, o sea, vea solamente la mitad de la flor. Si oye
que nombran luego el rey de diamantes vea la guadaña con la hoja partida por la
mitad. Esto es todo lo que usted tiene que hacer. No se entretenga en estas
asociaciones; vea el cuadro por una corta fracción de segundo y ya estará
dispuesto para el naipe siguiente.
Esto puede hacerse rápidamente porque, por así decirlo, uno
corta una calistenia mental. No hay que utilizar para nada, en este caso, las
palabras colgadero para los números. Claro, la velocidad con que puedan nombrarle
las cartas depende simplemente de la práctica adquirida por usted. Yo le
aseguro que al cabo de algún tiempo ¡verá usted el cuadro en su mente antes de
que su amigo haya terminado de pronunciar el nombre del naipe!
Luego, en cuanto le hayan nombrado todas las cartas, repase
mentalmente los nombres de todas las de la baraja. La mejor manera de
repasarlas consiste en proceder palo por palo, desde el as hasta el rey. ¡Y
cuando vea en su mente un objeto que no está mutilado o roto en ninguna de sus partes,
aquél será uno de los naipes que faltan! Por ejemplo, usted empieza el repaso
de la lista de palabras por el palo de bastos. Primera palabra: pata. A la
mente le viene la imagen de una pata cortada por la mitad. Segunda: pan. Ahora
ve un pan devorado por los ratones. Tercera: poma. Vea una manzana destrozada.
Cuarta: pico. A la mente le viene la imagen del pico de un loro enorme, sin la
menor alteración; por lo tanto, el cuatro de bastos será una de las cartas que
faltan. Su ojo mental se fijará en las imágenes no mutiladas con la misma
seguridad que sus ojos físicos buscan y ven el dedo herido entre los sanos,
cuando usted tiene una herida en un dedo, a medida que vaya haciendo desfilar
por su mente la serie de imágenes. Con una vez que lo pruebe le bastará para
convencerse.
Le recomiendo que cuando repase los nombres de los naipes
mentalmente, lo haga siempre por el mismo orden. No importa por qué palo
empiece, con tal que empiece siempre por el mismo, y lo sepa recordar
fácilmente. Yo siempre lo hago en la sucesión siguiente: Palos, Corazones,
Espadas y Diamantes. Al principio, para recordarlo me hice la siguiente frase:
«¡Paco, es día!», que escribiré de otro modo para que usted vea bien qué
utilidad me prestaba, si es que no lo ha adivinado al primer golpe de vista:
PaCo Es Día.
Digamos de paso que si usted quisiera demostrar su técnica
en el juego del bridge, podría realizar la exhibición del «naipe perdido»,
quitando trece cartas de la baraja. El número de cartas que quite importa poco.
¡Puede usted indicar incluso que quiten la mitad, y las nombrará todas, luego
que le hayan nombrado los otros las que quedaron!
Por lo que he visto en mis actuaciones en público, de todo
lo que hago lo que más impresiona a los espectadores, exceptuando quizás el
reconocer caras y nombres, son las demostraciones con naipes, las cuales
resultan muy interesantes para todo el mundo, tanto si aquella persona
determinada juega o no juega a los naipes.
Estoy casi seguro de que la mayoría de ustedes han leído
hasta aquí sin aprender de verdad el nombre de cada uno de los naipes de la
baraja. Ahora que han visto lo que se puede hacer con ellos, creo que los
aprenderán. Y de paso, ¿no se da cuenta usted cómo puede aplicar el truco del
«naipe perdido» a juegos como el pinacle, el bridge, el casino, etc., es decir,
a todos aquellos juegos en los cuales signifique una notable ventaja saber
cuáles son las cartas que han salido ya? La posibilidad de una aplicación
práctica de este método la dejo a la consideración de usted.
En un capítulo venidero encontrará otros trucos y maniobras
con naipes. Una indicación nada más, antes de cerrar el presente: si usted
quisiera recordar una baraja aunque barajada, claro está, en orden solamente,
lo podría conseguir con gran rapidez empleando el método de la cadena. Le
bastaría ir asociando las palabras colgadero de los naipes a medida que se los
fueran nombrando. Por supuesto, con este método, en cuanto abandone el orden
establecido ya no los recordaría.
Hasta aquí siempre he hablado de que le nombrasen los
naipes, pero los recordará igualmente si en lugar de nombrárselos alguno, es
usted quien los mira. Lo que ocurre es que a los espectadores parece que les
impresiona más si uno ni siquiera mira las cartas.
Después de haber repasado las palabras colgadero de las
cartas mentalmente unas cuantas veces, puede usted servirse de una baraja para
ayudarse a practicar. Baraje bien, vuelva las cartas cara arriba, una por una,
diciendo en voz alta, o pensando, la palabra que le corresponde... y cuando
sepa hacer esto a una velocidad regular, sin titubeos, entonces podrá decir que
conoce bien las palabras colgadero para los naipes.
Y cuando esto ocurra, ¿haría el favor de comprobar la nueva
habilidad aprendida realizando otra vez la prueba número 4 del capítulo 3? Creo
que le complacerá ver la diferencia de puntuación alcanzada.
11
ES INTERESANTE RECORDAR NÚMEROS LARGOS
La memoria es un tesorero al cual tenemos que
entregar fondos si luego queremos que nos preste la asistencia de que hayamos
menester.
Rowe
Una vez, durante una actuación mía en el Concord Hotel, al
norte del estado de Nueva York, un «amigo» del público me pidió que memorizase
el número 414, 233, 442, 475, 059,125. Lo hice, por supuesto, empleando mis
sistemas. Si lo menciono ahora es porque había olvidado el truquito que
empleaba de niño. Cuando niño yo solía vanagloriarme ante mis amigos de mi
maravillosa memoria, y le pedía a uno de ellos (un confabulado, claro está) que
dijese un número largo. Mi aliado se ponía entonces a nombrar las paradas del
metro del ramal de la Sexta Avenida de Nueva York. Aquellas paradas las
conocíamos todos, y cualquiera las hubiera reconocido si el otro hubiese dicho
primero «4», luego «14», después «23», y así sucesivamente. Sin embargo, al
oírlas formando grupos de tres cifras, los no iniciados no las reconocían.
Por aquellos días, el metro de la Sexta Avenida, paraba en
la calle 4, en la 23, en la 14, en la 34, en la 42, en la 47 y 50, en la 59, en
la 125, etc. Simplemente, yo iba repitiendo estas paradas, y mis compañeros
lanzaban exclamaciones de pasmo ante mi maravillosa memoria. Todo demuestra que
es fácil recordar números si se consigue que representen algo, o si significan
algo para nosotros. Esto es lo que le he ayudado a conseguir empleando el
sistema del colgadero. Ahora usted sabe la manera de hacer que un número tenga
un significado, tanto si representa como si no representa estaciones de metro.
Yo sostengo la opinión de que ésta es la única forma de memorizar y retener un
número. Sí, en efecto, he oído mentar los poquísimos casos de personas capaces
de memorizar un número instantáneamente. Me han hablado de una persona que era
capaz de recordar y retener en la memoria números largos con sólo que se los
pusieran delante de los ojos breves momentos. (¡Ojalá supiera hacerlo yo!) Esas
personas no conocen el arte de recordar, recuerdan, sencillamente, y nada más.
Pero son, a mi entender, las excepciones que confirman la regla, y que me
reafirman en mi opinión.
¿Cómo se las arreglaría usted para memorizar el número 522,
641, 637,527? He ahí cómo procedía un experto en el arte de recordar del siglo
pasado. Primero ordenaba a sus estudiantes que dividiesen el número en cuatro
secciones de tres cifras: 522 641 637 527. Y ahora cito textualmente:
«Comparad el primero y el último grupo, y al momento veréis
que el cuarto grupo es mayor que el primero sólo en cinco unidades. Comparando
el segundo con el tercer grupo, hallamos que sólo difieren en cuatro unidades.
Por otra parte, el tercer grupo sobrepasa al cuarto en 100 y en 10 unidades, es
decir, que añadiendo dichas unidades el 527 se convertiría en 637, y el 7 sería
la única cifra que no habría cambiado. De modo que si empezamos por el cuarto
grupo y pasamos al tercero, podremos decir que éste sale del cuarto añadiéndole
110. El segundo grupo sale del tercero añadiéndole 4 y el primero sale del
cuarto quitándole cinco.»
Este sistema, sin ninguna modificación, siguen enseñándolo
algunos expertos en cuestiones de memoria de nuestros días. La primera vez que
tuve noticia de este método se me antojó que para practicarlo ¡lo primero que
uno necesitaba era tener ya una memoria entrenada sólo para poder recordar las
instrucciones! En lo tocante a retener el número en la memoria, dudo de que lo
consiguiera usted por mucho tiempo; esto suponiendo que llegase a aprenderlo.
Ahí no hay asociaciones ni imágenes estrambóticas. Creo comprender, sin
embargo, la finalidad hacia la cual apuntan probablemente esos expertos. Si uno
trata de seguir sus instrucciones, se ve obligado a concentrar toda su atención
en el número. Lo cual, naturalmente, significa haber ganado la mitad de la
batalla. Cualquier método que obligue al estudiante a interesarse por el número
dado y a observarlo con detención conseguirá forzosamente algún éxito. Lo que
ocurre es que un método semejante se parece mucho a querer matar moscas con el
martillo de un herrero; los medios son demasiado penosos para justificar el
fin.
El sistema del colgadero para memorizar números largos
consiste, en realidad, en una combinación de los métodos del colgadero y de la
cadena. También le obliga a uno a concentrarse en el número; resulta fácil de
explicar ¡y la retención que se consigue es pasmosa! Si ha aprendido bien las
palabras colgadero desde 1 hasta 100, esto debería ser para usted un juego sin
importancia. Si no las ha aprendido todavía, con esto le entrarán ganas de
saberlas. Por el momento puede construirse las palabras a medida que resuelva
el caso. Emplearé para explicar mi método, el mismo número citado antes.
Primero vamos a partirlo en grupos de dos cifras. 52 26 41
63 75 27. Ahora, cada uno de estos grupos debería sugerirle a usted una palabra
colgadero:
52 26 41 63 75 27
luna nuez codo sima fiel naife
luna nuez codo sima fiel naife
¡Todo lo que tiene que hacer ahora es formar un
encadenamiento con las seis palabras! O con las que usted emplee, si escogió
otras que las que yo le propuse. Por ejemplo: vea la luna tragando miles de
nueces; luego vea una gran nuez clavada en el codo de una persona; en seguida
vea un brazo tan largo, tan largo que estando doblado el codo, llega al fondo
de una profunda sima, y en aquella sima hay unas balanzas grandiosas cuyo fiel
oscila de uno a otro lado del vacío, y luego ve un fiel en cuya punta se
sostiene un diamante grande y brillante como el sol.
Ha de ser usted capaz de formar un encadenamiento parecido
en cosa de treinta segundos. Una vez formado repáselo mentalmente un par de
veces o tres hasta estar seguro de que lo ha memorizado. Al repetir el número
de este modo, lo que hace es trasponer palabras colgadero al puesto de las
cifras. ¡Ahora sabrá el número empezando por delante, y empezando por detrás!
Con una verdadera práctica usted será capaz de recordar las palabras colgadero
y encadenarlas en el breve tiempo que recorre el número con los ojos, leyéndolo.
¡Ahí lo tiene usted! Le ha bastado asociar seis objetos para
recordar un número de doce cifras, y lo retendrá en la memoria tanto tiempo
como desee. Si ha hecho la prueba mientras le iba dando la explicación, se
habrá sentido orgulloso de sí mismo. Digo esto porque, según algunos de los
índices de inteligencia actualmente en boga, un adulto de capacidad normal
debería recordar un número de seis cifras, empezando por delante o por detrás,
después de haberlo visto u oído una vez. Un adulto de capacidad superior habría
de ser capaz de recordar uno de ocho cifras. Usted acaba de memorizar un número
de doce cifras, y lo retendrá en la memoria tanto tiempo como quiera; la
retención no tiene límite, en nuestro caso.
Por lo demás, no permita que nadie le induzca a desechar el
procedimiento acusándole de hacer «trampa», puesto que emplea un «sistema». Los
que digan eso será sin duda porque le tendrán envidia, puesto que ellos no
saben hacerlo, con sistema o sin él. Son siempre los mismos que chillan:
«Recordar mediante un sistema es antinatural; hay que recordar por la memoria
normal de uno.» Bien, ¿y quién me dirá que mi sistema es antinatural? Yo creo
que es más natural recordar que olvidar. Además, empleando mis sistemas, usted
no hace otra cosa sino ayudar a su memoria verdadera. Como expliqué antes, todo
lo que uno deba recordar ha de asociarse a otra cosa que ya sabía o recordaba.
Este proceso se verifica a todas horas en todas las personas, unas veces de una
manera consciente, otras de una manera inconsciente; todo lo que nosotros
hacemos aquí es sistematizarlo. ¡El método existía ya de por sí! Los que
afirman que los sistemas para la memoria son cosa antinatural, quieren decir en
realidad, pienso yo, que ellos no los conocen, o que no saben emplearlos.
Y ahora que he salido en defensa de la facilidad de recordar
tan recientemente adquirida por usted, demos otro paso adelante. Si, como no
dudo, ha comprendido usted bien la idea, ¿por qué no utilizar la imaginación y
hacer la cosa todavía más sencilla? Si a usted no le desagrada, puede encadenar
sólo cuatro palabras para memorizar un número de doce cifras. Basta con que
busque palabras que representen tres cifras a la vez y las asocie una con otra.
Por ejemplo, si tenemos el número: 432, 194,956, 435,
podemos desmembrarlo así:
432 194 956 435
camino tabique paliza camello
camino tabique paliza camello
y podríamos asociar las cuatro
palabras viendo un camino que arquea el lomo enojado porque se le ha plantado
encima un tabique, el cual tiene varios brazos y un palo en cada uno, moviéndolos
frecuentemente (paliza), y entonces se acerca un camello y recibe la paliza.
Si un número largo que usted quiere recordar le sugiere
palabras que puedan representar cuatro cifras a la vez, ¿por qué no emplearlas?
De esta forma podrá memorizar y retener en algunas ocasiones hasta un número de
veinte cifras, enlazando sólo cinco palabras:
42100482521492103612
¿Verdad que este número parece una cosa formidable? Pero
mírelo ahora:
4210 0482 5214 9210 3612
cantero ricachón lunático pintor mastín
cantero ricachón lunático pintor mastín
Asocie cantero a ricachón, ricachón a lunático, lunático a
pintor y pintor a mastín... ¡Ya tiene memorizado el número de veinte cifras!
Si sus actividades particulares le aconsejaran a menudo
memorizar números largos, pronto se decidiría usted a emplear la primera
palabra que le acudiese a la mente para representar las dos, las tres o las
cuatro primeras cifras. Porque no existe regla alguna que nos obligue a dividir
los números largos en grupos uniformes, es decir, del mismo número de cifras.
Para memorizar números rápidamente, uno emplea cualquier palabra; generalmente
tendrá el tiempo necesario para meditar un momento buscando las palabras más
adecuadas para encadenarlas fácilmente. Es éste un detalle que debo dejar a su
propia iniciativa e imaginación. Sin embargo, hasta que esté muy versado en
ello, me creo obligado a recomendarle que emplee las palabras colgadero para
dos cifras.
Ahora puede percatarse de la importancia de conocer los diez
sonidos básicos del alfabeto fonético. Si no los sabe aún, relea el capítulo
que enseña la manera de aprenderlos y practicar con ellos. Si no sabe combinar
asociaciones ilógicas y estrambóticas, vuelva a leer el capítulo que trata de
esta cuestión. Si conoce bien dichos sonidos y las palabras colgadero, y sabe establecer
asociaciones, compruebe sus progresos repitiendo la prueba número 3 del
capítulo 3 y vea si mejora la puntuación anterior.
12
ALGUNOS COLGADEROS PARA CASOS ESPECIALES
La memoria está siempre presente, y siempre
dispuesta y deseosa de ayudar; no falta sino que se lo pidamos más a menudo.
Roger
Broile
Muchas veces, cuando me han retado a que demostrase que,
mediante el uso de algún sistema similar al del colgadero, todo el mundo es
capaz de recordar bien, he empleado un método que ha enseñado a un escéptico a
memorizar diez objetos diversos, empezando por el primero, empezando por el
último, o diciéndolos desordenadamente, en cosa de unos cinco minutos. Lo que
hice entonces fue colocar diez objetos pequeños en fila sobre una mesa, objetos
tales como una sortija, un reloj, un cigarrillo, una caja de cerillas, un
peine, etc. Y le dije a la persona en cuestión que aquellos objetos habían de
representar los números desde uno hasta diez.
Luego le enseñaba a asociar la cosa que yo nombraba con el
objeto de encima de la mesa que representaba el número de orden de aquella
cosa. En otras palabras, si yo decía «máquina de escribir» como correspondiente
al número 7, y el séptimo objeto de la fila era la sortija, él había de asociar
«máquina de escribir» a sortija. Después, cuando yo le preguntaba si recordaba
el número 7, él contaba los objetos de la mesa hasta el séptimo, la sortija, y
ésta le hacía recordar la máquina de escribir.
Por lo común esto convencía al escéptico de que era capaz de
recordar mucho mejor de lo que él mismo se figuraba; pero todos solían
preguntarme a continuación si tendría que llevar encima aquellos objetos.
Naturalmente, si la persona que acababa de comprobar la verdad de mi aserto
hubiese grabado en su memoria aquellos diez objetos, habría tenido una lista de
diez colgaderos a los cuales asociar otros diez objetos cualesquiera. Pero
resulta difícil memorizar diez cosas completamente distintas y sin relación
alguna entre sí con el fin de emplearlas como palabras colgadero; y, en este
caso, no habría valido la pena tomarse tanta molestia.
No obstante, y según he mencionado ya en otra parte del
presente libro, fue Simónides quien se sirvió primero de un artificio de esta
naturaleza, utilizando las habitaciones de su casa y los muebles de cada
habitación como colgadero. Y su procedimiento seguiría dando buenos resultados
en nuestros días; pero tiene el inconveniente de resultar un poco limitado.
Además, los muebles son demasiado parecidos entre sí para proporcionar una
lista útil. Existe la posibilidad de confundirse y, por otra parte, se necesita
cierto tiempo para saber qué número representa cada habitación.
Han surgido ideas verdaderamente originales acerca de cómo
formar una serie de colgaderos. Tengo noticia de que hubo un hombre que se valía
de veintiséis mujeres conocidas suyas, los nombres de las cuales empezaban cada
uno con una letra distinta del alfabeto. Esto le proporcionaba una lista de
veintiséis colgaderos. Si quería recordar, por ejemplo, que a «máquina de
escribir» le correspondía el número 19, asociaba «máquina de escribir» a
Paulina. Este procedimiento puede resultar también; pero otra vez hemos de
señalar los mismos inconvenientes del anterior: demasiada similitud. Para que
funcione con éxito, cada colgadero ha de suscitar en la mente un cuadro
completamente distinto.
Otros métodos se basan en ideas distintas a la del alfabeto
fonético y pueden utilizarse perfectamente; pero resultan de una extensión
demasiado limitada. Por ejemplo, se me ha presentado a veces el caso de necesitar
unas cortas listas de colgaderos para ayudarme a recordar de veinte a
veintiocho cosas. Son métodos que he empleado con frecuencia. El primero
consiste en utilizar las letras del alfabeto. Todo se reduce a buscar una
palabra para cada letra, de forma que tenga un sonido parecido al de la letra
misma, o, por lo menos, que no me haga pensar. Observe la lista siguiente:
A — ala N
— nena
B — boa Ñ — uña
C — heces O — ojo
CH — chocha P — Pepa (muñeca
D — de o chica que lle
E — Eva ve este nombre)
F — faz Q — cuco
G — guía R — reo
H — hacha S — asa
I — ión T — té
J — jota (baile) U — humo
K — kilo V — uva
L — lío X — axis
Ll — llave Y — yegua
M — memo Z — zebra
B — boa Ñ — uña
C — heces O — ojo
CH — chocha P — Pepa (muñeca
D — de o chica que lle
E — Eva ve este nombre)
F — faz Q — cuco
G — guía R — reo
H — hacha S — asa
I — ión T — té
J — jota (baile) U — humo
K — kilo V — uva
L — lío X — axis
Ll — llave Y — yegua
M — memo Z — zebra
Si repasa dos o tres veces la lista anterior pronto la
tendrá en la memoria. Elija una imagen para cada palabra, y use siempre la
misma. Con ello tendrá una lista que le permitirá memorizar veintiocho objetos.
Si se fija bien, notará que he cuidado de no repetir aquí ninguna de las
palabras colgadero empleadas para los números. Por supuesto, acaso usted mismo
sepa encontrar otras palabras más adecuadas para alguna de las letras que las
que yo le propongo. Tenga en cuenta, de todos modos, que no debe producirse
ninguna confusión con la lista fundamental de palabras colgadero, que es la que
sirve para los números del uno al cien.
Digamos de paso, que si asocia las palabras anteriores
empezando por zebra y terminando en ala, será capaz de recitar el alfabeto en
sentido regresivo, lo cual es ya de por sí toda una hazaña. Además, si le
parece bien, puede asociar cada una de esas palabras al colgadero del número
que le corresponde. De esta forma sabría inmediatamente la posición de aquella
letra. Asociaría, pues, ala a «tea»; boa a «Noé»; heces a «amo», etc.
Otro procedimiento que aplico es el de formar una lista de
nombres de forma que los objetos por ellos indicados me recuerden por su figura
el número que quiero que representen. Puede hacerse así con muchos números, y
en el caso de aquellos para los cuales uno no encuentra objeto adecuado, puede
forjarse un cuadro mental que se los recuerde. Para el número 1 puede uno
representarse un lápiz, porque puesto en posición vertical tiene casi el mismo
aspecto que la cifra 1. Para el 2 puede usted representarse un cisne; un cisne
nadando en un lago tiene la silueta muy parecida a la cifra 2. Para el 3 yo
suelo representarme un trébol de tres hojas. Una mesa, o mejor aún, una silla,
o cualquier otra cosa que tenga cuatro patas, puede servir para significar la
cifra 4. Para la cifra 5 puede representarse una estrella de cinco puntas.
Esforzando un poco la imaginación, un yo-yo con su cordelito tiene la silueta
de la cifra 6. Un palo de golf cabeza arriba tiene una forma similar al 7. Si
el palo de golf no le resulta demasiado familiar, sin duda habrá visto algunos
modelos de pipas que, puestos verticalmente sobre una mesa también tendrían una
figura muy semejante a la citada cifra. Para el 8 podría representarse un reloj
de agua o de arena. Acaso también haya visto madejas de lana, o aquellos
lacitos que forman los fideos, que le recuerden bien la cifra 8. Para pintarme
el 9 suelo pensar en una cinta métrica; me refiero a esas cintas métricas de
metal elástico que van enrolladas dentro de una cajita también metálica de
forma cilíndrica. Si uno hace salir unos centímetros la cinta, el conjunto
tiene una figura muy parecida al 9. Un bastón y una pelota, puesto el primero
delante de la segunda, pueden representar el 1 y el 0 del número 10. Acaso
pudiera usted imaginarse también un futbolista en posición de firmes y el
balón. Para el 11 me represento dos trozos de spaghetti puestos uno al
lado del otro. Acaso le resultase mejor a usted representarse a dos soldados
con el fusil al hombro. Para el 12 uno puede pensar en un reloj señalando las
doce.
Para el 13 —haciendo una concesión a los supersticiosos—
puede escoger un gato negro. Para el 14 yo solía imaginarme un río o una
carretera —que era el 1— corriendo al lado de una masía cuyos edificios
formaban un 4. Si usted logra imaginarse el cuadro que digo visto desde un
avión, se dará cuenta de que el río —o carretera— y los edificios tienen en
conjunto una figura muy parecida al número 14.
Acaso pudiera
representarse también un bastón —que sería el 1— apoyado en el respaldo de una
silla. La silla sería el 4.
Yo solía verme a mí mismo subiendo a un ascensor y diciendo:
«Piso número 15, por favor», para representarme el número 15. De esa costumbre
procede que ahora la simple imagen del ascensor represente para mí el número
15. Pero en este momento me doy cuenta de que a usted quizá le guste más otra
imagen. Figúrese que ve cómo se saludan dos personas muy afectuosamente, con
aquella clase de saludo que no es tanto como darse un beso, pero es más que
estrecharse sencillamente la mano; es decir, una de las dos personas —la más
afectuosa, o la que quiere tomar ante la otra un aire paternal y protector—
coge la mano de la otra en las suyas. Entonces entre las tres manos son quince
dedos. Para el 16 yo me representaba una casa muy bajita y rara con un número
16 muy grande. Pero si tuviera que escoger ahora —o recomendarle una imagen a
usted— quizá prefiriese figurarme una señorita muy delgada, muy delgada —que
sería el 1— con un yo-yo colgado de la espalda, y el yo-yo sería el 6.
Yo he utilizado esta lista durante años para ayudarme a
memorizar dieciséis objetos. Pero no hay motivo alguno para limitarse a
dieciséis. Por el mismo procedimiento usted puede hacer una lista de veinte o
más, si le place. Ninguna imagen, ninguna representación será demasiado
estrafalaria si le sugiere a usted la idea de un número determinado. Con ello
llenará la función que se le pide. Pues bien, ponga su imaginación en
actividad.
Por si acaso, y como orientación, aquí está la lista tal
como la empleaba, hasta el 16.
1. Lápiz. 9.
Cinta métrica.
2. Cisne. 10. Palo y pelota.
3. Trébol. 11. Espagueti.
4. Mesa. 12. Reloj.
5. Estrella. 13. Gato negro.
6. Yo-yo. 14. Masía y río.
7. Palo de golf. 15. Ascensor.
8. Reloj de arena. 16. Cajita con el número.
2. Cisne. 10. Palo y pelota.
3. Trébol. 11. Espagueti.
4. Mesa. 12. Reloj.
5. Estrella. 13. Gato negro.
6. Yo-yo. 14. Masía y río.
7. Palo de golf. 15. Ascensor.
8. Reloj de arena. 16. Cajita con el número.
Todavía podría indicarle otros procedimientos; pero no
quiero. Si necesita usted formarse otras listas, utilice su propia imaginación.
De todos modos, estoy seguro de que advierte perfectamente que el alfabeto
fonético y el sistema de establecer equivalencias entre letras y números
expuestos anteriormente es un método muy superior a cualquiera de los
mencionados en el presente capítulo. La lista fundamental de palabras colgadero
podría ampliarse hasta el millar, o más, si a uno le interesase, y esta lista
tiene la ventaja de que tan pronto uno oye una de las palabras que la forman,
las consonantes de la misma le dicen inmediatamente qué número representa. El
alfabeto fonético le proporciona a usted la posibilidad de formarse en un
momento una palabra para un número determinado. No tiene usted necesidad de buscarlas
y recordarlas por adelantado; puede buscarlas o inventarlas en el mismo
instante que las necesita.
Sin embargo, los dos recursos que le he indicado en este
capítulo pueden serle útiles sí alguna vez necesita una lista corta
rápidamente, o si le conviene utilizarla en conjunción con la serie de palabras
colgadero. Esto último puede utilizarse en algunos sorprendentes alardes de
memoria, como verá usted en un capítulo venidero.
Antes de cerrar éste, quiero asegurarle que ninguno de los
recursos explicados resulta demasiado estrambótico, ni forzado. Cualquiera de
ellos le prestara un buen servicio si decide emplearlos. A mi juicio, aparte de
las palabras colgadero, los dos recursos mejores son los explicados aquí; pero
cualquier lista ordenada de palabras que usted conozca formando una sucesión
puede servirle como serie de colgaderos para casos especiales. Conozco a un
individuo que se vale para ello de su propio cuerpo. Empezando por la cabeza,
emplea: cabello, frente, ojos, nariz, boca, etc., hasta las uñas de los dedos
del pie. Así, si un objeto ha de llevar el número 3, lo asocia a «ojos», si
hubiera de llevar el número 7, lo asociaría a «cuello», etc.
Algunos expertos en demostraciones de memoria que actuaban
en los antiguos vodeviles utilizaban el mismo teatro para ayudarse a recordar
objetos nombrados por el auditorio. Por ejemplo: utilizaban el escenario para
representar el número 1, candilejas para el 2, orquesta para el 3, proscenio
para el 4, anfiteatro para el 5, etc. Todo lo del teatro estaba en la lista:
los cortinajes, las lámparas, los rótulos indicando las salidas, hasta los
cuartos de aseo...
Y, por supuesto, una de las listas más frecuentes (y más
limitada) de colgadero es la que emplea palabras que tengan un sonido parecido
al de los respectivos números. Por ejemplo: turno, por uno; coz, por dos; tez,
por tres; teatro, por cuatro; y así sucesivamente, hasta llegar a diez, que es
lo más que uno suele alcanzar con este procedimiento.
En fin, creo que el motivo principal que me ha inducido a
exponerle todos estos otros procedimientos para formar listas de palabras es el
de hacerle comprender mejor la eficacia del alfabeto fonético. Según mi
experiencia, no hay ningún otro procedimiento que se le aproxime, por sus
ilimitadas posibilidades y por su elasticidad.
En el capítulo siguiente verá usted de qué modo una de las
listas aprendidas ahora, o parte de ella, puede ser empleada en combinación con
el alfabeto fonético.
13
RECORDAR FECHAS ES INTERESANTE
—¿En qué día estamos?
—Caramba, me ha cogido usted; no me acuerdo.
—Vaya, ¿por qué no lo mira en ese diario que
lleva en el bolsillo y saldríamos de dudas?
—¡Ah, no; no nos serviría de nada; es el
diario de ayer!
Aunque todos somos capaces de decir qué día es hoy mirando
un periódico de ayer, ¿cuántos de ustedes sabrían decir rápidamente, o con
lentitud, qué día de la semana corresponderá a cualquier fecha del «, presente
año? No muchos, estoy seguro. Si usted cree que el tener esta información en
las puntas de los dedos sin casi costarle el menor esfuerzo vale la pena, siga
leyendo. Como usted comprenderá, hay varios métodos diferentes para calcular en
qué día de la semana caerá una fecha determinada, y no es el menos importante
de todos el de contarlo con los dedos.
Algunos de los sistemas mencionados resultan tan complicados
que parece mucho más simple tomarse la molestia de buscar un calendario y
consultarlo allí. En cambio, existen maneras de conocer realmente el día de la
semana, ¡de cualquier fecha del siglo veinte! A mí no me parece que esto tenga
ningún valor práctico considerable, aunque quizá pueda tenerlo para algunos de
ustedes. Sin embargo, utilizado como un alarde de memoria, resulta de un afecto
altamente espectacular.
En este capítulo me propongo enseñarle a usted el modo de
hacerlo, pero primero, para su aplicación práctica, expongo una manera muy
sencilla de encontrar en qué día de la semana caerá una fecha determinada del
año 1960*. Es un procedimiento
tan fácil que la mayoría de mis lectores se maravillarán de no haberlo sabido
imaginar por sí mismos. Helo aquí.
Todo lo que usted tiene que hacer es memorizar el número
376315374264 de la manera que le he enseñado. Puede usted descomponerlo en
grupos de dos cifras y servirse de las palabras colgadero aprendidas aquí,
encadenándolas convenientemente, o puede formar palabras que comprendan más de
dos cifras cada una. En este caso a mí no se me ocurre otra cosa que
descomponer el número en seis grupos de dos cifras y enlazar las palabras
colgadero, correspondientes. Dichas palabras son: mofa, sima, tela, mofa, cuna,
saco. Vea usted, por ejemplo, la persona de cara grotesca que escogió para
representarse el número 37 haciendo muecas de mofa y sacando una lengua muy
roja, y tan larga que llega al fondo de una profunda sima donde queda aprisionada,
casi llenando el vacío. Vea una sima de cuyas peñas caen innumerables cascadas
formando un río al fondo; pero ni las cascadas ni el río son de agua, sino de
inacabables y policromas piezas de tela que corren rápidamente. Vea luego la
persona que representa para usted la mofa, pero ahora su cara, y toda ella, es
de tela estampada; es como un monigote de tela (siempre con la lengua fuera,
haciendo muecas burlescas). Ahora la persona representante de la mofa está
tendida en el suelo en posición supina, con la cabeza inclinada, las piernas
encogidas en ángulo recto y las manos apoyadas en las rodillas... En fin,
formando una cuna viviente y burlesca que se mece con rapidez. Luego vea una
cuna, y dentro, un saco pegando berridos. En cuanto haya memorizado el número,
estará usted en condiciones de decir el día de la semana de una fecha del
primer domingo de cada uno de los doce meses. En enero, el primer domingo es el
día 3; en febrero, el 7; en marzo, el 6; en abril, el 3, etc. Ya sabe usted el
primer domingo de cada mes. ; Cómo puede ayudarle esto a saber en qué día cae
una fecha determinada de 1960? ¡Muy sencillo! Supongamos que desea usted saber
en qué día cae el 22 de agosto. Sabe ya que el primer domingo de dicho mes es
el 7. Entonces el otro domingo será el 14, y el otro el 21. De modo que el 22
de agosto caerá en lunes.
¿Quiere usted saber en qué día de la semana caerá la Navidad
del año 1960? Gracias al número de doce cifras usted sabe que el primer domingo
de diciembre es el día 4 del mes. Por lo tanto, el 11, el 18 y el 25 también
serán domingo. ¡La Navidad, en 1960, cae en domingo!
Así opero yo mentalmente cuando quiero saber una fecha
cualquiera del año 1960, empleo las palabras: mofa, sima, tela, mofa, cuna,
saco para recordar cada una de las doce cifras. Y sé que la palabra mofa me da
los primeros domingos de los dos primeros meses: enero y febrero. La palabra
gima me da los primeros domingos de marzo y abril: la palabra tela, los de mayo
y junio. La palabra mofa, otra vez, me da los de julio y agosto. Cuna, los
primeros de septiembre y octubre. Y saco, los dos primeros de noviembre y
diciembre.
Por lo tanto, si quisiera saber, pongamos por caso, en qué
día de la semana cae el 9 de noviembre, pensaría al momento en la palabra
«saco». Ella me diría que el primer domingo de noviembre es el día 6; con lo
cual el 7 será lunes; el 8, martes, y el 9 será miércoles.
Suponiendo que para sus actividades particulares significara
una ventaja el saber el día de la semana en que caiga una fecha del año en
curso y del venidero, coja usted un calendario del venidero y memorice el
número de doce cifras formado por los primeros domingos de los doce meses. Esto
puede hacerse con todos los años consecutivos que a uno le interesen. Y aun
suponiendo que no encontrase calendarios de los años venideros; con el último
domingo de diciembre de un año puede saber muy fácilmente la fecha del primer
domingo de enero del año siguiente; y de ahí iría sacando los otros primeros
domingos. Hay que acordarse de ver si el año cuyos primeros domingos de cada
mes busquemos es bisiesto o no. De todas formas, no creo que esto pueda tener
verdadero interés práctico para más de dos años. Con todo, voy a explicarle en
seguida un medio práctico de saber en qué día de la semana caerá una fecha dada
—la que sea— de cualquier año del presente siglo.
Para dejarlos más pasmados, puede usted asegurar a sus
amigos que aprendió de memoria todos los calendarios del siglo veinte. Para
demostrárselo, dígales que mencionen una fecha determinada; una que ellos sepan
en qué día de la semana caerá o cayó. Lo cual es necesario, naturalmente, para
que puedan comprobar si usted contesta bien. La mayoría de las personas se
acuerdan del día que se casaron, o que consiguieron un título, o de otros acontecimientos importantes.
¡Cuando le nombren la fecha, usted les contesta casi inmediatamente qué día de
la semana fue!
Para realizar esta demostración ha de saber un par de cosas
además del año, mes y día. Ha de saber un determinado número para el año, al
cual me referiré como «la clave del año», y otro número determinado para el
mes, al cual llamaré «la clave del mes».
Quizá si le explicase la manera de proceder antes de meterme
en detalles técnicos, usted lo entendería más fácilmente. He ahí cómo se
procede: supongamos que usted quiere saber qué día de la semana era el 27 de
marzo de 1913. Supongamos también que sabe que la clave del año para 1913, es
2, y que la clave del mes para marzo es 4. Usted sumaría estas dos claves, que
le darían un total de 6. Ahora sumaría este total de 6 a la fecha del día, que
en este caso es 27 (marzo 27). Esta suma le daría 33. El paso final consiste en
sacar todos los sietes de 33. El siete entra en el 33 cuatro veces (4 x 7=28).
Quite ahora 28 de 33, y le queda un resto de 5. ¡Éste es su día, el quinto día
de la semana es jueves! Ah, una advertencia, para realizar esta exhibición
hemos de considerar como si el primer día de la semana fuese el domingo; el
lunes, el segundo; martes, el tercero, etc., y el sábado, el séptimo.
¡El 27 de marzo de 1913 cayó en jueves! Por favor, amigo
mío, no considere complicado este procedimiento, no lo es. En realidad, jamás
tendrá que sumar números más elevados de siete. Las claves para los años o los
meses pueden ser 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, pero no se llega nunca a siete; los
sietes se quitan tan pronto como sea posible. Si tuviéramos que sumar una clave
del año que fuese 5 con una clave de mes que fuese 6 el total nos daría 11;
pero inmediatamente restaríamos siete, y nos quedarían 4. El número con el cual
seguiríamos trabajando sería el cuatro; los dos los dejaríamos ya olvidados. Si
la fecha que le dan es mayor de siete, puede usted quitar todos los sietes. Por
ejemplo, si le dan la fecha del 16, puede usted quitar los sietes (2x7= 14) y
emplear solamente el resto de 2. En el caso recién mentado de que la clave del
año fuese 6 y la del mes 6 —recordará que hemos sumado el 5 y el 6, luego hemos
restado 7, quedando un resultado final de 4—, le bastaría a usted sumar 4 y 2,
con lo cual vería que el día de la semana es el sexto, o sea, el viernes.
Siempre teniendo en cuenta la alteración que introducimos de empezar a contar
por el domingo.
Le pondré unos ejemplos prácticos más después de haberle
dado a conocer las claves de los meses, las cuales permanecen siempre invariables.
Enero — 1 t Julio
— 0 r
Febrero — 4 c Agosto — 3 m
Marzo — 4 c Septiembre — 6 s
Abril — 0 r Octubre — 1 t
Mayo — 2 n Noviembre — 4 c
Junio— 5 l Diciembre — 6 s
Febrero — 4 c Agosto — 3 m
Marzo — 4 c Septiembre — 6 s
Abril — 0 r Octubre — 1 t
Mayo — 2 n Noviembre — 4 c
Junio— 5 l Diciembre — 6 s
Voy a proporcionarle un auxiliar de la memoria para recordar
cada una de las claves. El método que sigue se funda en una cosa, y otro que le
indicaré luego se funda en otra. Usted podrá emplear el que le parezca mejor, u
otro que se le ocurra.
Enero es el primer mes del año; de ahí que resulte fácil
recordar que el número clave para enero es el 1. Febrero es un mes frío, en el
que a veces nieva, o hace viento, un viento frío; y la palabra «frío» tiene
cuatro letras. Con lo cual el número clave para febrero es el cuatro.
Abril es conocido por sus flores. Aunque no siempre la
realidad corresponde a la imagen corriente, abril suele traernos la imagen de
una jovencita con una regadera en la mano, regando las flores de su jardín.
Hasta parece que la primavera se ha convertido en una jovencita y que va por el
cielo, regadera en mano, soltando un chorro ahí, otro allá. Y a las jovencitas
se les cuenta los años por «abriles». ¿Verdad que ha leído y oído usted muchas
veces «quince abriles», «dieciséis abriles»...? Pues bien, la palabra «abriles»
tiene siete letras. Pero como hay que quitar los sietes, 7-7 = 0. De ahí que la
clave para abril es 0.
La clave para mayo es 2. Sin duda en cuanto usted piensa
inopinadamente en el mes de mayo la primera fecha que, como a buen español, le
viene al pensamiento es la del «dos de mayo». Y quizá recuerde incluso aquellas
estrofas de: «Guerra gritó ante el altar...» Si es así, no tendrá ninguna
dificultad en recordar que el número clave para el mes de mayo es 2.
Junio tiene cinco letras. No necesita más para acordarse de
que la clave para el mes de junio es 5.
Para julio puede usted ayudar su memoria pensando en los
navarros, que, sin duda, le son muy simpáticos. Cante usted mentalmente aquello
de: «Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de
mayo, seis de junio, siete de julio, ¡San Fermín!» ¡Siete de julio, San Fermín!
Pero como hay que quitar todos los sietes, he aquí que 7 - 7 = 0. Y el número
clave para el mes de julio es 0.
Agosto, agosto... Ah, pero no tenemos solamente los
españoles hazañas guerreras de que enorgullecemos, sino también grandes
victorias conseguidas en las hermosas batallas de la paz y el progreso. Así,
antes de un dos de mayo, habíamos tenido un 3 de agosto. ¡Un tres de agosto en
que un puñado de valientes, tripulando tres carabelas, partieron rumbo a la
gran aventura, hacia el continente que hoy se llama América! Sin duda usted
recordará muy bien la fecha del 3 de agosto como la de la salida de Colón y sus
compañeros del puerto de Palos, con tres carabelas. Y si se le había borrado un
poco, estará contento, no cabe duda, de volver a grabarla en su mente. Con lo
cual le será mucho más fácil recordar que el número para agosto es el tres.
Y continuando los recuerdos históricos, creo que usted no se
molestará si le recordamos que el general Miguel Primo de Rivera dio el golpe
de Estado que instauró la Dictadura el día 13 de septiembre de 1923. Pero como
hay que quitar todos los sietes, 13 — 7 = 6. El número clave para el mes de
septiembre es el 6. Quizá podamos añadir que en nuestro país es, sin duda, uno
de los meses en que hay más fiestas; es el mes de las fiestas mayores. Y hasta
el campo parece estar de fiesta. Uvas, melones..., en fin, frutas de todas
clases. «Fiesta.» La palabra fiesta tiene seis letras. Otro detalle que nos
recuerda que la clave para septiembre es 6.
Octubre. Octo, como usted sabe muy bien, significa ocho.
Quitando los sietes (8-7 = 1) queda uno. La clave para el mes de octubre es 1.
Noviembre es el undécimo mes del año. Si de once quitamos
siete, quedan cuatro. De ahí que el número clave para noviembre es 4.
Finalmente, la gran festividad del mes de diciembre es la
Navidad, la gran fiesta del mundo cristiano. Somos cristianos porque creemos en
Cristo, el aniversario de cuyo nacimiento celebramos aquel día. La palabra
«Cristo» tiene seis letras, y con ello recordamos que la clave para el mes de
diciembre es 6.
Aunque quizás algunos de los ejemplos que acabamos de poner
puedan parecerle a usted un poquitín traídos por los pelos, no por ello dejarán
de ayudarle a recordar las claves. Otro recurso para lograr el mismo objetivo
consistirá en formar una palabra de sustitución para cada mes (el sistema de
las palabras sustitutivas se lo explicaré con detalle en el capítulo próximo) y
asociarla a la palabra colgadero que representa su número clave. Para el cero emplee
cualquier palabra que contenga como única consonante la R. «Aro» es muy
indicada, porque, además, es muy fácil representársela mentalmente.
A continuación le damos algunas indicaciones acerca de cómo
sustituir los nombres de los doce meses por otras palabras que nos los
recuerden.
Enero. Deformando un poco la palabra se tiene «Genaro». Vea
usted a un Genaro con una «tea» encendida plantada en la chimenea como única
lumbre, calentándose las ateridas manos.
Febrero. Una palabra que se le parece un poco es «orfebre».
Asóciela con «oca». Vea, por ejemplo, a un orfebre cincelando una oca que
grazna desesperadamente y emprende la huida. O vea una oca cincelando una
bandeja de plata.
Marzo. Marcha. Vea la cosa asociada (oca) en marcha. Mejor
una formación de ocas desfilando marcialmente.
Abril. Yo creo que puede usted volver a emplear la imagen de
otra serie de ejemplos que hemos dado para este mes, o sea, la jovencita —puede
imaginarse a una jovencita que se llama Abriles— con la regadera en la mano y
las flores ante sí, que al mismo tiempo juega con un aro.
Mayo. Mayonesa. Podría ver usted a Noé muy atareado con un
enorme almirez, haciendo salsa a la mayonesa.
Junio. Puede usted en junio usar la imagen de unos segadores
o de un campo de trigo a punto de segar —yo creo que ambas nos hacen pensar
siempre en el mes de junio—, o también figurarse la diosa Juno, y asociarlas
con la palabra colgadero para el número cinco, que es la clave de este mes.
Julio. Julio César. ¡Qué bien! La imagen de un emperador
romano, ¡jugando con un aro (0) como los niños!
Agosto. Angosto. Vea al amo pasando por el ojo de una
cerradura.
Septiembre. Siete y hambre, setiambre. Vea un oso
defendiéndose desesperadamente de un siete enorme cuyo travesaño superior se
abre formando una terrible boca y ataca al pobre oso.
Octubre. Octoedro. Asócielo convenientemente.
Noviembre. Nuevo miembro. Imagínese el acto de ingreso en
cualquier sociedad que usted conozca —o por ejemplo en una Academia—; el nuevo
miembro suelta su discurso delante del presidente, que es una majestuosa oca.
Diciembre. En el caso de este mes quizá valdría la pena
aprovechar la circunstancia de que sea el último, el que hace doce, y ver a un
oso (número 6, clave del mes) empollando, como una clueca, una docena de huevos
sobre la esfera de un reloj que señala las doce.
En fin, puede usted utilizar uno de estos dos métodos u otro
que se le ocurra.
Y aquí, el traductor y adaptador de la presente obra, recoge
la invitación del autor y se propone ver si también él le ayuda a usted a
encontrar otro método para recordar las claves de los meses. Hay que pensar que
al autor no le molestará esta intromisión, pues vemos que no hace secreto de
sus métodos y sistemas, antes al contrario, expone los principios en que los
funda. Este nuevo método quizá no le sirva a usted para recordar muy
rápidamente la clave de cada mes, pero en cambio podrá servirle mejor que
ninguno si en un momento dado hubiese llegado a olvidar las claves y hasta las
imágenes que habían de recordárselas... Con tal que recuerde que a enero le
corresponde la clave 1, cosa muy puesta en razón y que parece muy fácil de
recordar, siendo enero el primer mes del año. Habrá que recordar también el
convenio establecido según el cual contamos —al aplicar este sistema para saber
en qué día de la semana cae una fecha dada— las semanas como si empezasen el
domingo y terminasen el sábado. Recordando estos dos puntos de apoyo
necesarios, vamos a suponer que estamos en un año en el cual el primero de
enero fue al mismo tiempo el primer día de la semana (el domingo, en nuestro
caso). Evidentemente, sumándole a uno cualquier múltiplo de siete (la semana
tiene siete días) volvemos a tener otro día primero de la semana. Siendo 28
múltiplo máximo de siete comprendido dentro de los límites del mes, podremos
decir 28 + 1 = 29. Por lo tanto, el 29 vuelve a ser domingo, y, en
consecuencia, el 1 de febrero será miércoles, cuarto día de la semana, si
consideramos el domingo como primer día de ésta. En la práctica, el cálculo se
dispone de una manera mucho más rápida: 31 - 28 = 3. Y 3 + 1 (clave de enero;
en nuestro supuesto, primer día de la semana) = 4. Como febrero, en los años
normales, tiene exactamente 28 días, múltiplo exacto de siete, se comprende muy
bien que el primero de marzo caerá en el mismo día de la semana que cayó el
primero de febrero. De ahí que la clave para marzo sea la misma que para
febrero. Marzo tiene 31 días. Una resta, 31-28 = 3, nos dice que son cuatro
semanas enteras y sobran tres días, los cuales, sumados a los cuatro que arrastramos
desde enero, dan siete. Y 7 - 7 = 0. Cero, clave de abril. Abril tiene 30 días.
30 - 28 = 2. El número 2 es la clave de mayo. Mayo tiene 31 días. 31-28 = 3.
Sumando a estos tres los dos anteriores, 3+2 = 5. Clave de junio, 5. Junio
tiene 30 días. 3+28 = 2. Sumando a los cinco acumulados entre mayo y junio, 5+2
= 7. Ahora 7-7 = 0.
Y así sucesivamente.
Llegamos ya a las claves para los años. Le daré todas las
claves para los años, de 1900 a 1987*.
Pongo en una columna todos los años que tienen por clave 1; en otra los que
tienen por clave 2; etc.
Le recomendaría que emplease otra lista colgadero para
ayudarle a recordar estas claves. No necesita sino seis palabras, representando
a los números del 1 al 6, que no interfieran ni se confundan con la lista
colgadero fundamental. Podría usted emplear una de las listas indicadas en el
capítulo anterior; es decir, el método del alfabeto: ala, boa, heces, etc.; o
el de la semejanza de figura con los números: lápiz, cisne, etc. Para el cero
podría usar «aire» o «reo».
Como todos los años que figuran en la lista que sigue
empiezan por 19 no es preciso conservar estas dos cifras en la memoria. Basta
asociar la palabra colgadero correspondiente al número que forman las dos
últimas cifras con una —la precisa— de las que emplee usted para designar cada
uno de los números clave.
1900 1901 1902 1903
1906 1907 1913 1908
1917 1912 1919 1914
1923 1918 1924 1925
1928 1929 1930 1931
1934 1935 1941 1936
1945—0 1940 — 1 1947 — 2 1942 — 3
1951 1946 1952 1953
1956 1957 1958 1959
1962 1963 1969 1964
1973 1968 1975 1970
1979 1974 1980 1976
1984 1985 1986 1981
1987
1906 1907 1913 1908
1917 1912 1919 1914
1923 1918 1924 1925
1928 1929 1930 1931
1934 1935 1941 1936
1945—0 1940 — 1 1947 — 2 1942 — 3
1951 1946 1952 1953
1956 1957 1958 1959
1962 1963 1969 1964
1973 1968 1975 1970
1979 1974 1980 1976
1984 1985 1986 1981
1987
1909 1904 1905
1915 1910 1911
1920 1921 1916
1926 1927 1922
1937 1932 1933
1943—4 1938 — 5 1939 — 6
1948 1949 1944
1954 1955 1950
1965 1960 1961
1971 1966 1967
1982 1977 1972
1983 1978
1915 1910 1911
1920 1921 1916
1926 1927 1922
1937 1932 1933
1943—4 1938 — 5 1939 — 6
1948 1949 1944
1954 1955 1950
1965 1960 1961
1971 1966 1967
1982 1977 1972
1983 1978
Por ejemplo, la clave para 1941 es 2. Asocie «codo» a
«cisne» o a «boa», según sea la lista que decida emplear. Establezca
asociaciones para todos estos años. Repáselas luego unas cuantas veces y antes
de que se haya dado cuenta, las tendrá grabadas en la memoria.
Ahora está usted en posesión de todo lo necesario para
realizar lo que llamaríamos la «exhibición del calendario». Sólo hay que
advertirle de un detalle. Si se trata de un año bisiesto y la fecha que usted
se propone investigar está en enero o febrero, el día de la semana será el
anterior al que le indican a usted sus cálculos. Por ejemplo: supongamos que
usted desea saber en qué día de la semana cayó el 15 de febrero de 1944. La
clave para el año 1944 es 6. Sumémosla a la clave de febrero, que es 4, y nos
dará 10. Quitando el siete quedarán 3. Sumemos ahora este tres a la fecha
indicada (15 + 3 = 18), quitemos los múltiplos de 7 (18-14 = 4) y tendremos un
resultado final de 4. El cuadro representaría ordinariamente el miércoles, pero
en este caso ya sabe usted que es un día antes, o sea, el martes. ¡1944 es
bisiesto!
Recuerde que esto se hace solamente con las fechas
comprendidas en los meses de enero y febrero de los años bisiestos. Para saber
si un año es bisiesto, se mira si es múltiplo de cuatro, para lo cual ha de
dividir por cuatro el número que forman sus dos últimas cifras. Si la división
da exacta, sin quedar ningún residuo, entonces el año es bisiesto.
El año 1900 no es bisiesto; los años representados por un
número exacto de centenas jamás son bisiestos.
Dos ejemplos más del sistema:
2 de junio de 1923 — 0 más 5 es 5
5
más 2 es 7
7 menos 7 es
0
0
es sábado
29 de enero de 1937 — 4 más 1 es 5
5
más 29 es 34
34
menos 28 (4 x 7) es 6
6
es viernes
Vea usted si sabe encontrar el día de la semana en que
cayeron las fechas siguientes: 9 de septiembre de 1906; 18 de enero de 1916
(año bisiesto); 20 de agosto de 1974; 12 de marzo de 1931 y 25 de diciembre de
1921.
No pretendo decirle que este sistema se aprenda a manejar en
un momento; requiere un poco de tiempo y de estudio; pero nada que valga la
pena se conquista con demasiada facilidad.
Y de paso, si este procedimiento le gusta más que el dado al
principio del capítulo y quisiera emplearlo con finalidades prácticas, podría aprender
sólo las claves de los años que le interesan. Acaso fueran el año anterior, el
presente y el venidero. Con esto y las claves de los meses, podría usted saber
el día de la semana para cualquier fecha de estos tres años.
14
ES ÚTIL RECORDAR EL VOCABULARIO DE LOS IDIOMAS EXTRANJEROS Y LOS CONOCIMIENTOS
ABSTRACTOS
Cuanto más inteligible es una cosa, más
fácilmente la retiene la memoria; y, viceversa, cuanto menos inteligible es,
más fácilmente la olvidamos.
Benedicto Spinoza
Acaso a usted no le parezca que la cita que encabeza el
presente capítulo manifieste un ingenio singularmente brillante. Quizá se diga
para usted mismo: «Claro, todo el mundo sabe que si una cosa es inteligible, es
decir, tiene sentido, resulta más fácil de recordar.» Sí, en efecto, se trata
de una verdad evidente por sí misma; pero se necesitó a Spinoza para
expresarla, para ponerla en estas palabras precisas, allá en el siglo
diecisiete.
Hago gran hincapié en la repetida cita porque condensa en
una sola frase el eje sobre el cual gira todo este libro. Casi todos los
sistemas que contiene consisten fundamentalmente en esto: en hacer inteligibles
cosas que no lo eran. Un ejemplo lo tenemos, claro está, en el sistema del
colgadero. Ordinariamente, los números, como entes abstractos, son
ininteligibles, pero el empleo del sistema del colgadero hace que adquieran
para uno un significado determinado.
Acaso el mejor ejemplo de lo que sostengo nos lo proporciona
el memorizar vocabularios extranjeros. Para toda persona no familiarizada con
un idioma determinado, una palabra de aquel idioma no es sino un conglomerado
de sonidos. Por esto se recuerdan con tanta dificultad.
Para darles fácil acceso a la memoria empleará usted el
sistema de las palabras sustitutivas. Siempre que uno quiere recordar una cosa
abstracta, intangible o ininteligible, cosas que no tengan para él ningún
sentido, que no susciten ninguna imagen o cuadro y que sin embargo sea preciso
recordarlas, deberá emplear palabras o pensamientos que las sustituyan. Lea
usted el presente capítulo con toda atención, porque las palabras sustitutivas
le ayudarán también a recordar nombres.
Formar una palabra sustitutiva consiste, simplemente, en
esto: al encontrar una palabra que no tiene para usted ningún significado, que
le resulta intangible, ininteligible, busque en seguida otra palabra, o una
frase, o un pensamiento que posea un sonido tan similar como sea posible a la
palabra en cuestión, y que sea tangible, que se pueda pintar en la mente. A
toda palabra que deba usted recordar, pertenezca o no a un idioma extranjero, y
que carezca para usted de sentido, puede darle un significado, un contenido,
utilizando una palabra o un pensamiento que la sustituyan. Años atrás tuve
durante un tiempo la pasión de ocuparme de los peces tropicales y me esforzaba
en aprender los nombres técnicos de sus aletas. Como por aquel entonces no
podía dar una figura a esos nombres, empleaba palabras sustitutivas para
recordarlos.
Por ejemplo: La aleta de la cola tiene el nombre de aleta
caudal. A fin de recordarlo, me pintaba en la imaginación un pez con una moneda
grande en lugar de cola. Yo tenía grabada en la mente la palabra «caudal» como
sinónimo de riqueza. Un «señor acaudalado» es un señor rico. Con ello la imagen
de una moneda me recordaba inmediatamente la palabra «caudal». La aleta del
lomo del pez tiene el nombre de aleta dorsal. Lo primero que se me ocurrió al
leer ese nombre fue pensar en Eugenio d'Ors, cuyos artículos en los periódicos
leía alguna vez*.
(D'Ors-dorsal). Yo asocio automáticamente al malogrado Eugenio d'Ors sentado a
horcajadas sobre un pez y escribiéndole en el lomo.
Acaso se le antoje a usted un procedimiento largo. No lo es.
La asociación de «dorsal» a d'Ors y a pluma, y la formación de una imagen o
cuadro en la mente, es labor de una fracción de segundo. No olvide usted que el
primer pensamiento o la imagen que se le ocurra cuando oye una palabra que no
tiene para usted figura, es la que debe emplear. A mí se me ocurrió «d'Ors», a
usted acaso se le habría ocurrido otra idea. La palabra inglesa que significa
«gorrión» es «sparrow» y su sonido se parece bastante a «espárrago», sobre todo
si pronunciamos el final de esta última un tanto confuso y rápido. ¿No se le
ocurre a usted una palabra o una imagen sustitutivas? Es fácil. ¿Por qué no establecer una asociación estrambótica entre «gorrión»
y «espárrago»? Podría ver usted una bandada de gorriones que en lugar de plumas
tienen espárragos en las alas y en la cola. La próxima vez que intente usted
recordar el equivalente inglés de gorrión, la asociación estrambótica
establecida le ayudará a recordar que la palabra es «sparrow». No es preciso
que la palabra escogida suene exactamente igual que el vocablo extranjero que
quiere usted recordar. Para «sparrow» podría utilizarse aspa y oro, que también
ayudarían a recordar la palabra. Mientras tenga lo principal de ésta en la
imagen formada, lo incidental, todo lo demás, acudirá a la mente traído por la
memoria verdadera.
La forma de sustituir es cosa puramente personal; algunos de
los pensamientos sustitutivos que yo empleo no sabría expresarlos en palabras,
pero me ayudan a recordar la voz extranjera. Lo que para mí puede tener un
sentido correcto y suscitar una imagen clarísima, quizá no logre el mismo
efecto en usted; usted debe emplear los pensamientos sustitutivos que se le
ocurran.
«Window» (uindou) significa en inglés «ventana». Observando
que el sonido no está lejos de «viudo», podría usted ver a un viudo diciendo
adiós en la ventana al coche mortuorio que se lleva a su querida esposa. Y si quisiera
usted recordar que en francés una ventana se llama «fenétre», podría imaginarse
a un ladrón entrando por la ventana para hacer una «faena», «Astra» en mano.
(Fuenastra.) O podría ver la misma ventana, con unas patitas y unos brazos
saltando fuera del sitio para hacerle la faena a usted, apuntándole con una
pistola Astra.
La palabra inglesa «brother» (que se pronuncia broder),
significa «hermano». Simplemente, figúrese usted a su hermano cubierto de
broza.
La palabra inglesa que significa «cuarto» es «room»
(pronúnciese rum). Vea usted sencillamente un cuarto lleno por todas partes de
botellas de ron, pero de ésas cuya etiqueta dice «rhum». Vea usted todas las
botellas ostentando la etiqueta.
«Vaso» en inglés es «glass». Véase usted en medio de un glaciar
(graz-iar), haciendo vasos de hielo. Si tuviera usted algunos conocimientos de
catalán la imagen todavía le saldría mejor, pues en catalán «glaç» significa
hielo. La palabra francesa que significa puente es «pont». Y aunque
probablemente usted la recordará en seguida, puesto que no se diferencia en
exceso de su equivalente española, si tuviera alguna dificultad en recordarla,
vea a un muchacho jugando al ping-pong, y pegando con tal fuerza a la pelota
que ésta salta por encima de un puente.
En inglés, «pen» significa «pluma». Véase a usted mismo
armado con una «penca» de col, por ejemplo, en la que ha insertado una pluma
borrando una K que hay escrita en otra «penca» de col. «Penca sin K.» En
francés, la palabra que significa padre es «père». Asocie usted «padre» con
«pera», y no lo olvidará jamás.
Las asociaciones antes citadas, son las que yo usaría. Es
preferible que usted produjera las propias.
Pruebe este método con cualquier idioma extranjero y logrará
memorizar las palabras de su vocabulario mejor y más de prisa, y su memoria las
retendrá más de lo que las retenía antes. Aparte de los idiomas, este método es
útil al estudiar materias en las que hay que recordar palabras que al principio
no significan nada. El estudiante de Medicina que debe aprender de memoria los
huesos del cuerpo humano,
acaso encuentre alguna dificultad en recordar: fémur, coxis, rótula, peroné,
sacro, etc. Pero si convierte estas palabras en otras o si las sustituye por
pensamientos de un modo parecido a como sigue: fe, muro (muro de la fe)
—fémur—; cok, sí (figúrese una propaganda de carbón de cok: un carbonero
sostiene en la mano un puñado de este carbón y grita: «¡Cok, sí!»); rótula
quizá la recordase mejor si se imaginase una U en la rodilla: rótula; «peros,
no» podría darle peroné. Para sacro le bastaría asociar algún objeto sacro
(sagrado) con el lugar en donde se encuentra dicho hueso. Luego el estudiante
podría encadenar estas palabras entre sí, o asociarlas a aquello junto a lo
cual deba recordarlas. Un estudiante de Farmacia podría imaginarse a una bella
cantante italiana (una bella donna) de cuya boca sale un pino atroz {atroz
pino), para recordar que la atropina sale de las raíces o las hojas de la
belladona.
Estoy
fabricándome estas palabras sustitutivas a vuela pluma, mientras voy
escribiendo; pensándolo un poco, usted podía encontrar sustitutivos mucho
mejores. El quid está en que la palabra o pensamiento de sustitución posee un
significado, mientras que el vocablo primero no. Por esto uno lo recuerda mejor
acudiendo a la palabra sustitutiva. Le daré más indicaciones en este sentido y
le proporcionaré nueva ocasión de practicar mi método en el capítulo dedicado a
cómo recordar nombres.
Habiendo
empezado el presente capítulo con una cita de Benedicto Spinoza, ¿puede permitirme
la vanidad de cerrarlo con una cita mía? «Todo aquello que sea impalpable,
abstracto o ininteligible puede ser recordado fácilmente si se emplea un
sistema mediante el cual aquello que era ininteligible se hace tangible,
concreto, inteligible.»
15 ES CONVENIENTE
RECORDAR NOMBRES Y CARAS
Dos hombres se acercan por la calle y en los
ojos de ambos se ve una expresión indicadora de que se reconocen. El uno le
dice al otro:
—No, aguarde un minuto, no me diga nada; yo
le conozco a usted, pero no estoy seguro de dónde nos encontramos por primera
vez. Déjeme ver si recuerdo su nombre... ¡Ya lo tengo! Nos conocimos en la
playa de Miami, hace dos años.
—No; yo no he estado en Miami Beach.
—Aguarde, aguarde, no me lo diga todavía...
Ah, sí, fue en el paseo de Atlantic City donde nos conocimos.
—Lo lamento; jamás visité Atlantic City.
—¡Ah, ahora lo tengo! ¡Fue en Chicago, en
1952!
—De ningún modo. En 1952 no estuve en
Chicago.
—Caramba, caramba; sé que nos conocemos,
pero... ¿de dónde le conozco a usted?
—¡Idiota! ¡Soy tu hermano!
—Ah, sí; conozco su cara, ¡pero no acierto con el nombre!
Aunque dudo de que alguno de ustedes llegue al extremo del
individuo de la anécdota que encabeza estas líneas, cuántas veces habrá pasado
por la incomodidad de tener que pronunciar una frase como la que antecede?
Estoy seguro de que han sido varias. Si realizase una investigación para ver
cuáles son los motivos que inducen a la mayoría de personas a seguir mi curso
sobre la memoria, creo que un 80 por 100, cuando menos, dirían que lo siguen
porque parece que son perfectamente incapaces de recordar nombres y caras.
Por supuesto, habitualmente lo que se olvida es el nombre,
no la cara. La razón de que sea así es muy simple. La mayoría de las personas
poseemos lo que se llama «memoria visual». Es decir, lo que vemos se registra
en nuestro cerebro de un modo más duradero que lo que oímos. Además, no siempre
que uno ve la cara de una persona oye también su nombre. De ahí que, de vez en
cuando, todos nos hallemos en el caso de tener que explicar: «Reconozco su
cara, pero no sé cómo se llama usted.»
Y esto no sólo nos coloca en una situación embarazosa, sino
que puede perjudicarnos en el terreno de los negocios, y acaso nos cueste algún
dinero. Algunas personas intentan salir del paso buscando tretas para lograr
que su interlocutor diga cómo se llama antes de darse cuenta de que ellas han
olvidado el nombre. Esto puede salir bien alguna que otra vez; no muchas. Por
lo común vale la pena recordar bien los nombres de nuestras relaciones. Estoy
seguro de que todos ustedes han oído explicar aquella historieta del señor que
se encontró con un antiguo conocido al cual no lograba recordar bien.
Dándoselas de listo, de hombre de muchas relaciones y enterado de muchas cosas,
como, por ejemplo, de que en inglés el sonido que tenga el apellido de una
persona no nos indica en modo alguno con qué letras deba escribirse (por lo
cual es corriente entre ingleses y americanos que después de decir el nombre lo
deletreen), el buen señor aparentó que recordaba incluso el apellido del otro,
pero que no estaba seguro de la manera de escribirlo. De modo que suplicó: «¿Le
sabría mal volver a repetirme cómo se escribe su apellido?» A lo que replicó el
otro, muy extrañado: «¡Del único modo que puede escribirse: G-A-R-C-I-A!» Ya ve
usted, pues, que en este caso concreto la treta no resultó bien.
Otra manera astuta de fingir que uno no ha olvidado un
nombre que debía recordar consiste en preguntar llanamente a la persona en
cuestión cómo se llama. Si contesta diciendo el nombre de pila y el apellido,
al oír este último uno exclama: «No; el apellido no es preciso. ¡No creerá
usted que iba a olvidarlo! El nombre de pila, quería decir.» Pero si el otro
sólo le dice el nombre de pila, usted exclama, naturalmente, que ya lo sabía,
que lo que no recuerda en aquel momento es el apellido. De esta forma se
consigue el nombre completo, aparentando al mismo tiempo que sólo se había
olvidado uno de sus componentes. Esta pequeña artimaña sólo tiene una pega, y
es que si la persona en cuestión le dice el nombre y hasta los dos apellidos en
seguida que se lo pregunta, da por supuesto que comprende que usted había
olvidado cómo se llama y usted ni siquiera sabe replicar. ¡Mala suerte!
Se cita también el ejemplo clásico del sujeto que solía
preguntar a las personas cuyo nombre había olvidado si lo escribían con una e o
con una i. La estratagema resultó bien hasta que topó con una señora que se
llamaba Rojas.
No, no, creo que vale la pena recordar cómo se llaman las
personas en lugar de confiarse a estratagemas más o menos astutas. Y no
solamente vale la pena, sino que, se lo aseguro, resulta mucho más fácil que
acudir a subterfugios, porque cuesta mucho menos esfuerzo.
El hombre ha ensayado varios sistemas y métodos para ayudar
a su memoria a recordar nombres. Algunos utilizan el alfabeto, o sea, el método
de las iniciales. Es decir, realizan un tremendo esfuerzo para retener
únicamente la inicial del apellido o nombre de una persona. Eso equivale a
perder el tiempo, porque habitualmente se olvida la inicial; pero, aunque la
recuerden, ¿cómo pueden saber de este modo el nombre de aquella persona? Si
usted se dirige al señor Aspa llamándole señor Albino, o viceversa, él no se
sentirá complacido porque haya acertado usted la primera letra de su apellido.
Si bien el tomar nota por escrito de las cosas puede ayudar
en muchos casos a la memoria, no sirve en el de recordar nombres. Este método
acaso resulte eficaz empleado conjuntamente con un buen sistema de asociación,
según explicaré luego; pero no por sí mismo. Si uno fuera capaz de dibujar
exactamente la cara de la persona cuyo nombre le interesa recordar, sería
mejor, puesto que entonces sabría qué nombre pertenece a cada cara. Uno tendría
dos cosas tangibles, que podría asociar mediante una imagen estrambótica.
Desgraciadamente, la mayoría no somos tan hábiles dibujantes, y aunque lo
fuéramos, no nos serviría de mucho, porque no siempre tendríamos ocasión de
dibujar las caras, o no nos compensaría el tiempo que necesitáramos para ello.
Algunos expertos en lo tocante a la memoria aconsejarán a
sus alumnos que tengan un cuaderno y anoten en él el nombre de todas las
personas que quieran recordar. Como ya dije antes, esto puede ayudar un poco si
se usa conjuntamente con un buen sistema de asociación, pero no de otro modo.
Por supuesto, le serviría de algo a usted el procedimiento si cada vez que
encuentra a una persona estuviera dispuesto a repasar toda la lista de nombres,
con la esperanza de que el nombre acudirá a su mente en el momento en que lo vea
escrito en el cuaderno. Suponiendo que fuese así, dudo que halagase mucho la
vanidad y el amor propio de la persona en cuestión el ver que «pescaba» usted
el nombre en un cuaderno en lugar de pescarlo en la memoria.
A pesar de lo necesario que resulta recordar nombres y
caras, he aquí una de las lamentaciones más corrientes de los tiempos actuales:
«¡Es imposible; los nombres no puedo recordarlos!» Nuestra manera de vivir hace
casi inevitable el conocer a diario caras nuevas. Uno traba relación continuamente
con personas a las que desea recordar, y con otras que seguramente no es
necesario recordar, hasta que tiene que tratar con ellas por segunda vez.
Entonces, cuando es demasiado tarde, uno se da cuenta de que hubiera debido
hacer un esfuerzo por retener la figura y el nombre de aquellas personas en la
memoria.
¿No sería una gran ventaja para un vendedor el saber
recordar los nombres de todos sus clientes? ¿O para un médico el de sus
pacientes; para un abogado el de sus clientes, etc.? Claro que sí. Todo el
mundo quiere recordar nombres y caras, pero muchísimas veces se malogra una
venta importante, alguien se encuentra en una situación embarazosa, o una
reputación queda manchada porque alguno olvidó el nombre de un personaje
importante. Y sin embargo, ya en los tiempos de la civilización griega y
romana,
Cicerón recordaba los nombres de miles de sus conciudadanos
y de los soldados de Roma, gracias al empleo de un sistema para ayudar a la
memoria.
Me han hablado de una señorita empleada en el guardarropa de
un popular club nocturno de Nueva York. Esta señorita ha ganado una reputación,
porque jamás entrega un resguardo para recoger luego el sombrero o el abrigo;
simplemente, recuerda a quién pertenece cada uno de los sombreros y de los
abrigos que le confían. Se dice que jamás ha dado a nadie una prenda de otra
persona. Quizás a usted no le parezca muy importante su habilidad para el
oficio que desempeña, porque sería lo mismo entregar los sombreros y abrigos
contra presentación del resguardo correspondiente, como se hace en todas
partes. Con todo, la señorita en cuestión se ha convertido en una especie de
figura destacada de aquel club, y las cuantiosas propinas que recibe lo
demuestran palmariamente.
Claro, lo suyo no es exactamente igual que recordar nombres
y caras, pues ella no recuerda el nombre, pero resulta muy similar. La joven ha
de asociar el sombrero o el abrigo, o ambas cosas a la vez, con la cara de la
persona que se lo da.
Me han dicho que el botones de un gran hotel del Sur se ha
conquistado una fama parecida. Cuando llega al hotel alguna persona que haya
estado en alguna otra ocasión, el muchacho le saluda y se dirige a ella
llamándola por su nombre. Según mis últimas noticias, con las propinas que le
dan puede ahorrar el dinero suficiente para llegar un día a poder comprar el
establecimiento.
Esto debería demostrarle a usted, si es que hace falta
ofrecer pruebas, que a las personas les gusta que las recuerden; incluso lo
recompensan con dinero.
La señorita del guardarropa y el botones, ganan sin duda más
dinero que otros empleados en idénticas funciones.
Para una persona la posesión más preciada la constituye su
nombre, y nada la complace más que oírlo pronunciar, o ver que los demás lo
recuerdan.
Algunos de mis alumnos y hasta yo mismo, hemos recordado
trescientos nombres y caras en una sola reunión. ¡Usted puede hacerlo también!
Pero antes de pasar a ocuparnos de los verdaderos sistemas y
métodos para recordar nombres y caras, me gustaría enseñarle a usted cómo puede
mejorar su memoria para ellos por lo menos entre un veinticinco y un cincuenta
por ciento sin dichos sistemas. Lea con gran detenimiento los párrafos que
siguen.
¡La causa principal de que muchas personas olviden un nombre
está en que jamás empezaron a recordarlo! Todavía exageraré un poco más la nota
y me atreveré a decir que jamás empezaron a oírlo. ¿Cuántas veces le han
presentado a una persona desconocida de este modo: «Señor, tengo el gusto de
presentarle al señor Pa-lo-mino»? Pocas. En general, usted ha oído, más que un
nombre bien pronunciado, un balbuceo confuso. Posiblemente porque la persona
que procede a presentarlos no recuerda bien ella misma el nombre de usted y el
del otro. Y por ello disimula, pronunciando de un modo rápido y confuso. Por su
parte, usted experimenta, probablemente, la sensación de que jamás volverá a
contestar «Encantado de conocerle» y no se preocupa de recoger el nombre con
toda exactitud. Es posible que incluso esté un rato charlando con aquella
persona y luego se despida de ella sin haberle oído bien su apellido ni una
sola vez.
El
único pensamiento que se les ocurrirá luego a los que se hayan encontrado en
este caso será el de preguntarse a sí mismos: «Diantre, ¿cómo se llamaba aquel
señor? ¡Sí, aquel individuo tan simpático con el cual hablé el otro día!» Y al
ver que no se le ocurre ninguna palabra que responda a su pregunta, acaba por
encogerse de hombros, exclamando: «¡Bah, al diablo!», y así termina la
cuestión.
Así es
como la gente se sorprende hablándose unos a otros empleando denominaciones tales
como «Señor», «Amigo», «Compañero», «Rubio», «Mozo», «Moreno», o «Guapa»,
«Cariño», «Simpática», etc., o cualquier otra palabra que le ahorre a uno el
tener que pronunciar el nombre del otro, al mismo tiempo que lucha con la
turbación que le produce el no recordarlo. Oliver Herford dio la siguiente
definición de la palabra inglesa «darling», equivalente a nuestro «cariño» o
«encanto»: «Es la forma más corriente de dirigirse a una persona de otro sexo
cuyo nombre uno no recuerda de momento.»
Aquí
tiene, pues, la primera regla para recordar nombres: ante todo, cuando le
presenten una persona ¡ASEGÚRESE DE HABER OÍDO BIEN CÓMO SE LLAMA! Insisto en
lo dicho anteriormente: la cara usted la ve bien, por lo tanto, lo más probable
es que la recordará, si vuelve a verla. El nombre tiene que recogerlo por el
oído, y nadie lo está repitiendo continuamente; en consecuencia, procure oírlo
bien cuando se lo dicen. Todavía no he oído la siguiente queja: «Sé cómo se
llama usted, pero parece que no logro recordar su cara.» Es siempre el nombre
lo que crea el problema. Insistamos, pues: ¡ASEGÚRESE DE HABER OÍDO BIEN CÓMO
SE LLAMA LA PERSONA QUE LE PRESENTAN!
No
permita que el que hace la presentación salga del paso con unas sílabas
confusas y mal pronunciadas. Si usted no ha oído perfectamente, si no está
seguro de la palabra, pida que le repitan el nombre. A veces, sobre todo
tratándose de personas extranjeras, después de haberlo oído es posible que no
sepa usted cómo se escribe; si se encuentra alguna vez en este caso, pida a la
persona a la que está saludando que se lo diga letra por letra. O pruebe a
deletrearlo, y el otro se sentirá muy halagado por esta prueba de interés que
le da usted.
Por lo
demás, si se habitúa usted a deletrear el nombre de todas las personas que vaya
conociendo, no tardará en saber escribir y pronunciar toda clase de nombres
casi sin excepción. Le sorprenderá comprobar cuan gran número de ellos
pronuncia correctamente. Sin proponérselo, se enterará poco a poco del valor
fonético que tienen las letras de determinados países. Se enterará de que en
Italia no existe la J. En polaco el sonido de la J y el de G suave, y algunas
veces el de SH, se representan generalmente por GZ, mientras que el de AI lo
representan a veces por AJ. El sonido de CH o de TZ en italiano se representa
algunas veces por una doble C; el sonido de SH (CH francesa, similar a la
nuestra, pero mucho más suave), en un nombre alemán, sobre todo si está al
principio de la palabra, suele representarse por SH, etc. Por supuesto, esto no
resulta bien siempre. Recientemente me encontré con un apellido que sonaba como
«Burke», y que se escribía «Bourque». De todos modos, aquellos que han
presenciado mis actuaciones en público, atestiguarán que en un 85 % de los
casos deletreo sus nombres correctamente. O por lo menos con una aproximación
suficiente para impresionar a los interesados. Por lo tanto, ya lo ve usted, es
posible. Menciono esto porque el deletrear correctamente o con muy
ligero error el apellido de una persona impresiona a ésta casi tanto como el
hecho de recordarla.
Si después de haber indicado cómo se escribe, advierte usted
que aquel apellido es idéntico o parecido al de un amigo o pariente de usted,
no olvide el hacerlo notar. Todo esto sirve para grabar mejor la palabra en su
mente. Si se trata de un apellido raro, uno que usted no hubiese oído jamás,
dígalo también. No se muestre tímido, ni tampoco imperativo al hacer estos
comentarios; porque a todo el mundo le complace que se ocupe usted de su
apellido. Lo mismo que les complacería si usted demostrase gran interés por
algo de lo que ellos poseen, o por algo que a ellos les apasione, les guste o
interese. Supongo que se trata de una característica general de la naturaleza
humana.
Mientras esté hablando con aquella persona, repita su
apellido tantas veces como pueda en el curso de la conversación. Por supuesto,
no deberá estar repitiéndolo continuamente como un idiota; pronúncielo cuando
note que encaja bien en el conjunto de lo que se dice y cuando sea necesario.
No menciono ese detalle para dármelas de gracioso. He leído algunas
instrucciones de «peritos en memoria» en las que he encontrado ejemplos de
conversación como la que sigue:
—Caramba, sí, señor Pimentón, yo me voy a Europa todos lo
veranos, señor Pimentón. Pero, señor Pimentón, ¿no le entusiasma Roma a usted,
señor Pimentón? Dígame, señor Pimentón..., etc.
Con esto no impresionará favorablemente al señor Pimentón;
lo que hará será asustarle.
No. Emplee el nombre solamente, como le he dicho, siempre y
cuando comprenda que viene a cuento el pronunciarlo. Aproveche siempre que dé
los buenos días o las buenas noches. No se limite a expresar la esperanza de
volver a verle pronto; diga: «Adiós, señor Johnson, confío en volver a verle
pronto...» Con esto el nombre se graba más firme y definitivamente en su
cerebro.
En este caso, como de costumbre, el esfuerzo requerido no es
otro que el que le exigen las primeras prácticas del procedimiento. Luego habrá
adquirido usted el hábito y ni siquiera se dará cuenta de que lo sigue. Determínese,
pues, a seguir las indicaciones contenidas en los últimos párrafos. Vuelva a
leerlos si no está seguro de qué es lo que recomiendan.
Para algunas personas todo eso constituye por sí solo un
sistema completo para recordar nombres. La causa está en que gracias a las
sugerencias e indicaciones anteriores los nombres resultan interesantes,
despiertan el interés. Y, según he dicho ya, la memoria, en una buena
proporción, se apoya en el interés.
Lo antedicho mejorará su memoria en un porcentaje entre el 25
y el 50, siempre que lo ponga en práctica; pero siga usted leyendo ¡y yo le
ayudaré a resolver el 50 o el 75 por ciento restante!
16
¿QUÉ ES LO QUE ENCIERRA UN NOMBRE?
Aquel sujeto estaba muy orgulloso de su
habilidad en recordar nombres por asociación, hasta que encontró a la señora
Otero. La señora Otero era muy gruesa y tenía un estómago muy desarrollado, de
modo que el experto en memoria decidió usar «estómago» como palabra asociada.
Tres semanas después volvió a encontrar a la
misma señora, dirigió una mirada a su estómago y, muy ufano, la saludó:
«¡Buenos días, señora Barriga!»
No hace mucho tiempo tuve el placer de actuar ante el club
de directivos de unos grandes almacenes de la ciudad de Nueva York. Celebraban
el banquete anual. De todas las exhibiciones que suelo hacer, la que más éxito
tiene, probablemente, es la de recordar cómo se llaman los concurrentes.
Mi procedimiento consiste en presentarme a todos los
asistentes a medida que van llegando, o en saludarlos mientras comen.
Sencillamente, voy de una mesa a otra reuniendo los nombres de todos los
comensales (y al mismo tiempo un hambre atroz). Saludo primero a todos los que
se sientan a una mesa, luego a los que se sientan en la contigua, y así hasta
terminar. Procedo más de prisa o más despacio según aconseja la ocasión. Varias
veces he tenido que saludar de cien a doscientas personas en quince minutos, o
menos, ¡y no he olvidado un solo nombre! El mérito y los elogios corresponden,
por supuesto, a mis métodos y sistemas, no a mí.
Luego que he saludado a todo el mundo, y después del café y
postres, continúa la función. Durante la misma pido a todos los que he saludado
durante la velada que tengan la bondad de ponerse en pie. Muy a menudo se pone
en pie el auditorio entero. Entonces procedo a pronunciar el nombre de todos
los que se han levantado, señalando, cada vez que digo un nombre, a la persona
que lo lleva. Durante el resto de mi conferencia-exhibición permito que
cualquiera de los asistentes me interrumpa en cualquier momento gritando: «¿Cómo
me llamo yo?», y al instante le digo su nombre. Les cuento esto porque me
divirtió la explicación hallada por uno de los dirigentes de aquellos grandes
almacenes, para poner al descubierto la «trampa» que empleaba a fin de recordar
el nombre de todos los allí reunidos. Y no la presentó en son de broma, sino
firmemente convencido de haber descubierto la verdad.
El banquete se daba en el hotel Capitol de Nueva York, y la
sala en que nos encontrábamos estaba completamente rodeada por una galería
circular. He ahí la explicación que dio el dirigente:
«El señor Lorayne trabaja en combinación con un fotógrafo.
Ya saben ustedes, con uno de esos individuos que hacen fotografías en los
banquetes y las revelan en pocos minutos, a fin de poderlas vender en seguida a
los asistentes. Tanto el fotógrafo como el señor Lorayne llevan, escondidos
entre sus ropas, unos aparatos receptores y unos micrófonos diminutos. El
fotógrafo está en la galería, escondido también, naturalmente. En la pared hay
un agujero en alguna parte por el cual puede enfocar su máquina. Y mientras
todo el mundo está sentado, esperando la comida, él saca una fotografía de
todos los comensales y la revela y la copia inmediatamente.
»Cuando el señor Lorayne se acerca a una mesa y pregunta los
nombres, el fotógrafo, gracias a los diminutos micrófonos y a los receptores,
los oye también. Entonces, como tiene la fotografía, localiza la mesa en la que
están dando el nombre (pues está mirando por el agujero que le sirvió para
meter la máquina), localiza a la persona que lo pronuncia en aquel momento y
escribe el nombre sobre la fotografía. Así lo hace con todos los reunidos.
»Ya ven, pues, cuan sencillo resulta (y el autor se permite
preguntar: "¿Sencillo?"). Cuando el señor Lorayne realiza sus
demostraciones, antes de pronunciar un nombre siempre señala a una persona
determinada. El motivo de señalarla es porque así el fotógrafo puede
localizarla en la fotografía, leer el nombre y susurrarlo en su micrófono.
Naturalmente, el señor Lorayne lo oye y lo repite en voz alta.»
Esa fue la explicación que encontró aquel caballero para mi
método. (¡Quizá no fuera tan mala idea, pensándolo bien!) Por supuesto, el buen
señor no se refirió para nada a todas las demás demostraciones que hice durante
mi actuación. Olvidó también que la mayoría de personas cambian de sitio
después de haber comido (en muchas ocasiones saludo a la gente en un aposento y
luego tengo que dar el espectáculo en otro), y que después de los números del
espectáculo hablé con los asistentes fuera de sus mesas, en el ascensor, y
hasta por la calle, y siempre los llamé por sus respectivos nombres. O quizá no
lo olvidase; acaso creyera que el fotógrafo seguía susurrando los nombres
correspondientes en su diminuto micrófono. Si tal hubiese sido el caso, habría
sido el fotógrafo quien habría poseído una memoria excelentemente entrenada.
Relato este incidente sólo para poner de relieve cuan
difícil les resulta a ciertas personas creer que otras sean capaces de recordar
de verdad los nombres y las caras de todo un auditorio. Simplemente, siguen el
camino de la menor resistencia y de la actitud negativa, y suponen que si ellas
no saben hacer una cosa, nadie puede saberla, es imposible. Después de haber
aprendido mi método para recordar nombres y caras, estoy seguro de que usted
reconocerá, de acuerdo conmigo, que no es imposible, muy al contrario, es mucho
más fácil que practicar el método tan ampulosamente expuesto por el dirigente
de los grandes almacenes.
Me habría gustado sobremanera enviar un ejemplar del presente
libro al caballero en cuestión, para demostrarle la verdad de lo que digo; pero
no sé su nombre; vea usted, ¡he olvidado dónde puse aquella fotografía!
En capítulos anteriores he hecho hincapié en la importancia
que tiene sentir interés por una persona para recordar cómo se llama. Si a
usted le presentasen cuatrocientas personas en una velada y luego saludase tres
o cuatro veces más a cada una de aquellas personas, a pesar de todo olvidaría
cómo se llaman la mayoría de ellas. Sin embargo, si entrase en una habitación
donde hubiera cuatrocientas celebridades, estrellas de cine, por ejemplo, es
muy probable que supiera llamarlas a todas por su nombre. Y no solamente eso,
sino que sabría citar una por lo menos de las películas que hubiese visto
interpretadas por ellos. Sin duda estará usted de acuerdo en que esto ocurre
así porque la gente se interesa por las celebridades y quiere recordarlas. Pues
bien, ya le dije yo que el interés por una cosa y la voluntad de recordarla
significan haber ganado la mitad de la batalla contra una memoria calificada de
mala, de deficiente. Acuérdese de aplicar las reglas que le di en el capítulo
anterior.
En primer lugar, asegúrese de haber oído bien el nombre de
la persona.
Dígalo letra por letra, pida que se lo digan letra por
letra, si usted no está seguro de cómo se escribe.
Si aquel nombre tiene algún detalle singular, o si se parece
a otro que usted ya sabe, menciónelo.
Repita el nombre tan a menudo como pueda en el curso de la
conversación.
Pronúncielo siempre que dé los buenos días y las buenas
noches, o que diga adiós.
Si usted emplea estas reglas en conjunción con lo que voy a
enseñarle inmediatamente, ya nunca más volverá a olvidar cómo se llama una
persona, ni su cara. Para simplificar el proceso, aprenderemos primero qué
debemos hacer con el nombre, y luego aprenderemos el modo de asociarlo a la
cara. En realidad, son dos cosas que van de la mano; el nombre conjurará la
imagen de la cara, y la cara traerá a la mente el nombre.
Todos los nombres pueden incluirse en una de estas dos
clases: nombres que significan algo y nombres que (para usted) no significan
nada en absoluto.
Apellidos como Rubio, Moreno, Blanco, Ríos, Barrios, Puerta,
Palomo, Collado, Sanjuán y muchos otros tienen un significado. Nombres como
Martínez, Pérez, López (éstos, aunque podamos decir que significan o
significaban en su origen: hijo o descendiente de Martín, de Pedro, de Lope, no
significan actualmente nada, a efectos prácticos; no traen a nuestra mente
ninguna imagen, ninguna idea), Daoiz, Vera, Birba, para la mayoría de nosotros
no significan nada. Por supuesto, ambas listas podrían hacerse interminables;
yo no he puesto sino unos pocos ejemplos.
De todas formas, hay algunos nombres que si bien pertenecen
a la clase de los «sin significado», sugieren o suscitan en nuestra mente
alguna imagen o cuadro. Si usted topara con una persona que se apellidase
Danone, sin duda se acordaría hasta involuntariamente del yogur; si conociese a
un Ducati se le ocurriría la imagen de una motocicleta; si le presentasen a un
señor que se llamase Tartarín, usted añadiría para sus adentros, sin duda
alguna, «de Tarascón», y en su mente aparecería la imagen que de éste, como de
muchos otros personajes creados por los grandes escritores, tiene formada en la
mente; si encontrase un día a un Uzcudun, pensaría al momento en un boxeador, y
si saludase a un Gayarre no le extrañaría que se pusiera a cantar, encarnando
la imagen que usted tenga formada del gran cantante español. Con todo esto
resulta que las clases que podemos establecer entre los nombres son tres:
aquellos que tienen un significado propio (que son nombres comunes, adjetivos,
etc., actuando de apellidos); aquellos que no tienen significado propio, pero
nos traen alguna imagen o recuerdo a la mente, y, por fin, aquellos que ni
tienen significado propio ni lo tienen para nosotros particularmente, pues no
suscitan en nuestro cerebro imagen ni recuerdo alguno.
Esta tercera categoría es la que requiere un esfuerzo de la
imaginación. Con objeto de recordar el nombre (o apellido) es preciso conseguir
que tenga, para nosotros, algún significado. Con las dos primeras clases ocurre
ya esto, por lo cual no representan ningún problema particular. Pero tampoco
los nombres desprovistos de todo significado han de representar problemas para
usted, si ha leído el capítulo acerca de cómo recordar el vocabulario de un
idioma extranjero. Si lo ha leído con detenimiento, ya sabe usted que debe
emplear mi sistema de «sustituir unas palabras por otras o por pensamientos
enteros», a fin de conseguir que las primeras adquieran significado. No importa
lo extraño que pueda parecer un apellido al oírlo por primera vez, siempre es
posible encontrarle una palabra o un pensamiento sustitutivos. Simplemente, uno
piensa en una palabra o frase cuyo sonido se aproxime cuanto sea posible al
apellido aquel. Si le presentaran a usted a un señor apellidado Garcés, podría
imaginarse a un hombre señalando a una garza y gritando: «¡ Garza es!» Si
conociese un día a un Aizpún, piense usted en un chiquillo (véalo con los ojos
de la imaginación) que enciende un cohete en la mano sin saber bien qué hace, y
al estallar el cohete, exclama asustado: «¡Ay, pum!» Quizás a usted se le
ocurriese una idea diferente. Recuerde que lo primero que se le ocurra como
«palabra sustitutiva», aquello es lo que debe emplear. De diez personas a las
que se proponga un mismo apellido para que lo recuerden, es posible que las
diez usen una palabra sustitutiva distinta.
Para recordar el apellido Pescara, podría usted emplear las
palabras «pesca y ara», y podría ver a un sujeto con una mano cogida a la
esteva del arado y sosteniendo con la otra una caña de pescar cuyo anzuelo se
arrastra por el surco, como esperando que pique algún pez. O también podría ver
a un sujeto arando con una yunta formada por dos grandes peces, es decir, que
la «pesca, ara». Algunas personas pensarán que la simple imagen de un pescado
bastaría para hacerles recordar el apellido entero.
No vale la pena esforzarse por encontrar una palabra
sustitutiva que suene exactamente igual que el nombre que se quiere recordar,
ni emplear un vocablo para cada una de las partes de dicho nombre. Recuerde
usted lo que le dije en un capítulo anterior: Si recuerda lo principal, ¡los
detalles incidentales acudirán, traídos por la memoria verdadera! El mismo
hecho de que usted piense en el nombre, se ocupe de él de este modo,
contribuirá a grabarlo en su mente. El haber estado buscando una palabra
sustitutiva para un nombre —o apellido— ha sido causa de que usted centrase su
interés en este nombre. Por esta causa el chascarrillo que encabeza el presente
capítulo puede servir para hacernos soltar una carcajada, pero jamás podrá
ocurrir en la realidad.
Recientemente tuve que recordar el apellido Olczewsky, que
se pronuncia ol-chus-ki. Simplemente, me representé a un bufón jorobado que
acabase de soltar una graciosidad saludado por otro bufón que le gritaba:
«¡Hola, chusco!», y el bufón primero reía su propia gracia con una risita aguda
y destemplada: «¡Ji-ji-ji-ji!» El apellido Conti me hacía pensar en aquel dicho
de un romanticismo chocarrero: «Contigo, pan y cebolla», y luego al recordar
ese dicho me acudía otra vez a la mente el apellido Conti. Para el apellido
Zazurca me pintaba en la imaginación un «zar» ruso bailando la mazurca. Para el
apellido Andrade, me imaginaba a un conocido mío llamado Andrés, un muchacho
bastante perezoso, animándose a sí mismo: «¡Anda, Andrés!», pero, claro,
uniendo las palabras y pronunciándolas con cierta rapidez: «Andandrés.» No es
lo mismo que Andrade, pero bastaba para recordármelo.
No importa lo necia que resulte la comparación o la imagen;
en la mayoría de los casos, cuanto más necia mejor. He dicho a menudo que si
cuando actúo en el escenario pudiera explicar las raras y necias asociaciones
que establezco para recordar apellidos y otras cosas añadiría al programa un
número realmente divertido.
Un apellido como D'Amico no es demasiado raro. Yo he
conocido a varias personas que lo llevaban y lo he recordado representándome a
una señora vestida como un rey de baraja de naipes (no sé por qué se me antoja
esta imagen como la más parecida a un rey de la Edad Media en traje de corte),
cantando al son de una lira unas Cantigas de Amigo, gallegas. Yo mismo no me
explico bien cómo se me ocurrió semejante imagen. Me figuro que
semiinconscientemente hice una mezcla en la imaginación de la idea del rey
Sabio, de la poesía popular gallega, según las nociones adquiridas en el
Bachillerato, y quizá de Nerón. Porque el caso es que la lira no es lo mismo
que la gaita gallega. Pero recordaba bien el apellido citado, que era lo que me
había propuesto. Una señora vestida de rey de oros cantando en gallego,
acompañándose con una lira... Bastante ridículo, ¿verdad? Mejor. Cuanto más
ridícula y estrambótica la imagen, mejor, más fácilmente se relacionará esa
imagen con la faz de la persona, y más fácilmente se recordará el nombre, y más
tiempo perdurará en la memoria.
Cuando haya conocido a una buena cantidad de personas, de
caras nuevas, ya empleando mis sistemas, se encontrará usted en posesión de una
serie de imágenes mentales y de pensamientos que aplicará con frecuencia a
nombres con los cuales topará muy a menudo. Por ejemplo, para recordar a un
López, siempre veo mentalmente a una niña que exclama mirándose la mano, con los
dedos extendidos, toda manchada de pez, goteando pez: «¡Oh, pez!» Sabiendo que
los Ferrer "son de origen catalán o valenciano y que en catalán ferrer es
herrero, siempre me represento a un Ferrer, o Farrer, o Farré con la
figura de un herrero. Sí, empleo la misma imagen para estos tres apellidos; la
memoria verdadera viene en mi auxilio y me dice en cada caso cuál de los tres
es el que quería recordar. Pruébelo usted por sí mismo y verá que es así. He
aquí otros sustitutivos «prefabricados» que empleo:
El nombre de Davis o el de David me hacen pensar siempre en
la famosa Copa Davis del tenis. Cuando encuentro a una persona que lleva un
apellido similar a éstos, veo mentalmente una grande y hermosa copa de metal
precioso. Si encontrase a un Davidejo, me imaginaría (David, hijo), una copa
grande y a su lado otra pequeñita, su hijo. ¡Es una tontería, no cabe duda,
pero resulta bien! Si David, Davis y otros similares traen una imagen diferente
—acaso la del rey David— a su mente, empléela. Para los nombres que terminan en
esa o en eza introduzco invariablemente, como uno de los
elementos de la asociación, el objeto mesa. Pongamos el caso de Fornesa.
Veo un horno (forno-horno), sobre una mesa. Muchos apellidos terminan en ez,
o en ía, o en ton. Para los primeros asocio siempre a los
demás elementos que empleo en la asociación el concepto «hez» (perdón, amigos
Pérez, Ramírez, etc.; no se trata de tomar sus apellidos en sentido despectivo,
sino de un simple recurso nemotécnico), en su acepción concreta de poso o hez que
deja el vino en el fondo de las cubas donde se guarda mucho tiempo. Así en
Pérez veo una «pera» cubierta de dicha «hez». En Ramírez veo un «ramo» como los
del domingo de ramos, retorciéndose de «ira» al verse manchado con «hez»
(ram-ir-ez). En el caso de los apellidos terminados en «ía» o en «ías», suelo
asociar una «tía» a las otras palabras empleadas. La terminación «ton» suelo
tomarla como una abreviación —una abreviación tomando el final y no el
principio del vocablo— de «montón», o bien como la abreviación de «tonelada»,
tal como suele verse escrita en los camiones, por ejemplo. En consecuencia,
siempre asocio la idea de algo voluminoso y pesado a las demás que me sugiera
aquel apellido. Muchos apellidos extranjeros terminan en «berg». Si no recuerdo
mal, «berg» en algunos idiomas nórdicos significa «monte», «montaña»; y por
ello utilizo en dichos apellidos la imagen de una «montaña». La práctica de mi
sistema le llevará a usted a adoptar una serie de imágenes hechas para muchas
terminaciones iguales o semejantes de los nombres propios.
Claro, para los nombres de origen extranjero, el
conocimiento de otras lenguas aprovecha notablemente para forjarse imágenes con
facilidad y rapidez. Además de la terminación dada anteriormente (berg), en
alemán «baum» significa «árbol», «welt», «mundo», y en inglés «sea»
(pronunciado «sí») quiere decir «mar», imágenes todas muy útiles para formar
asociaciones. Hace poco conocí a un señor apellidado Zauber. Al hacer yo la
observación de que era un apellido raro, aquel señor me dijo que en alemán
«zauber» significa «mago». Yo ya me había representado mentalmente a un ladrón
muy parisién tirando de la puerta de una caja de caudales y exclamando (en
francés, claro; en el primer momento no se me había ocurrido ninguna imagen en
español): «¡Ça, ouvert!» (sauver). Lo mismo esta imagen que «mago» servirían
ahora para recordarme al apellido Zauber.
Entre personas de origen anglosajón, el apellido Williams es
bastante frecuente. Por analogía de sonido siempre lo asocio con «billar». En
español no son infrecuentes los apellidos «Sancho». Era inevitable, siempre los
relaciono con nuestro entrañable Sancho Panza.
Una vez más debo indicarle, pues, la utilidad de emplear
ciertas imágenes tipo para determinados nombres. Sin duda, usted adquirirá
también, con el tiempo, este hábito. Recuerde bien, solamente, que no existe
ningún nombre que no pueda transformar de algún modo para que adquiera ante
usted algún significado, para el cual no sea posible encontrar otras palabras
de sonido parecido y que susciten en la mente de usted una imagen o un cuadro
que le recordarán aquel nombre cuando sea necesario.
Si bien el mejor modo de practicar consiste en lanzarse a
emplear el sistema, aquí tiene algunos apellidos que yo creo absolutamente
abstractos, desprovistos de significado. ¿Por qué no ver si sabe usted forjarse
una palabra o un pensamiento sustitutivos para cada uno de ellos?
Poveda McCarthy
Bradly Morellini
Arcaro Briskin
Moreida Casselwitz
Belmonte Marquerie
Platinger Bertrán
Hurtado Kolcisky
Aiztenarre Sambellini
Bradly Morellini
Arcaro Briskin
Moreida Casselwitz
Belmonte Marquerie
Platinger Bertrán
Hurtado Kolcisky
Aiztenarre Sambellini
Si encontrase alguna dificultad en alguno de los apellidos
anotados, he aquí cómo procedería yo para buscarles palabras sustitutivas.
Poveda: un cazador furtivo disparando a lo loco porque sabe
que está en época de «veda». «¡Pum, veda! ¡Pum, veda!»
McCarthy: un cartero con los labios convertidos en una
bocina, trayendo en la mano una carta descomunal. El hombre se abre paso a
bocinazo limpio: «¡Mac, carta! ¡Mac, carta!»
Bradly: simplemente, una botella de coñac, con la palabra
«brandy» en la etiqueta.
Morellini: una mora pintarrajeada con «hollín» comiendo
fideos. (Los fideos me hacen pensar en lo italiano, y me inducen a poner la
última i, que es lo que da el carácter italiano a ese apellido.)
Arcaro: «¡Arre, carro!», grita un antiguo carretero, de los
de faja y tralla, mientras los dos mulos tiran cuanto pueden de un carro
cargado hasta arriba.
Briskin: una botella de whisky, temblando de frío: «¡Brrr!»
Moreida: Mora ida. Mora de árbol, o de zarza (o una mujer
mora, según le impresione más la imagen), que se va volando con unas alas que
le han salido.
Casselwitz: un señor con levita le pregunta con una profunda
reverencia a un criado con librea: «¿Qué hace el viz... conde?». Pronunciada un
poco rápido: «¿Cacelviz...?»
Belmonte: la cosa no tiene discusión. Un torero dando un
pase muy arrimado al toro. De no disponer de esta imagen, pensaríamos en un
«monte» adornado con pendientes y un mantón. Un «bello» (bel) monte.
Marquerie: el mar (en el que veríamos, como en un espejo,
una gran cara, riéndose). Un «mar» que «ríe».
Platinger: una «G» de platino.
Bertrán: un chiquillo que se planta en la acera, resistiendo
a los tirones de su madre, porque quiere «ver trams» (ver tranvías).
Hurtado: un ladrón corre por el pentagrama, llevándose una nota
musical (el do) sobre el hombro. «Hurta el do».
Kolcisky: col hecha cisco. Vea una col picada a trocitos
pequeños.
Aiztenarre: «A y T y R.» Yo veo estas letras de metal, de
latón brillante, puestas como rótulo en una puerta.
Sambellini: establezcamos una asociación entre «samba»
(baile) y «lino».
Pues bien, si las imágenes que se le han ocurrido son
completamente distintas, no se apure por ello. Lo que he querido poner de
relieve es que por muy raro que parezca un nombre, por largo que sea, por
difícil que resulte su pronunciación, siempre es posible encontrar una palabra
o un pensamiento sustitutivos para remplazado. Con tal que esta palabra o
pensamiento traigan a su mente el nombre que quería recordar, han cumplido de
sobras su cometido. Y en el capítulo siguiente le enseñaré a emplear estos
pensamientos o palabras sustitutivos.
17 OTROS DETALLES SOBRE NOMBRES Y CARAS
Ruth era una chiquilla dulce y encantadora y
tenía muchos galanes y admiradores, pero su madre opinaba que ya era tiempo de
que se casara.
En ocasión de estar leyendo un libro que
hablaba del significado de los nombres, Ruth dijo:
—Madre, aquí dice que Philip significa «amigo
de los caballos», y que James significa «adorado». Me gustaría saber qué
significará Georges.
Y la madre contestó:
—Pidamos a Dios que signifique «hombre de
negocios».
Ahora que ya sabe usted la manera de lograr que todo
apellido signifique algo, mediante el empleo de una palabra o pensamiento
sustitutivos ha de conocer la manera de asociar el nombre al rostro de su propietario
de tal forma que uno de los dos elementos traiga a su mente el otro. Muchos
sistemas nemotécnicos le enseñan al estudiante a formar un pareado o aleluya
con el nombre; algo así como «Señor Pérez, di, ¿qué quieres?», o «El señor
Trujillo es un pillo», o «Señor Toledo, ¡ay, qué enredo!»
Procedimiento que no está del todo mal, mientras uno no tope
con un señor Caselnowitz, o un señor Smolensky. Y aun en el caso de que lograra
encontrar una palabra que rimase con estos apellidos, lo que me declaro absolutamente
incapaz de comprender es cómo se las arreglaría para que el pareado le ayudase
a recordar la cara, para que la cara le recordase el pareado; es decir, para
que uno de los dos elementos le trajese a la memoria el otro. No, en realidad,
no creo que el recurso ese de las aleluyas sirva de mucho. A mi modo de
entender la única manera de recordar el apellido de una persona, consiste en
asociar dicho apellido con la cara de la persona, pero de una manera
estrambótica, formando con los dos un cuadro o una imagen raros. He aquí el
procedimiento.
Siempre que salude usted a una persona nueva, fíjese en su
cara y trate de descubrir un rasgo fisonómico que destaque entre los demás.
Cualquiera de ellos sirve: ojos pequeños, ojos grandes; labios gruesos, labios
delgados; frente alta, líneas o arrugas en la frente; nariz ancha, ventanas de
la nariz muy dilatadas, ventanas de la nariz estrechas; orejas grandes, orejas
pequeñas, pabellones de las orejas muy separados de la cabeza, hoyuelos,
hendiduras o grietas de la piel, verrugas, bigote, líneas en el rostro, mentón
grande, mentón retraído, mentón saliente, línea de los bordes del cabello, boca
grande, boca pequeña; dientes... En fin, cualquier detalle de la fisonomía.
Y no es cuestión de pararse en grandes análisis; usted
deberá escoger aquel rasgo que le parezca más notable. Acaso no lo sea, en
realidad; quizás otra persona escogiese, y con más acierto, otro completamente
distinto. No importa, lo que a usted se le antoje como más notable será aquello
que volverá a llamarle la atención la próxima vez que vea a esa persona. Lo que
importa es que, mientras está buscando un rasgo fisonómico sobresaliente, usted
concentra su atención y su interés en la cara, tomada en conjunto. Está usted
observando un rostro y grabándolo en su memoria.
Una vez elegido el rasgo sobresaliente, usted está ya en
condiciones de asociar el apellido al rasgo en cuestión. Por ejemplo, el señor
Sacos tiene la frente muy alta. Usted podría «ver» millones de sacos saltando
de su frente, o ver su frente convertida en un saco. Ya ve, pues, que debe
emplear las mismas leyes y principios que le enseñé al comienzo del libro. Y el
más importante de todos aquellos principios es que debe ver real y
verdaderamente, con los ojos de la imaginación, el cuadro que se le haya
ocurrido. Mire usted la cara del señor Sacos y «vea» brotar y caer de todos los
puntos de su frente miles de sacos. ¡He ahí el secreto de la cuestión! Si el
señor Labotella tuviese una nariz muy grande, yo me lo imaginaría con una botella
por nariz y agarrándola con la mano para que no se la quitaran.
Acaso el señor Gelmírez tuviese unas cejas muy pobladas.
Como para recordar el apellido yo me habría formado la frase sustitutiva «ángel
mira hez» y me habría representado el cuadro de un ángel mirándose la mano, por
ejemplo, sucia de heces de vino, ahora vería al ángel de antes limpiándose las
manos, pero volviéndolas a pasar por las cejas del señor Gelmírez, y cada vez
vuelven a quedarle sucias de heces de vino. Con ello introduzco, además, ACCIÓN
en el cuadro. Recuerde usted que el hecho de que yo le ponga estos ejemplos no
significa que sean los únicos ni los mejores. Acaso usted hubiera escogido otro
pensamiento sustitutivo para el apellido Gelmírez, y se hubiera fijado en otro
rasgo fisonómico. Da lo mismo. Tanto una cosa como la otra son de libre
elección de la persona que se propone recordar aquel nombre y aquella cara. La
palabra sustitutiva que se le ocurra con el menor esfuerzo, el rasgo que se le
antoje más destacado en el primer momento, y la asociación que surja de una
manera casi automática en su mente, son, no cabe duda, los que mejor le
servirán.
Algunas personas pensarán, al principio, que el encontrar
una palabra sustitutiva para el apellido de alguien y el asociar luego esa palabra
con un rasgo sobresaliente de su cara exigen demasiado tiempo. Puede que les
parezca embarazoso que otros se percaten de que son observados con gran
atención. Créame, por favor, no se necesita tiempo ninguno. Después de un
mínimo de practica, verá usted que ha encontrado un pensamiento o palabra
sustitutivos (si ello es necesario) para el apellido y los ha asociado a la
cara de la persona a la cual quiere recordar en menos tiempo del que se tarda
en decir «¡Hola!». Como en todo lo demás, en esto el esfuerzo más difícil es el
primero. Claro, lo más sencillo sería continuar abandonándonos a la pereza y
continuar olvidando apellidos y nombres, pero, pruebe usted mi sistema y pronto
estará de acuerdo en que resulta muy fácil recordarlos.
Y el mejor modo de practicar y entrenar la memoria para
recordar nombres y caras consiste, sencillamente, en ponerse a ello. De todos
modos, para infundirle a usted un poco de confianza, hagamos la siguiente
prueba: estoy seguro de que antes de leer este libro,
la mayoría de ustedes se creían perfectamente incapaces de recordar y retener
los nombres o apellidos de quince personas si se las presentaban todas a un
mismo tiempo. Si hizo usted la prueba del capítulo 3, sin duda lo advirtió.
Bien, permítame ahora presentarle los retratos de quince personas, sólo para
demostrarle que puede recordar el apellido v la cara de todas, ayudado por mis
sistemas. Por supuesto, con retratos no resulta tan fácil, porque uno no ve las
caras, sino un plano, mientras que de ordinario, en la realidad, las ve en tres
dimensiones. Acaso resulte un poco laborioso notar algún rasgo destacado en un
retrato, pero voy a tratar de ayudarle con cada uno de los rostros aquí
reproducidos.
El número 1 es el señor Carpintero. Este nombre no presenta
problema ninguno, puesto que posee ya un significado propio. El paso siguiente
es el de hallar un rasgo destacado en la cara del señor Carpintero. Podría
usted decidirse por su boca pequeñita. También, si mira con detención,
observará una cicatriz en su mejilla derecha. Escoja el que le parezca de estos
dos rasgos (el que más resalte ante los ojos de usted y asocie a él la palabra
«carpintero». Podría usted ver a un carpintero trabajando en el rasgo escogido
(no olvide el representarlo manejando útiles propios de su oficio), la boca,
por ejemplo, tratando de hacerla mayor, o bien en la cicatriz, tratando de
repararla. Lo más importante de todo es que vea realmente el cuadro que se ha
imaginado, que lo vea, mientras mira el retrato del señor Carpintero,
trabajando afanoso en esa cara; de lo contrario, olvidará usted el apellido.
¿Lo ha visto ya? En caso afirmativo, ocupémonos del retrato número 2.
El número 2 es el señor Bordeley. Fíjese en los largos
hoyuelos de sus mejillas. ¿No ve además las profundas líneas que van de la
nariz a la boca? Lo mismo que en todas las caras, son varios los rasgos
destacados que encontraríamos en ésta. Yo utilizo los hoyuelos, y los veo
rebosando de tricornios de guardia civil. Recuerde que yo empleo «guardia
civil» como sinónimo de «Ley». Si usted hubiera escogido otra imagen para esta
palabra, utilice la suya. Lo que importa es que mire el retrato del señor.
Bordeley y vea el cuadro que se ha forjado.
El número 3 es la señorita Correquilla. Yo me fijaría en su
peinado en cerquillo. Podría usted ver a varias personas paradas en sus
cerquillos, rascándose violentamente, porque el pelo de la señorita les hace
cosquillas. «¡Corre que me hace cosquillas!» Por supuesto, si usted se
imaginara la quilla de una barca que corre a partirle ese peinado (Corre,
quilla), el resultado práctico sería el mismo. Ahora fíjese en el retrato de la
señorita Correquilla, y vea por un segundo el cuadro que haya elegido usted.
El número 4 es el señor Smolensky. No le asuste el apellido
en cuestión, será fácil encontrarle una palabra o pensamiento sustitutivos. Yo
vería a una persona esquiando sobre su ancha nariz, y luego parándose para
«moler un esquí» entre dicha nariz y la rueda de una muela. «Moler un esquí»,
Smolensky. ¿Ve cuan sencillo resulta? Yo me he fijado en su ancha nariz; acaso
usted habría preferido elegir su retraída barbilla. Elija el rasgo que le
parezca más notable y vea al esquiador haciendo cisco un esquí entre una rueda
de afilar y el rasgo elegido.
El número 5 es el señor Hacha. Yo vería un hacha
arrancándole de un solo golpe el bigote. Vea el cuadro dándole un matiz
violento. Violencia y acción facilitan el recuerdo. Asegúrese de ver
mentalmente el cuadro.
El número 6 es la señora Cordero. Para recordarla yo vería
un cordero asomando la cabeza por la ancha raya de su peinado. Acaso a usted le
parezca que son rasgos más salientes sus regordetas mejillas, o su ancha boca,
o sus oscuros ojos. Si es así, utilice uno de estos rasgos en la asociación. Lo
que importa de veras es que mire el retrato y vea realmente el cuadro
imaginado, al menos durante una fracción de segundo. '
El número 7 es la señorita Cochaver. Lo primero que noto en
ella son sus ojos muy salientes. Y vería coches y más coches saliendo de los
ojos de la señorita Cochaver, todos de un lado para otro, como si buscaran, si
quisieran ver algo. Salen, pues, los «coches a ver» (Cochaver). Importa
representarse al cuadro en movimiento ¡Pero, sobre todo, asegúrese de no
dejarlo en una mera suposición de cuadro; véalo realmente con los ojos de la
imaginación!
El número 8 es el señor Capacho. Fíjese en que tiene la boca
muy ancha. Yo me vería a mí mismo arrojando en esa boca, que es un capacho, un
montón de ropa sucia. Acuérdese, al mirar al señor Capacho, de ver esta imagen
con los ojos de la muerte.
El número 9 es la señorita Herrera. Se trata de un apellido
sencillo y relativamente corriente; pero no espere recordarlo si no se forja
una asociación. Apellidos como García, Fernández, Castillo y Herrera, se
olvidan con la misma facilidad que otros más largos y complicados, y parece
como si este olvido fuese menos perdonable. La señorita Herrera tiene unos
labios muy gruesos, casi parecen hinchados. Yo vería a un herrero golpeando con
un martillo grande los labios de esa señorita. Los golpes del martillo son la
causa de que se hinchen los labios. Si usted prefiere fijarse en las largas
cejas de la señorita Herrera, es igual. Lo que importa es que, al mirarla, vea
mentalmente por unos momentos el cuadro o asociación que ha decidido adoptar.
El número 10 es el señor Cañón. Escoja algún rasgo notable
de su cara. Acaso sea ese pabellón de la oreja que se separa de la cabeza, o
las líneas que tiene en el ángulo del ojo, o los delgados labios. Luego puede
usted ver el cañón disparando contra el rasgo elegido, o desde el mismo. Escoja
la asociación que prefiera y véala con los ojos de la mente.
El número 11 es el señor D'Amico. Es imposible no fijarse en
su espesa y ondulada cabellera. Véala como un gran chorro de su licor o
refresco preferidos manando de un surtidor en forma de cabeza, y véase a usted
mismo llenando una copa o vaso exageradamente grande en ese surtidor, al mismo
tiempo que exclama: «¡Convite de amigo!» «¡De Amico!»
El número 12 es la señorita Selvara. Yo vería nacer árboles
de esas líneas profundas bien marcadas de la parte inferior de sus mejillas. Y
si quisiera recordar bien el nombre entero, vería unos árboles arando las
mejillas de la señorita. «La selva ara.» Tenga buen cuidado en pintarse este
cuadro en su mente.
El número 13 es el señor Pimentel. Lo primero que me salta a
la vista es la hendidura de la barbilla del señor Pimentel. Yo me representaría
un chorro de pimentón manando de aquella hendidura. Con ello me bastaría para
recordar el apellido Pimentel, a pesar de que el nombre de la cosa asociada no
sea «pimentel» sino «pimentón». Pero, si quisiera concretar y asegurarme más,
entre el chorro del pimentón vería saltar de vez en cuando unos paquetitos del
mismo producto con una etiqueta: «Pimentón Tel.» Vea usted este cuadro.
El número 14 es el señor Montargente. Desdoblemos el
apellido en dos palabras: Monte y argente. Ahora recordemos que en latín argentum
es plata, y que de ahí se han derivado otras palabras, como el adjetivo argentino
(de plata), etc. Con ello, en este caso, la similitud de sonido nos puede
hacer identificar «argente» con «plata». Por lo demás, el rasgo que me llama la
atención en la cara de Montargente es su prominente mentón. De ahí que lo vea
como un montículo de plata, argentino. Véalo usted también; véalo brillante,
lanzando destellos blancos. Aunque no sea el rasgo más notable de esa cara,
quizá le diese buen resultado a usted ver un monte de plata en cada mejilla,
blanco y brillante, descendiendo hasta las líneas contiguas a las comisuras de
los labios. Utilice el cuadro que mejor le parezca, pero recuerde que lo más
importante es que lo vea claramente con los ojos de la imaginación.
El número 15 es la señorita Triguero. Yo vería millones (con
esto introduzco el factor exageración) de sacos de trigo, algunos desatados y
soltando chorros de dicho cereal, cayendo de la boca de la señorita Triguero.
Asegúrese de que, al mirar a la señorita Triguero, ve usted el cuadro en su
imaginación.
He seleccionado a propósito una amplia variación de
apellidos para demostrar que la singularidad o rareza de la palabra a recordar
importa poco. Acaso usted desee repasar rápidamente las antedichas caras para
reafirmar en su mente las asociaciones formadas. Bien, aquí tiene ahora los
mismos rostros, colocados en orden distinto, y sin los apellidos respectivos.
Vea si es capaz de escribir debajo de cada rostro el apellido correspondiente.
Cuando haya terminado, compruebe el porcentaje de aciertos ¡y pásmese al ver
los progresos conseguidos en el arte de recordar nombres y caras!
Si se le presentase alguna dificultad para recordar uno de
los nombres, sería porque no ha establecido usted una asociación
suficientemente vivida; porque en realidad no ha visto el cuadro en su
imaginación. En este caso, contemple otra vez la cara cuyo nombre no recuerda,
fortalezca la asociación formada y pruebe otra vez. Casi seguro que, al segundo
intento, recuerda ya todas las caras con sus nombres correspondientes. Y si se
siente ya más seguro de sí mismo, ¿por qué no volver a intentar la prueba que hicimos
en el capítulo 3 y confrontar la puntuación que obtenga usted ahora con la
obtenida entonces? Mañana, e incluso dentro de un par de días, vuelva a mirar
las caras de este capítulo y las del capítulo 3 ¡y verá que sigue recordando
cómo se llaman todas esas personas!
Y tenga presente que, si logra recordar los nombres de las
caras reproducidas en dibujos o grabados, mucho más fácil será recordar las de
las personas reales que le presenten. Además de que notará antes y mejor cuál
es el rasgo destacado de cada una, hay otras muchas cosas que se pueden tomar
en consideración, tales como el modo de hablar, los defectos de pronunciación,
la actitud, el aire de aquella persona al andar, su porte, etc.
Si se encontrase usted en una fiesta familiar, en una reunión
de amigos o en parecida circunstancia y quisiera presumir memorizando los
nombres de todos los asistentes, podría hacerlo utilizando los sistemas recién
aprendidos. Con todo, sentiría probablemente la necesidad de repasar los
apellidos de aquellas personas alguna que otra vez. Para ello, cada vez que
mire a una de ellas, debe hacer de modo que su nombre le venga al pensamiento.
De esta forma lo rememora usted y lo graba con mayor firmeza en su memoria. Si
tuviera que dirigirse a una persona a la cual ha saludado ya, y no recordase
cómo se llama, pregúntele su nombre otra vez, o pregúntelo a otro. Luego trate
de reforzar la asociación que hizo la primera vez. ¡Haga la prueba! Dejará
pasmados a sus amigos, y usted mismo se quedará sorprendido.
A quienes les interese aplicar lo aprendido a efectos
prácticos, los que tengan que conocer a me nudo caras nuevas y les convenga
recordarlas y recordar cómo se llaman, pueden emplear el recurso de escribir
sus nombres, con finalidades de repaso. Según dije ya en un capítulo anterior,
escribir el nombre al mismo tiempo que se emplea un sistema de asociación para
recordarlo está muy bien. Al conocer o saludar a determinado número de
personas, naturalmente, usted habrá puesto en práctica los sistemas aprendidos
aquí. Luego, al final de la jornada, piense en cada una de las personas a las
cuales ha conocido durante el día y a medida que sus respectivos nombres le
acudan a la mente, anótelos. Al día siguiente repase esta lista de nombres.
Mientras esté leyendo cada uno de ellos, en su mente se reproducirá una imagen
de la cara de persona.
Retenga esta imagen un momento en su pensamiento y vea otra
vez la asociación que formó para relacionar el nombre con la cara. No es
preciso más. Repita la maniobra unos días después, luego una semana después, y
luego unas pocas veces más, hasta que los nombres y rostros hayan quedado
grabados en su cerebro.
Este procedimiento casi podríamos considerarlo adecuado para
utilizarlo en un terreno experimental, porque en la realidad cotidiana, si
usted quiere recordar a determinadas personas, será sin duda porque espera o se
propone volverlas a ver. Y si las vuelve a ver, volverá a nombrarlas, con lo
cual realizará un excelente repaso; de modo que el escribir los nombres casi
era completamente innecesario.
Ahora bien, uno tiene que proceder como mejor le convenga,
dadas las circunstancias de su caso particular. Lo que sí puedo asegurarle es
que, si se decide a realizar el esfuerzo que puede significar, al principio, el
poner en práctica mis métodos, éstos actuarán diligentemente en beneficio de
usted.
18
ES CONVENIENTE RECORDAR DETALLES RELATIVOS A LAS PERSONAS
Es cosa que maravilla a todos los hombres
que, entre tantos millones de caras, no haya dos exactamente iguales.
Sir Thomas Browne
Sí, afortunadamente, todos los rostros son distintos, no hay
dos exactamente iguales. Si todas las fisonomías fuesen iguales, con sistema o
sin sistema, nos sería absolutamente imposible recordarlas y recordar sus
nombres. Varias veces me han invitado —a guisa de reto— a recordar los nombres
de pila de una pareja de gemelos idénticos. Hasta la hora presente, siempre he
logrado encontrar una diferencia, si bien algunas veces realmente pequeña,
entre la cara del uno y la del otro. Y a esa diferencia ha sido a lo que asocié
sus nombres. Así, pues, como dicen los franceses: «Vive la différence!»
Si ha estudiado usted los capítulos anteriores sobre cómo
recordar nombres y caras, y si ha puesto en práctica mis métodos, en estos
momentos tiene que haber realizado grandes progresos. Aunque en la mayoría de
los casos el nombre que jamás nos interesa recordar es el segundo, o sea, el
apellido, es posible que alguno de ustedes esté interesado en recordar también
los nombres patronímicos, o los apodos. También esto puede lograrse mediante el
recurso de las asociaciones conscientes. El procedimiento a emplear consistirá
en utilizar una palabra sustitutiva para el nombre patronímico, e introducirla
en la asociación antes formada, o también uno puede representarse mentalmente a
una persona a la cual conozca muy bien y que lleve el mismo nombre de pila,
relacionándola con la persona cuyo nombre queremos recordar.
Encontrar palabras sustitutivas para los nombres
patronímicos es fácil. Enrique podría ser «neo»; Carlos podría ser «cardos»;
por Guillermo yo me represento siempre a un hombre con un arco y una flecha, en
recuerdo de Guillermo Tell; al paso que Ricardo también me sugiere la idea de
riqueza, pero para distinguirlos de los Enriques, a los Ricardos les añado un
árbol que por frutos produce monedas de oro. Gloria podríamos representarla por
una bandera; Mariano, por un marinero; etc. En muchos casos utilizaremos los
mismos símbolos con que los imagineros distinguen a un santo de otro. Así unas
llaves nos indicarán a los Pedros, unas saetas a los Sebastianes, una parrilla
a los Lorenzos. También nos serán útiles en ciertos casos las advocaciones de
los santos para recordar a los que llevan su nombre. Por ejemplo, para recordar
que uno se llama Cristóbal de nombre de pila, podemos asociar a la imagen o
cuadro formado con el apellido, un chofer con la cabeza rodeada por la aureola
de la santidad; a un Isidro lo veremos con el arado en la mano, etc.
Si se habitúa usted al procedimiento de buscar palabras
sustitutivas para recordar nombres de pila, al cabo de un tiempo dispondrá de
una para cualquiera de los nombres que pueda tener que recordar.
El sistema de representarse a un amigo que lleve el mismo
nombre de la persona en cuestión puede darle idénticos resultados. Si le
presentaran a un señor llamado Juan Citrón, podría utilizar la palabra
«cítrico» (ácido cítrico, contenido en los limones) para recordar el apellido,
asociándola con el rasgo más notable de la fisonomía de dicho señor, y luego
introducir en el cuadro, de una manera estrambótica, a un amigo que se llame
Juan, y luego recordará que el nombre de pila del señor Citrón es Juan.
De nuevo debo advertirles que no he de ser yo quien le diga
qué procedimiento ha de seguir, o si le conviene seguir los dos, según
requieran las circunstancias. Esto queda a elección de usted. Si nota que un
sistema le resulta más que el otro, no vacile ni un momento, aquél es el que
debe utilizar en toda ocasión.
Si al principio el recordar los nombres patronímicos le
cuesta demasiado esfuerzo o le produce confusiones, no se apure por ello;
limítese de momento a recordar los apellidos. Siga una temporada así, y pronto
descubrirá que sabe recordar los nombres de pila tan bien como los de familia,
y viceversa. Nadie se sentirá ultrajado por el hecho de que usted recuerde
solamente su apellido. Benjamín Disraeli tenía un recurso incluso para cuando
había olvidado ambos nombres. Una vez lo reveló él mismo: «Cuando encuentro a
un hombre cuyo apellido no logro recordar, me concedo dos minutos para ver si me
viene a la memoria, y en caso negativo, pregunto invariablemente: "¿Y qué,
cómo va su antigua dolencia?"» Y como casi todos sufrimos alguna
enfermedad más o menos crónica, es muy probable que " Disraeli halagase en
extremo a todos aquellos con los cuales empleó semejante recurso, haciéndoles
creer que los recordaba muy bien. De todos modos, no es preciso recurrir a
subterfugios; utilice usted mis sistemas y recordará perfectamente nombres y
caras.
Se me antoja, empero, que mucho más que los nombres de pila interesa
recordar hechos o detalles relativos a las personas con las cuales nos
relacionamos. Esto resulta cierto lo mismo en el mundo de los negocios que en
la vida de sociedad. En el terreno de los negocios, particularmente, pues en
determinado momento podrá serle a usted muy útil recordar qué género o qué
calidades o números de catálogo de una determinada mercancía le vendió a un
cliente; o, si fuese usted médico, le interesaría recordar los síntomas y
dolencias de sus pacientes, etc. Por lo demás, resulta en verdad muy halagador
encontrar a una persona a la cual hace algún tiempo que no hemos visto y que
nos pregunte cosas que nos interesan de cerca, y que a ella no le afectan para
nada en absoluto. Si usted consiguiera hacer esto, no solamente se granjearía
el aprecio de las gentes (a la gente siempre le gusta que uno se interese por
lo que a ellos les interesa), sino que, en el terreno comercial, podría
reportarle buenos beneficios.
El método es el mismo que para recordar nombres de pila:
basta con introducir el detalle que interese recordar en la asociación que
formemos al memorizar el nombre y la cara. Sí, por ejemplo, yo saludase por vez
primera a un señor apellidado Campanero, al cual quisiera, otro día, causarle
una excelente impresión, y supiera que es un coleccionista apasionado de
sellos, asociaría, seguramente, «campana» o «campanero» a un rasgo
sobresaliente de su rostro, y luego asociaría «sellos» a esa «campana» o a ese
«campanero».
Quizás alguno de ustedes piense que este procedimiento le
expone a uno a confundirse y creer luego que aquel señor se llama Campanisello,
o cosa por el estilo; pero no es así; también en este caso la memoria normal
nos dirá la diferencia. Sabremos que el apellido es Campanero y podremos darle
una satisfacción hablándole de su colección de sellos, o preguntándole
pormenores de la misma.
En mis actuaciones ante el público, saludo con frecuencia a
doctores, jueces, militares, y a otras muchas personas a las cuales
corresponden otros tratamientos que los habituales de «señor» o de «don».
Importa mucho que, al dirigirme a ellos, emplee el tratamiento indicado, puesto
que aun cuando recuerde sus apellidos, las personas que tienen un título pueden
sentirse ofendidas si no lo empleo, o si lo olvido. El recurso que utilizo es el
mismo de antes; simplemente, introduzco algo en la asociación primitiva que me
recuerde el título o el tratamiento correspondiente. Cualquier cosa sirve; lo
mejor suele ser el primer objeto que le viene a la mente a uno cuando escucha
el título o tratamiento. Para acordarse de «doctor», me imagino siempre un
fonendoscopio, porque es el primer objeto que se me pinta en la imaginación
cuando me hablan de un médico. Naturalmente, lo mismo servirían bisturí,
jeringuilla de inyecciones, mesa de operaciones, etc.
Al saludar a un juez introduzco siempre en mi cuadro mental
un birrete y una toga. Con ello me basta para dirigirme a él tratándole siempre
de «señor juez». Quizás
usted prefiriese verle con un gran libro de leyes debajo del brazo. Años atrás
vi un retrato del alcalde de Nueva York Jimmy Walter con sombrero de copa. Por
no sé qué causa aquel rostro se me quedó grabado en la memoria. Ahora, siempre
que en alguna reunión me presentan al alcalde de una ciudad, tengo buen cuidado
de introducir un sombrero de copa en la asociación que se me ocurre.
Muchas
veces me han requerido para hacer pasar un rato agradable a una reunión de
militares, y he tenido que prepararme de antemano palabras sustitutivas que me
recordasen a quién había de dirigirme dándole el grado de sargento, teniente,
cabo o comandante... A medida que los iba saludando iba introduciendo la
palabra sustitutiva correspondiente en la asociación que formaba entre el
nombre y la cara de cada uno, y luego me dirigía a cada cual sin equivocarme.
Ya ve usted
que, para acordarse de detalles relativos a una persona, además de su nombre
puede asociar con su fisonomía cualquier otra palabra. Una y otra vez he
mencionado que debe emplear estos procedimientos para que ellos actúen en
beneficio de usted. Y lo he mencionado porque el hecho tiene suficiente
importancia para justificar toda repetición. Si adopta la actitud de que nada
logrará remediar su pésima memoria, nada lo logrará, en efecto, puesto que
usted mismo no permite que nada la remedie. Adopte, en cambio, una actitud
positiva; ensaye estos procedimientos y experimentará una agradable sorpresa.
Si ha leído desde el principio del libro hasta esta página, y si ha ensayado
todos los procedimientos y sistemas que llevo expuestos, estoy seguro de que ha
quedado ya convencido.
Le he
dicho también que todos estos procedimientos y sistemas actúan como meros
auxiliares de su memoria verdadera. Si, para empezar, no poseyera usted la
capacidad de recordar, no recordaría, por muchos sistemas y métodos que
emplease; ni siquiera sería capaz de recordar siempre dichos sistemas y
métodos. Si usted se encontrara en el caso de tener que realizar un esfuerzo
supremo para recordar, lo realizaría; no cabe la menor duda. El problema está
en que todos somos demasiado perezosos para realizar tal esfuerzo. Los sistemas
contenidos en este libro no hacen otra cosa que facilitarle el esfuerzo
mencionado. La necesidad de establecer asociaciones le exige prestar atención a
aquello que quiere recordar; lo demás viene casi por sí solo.
Requeriría
un tiempo y un espacio excesivos explicarle cuan útil me ha sido tener la
memoria entrenada, aun dejando aparte mis actuaciones en público. Por supuesto,
siempre hay personas que llevan las cosas a un extremo exagerado. Yo acostumbro
a saludar y recordar de mil a tres o cuatro mil personas cada semana, y a veces
más. Sería bastante estúpido por mi parte si me propusiera retener todos esos
nombres y caras. Sin embargo, jamás sé si de pronto no me parará alguno por la
calle, o en el cine, o mientras guío mi coche, o en alguna ciudad pequeña en la
que acaso actuara hace dos o tres años, y me preguntara de sopetón: «¿Cómo me
llamo?»
Esas
personas esperan que las reconozca, a pesar de haberlas saludado casi al mismo
tiempo que a otras cuatrocientas. Lo realmente pasmoso es que del 29 al 30 por
ciento de los casos, las asociaciones formadas quizá dos años antes vuelven a
mi memoria después de haber reflexionado unos segundos... Y entonces sé cómo se
llama aquella persona. En el caso de usted, no se presentaría un
problema parecido porque estoy seguro de que pocos de mis lectores estarán
expuestos a tener que conocer de tres a cuatrocientas mil caras nuevas al año.
Creo que este libro jamás hubiera salido a la luz de no
haber sido porque recordé el nombre de una persona. Había hablado del libro con
el señor Fell, el editor, la primera vez que le vi. Él me dijo que meditaría mi
proyecto, y en eso quedó la cuestión. Cinco meses después, período en el que
conocí a varios millares de personas, quiso el azar que actuase yo ante un
grupo de hombres solos en un almuerzo benéfico. De pronto se me acercó un
caballero y me preguntó si le recordaba. Al cabo de unos instantes de
meditación me di cuenta de que se trataba del señor Fell, quien, habiendo oído
que actuaría en aquella fiesta benéfica, había ido para someterme a prueba. Le
dije su apellido; y unas semanas más tarde reconoció implícitamente que, si no
le hubiese recordado, mi obra no le hubiera entusiasmado ni la mitad de lo que
le entusiasmaba ahora. Naturalmente, el buen señor quería comprobar si mis
sistemas daban un resultado verdaderamente positivo.
Ésta fue una de las ocasiones en que el recordar cómo se
llamaba determinada persona tuvo para mí una importancia grande. El recordar el
nombre de una persona en el momento preciso puede tener un día para usted una
importancia mayor todavía. Acaso sea el punto de apoyo que le abra las puertas
de un empleo mejor, o de una oportunidad extraordinaria, o de un contrato de
venta más ventajoso.
En consecuencia, ensaye estos sistemas, utilícelos, y estoy
seguro de que sus esfuerzos quedarán cumplidamente recompensados.
19
ES ÚTIL RECORDAR NÚMEROSDE TELÉFONO
La chiquilla estaba tratando de comunicar con
«Informaciones» para que le proporcionasen determinado número de teléfono.
Empleada:
Encontrarás ese número en el anuario telefónico.
Chiquilla:
Oh, no puedo abrirlo. ¡Estoy subida encima para poder llegar al aparato!
Aunque la mayoría de ustedes no tendrá que subirse a la guía
telefónica para llegar al aparato, sin duda tienen que utilizarla con
frecuencia para buscar en ella números que ha olvidado. Cierto, muchas personas
no creen necesario recordar números de teléfono, porque precisamente para eso
está la guía; lo cual no impide que las compañías telefónicas tengan que
mantener a una serie de empleadas en la sección de Información. A continuación
de los lamentos sobre la imposibilidad de recordar nombres y caras, creo que la
queja que se oye más a menudo acerca de la memoria es ésta: «¡Ah, simplemente,
me es imposible recordar los números de teléfono!» Como dije ya en un capítulo
anterior, la mayoría de memorias huérfanas de entrenamiento resultan
unilaterales. Las personas que por lo común saben recordar números de teléfono,
no recuerdan nombres, y viceversa. Naturalmente, yo me propongo que usted
recuerde los unos y los otros, y todos con igual seguridad.
Mi buen amigo Richard Himber, famoso mago musical, dándose
cuenta de que la mayoría de personas no logran recordar números de teléfono,
quiso hacer algo por remediarlo. Consiguió que a todo el mundo le resultase muy
sencillo recordar el que él tenía; le decía a la gente que le bastaría con
señalar su nombre, R. Himber. No sé cómo se las arregló, pero el caso es que
consiguió que las letras para su línea telefónica fuesen R H. El resto del
número es 4-6237, que es el que resulta señalando í-m-b-e-r en el disco. Y
ahora les suplico que no corran todos a llamar para ver si es cierto; ¡no duden
de mi palabra!
Naturalmente, esto resolvería el problema para todo el mundo
tratándose de recordar el número del señor Himber (con tal que uno recordase su
nombre), pero, por desgracia, no todos podemos tener números así. No; ustedes
tendrán que aprender a recordar números de teléfono y las empleadas de
Información se lo agradecerán entrañablemente.
En Nueva York, los números de teléfono consisten en una
palabra y un número para determinar el ramal de línea que le corresponda, y
cuatro cifras para indicar el aparato correspondiente dentro de aquel ramal.
Por ejemplo: Columbus, 5-6695. Formando una asociación estrambótica entre dos o
tres palabras u objetos, uno puede memorizar cualquier número de teléfono; y
añadiendo luego un pensamiento a esta asociación, puede recordar a quién
pertenece dicho número.
La mayoría de teléfonos actualmente en uso son de disco
giratorio, por lo cual todo lo que nos es preciso recordar son las dos primeras
letras de la palabra que nos da la central telefónica correspondiente, puesto
que son las únicas que tendremos que señalar. Esas dos letras centrarán nuestra
atención. Ahora, lo primero que debemos aprender es la manera de formar una
palabra que nos ayude a recordar inmediatamente esas dos primeras letras del
nombre y además el número del ramal de línea. Claro está, debería encontrar una
palabra que podamos recordar fácilmente. Como ejemplo, podemos tomar el mismo
número citado antes: CO-5-6695. ¿Cómo encontraremos una palabra que represente
CO 5? ¡Muy sencillo! La palabra debe empezar por las letras «con» y el primer
sonido consonante que siga debe ser el que le corresponde a la cifra 5 según
nuestro alfabeto fonético. En este caso, es el sonido de «1» el que representa
al 5.
Cualquier palabra cumpliendo estas condiciones, y que sea
fácil de pintar en la imaginación, nos servirá perfectamente, sean las que fueren
las letras que sigan a la «1», puesto que haremos caso omiso de ellas. Lo único
que importa es la palabra que uno escoja con las dos primeras letras, y el
primer sonido consonante que las siga. Por ejemplo, la palabra «columna»
representaría muy bien CO 5; de las consonantes «mn» que siguen a la «1»
prescindimos en absoluto. También las palabras colegio, coloquio, coliseo,
cola, color, colmado, colcha, etc., llenarían las condiciones impuestas. Si se
le ocurre a usted una palabra de la cual se forme fácilmente una imagen y que
no tenga ninguna letra más después de la consonante que representa el número
para la conmutación del ramal, úsela. La palabra «col» se adapta a la
perfección al ejemplo propuesto.
De todos modos, recuerde que no es preciso que emplee una
palabra que tenga solamente las dos primeras letras y el sonido consonante
correspondiente al número de conmutación. La primera que se le ocurra suele ser
la mayoría de las veces, aunque no siempre, la más recomendable. Si el número
que desea usted grabar en la memoria empieza por BEchview 8, podría utilizar la
palabra BEchuana. Pero yo advierto ahora que, acaso, sean pocas las palabras
españolas que después de las dos letras B y E tengan como primera consonante
una «CH». Otras direcciones telefónicas pueden situarnos en el mismo caso: es
decir, en el caso de que nos resulte difícil encontrar una palabra que cumpla
exactamente, como sería de desear, las dos condiciones impuestas, o sea,
empezar con las dos primeras letras de la palabra correspondiente y tener luego
como primer sonido consonante que las siga —podrá haber alguna vocal en medio—
el que corresponda a la cifra de la conmutación. Este pequeño inconveniente no
debe arredrarnos ni invalida el sistema. Una vez más repetimos que los sistemas
y métodos enseñados en este libro no hacen otra cosa que ayudar a nuestra
memoria normal o verdadera y colaborar con ella, y que ésta cuidará siempre de
resolver las dificultades y colocar los detalles en su puesto con tal de que
nosotros le hayamos proporcionado el modo de recordar lo principal. Así, pues,
si no se me hubiera ocurrido la palabra «bechuana», que ya sabe usted que
designa a una tribu negra del África y al territorio que ocupa, hubiera
empleado yo la palabra «bache» o la palabra «pecho». ¡Ah —dirá usted—, pero la
primera empieza por BA, y la segunda por PE! Es verdad, pero si hubiera
empleado la palabra «bache» habría visto un profundo bache en una carretera, y
sobresaliendo de él una «E» muy grande, como si un vehículo hubiese caído allí
y hubiese quedado empotrado verticalmente; y de haber empleado la palabra
«pecho», me habría representado el pecho desnudo de un atleta que llevase
pintada una «B» muy grande. En los dos casos, la letra representada en la
imagen mental me habría recordado que, con aquella palabra, ocurría alguna
anormalidad y la memoria verdadera me hubiera dicho en qué consistía la
anormalidad. Hecha esta aclaración, aquí van unos ejemplos más para asegurarse
de que comprende usted bien el procedimiento:
REgent 2 — reno — renta
ESplanade 7 — esfinge— esófago
GRaneary 8 — griego —gregario
DElaware 9— depósito — devoto
GOrdon 5 — gol — golpe
CLover 3 — clamor — clima
He dado sólo dos palabras por cada número, pero hay muchas
otras que servirían igual.
¿Ve cuan sencillo resulta? No hay motivo para que no
encuentre al momento la palabra que represente cualquier dirección telefónica.
Permítame recordarle que dicha palabra debe tener significado para usted
únicamente; para otras personas puede tenerlo o no tenerlo, esto a usted le importa
poco. Si les propusiéramos un mismo número a diez personas, probablemente cada
una de ellas utilizaría una palabra distinta para recordarlo. Aunque
generalmente lo mejor es utilizar nombres sustantivos, no es preciso que
debamos limitarnos a ellos, podemos utilizar cualquier otra palabra. Muchas
veces algunos de ustedes encontrarán más cómodo emplear una palabra extranjera
que conozcan que no andar buscando con disimulo una en el propio idioma, y
harán muy bien procediendo de este modo. Lo único que importa es que aquella
palabra les recuerde el principio del número que quieren memorizar. Yo podría
darles una lista de todas las palabras indicando las centrales principales de
Nueva York y de los números de conmutación de dichas centrales, y podría proporcionarles
también una lista de palabras para representar a unos y otras. Podría dárselas,
pero no quiero. No creo que con ello les hiciese ningún favor. Es mucho mejor
que cada uno de ustedes se forje las palabras a medida que las necesite, en
lugar de memorizar una larga lista de ellas.
Aun a riesgo de repetirme demasiado, debo decir otra vez que
la imagen que se forme en su mente depende por entero de usted mismo; yo no
puedo ayudarle. Una misma palabra suscitará en su mente una imagen o un cuadro
completamente distintos de los que suscitaría en la mía. En realidad, a veces
yo ni siquiera utilizo ninguna palabra, sino un pensamiento. Por ejemplo, para
Regent 2, yo emplearía la palabra «Reynard». «Reynard», para mí, es el zorro.
Reynard el Zorro era uno de mis personajes favoritos en mi niñez. Claro, si no
leyó los cuentos infantiles que yo leía entonces, la palabra Reynard no
significaría nada para usted. Pero, evidentemente, esa palabra suscitaría en mi
cerebro la figura del zorro. La memoria verdadera se encargaría de indicarme
que el número de teléfono empezaría por RE 2, y no por ZO 0 (siendo la «R» la
representación del número 0). Le cuento todo esto para que vea usted que hasta
en el caso de que no se le ocurra en el momento ninguna palabra apropiada para
un determinado número, además de aplicar la norma de modificar palabras con
sentido que le di antes, puede recurrir a formarse una palabra o frase sin
sentido y éstas le ayudarán luego a recordar el número. Lo mismo podría
advertirle no solamente tratándose de números de teléfono, sino en toda ocasión
en que se vea precisado a formar una palabra para asociarla con algo.
Pasemos ahora al resto del número telefónico. Una vez
comprendida la manera de formar una palabra para el nombre y el número de
conmutación, el resto es sencillo. Ya no nos queda otra cosa que las cuatro
cifras finales. Lo más sencillo consiste en partirlas en grupos de dos, y luego
enlazamos las dos palabras colgadero que les corresponden. Para el número 4298
asociaríamos cuna (42) a bache (98); para el 6317, sima (63) a tufo (17); para
el 1935, tubo (19) a mulo (35), etc. Y ahora que ya tenemos todos los
ingredientes necesarios para recordar números de teléfono, lo único que falta
es mezclarlos. Utilicemos, para ejemplo, CO 5-6695. Para recordar este número
nos bastará asociar col (CO 5) a seso (66) y a bala (95). Para el número AL
1-8734, emplearíamos la siguiente asociación: altar a chufa y a Meca, y para OX
2-4626, formaríamos una palabra en realidad sin sentido, y le atribuiríamos uno,
o, si sabemos inglés, escogeremos oxen (que significa bueyes) y
enlazaríamos con cazo y con nuez.
Y ahora, antes de enseñarle la manera de recordar a quién
corresponden los números de teléfono que está usted grabando en su memoria,
permítame hacerle notar que el procedimiento estudiado presenta un bache de
consideración. Supongamos que memoriza usted uno de los ejemplos anteriores: AL
1-8734, y ve un altar comiendo chufas y cada chufa se hincha y estalla dejando
salir una gran mezquita, con la media luna y la tumba de Mahoma. Evidentemente,
como usted sabe ya las centrales principales, no tendrá dificultad en
establecer que el principio del número es AL 1, y que las dos parejas de cifras
son 87 y 34. ¡Ésta es la pega que envuelve al procedimiento! Cabe la posibilidad
de que en un momento dado no sepa usted decidir qué pareja va delante y cuál
detrás, y se quede en la duda de si ha de marcar el 8734 o el 3487. Por
supuesto, la memoria verdadera correría probablemente en su auxilio; recordemos
siempre que todos estos sistemas son auxiliares de la memoria verdadera, y que,
a pesar de las deficiencias que podamos reprocharles, son buenos, puesto que
sin ellos casi seguro que no hubiéramos recordado ninguna de las cuatro cifras.
Por otra parte, si queremos recordar un número de teléfono, será sin duda
porque tenemos que utilizarlo, y al utilizarlo ayudamos a nuestra memoria, y
pronto quedará perfectamente establecida en ella cuál es la pareja de cifras
que va delante.
Con todo, podemos aceptar el caso teórico de querer aprender
un número de teléfono que tardaremos algún tiempo en utilizar. Entonces
disponemos de varios métodos para evitar la posible confusión, unos buenos y
otros no tan buenos. Voy a proponerle en seguida tres o cuatro de dichos
métodos, y usted escogerá los que le parezcan mejores.
El primer método consiste en sujetarse de un modo riguroso
al sistema de la cadena, para enlazar las palabras, y no contentarse con formar
un cuadro estrambótico. En el ejemplo dado para AL 1-8734 he seguido en
realidad el sistema de la cadena, y quizás a causa de ello no haya visto usted
tan fácilmente la posibilidad de confusión. Pero de seguro reconocerá que las
tres imágenes que uno baraja en este caso le exponen a caer en la tentación de
«ver» el altar dentro de esa mezquita que para nosotros representa la Meca,
saltando de contento por comer chufas. ¡Ya esta el orden alterado! Y aun cuando
el conocer de antemano las diversas centrales, y el auxilio de la memoria
normal, nos recuerden que el principio es AL 1, queda la alteración entre Meca
y chufa, o sea, entre 34 y 87. En cambio, si nos sujetamos rigurosamente al
sistema de la cadena, asociando el primer elemento con el segundo y éste con el
tercero, como luego recordamos la cadena en el mismo orden, sabremos que tenemos
el número también en el orden adecuado.
Otro procedimiento —y precisamente uno que yo utilizo con
frecuencia— consiste simplemente en formar un cuadro estrambótico, pero
estableciendo en él un orden de prioridad lógico. Por ejemplo, supongamos que
tuviéramos que asociar los tres elementos siguientes: taco, lazo y mono, los
cuales van colocados por este orden. Si nos figuramos al taco cogiendo con un
lazo al mono (y para mejor establecer el orden vemos al mono chillando y
haciendo muecas de enfado y gestos por soltarse) habremos establecido un orden
lógico (lógico en cuanto a la sucesión, no en cuanto a la posibilidad de la
imagen), gracias al cual no tendremos confusión alguna para recordar que lazo
es el segundo elemento y mono el último. Y como las palabras se traducen en
números, señalaremos el que nos interesa en su orden correcto. Permítame que le
ponga todavía otro ejemplo. Para el número DE 5-3196 las palabras delantero,
mito y buzo bastarían para ayudar a la memoria. Pero si, además, se imagina a un
delantero de fútbol de pie sobre las olas del mar disparando balones contra
Venus (recordará que por mito escogimos a Venus naciendo de la espuma del mar),
la cual los coge y entrega a un buzo que sobresale del agua, habrá formado usted una asociación delante de
la palabra mito, y ésta delante de la palabra buzo; con lo cual usted conoce
que el número es 3196 y no 9631.
A continuación del procedimiento expuesto, el que empleo más
a menudo es el siguiente: procuro encontrar una palabra que reproduzca más de
dos de las cuatro cifras últimas. Si las reproduce todas, mejor, si solamente
reproduce tres sé de todos modos que aquella palabra va delante de la que sólo
representa una cifra. Por ejemplo, con el número ST 3-4918 posiblemente me
figuraré un enorme estambre en el centro de una flor que no es una flor, sino
un capote torero y que por tallito tiene un señor, el «amo». El lector
comprenderá que para la combinación de letras ST en español no hay más recurso
que poner una E delante; la memoria verdadera nos dice que esta E debe
suprimirse. De esta forma, como capote representa las tres cifras 491 y amo
solamente la cifra 3, no puede haber confusión, 491 va delante y 3 es la
última.
Me figuro que la mayoría de ustedes resolverán aprovechar
uno o varios de estos tres procedimientos. No obstante, para que puedan elegir
más a placer, aquí van dos o tres recursos más para evitar la posibilidad de
entremezclar las cifras del número. Para el primer par de ellas puede usted
emplear la palabra colgadero establecida, y para el segundo par puede emplear
otra que no sea la palabra colgadero, pero cuyas consonantes cumplan los
requisitos exigidos por nuestro alfabeto fonético. Por ejemplo, el número a
recordar es el 6491; para las dos primeras cifras, como forman el número 64,
usaremos saco, pero no usaremos pito para 91 sino bota. Con
ello, al cabo de un tiempo recordará usted muy bien que las dos primeras cifras
son 64, puesto que saco es una palabra colgadero, y bota no. Para
el número IN 1-4084 podríamos asociar indio, corro y choque. Y
como choque no es una palabra colgadero, las cifras que forman el número
84 han de ser las últimas.
Este último procedimiento se me ocurrió recientemente y he
visto que da un resultado estupendo. Con él se acabó la posibilidad de confundir
el orden de las cifras.
Todavía podríamos ensayar otros recursos, como el de
imaginarnos uno de los objetos mucho mayor que el otro; pero no me inspiran
demasiada confianza.
He dedicado tanto espacio a explicar estos procedimientos
porque no sólo sirven para números de teléfono, sino también para recordar
precios, direcciones, horarios, números de catálogo y cualquier otra cosa que
nos exija memorizar números de cuatro cifras. Y volviendo a los números de
teléfono, lo peor que podría ocurrir en caso de confusión es que se equivocara
usted la primera vez al marcar el número, pero la segunda vez, indudablemente,
lo haría bien.
Ah, de paso, si se diera el caso de que la primera cifra del
par fuese cero, debería usted formarse una palabra con las consonantes correspondientes.
Claro, la primera siempre sería la R. Así 01 podría ser rata; 02, rana; 03,
remo; 04, roca; 05, rollo (cilíndrico); 06, rosa; 07, rifa; 08, racha (de
viento); 09, robo. Y si encuentra la cifra 0 repetida (00) puede representar la
pareja por rorro. Yo le recomendaría que aprendiese de memoria estas diez
palabras colgadero y las asociase, para mayor seguridad, con las que ya sabe
correspondientes a números de dos cifras (para lo cual no tiene más que
prolongar la cadena que en su momento formó con aquéllas; y así, al mismo
tiempo, la repasará) porque pueden serle muy útiles cuando trate de recordar
números de muchas cifras.
¡Bien, ahora ya sabe usted cómo memorizar cualquier número
de teléfono! Para saber de quién es la persona en cuestión ya sólo falta añadir
una palabra a la asociación formada.
Si es el de una persona con la cual
trata usted habitualmente, por ejemplo, el sastre, el carnicero, el médico, el
abogado, o cualquiera que por su profesión pueda representarse mentalmente,
introdúzcalo en la asociación originaria. Por ejemplo, el número del sastre es
FA 4-8862. Simplemente, asocie las palabras sastre, foca, chacha y zona. Si
utilizara usted el procedimiento de no emplear la palabra colgadero para el
último par de cifras, podría emplear seno o sueno en lugar de zona. Podría
ver a un sastre tomándole las medidas a una foca enorme con cabeza de sirvienta
(chacha) y un cesto en un brazo y una escoba en la otra (para ayudar a darle el
carácter de sirvienta), todo ello teniendo por escenario un globo terrestre con
la zona tropical marcada según dijimos al hablar de la palabra colgadero zona.
Si le gusta a usted el procedimiento de encadenar ordenadamente (sistema de
la cadena), y quizás en el caso presente sería lo mejor, encadene los cuatro objetos.
De parecido modo introduciríamos en nuestras asociaciones a
personas de otros oficios, puesto que es fácil forjarse una imagen que nos lo
recuerde. Pero si usted quiere recordar apellidos en combinación con sus
números de teléfono, debe emplear el sistema de las palabras sustitutivas
aprendido al estudiar el capítulo 16. Si el señor Hayes (un amigo americano)
tiene el número OR 7-6573, usted podría imaginarse a una llorona (¡ay!, ¡ay!,
¡ayes!), dirigiendo un orfeón (or, para OR, y la «f» para la cifra 7) formado
por sacos (saco=65) que cantan, mientras encima de cada saco toca su trompeta
la Fama (73). Aunque la imagen nos ha salido casi de acuerdo con el sistema de
la cadena, si queremos sujetarnos a éste para no alterar las cifras, podemos
ver la llorona dirigiendo un orfeón, luego los cantantes del orfeón en el acto
de meterse cada uno dentro de un saco y luego un saco del que sale la cabeza y
el clarín de la Fama. En cambio, si usted prefiere el procedimiento de no
emplear la palabra colgadero para la última pareja de cifras, sustituya fama
por fiemo.
Figurémonos que quiere usted recordar que el número de
teléfono del señor Montargente es JU 6-9950. Podría usted «ver» un brillante
monte de plata sentado en el estrado en calidad de juez (JU 6), fumando una pipa
gigante de la cual cuelga una lira. Y esto formaría una sucesión
lógica en un cuadro estrambótico.
Utilizaré el mismo número para demostrarle cómo hay que
manejarlo empleando cada uno de los distintos métodos de recordar las cuatro
cifras últimas en su orden debido.
Método de la cadena. Asociar monte de plata a juez (el monte
de plata lleva birrete y toga y el libro de las leyes), luego juez a pipa
(ahora es una pipa gigante la que lleva los atributos de juez) y por fin pipa a
lira (veamos una pipa tocando la lira).
Si quiere usted emplear menos objetos en su asociación para
este número particular, ¡puede representarse a un monte de plata actuando de
juez que acusa a una papelera (9950)!
Y, para emplear el último método simplemente, cambiemos lira
por otra palabra que nos represente el número 50, como loro, alero, etc.
Le he propuesto ejemplos de memorización de números de
teléfono utilizando los diferentes procedimientos convencido de que ha de ser
usted quien decida cuál le resulta más fácil. Como en todo lo demás que explica
el presente libro, yo sólo puedo ponerle ejemplos teóricos; su imaginación debe
encargarse del resto, porque usted es el único que puede decidir cuáles métodos
le convienen más.
Dudo de que jamás crea necesario memorizar un número de
teléfono que no piense utilizar muchas veces y durante cierto tiempo. El simple
hecho de que quiera recordarlo indica que piensa utilizarlo. Como dije ya
anteriormente, la asociación formada se lo traerá a la mente sólo las primeras
veces nada más, precisamente porque después ya recordará usted el número sin
necesidad de recurrir a ninguna asociación; se habrá grabado con firmeza en su
memoria.
Lo mismo que en otros casos, también en esto requiere más
tiempo la explicación detallada del método que el ponerlo en práctica. Es cosa
de pocos momentos memorizar un número de teléfono. Por otra parte, a menos que
usted quiera hacerlo en plan de exhibición, por lo común siempre le sobrará
tiempo para buscar las palabras apropiadas. Y por de pronto, el mismo hecho de
que deba pensar usted en el número a fin de encontrar esas palabras para formar
la asociación contribuye a grabarlo en su memoria. Aun suponiendo que con este
libro yo no consiguiera otra cosa que hacerle pensar en aquello que quiera
usted recordar y concentrar en ello su atención, me daría por satisfecho y
consideraría haber logrado mucho, porque, indudablemente, esto bastaría para
acrecentar notablemente su memoria.
Y aquí otra vez mete baza por su parte el traductor español.
¿Para qué este capítulo sobre la manera de recordar números de teléfono, si en
España no los tenemos tan complicados? Primero por lo mismo que ya señala el
autor, es decir, que este procedimiento no solamente puede aplicarse a números
de teléfono, sino a números de serie en producción de piezas, por ejemplo,
modelos, direcciones, etc. En segundo lugar, porque todo puede llegar con el
tiempo. No es imposible que dentro de unos años nuestra red telefónica sea tan
complicada como la de cualquier otro país.
Entretanto, quizá convenga señalar que para recordar números
de teléfono en España basta formar un cuadro o imagen con las tres palabras
colgadero correspondientes a los tres pares de cifras que tienen los aparatos
en las ciudades grandes, o con los dos pares de las ciudades menores. A esta
asociación añadiremos el nombre del propietario, de la misma forma antes
estudiada. Y para recordar el orden de las parejas de cifras podemos emplear
los mismos recursos antes expuestos. Si bien hemos de tener en cuenta que si
empleamos una palabra que no sea la palabra colgadero —pero que cumpla los
requisitos del alfabeto fonético— para el último par de cifras, debemos poner
un cuidado especial en asociar bien el primer par —habiendo ahora tres pares—
con el apellido del titular del teléfono, a fin de evitar confusiones entre el
primer par y el segundo. De todos modos, yo le recomendaría que, hasta que no
esté usted muy versado en estos métodos, se sujete al sistema de la cadena, el
cual le hace recordar los objetos (y, por lo tanto, los números) en un orden
establecido e invariable.
Y ahora podría usted comprobar los progresos realizados en
la memoria para números de teléfono repitiendo la prueba número 6 del capítulo
3 y comparando las puntuaciones obtenidas.
20
LA IMPORTANCIA DE LA MEMORIA
A un hombre de negocios que viajaba por el
Medio Oeste de Estados Unidos le hablaron de un indio que vivía en aquella
población y que poseía una memoria fantástica. Nuestro viajero había terminado
recientemente un curso para el mejoramiento de la memoria, y sintiéndose muy
orgulloso de las habilidades aprendidas, decidió visitar al indio con objeto de
ver cuál de los dos tenía mejor memoria. ¿Luego de haberse presentado, empezó a
someterlo a pruebas. Pero el indio contestaba a todas sus preguntas con rapidez
y precisión. Su mente parecía un almacén de conocimientos, lleno de datos tales
como el número de habitantes de casi todas las ciudades de Estados Unidos,
fechas notables, teorías científicas, etc. El hombre de negocios no conseguía
ponerle en aprietos. Por fin, decidió probar con una última pregunta: «¿Qué
tomó para desayunar la mañana del 5 de abril de 1931?»
El indio, sin vacilar un segundo, contestó:
«¡Huevos!»
El hombre de negocios se despidió
completamente atónito por aquella memoria prodigiosa. Al llegar a su casa contó
el caso a todos sus amigos, y éstos se burlaron de él y replicaron que es muy
corriente tomar huevos para desayunar, y que cualquiera hubiera respondido lo
mismo.
A medida que pasaron los años, el viajante
empezó a creerlo así, hasta que un día volvió a encontrarse de viaje por el
Medio Oeste, y una tarde la casualidad le puso delante del mismo indio con el
que había hablado años atrás. Queriendo hacer gala de su excelente memoria para
las caras, levantó la mano en el saludo indio tradicional, y lanzó la
igualmente tradicional exclamación de «¡Hau!», que en inglés puede confundirse
fonéticamente con la pregunta «¿Cómo?».
El indio reflexionó sólo un momento, y luego
respondió: «¡Revueltos!»
Si bien la anécdota anterior es perfectamente tonta, puesto
que nadie le pediría a otra persona que recordase lo tomado para desayunar años
atrás, le sorprendería a usted oír las preguntas que a veces me hace la gente.
Si hablé con alguien tiempo atrás, éste es capaz de pedirme que repita la conversación
palabra por palabra; o si me sorprenden leyendo un periódico, a lo mejor me lo
arrebatan de un tirón e insisten en que demuestre que me lo he aprendido de
memoria, también palabra por palabra. Tales personas no se dan cuenta de que lo
más hermoso de tener la memoria entrenada está en que sé recordar aquello que
quiero recordar.
Sería una estupidez memorizar palabra por palabra el
periódico del día. No hay necesidad de hacerlo. Sin embargo, puedo recordar y
recuerdo todas aquellas noticias e informaciones que me parecen dignas de ser
recordadas; simplemente, sin dejar de leer, formo asociaciones que me las
recuerden. Hay ciertas cosas que todos queremos olvidar; por ejemplo, es norma
de una excelente diplomacia acordarnos del día del cumpleaños de una señora,
pero no de los años que cumple.
Cuando hayan terminado de leer detenidamente este libro,
confío en que todos ustedes sabrán recordar todo lo que lean, si es que les
interesa recordarlo. Lo advertí ya anteriormente, para retener algo en la
memoria, lo primero es desear que quede en ella. Los sistemas aquí expuestos
llenan la finalidad de facilitarles a ustedes esta retención. Acaso en este
momento alguno de ustedes todavía no quiera reconocerlo así. Quizás opinen que
resulta mucho más sencillo pararse un momento para tomar nota de un número de
teléfono que entretenerse formando una asociación del modo que yo les he
enseñado. Bien, debo admitir que puede resultar más fácil y rápido... al
principio; pero con ello no aumentará usted la potencia de su memoria.
También es posible que se diga usted que habiendo millones
de libros que consultar cuando necesita determinados datos, no es preciso
molestarse por recordarlos. Y, por supuesto, cabe añadir que la mayoría de
hombres de negocios tienen secretarias que cuidan de recordar lo que ellos no
deben dejar olvidado. Sí, es cierto que los hombres de negocios tienen
secretarias; pero probablemente su posición no les permitiría tenerlas si como
premisa previa no hubiesen empezado por poseer una buena memoria. Además,
¿cuánto tiempo le parece a usted que conservaría el empleo la secretaria si
ella por su parte no supiera recordar?
Aunque es cierto que hay millones de libros de consulta, y
ciertamente nos prestan un excelente servicio, el abogado que defienda un caso
ante un tribunal gozará de mucha mayor ventaja si tiene los detalles de un
precedente en la memoria que si ha de pararse para consultarlos. Si se muestra
capaz de citar páginas y artículos de los libros de leyes, el juez y el jurado
quedarán, en verdad, muy favorablemente impresionados. Un carpintero no tiene
que pararse a consultar un libro cuando debe emplear una determinada
herramienta, simplemente sabe cómo debe manejarla. Si se presenta una
complicación inesperada en la mesa de operaciones, el cirujano actúa
inmediatamente. Si él no supiera lo que tiene que hacer, todos los textos
médicos del mundo no bastarían para salvar la vida del paciente. Cuando usted
consulta a su médico y le explica los síntomas de la dolencia que sufre, él no
ha de recurrir a los apuntes tomados cuando estudiaba la carrera, recuerda ya
qué enfermedades se manifiestan por estos o aquellos síntomas. Los hombres que
descubren cosas nuevas sobre materias antiguas han de empezar por conocer
primero todas las teorías viejas. ¿Habría podido un hombre como Einstein hallar
teorías y fórmulas nuevas si no hubiese conocido y recordado las tradiciones?
Claro que no. El teléfono habría quedado sin inventar si Alexander Graham Bell
no hubiese sabido y recordado todos los medios entonces existentes para
transmitir el sonido. Sin la memoria jamás hubiera tenido lugar ningún
descubrimiento nuevo.
Así podría seguir hasta el infinito demostrando el cómo y el
porqué de la importancia de la memoria, y que no siempre es factible o
conveniente el ponerse a consultar libros o anotaciones. Casi todas nuestras
acciones son posibles a causa de la memoria. Lo que solemos decir que hacemos
por «instinto» lo hacemos en realidad gracias a la memoria.
En sí, el tomar nota por escrito de las cosas no basta para ayudarnos
a recordarlas. ¿Por qué algunos muchachos quedan rezagados en sus estudios por
más que tomen notas en clase? ¡No es porque sean tontos! Es porque no se
acuerdan de su trabajo. En la escuela les mandan que recuerden determinadas
enseñanzas, pero, por desgracia, no le enseñan cómo pueden recordarlas.
Ello nos permite superar el primer obstáculo, que siempre
resulta el más difícil, en toda disciplina nueva que aprendamos. El primer
esfuerzo requerido para entrenar debidamente la memoria consiste en aplicar
real y verdaderamente mis sistemas. Úselos, y ellos actuarán por usted. El
conocerlos, pero seguir anotándose los números de teléfono en un papel o en un
cuaderno, es lo mismo que no conocerlos.
Si sabe usted escribir a máquina con una velocidad aceptable,
¿recuerda la sensación que experimentaba cuando empezó a aprender? Se figuraba
que no llegaría jamás a dominar el teclado, y que aquellas personas que
escribían bien era porque poseían mayores aptitudes para ello que usted.
Probablemente ahora no comprenda cómo pudo hacerse aquella idea; nada le parece
más natural que sentarse ante la máquina y escribir rápidamente. Pues lo mismo
ocurre con una memoria entrenada. Yo creo que soy capaz de memorizar un número
de teléfono en menos tiempo del que otra persona necesita para anotarlo; y cada
vez que aprendo un número nuevo vigorizo aún más mi memoria. Al principio,
cuando empecé a utilizar estos sistemas, tema la misma sensación que acaso
experimente usted ahora, o sea, que es más fácil tomar nota de lo que interese
y luego olvidarlo que molestarse formando asociaciones. Pero siga usted sin
desanimarse y pronto le ocurrirá con esto lo mismo que con el escribir a
máquina. Al cabo de un tiempo se maravillará de que al principio le costase un
pequeño esfuerzo.
Pero, ante todo, tenga bien presente que lo que más importa
es que forme siempre asociaciones estrambóticas e ilógicas. La mayoría de los
sistemas enseñados hoy, y todos los del pasado, no encarecen bastante este
detalle. Y hasta se da el caso de que algunos recomiendan establecer
asociaciones lógicas. Por lo que a mí se refiere, tales sistemas no tienen sino
un defecto: no sirven. No creo que en ningún momento sea usted capaz de
recordar tan bien ni tan fácilmente una asociación lógica como una estrambótica.
Algunos de los sistemas antiguos enseñaban al estudiante a correlacionar dos
objetos, cuando quisiera recordar uno en conjunción con el otro. Correlacionar
significa unir los dos objetos mediante otras palabras que sonaran igual, o
significaran lo mismo, o fueran exactamente lo contrario, o fueran traídas a la
mente por un proceso cualquiera. Y como esto resulta un excelente ejercicio de
imaginación, permítame que se lo explique. Si, por algún motivo, usted quisiera
recordar «lápiz» y «lámpara», podría razonar de este modo: Lápiz..., plomo...,
pesado..., ligero..., raudo..., luz..., lámpara.
¿Ve usted el proceso? El lápiz le induce naturalmente a
pensar en el plomo; el plomo es muy pesado; lo opuesto a pesado es ligero;
ligero (por su doble acepción de poco pesado y de rápido) le lleva a pensar en
raudo, y «raudo... como la luz» le lleva a pensar en lámpara. ¿Cómo
establecería usted una correlación entre diamante y cigarrillo ?
Ahí tiene una manera: diamante..., anillo..., anillo de
humo..., cigarrillo. En realidad, es posible establecer una correlación entre
dos objetos, hasta entre los más dispares. Por supuesto, resulta mucho más
fácil recordar lápiz y lámpara asociándolos en la imagen de verse a uno mismo
escribiendo con una lámpara en vez de lápiz. En lo tocante a diamante y a
cigarrillo, si usted sabe verse fumando un diamante en lugar de fumar un
cigarrillo, sin duda lo recordará mejor que estableciendo una correlación. Si
he mencionado las correlaciones ha sido porque constituyen un excelente ejercicio
para la imaginación y porque usted puede divertirse haciéndolo ensayar a sus
amigos. El secreto está, naturalmente, en utilizar la menor cantidad de
palabras posible para establecer una correlación entre dos objetos. El formar
correlaciones es un procedimiento corriente para entrenar la memoria; pero es
que, como le dije ya antes, los sistemas para recordar se remontan hasta los
tiempos de la civilización griega. Creo que fue Simónides, el poeta griego, el
primero que empleó un sistema análogo al del colgadero allá por el 500 a.C.
Simónides utilizaba las diferentes habitaciones de su casa y los muebles de
cada habitación como colgaderos. Resulta un procedimiento limitado, pero sirve.
Si usted resolviese emplear las habitaciones de su casa y los muebles de cada
una siempre en un orden invariable, tendría con ello una lista de palabras
colgadero. Estos serían los objetos ya conocidos y recordados, y todo lo nuevo
que tuviera que recordar lo asociaría a ellos.
Parece que a Simónides el procedimiento le daba buen
resultado, porque se cuenta de él que mientras estaba recitando en un banquete,
se hundió el tejado de la casa. Murió todo el mundo menos el rapsoda, y los
cadáveres quedaron tan desfigurados que no lograban identificarlos. Simónides
pudo decir quién era cada uno porque se había grabado en la memoria el orden en
que estaban sentados a la mesa.
Retornando a los tiempos modernos, el general George
Marshall consiguió una publicidad favorable por una ocurrencia que tuvo en una
de las conferencias de prensa que celebró. Les dijo a los periodistas que
quedaban autorizados para interrumpirle y preguntarle lo que quisieran mientras
estuviese hablando. Los periodistas lo hicieron así, preguntándole detalles
relativos a las materias que enfocaba en su charla. El general Marshall escuchó
las preguntas, pero no las respondió de momento, sino que, siguiendo el hilo de
su discurso, continuó hasta el final. Cuando hubo terminado, fijó la mirada en
uno de los reporteros que le había dirigido una pregunta y se la contestó.
Luego miró a otro y le respondió según la pregunta que le había formulado. Así
continuó hasta haber contestado a todos. Este alarde de buena memoria dejó
pasmados a los periodistas, pero es muy fácil llevarlo a cabo con la ayuda de
un sistema para recordar.
Es fama que James Farley, el que fue administrador de
Correos, conoce a veinte mil personas por sus nombres. En un reciente artículo
publicado en el New York Times, Farley calificaba el recordar nombres
como «la más efectiva de todas las maneras de halagar al prójimo». Ciertamente,
su maravillosa memoria para los nombres le ha sido de mucho provecho. Se dice
incluso que durante la campaña electoral el hecho de llamar a muchos oyentes
por sus nombres influyó no poco en el triunfo de Franklin Roosevelt al
presentarse por primera vez para la presidencia. Yo no espero que todos ustedes
influyan en la elección de presidente, pero no cabe duda de que podrán mejorar
su memoria más allá de lo que nunca hubieran osado prometerse si aprenden y
emplean los sistemas que les enseña este libro.
21 NO SEA DISTRAÍDO
Hacia el final de su conferencia sobre los
maravillosos panoramas que pueden verse en este mundo, el famoso viajero
exclamó: «¡Hay cuadros que uno no olvida jamás!»
Al oírlo, se levanta en la última fila una
señora menudita y, con aire tímido, le pregunta: «¡Oh, señor! ¿Tendría la
bondad de indicarme dónde los venden? He comprado ya tres para el comedor y,
antes de llegar a casa, siempre me los dejo olvidados en alguna parte.»
¿Sufre usted el contratiempo de dejar siempre ciertas cosas
donde no deben estar? ¿Malgasta un tiempo precioso buscando las gafas o el
lápiz que suele llevar sobre la oreja? ¿Pertenece usted a la clase de personas
que están exclamando continuamente: «¡Pero si hace un momento lo tenía en la
mano!»? ¿Esconde siempre sus joyas con tal cuidado que luego no logra
encontrarlas? Señoras, ¿llegan constantemente tarde a las citas por el simple
motivo de no saber encontrar el lápiz labial que prefieren? Y caballeros,
¿acaso sus respectivas esposas chillan y patalean mientras ustedes buscan
laboriosamente ese gemelo del puño de la camisa que no saben dónde dejaron?
Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es
afirmativa, corra, no se contente andando, corra hasta la librería más
próxima...
Si se tratara de un programa de radio o de televisión
patrocinado por una casa comercial lo dirían más o menos así, ¿no es cierto?
Pero, bromas aparte, ¿no habré puesto el dedo en la llaga con alguna de las
preguntas anteriores? Casi afirmaría que sí, porque pocos son los que tienen la
buena fortuna de no sufrir distracciones en determinados momentos.
Muchas personas cometen el error de confundir la tendencia a
la distracción con la falta de memoria. Yo creo que deberíamos considerarlas,
en realidad, dos cosas completamente distintas. Personas poseedoras de una
memoria excelente pueden ser distraídas. Todos ustedes habrán oído contar
chistes y anécdotas del profesor distraído; con todo, pueden estar seguros de
que para ser profesor lo primero que se precisa es una buena memoria. El
centenar de chascarrillos sobre los sabios distraídos que antes de acostarse le
dan cuerda a la mujer, sacan el despertador a evacuar aguas menores y besan al
gato dándole las buenas noches, por todo lo que a mí me consta quizá sean ciertos,
y no obstante, esto no significa, que dichos señores tengan mala memoria.
Estoy persuadido de que con un ligero esfuerzo y con las
indicaciones contenidas en el presente capítulo, es posible corregir el defecto
de la distracción. Le ruego, sin embargo, que no se figure usted que conseguirá
tan apetecido resultado con el solo trabajo de leerlo. Será preciso que se
empeñe en aprovechar los datos y consejos que le doy. Así y únicamente así le
serán útiles. A veces pienso que muchas personas se limitan a leer de cabo a
rabo un libro similar a éste, que luego jamás ponen en práctica las enseñanzas
e indicaciones contenidas en sus páginas y después se quejan de que no les ha
servido para nada. Por supuesto, esto será verdad si usted se da por satisfecho
leyendo el presente libro sin poner en práctica los sistemas que le enseña.
Muchas personas mayores alegan que son demasiado viejas para aprender. Opino
que lo que quieren decir es que son demasiado perezosas; ¡nadie es demasiado
viejo! Ed L. Thorndike, una autoridad en materia de educación de los adultos,
dijo que «la edad no es ningún impedimento para aprender un oficio o una
profesión nuevos, o cualquier cosa que uno quiera saber en cualquier
momento de la vida». La palabra «quiera» la he puesto en bastardilla yo; si
usted quiere de veras aprender, puede; por tanto no saque la edad como
pretexto.
En realidad, la distracción no es otra cosa que la j falta
de atención. Si cuando uno deja las gafas en algún sitio fijara su atención en
lo que hace, luego, cuando las necesitase, indudablemente, sabría dónde están.
¡Los diccionarios dan la palabra «preocupado» como uno de los equivalentes de
«distraído», y sobre todo si tomamos la palabra «preocupado» en el sentido de
«ocupado previamente», o sea, «ocupado en otra cosa», la equivalencia resulta
exactísima, indiscutible. Las acciones intrascendentes que realizamos de
continuo, como el dejar las cosas que tenemos entre manos, no son bastante
importantes para ocupar nuestro pensamiento, con lo cual nos volvemos distraídos.
Y natural que si uno deja una cosa sin pensar, con un gesto
mecánico, olvide dónde está, puesto que lo cierto es que jamás lo recordó, o lo
supo. Unos momentos después de haber salido de casa es corriente que uno se
pregunte si cerró o no la puerta, y la causa está en que la cerró
inconscientemente, sin prestar atención a lo que hacía.
De modo, amigos míos, ¡que he resuelto ya su problema! Para
evitar las distracciones piensen en lo que están haciendo. Sí, sé muy bien lo
que de veras piensan ahora: «¡Caramba, ya lo sabía! ¡Si cada vez que dejo algo
en un sitio o cierro la puerta, fuese capaz de fijarme en lo que estoy
haciendo, no sería un distraído!» Tienen razón, pero, en este caso, ¿por qué no
utilizan las asociaciones conscientes, con e! objeto de que les ayuden a
recordar las cosas triviales? Pueden y saben hacerlo, y es fácil.
Por ejemplo, una cosa que nos fastidia a todos es que nos
olvidamos de echar las cartas al buzón. O se olvida uno de llevárselas cuando
sale de casa, o, si se las lleva, se le quedan en el bolsillo días y más
días. Si quiere usted estar seguro de que se llevará las cartas al salir de casa, proceda de este
modo: primero vea qué es lo último que suele hacer o ver al salir de su casa.
Por mi parte, lo último que yo veo es la empuñadura de la puerta, porque
siempre compruebo si la he cerrado. Y como esto es lo último que hago,
establezco una asociación estrambótica entre empuñadura de la puerta y carta.
Al salir de casa a la mañana siguiente y coger
la empuñadura para ver si he cerrado, recuerdo la asociación estrambótica
formada el día antes y me acuerdo de coger la carta. Lo último que hace usted
al salir de casa puede ser otra cosa; acaso se despida de su señora, o (si es
usted la señora) de su marido, con un beso... Pues bien, asocie este beso a la
carta. Cuide de que la asociación resulte estrambótica e ilógica.
Y ahora, ¿cómo se asegurará usted de echar la carta al
buzón? Uno de los recursos consiste en llevarla en la mano hasta que encuentre
un buzón. Pero si prefiere llevarla en el bolsillo establezca una asociación
entre el destinatario y el buzón de Correos. Vea la persona a la cual escribe
sentada sobre el buzón, o sacando la cabeza por la rendija del mismo, etc. Si
escribe a una persona a quien ya conoce bastante para verla mentalmente, emplee
una palabra sustitutiva, según aprendió ya. Si escribiera a la Compañía
Telefónica, asociaría usted un teléfono a un buzón. De este modo, cuando vea un
buzón se acordará de que debe echar la carta. (¡Bueno, después de todo esto confío
en que no habrá olvidado el pegarle un sello!)
Este recurso puede ser empleado para todas las cosas de poca
monta que deba usted hacer y no quiera olvidar. Si tiene la costumbre de
dejarse el paraguas en la oficina, asocie «paraguas» a lo último que hace al
salir de ella. Si telefonea su esposa y le pide que al regresar a casa compre
unos huevos, asocie «huevos» con la puerta de la calle, por ejemplo. Pero no,
eso le expondría a no recordar el encargo hasta llegar a su casa; será mejor
que asocie huevos a la tienda de comestibles, y de este modo en cuanto vea una,
se acordará, entrará y los comprará.
Naturalmente, todo esto son ejemplos teóricos; en cada caso
particular usted sabrá qué cosas tiene que asociar.
Llegamos ahora a las pequeñas molestias causadas por las
distracciones, tales como el dejar las cosas en un sitio y después olvidar
dónde están. El método para evitar esto es exactamente el mismo. Uno tiene que
asociar el objeto con el sitio donde lo deja. Por ejemplo, si suena el teléfono
y uno se pone el lápiz sobre la oreja, debe formar rápidamente una imagen
mental con lápiz y oreja. Cuando haya hablado por teléfono y necesite el lápiz,
recordará que se lo ha puesto sobre la oreja. Igualmente procederíamos para
todo objeto pequeño, o para un encargo de poca importancia. Si tiene usted la
costumbre de dejar las cosas en cualquier sitio, adquiera la costumbre de
formar asociaciones que le recuerden dónde están.
Una de las preguntas que suelen hacerme al llegar a este
punto es la siguiente: «Muy bien, pero ¿cómo recordaré el formar asociaciones
para todas esas nimiedades?» La pregunta no admite sino una respuesta: al
principio es preciso poner en juego un poco de fuerza de voluntad, y asegurarse
de establecer las asociaciones. Cuando haya visto usted los resultados, estoy
seguro de que cuidará de perseverar en la empresa y, antes de haberse dado
cuenta, habrá adquirido ya el hábito.
No cabe duda alguna, este sistema ha de curar el defecto de
la distracción. El motivo es obvio: con la mente en un sitio de un modo
mecánico, automático, la mente le obliga a uno a pensar en lo que hace, al
menos por una fracción de segundo, y con esto basta, no se precisa más. Si
mientras cierra la puerta forma una asociación entre la puerta y llave, ya no
es posible que la cierre mecánicamente. Y como está pensando en lo que hace,
cuando más tarde se pregunte si ha cerrado la puerta, sabrá que sí. Cuando
ponga el despertador, asocie el timbre con la mano, o con lo que le parezca más
indicado. No importa lo que sea; lo que importa es que en aquel momento piense
en lo que hace. Y de este modo se ahorrará el tener que levantarse de la cama
más tarde para ver si ha puesto el despertador.
He dicho que la asociación no importa, y es cierto. En
realidad, si mientras hace girar la llave cerrase usted los ojos y se «viese»
mentalmente realizando esta acción, no tendría que inquietarse luego en el cine
sobre si ha dejado la puerta cerrada o abierta. Cerrar los ojos y representarse
la acción que uno está realizando da tan buenos resultados como el formar una
asociación, pues llena la misma finalidad: la de obligarle a fijar la atención
en lo que hace en aquel instante.
He ahí todo el secreto del método. Sin embargo, jamás
encareceré demasiado la necesidad de poner en práctica todo lo aprendido hasta
aquí. Por favor, no se limite usted a leer estas páginas, a mover la cabeza
afirmativamente diciéndose que es una gran idea y luego olvidarla por completo.
Invierta el pequeño esfuerzo necesario al principio; después se alegrará, de
haberlo hecho.
El capitán del barco habla con un marinero:
—No vuelvas a decir más «la parte trasera del barco». Eso
que tú llamas «la parte trasera» es la popa, y aquello es babor; y la otra
parte, estribor; y lo de allá, la canoa de tingladillo; y lo otro, el castillo
de proa. Si vuelves a decir otra vez «la parte trasera del barco», te arrojo
por..., por... ¡vaya, nombre!, ¿como lo diré?, ¡por aquel agujero redondo de
allí!
Del mismo modo que se confunde la distracción con la mala
memoria, también a menudo se la confunde con las obstrucciones mentales.
Tampoco en este caso creo yo que tenga nada que ver una cosa con la otra. El
tener una palabra o expresión bien conocida en la punta de la lengua y no poder
recordarlas, no es distracción. La naturaleza de este hecho y el porqué se
produce son cosas que ignoro; pero, desgraciadamente, ocurre; a mí lo mismo que
a usted.
No puedo, por lo tanto, ayudarle mucho a vencer las
obstrucciones mentales. No conozco ningún sistema que las evite. De todos
modos, puedo recomendarle que cuando se encuentre afectado por una obstrucción
mental procure pensar en cosas o acontecimientos relacionados con la cosa o el
acontecimiento que quiere recordar. Si es el nombre de una persona conocida lo
que no le viene a los labios, procure representarse la última vez que la vio,
dónde estaban, qué hacían y qué otras personas se encontraban allí con ustedes.
La mente ha de trabajar según sus normas propias,
indirectas, y muy a menudo el simple hecho de pensar en los detalles
relacionados con aquello que uno desea recordar hace que el hecho principal
surja de pronto en el campo de la memoria.
Si este recurso resulta infructuoso, lo mejor que puede
hacerse es olvidar aquello, procurar no pensar en ello durante un buen rato, y
lo más probable es que le venga a las mientes cuando menos lo espere. Es todo
lo que puedo recomendarle en materia de obstrucciones mentales. Ponga en
práctica estas dos indicaciones la próxima vez que sea victimare una
obstrucción; ¡se quedará pasmado del magnífico resultado que dan!
22
DEJE PASMADOS A SUS AMIGOS
El granjero (enseñando sus posesiones a un
amigo): ¿Cuántas ovejas dirías que hay en este rebaño? Veamos si echas un
cálculo, a ojo, que resulte bastante exacto.
El amigo (después de una breve pausa):
Yo diría que hay unas cuatrocientas noventa y siete.
El granjero: ¡Caramba, chico, has dado en
el clavo; ni una más ni una menos! ¿Cómo diablos has podido adivinarlo?
El amigo: Ha sido muy sencillo, en
realidad; he contado todas las patas ¡y luego he dividido por cuatro!
El alarde de memoria contenido en el presente capítulo quizá
no sea tan pasmoso como eso de dividir las patas de las ovejas por cuatro, pero
en cambio, es más fácil. Quizá le alegre a usted saber que no exige ningún
cálculo, sino únicamente una memoria bien entrenada.
Un amigo mío que se dedica al negocio de tejidos en Nueva
York me ha contado que se ganó una gran reputación recordando números. Casi
cada día almuerza con algunas personas con las cuales sostiene relaciones
comerciales, y tiene la costumbre de pedirles que le digan un número de cuatro
o cinco cifras, que él lo aprenderá de memoria. El número de compañeros de mesa
suele oscilar entre tres y seis, o sea que mi amigo ha de recordar de tres a
seis números de cuatro o cinco cifras. Y los recuerda; durante el almuerzo cada
uno de los comensales interrumpe cuando se le antoja para ver si continúa
recordando el número que le ha dicho. En efecto; lo recuerda.
No menciono este hecho porque sea en sí una gran hazaña,
sino porque representa un buen recurso para iniciar la conversación y porque ha
prestado excelentes servicios a mi amigo, el cual me asegura que en su gremio
todo el mundo habla de él y de su notable memoria. También lo menciono además
para hacerle notar a usted hasta qué punto impresionan a la gente las
demostraciones, sean cuales fueren, de buena memoria; y ello porque los que las
presencian se figuran que ellos jamás serían capaces de emularlas. Si la gente
se queda tan pasmada porque un hombre sepa recordar media docena de números de
cuatro o cinco cifras, imagínese usted el fantástico efecto que podrá producir
sobre el público en cuanto haya dominado la habilidad memorística contenida en
estas páginas.
¿Le gustaría aprenderse de memoria la siguiente lista de
números?
1
2 3 4 5 6
7 8 9
10
A — 3101 3262 6362 2356 9211 6066 5791 3212 6536 5106
B — 6108 4915 2014 4510 6435 4615 6652 9210 3965 3154
C — 6061 9612 9024 0950 6321 4614 9065 4010 4521 0121
Ch — 7195 4276 9636 6594 9721 7050 3042 1094 9091 64C1
D — 4061 1601 5120 3106 1062 1635 0265 4616 3863 6942
E — 5921 3611 3645 9526 6951 4590 3016 9530 7421 1050
F — 7350 6072 4556 8051 7263 3640 7532 7114 5326 3591
G — 7526 3526 5614 1324 8451 1566 3210 8592 7321 3510
H — 9610 9010 4092 8412 1061 7510 9105 5210 3561 1951
I — 9011 9619 3152 3111 4052 1096 5611 9592 2121 6562
A — 3101 3262 6362 2356 9211 6066 5791 3212 6536 5106
B — 6108 4915 2014 4510 6435 4615 6652 9210 3965 3154
C — 6061 9612 9024 0950 6321 4614 9065 4010 4521 0121
Ch — 7195 4276 9636 6594 9721 7050 3042 1094 9091 64C1
D — 4061 1601 5120 3106 1062 1635 0265 4616 3863 6942
E — 5921 3611 3645 9526 6951 4590 3016 9530 7421 1050
F — 7350 6072 4556 8051 7263 3640 7532 7114 5326 3591
G — 7526 3526 5614 1324 8451 1566 3210 8592 7321 3510
H — 9610 9010 4092 8412 1061 7510 9105 5210 3561 1951
I — 9011 9619 3152 3111 4052 1096 5611 9592 2121 6562
¡Es cierto! ¡Usted puede memorizar fácilmente esta lista de
cuatrocientas cifras! ¡Y no solamente recordará los números según su orden,
sino también al azar! El procedimiento consiste en entregar a cualquiera una
copia de la presente lista y dejar que le pregunte y compruebe la exactitud de
sus respuestas. Acaso le pidan que diga toda la fila de cantidades que siguen a
la letra G, o, descendiendo, todas las de la columna número 4. Quizá le
pregunten el número correspondiente a E7, y usted contestará al momento 3016.
¡En resumen, usted les demostrará que aprendió de memoria toda la lista de
números, y será cierto!
Mi buen amigo y perito en cuestiones de memoria, Bernard
Zufall, fue el primero, según mis noticias, en emplear esta clase de habilidad.
El la ha utilizado durante muchos años con números de tres cifras, en lugar de
las cuatro cifras que aparecen aquí. Naturalmente, se valía de sus propios
medios para memorizar la lista. Ahora voy a enseñarle a usted el método que
empleo yo.
A estas alturas usted ya se habrá dado cuenta de que sin
emplear el alfabeto fonético, sería casi imposible. En verdad, sin su auxilio
resultaría imposible aprender esta lista y luego retenerla en la memoria. Y
como en realidad parece y ha de parecer forzosamente al no iniciado una hazaña
increíble, verá usted cómo muchas personas la examinan y vuelven a examinarla,
buscando una ley o una norma matemáticas en su formación. Déjelos que miren;
como las matemáticas no tienen nada que ver en esto, más confundidos quedarán.
Ninguno de los números de la lista viene repetido; cada uno
es utilizado una sola vez. Los números, empero, no han sido cogidos al azar,
sino que yo los he escogido uno por uno, de modo que encajen en el sistema. Y
he aquí cuál es mi sistema. Si alguno me pidiera el número E7 mi mente
trabajaría de este modo: la palabra clave para E7 ha de empezar por la letra E
y ha de tener uno o varios sonidos consonantes. Tanto si tiene uno como varios,
el último sonido consonante de la palabra ha de ser, en este caso concreto, el
que representa el número 7, que es el de la F. Mi palabra clave para E7 es el
nombre de la misma letra. Y al decir «efe»... con cierta pausa, dejando que
vuelva a la memoria lo aprendido anteriormente, parece que de una manera
automática viene a completarse una palabra, con la terminación «mérides»...
«efemérides». Ahora bien, convirtiendo esa terminación en número, de acuerdo
con las normas de nuestro alfabeto fonético, a «mérides» le corresponde el
número 3016. Si hace usted el favor de comprobar mirando en la lista, verá que
el número correspondiente a la fila E y a la columna 7 es el 3016. ¿Ve usted? ¡La palabra
me ha dado el número!
Si me pidiesen el B5, yo sabría que la palabra clave ha de
empezar con la letra B y el sonido consonante final ha de ser el de la «l», que
es el correspondiente al número 5. La palabra clave para B5 es «boreal». Por una
asociación de ideas, «boreal» me traerá a la memoria la palabra aprendida
antes, «esquimal». ¡Esquimal... 6435!
¿Comprende la simplicidad del procedimiento?
No quiero engañarle, ya sé que le exigirá un poco de tiempo
aprender y dominar todos los números, pero el sistema en sí es fácil. Déjeme
repetir otra vez que esto no es únicamente una fantástica exhibición de buena
memoria, sino un ejercicio maravilloso para fortalecer la misma. Cada vez que
domine usted una de las demostraciones contenidas en este libro, tanto si se
propone hacer gala de ellas en público como si no, mejora su memoria,
fortaleciendo esta preciosa facultad, y aumenta con ello su capacidad mental.
De modo, pues, que ya sabe usted que cada vez que le piden
letra y número determinados es preciso verificar una transposición y buscar la
palabra clave. Sería lo mismo si primero le dijese la columna (el número) y
luego la letra (la fila), siempre se sigue el mismo sistema. La letra siempre
será la primera de la palabra clave; en la mayoría de los casos, está
relacionada, o asociada, con otra palabra, que es la que nos da el número de
cuatro cifras, según el alfabeto fonético. En algunos casos la palabra clave no
es una palabra independiente, sino el principio de una palabra; entonces el
número nos viene dado por el final de dicha palabra. Si alguno le pidiese, por
ejemplo, el número correspondiente a C8, usted sabría que la palabra clave
tiene por primera letra la «c», y por último sonido consonante, la «ch». La
palabra clave sería «coche». El coche corre por la «carretera». Carretera nos
dará el número. ¡Carretera... 4010!
A continuación va la lista entera para los cien números de
cuatro cifras. Cuando la haya repasado usted bien, le explicaré los pormenores
de la presentación de este alarde de memoria.
Abad
- mitrado Bota - estrecha Coto –cercado
Adán – manzana Berna - capital Cono - bastón
Abraham – sumisión Bruma – nórdica Cima-pirenaica
Arca - animales Barco – caldera Coca – herbolario
Abel – bondad Boreal – esquimal Cal – cemento
Andrés – cruces Burgos – castillo Coz – cáustica
Alfa – alfabeto Bufa – ciclón Café – Brasil
Arocha – montaña Brocha – pintor Coche - carretera
Arpa – salmos Bobo – imbécil Capa – caliente
Ara - altares Boro - metálico Cero – redondo
Chut - fútbol Dote - crecida Este – levante
China – Confucio Duna – desierto Ene – mistad
Chusma-chismosa Dama – altanera Eme – mayúscula
Checo – Eslovaquia Deca – metros Equi – valencia
Chuzo – farolero Dolo – traición Ele – esbelta
Chai – bufanda Diez – decimal Ese – culebra
Sheriff – americano Dife – rencial Efe – mérides
Chicha – trópico Dicho – castigo Elche – palmera
Chivo – barbudo Debe – muchísimo Eva – fecunda
Churro – azucarado Duro – sevillano Era – trillar
Foto – familiar Gato – felino Hato – pastor
Fina – Serafina Gana – millones Heno – pradera
Fuma – colillas Goma – elástica Humo – carbón
Foca – charolada Greco – Doménico Hueco – chiquitín
Filo – finísimo Gula – chocolate Hilo – torcido
Faz – máscara Gozo – delicioso Huso – filatura
Fifí – Filomena Gafa – montura Haifa – petróleo
Fecha - fatídica Gachí – chulapona Hacha – leñador
Febo - luminoso Guapo – afeminado Hipo – molesto
Fiera – malvada Gorro – militar Hierro - doblado
Adán – manzana Berna - capital Cono - bastón
Abraham – sumisión Bruma – nórdica Cima-pirenaica
Arca - animales Barco – caldera Coca – herbolario
Abel – bondad Boreal – esquimal Cal – cemento
Andrés – cruces Burgos – castillo Coz – cáustica
Alfa – alfabeto Bufa – ciclón Café – Brasil
Arocha – montaña Brocha – pintor Coche - carretera
Arpa – salmos Bobo – imbécil Capa – caliente
Ara - altares Boro - metálico Cero – redondo
Chut - fútbol Dote - crecida Este – levante
China – Confucio Duna – desierto Ene – mistad
Chusma-chismosa Dama – altanera Eme – mayúscula
Checo – Eslovaquia Deca – metros Equi – valencia
Chuzo – farolero Dolo – traición Ele – esbelta
Chai – bufanda Diez – decimal Ese – culebra
Sheriff – americano Dife – rencial Efe – mérides
Chicha – trópico Dicho – castigo Elche – palmera
Chivo – barbudo Debe – muchísimo Eva – fecunda
Churro – azucarado Duro – sevillano Era – trillar
Foto – familiar Gato – felino Hato – pastor
Fina – Serafina Gana – millones Heno – pradera
Fuma – colillas Goma – elástica Humo – carbón
Foca – charolada Greco – Doménico Hueco – chiquitín
Filo – finísimo Gula – chocolate Hilo – torcido
Faz – máscara Gozo – delicioso Huso – filatura
Fifí – Filomena Gafa – montura Haifa – petróleo
Fecha - fatídica Gachí – chulapona Hacha – leñador
Febo - luminoso Guapo – afeminado Hipo – molesto
Fiera – malvada Gorro – militar Hierro - doblado
Ida
– partida Iso – tropos
Ión – positivo Infe – licidad
Islam – media luna Icho – boliviano
Inco – modidad Impe – nitente
Isla – coralina Irre – solución
Ión – positivo Infe – licidad
Islam – media luna Icho – boliviano
Inco – modidad Impe – nitente
Isla – coralina Irre – solución
Notará usted, sin duda, que o bien utilizamos dos palabras,
o una partida en dos. Hay sin embargo, una excepción, y es la de «Islam – media
luna», en donde usamos tres palabras. El mismo hecho de ser una excepción le
ayudará a recordarlo. Por lo demás, a la palabra Islam parece que responde
automáticamente media luna. En cuanto a las relaciones o asociaciones que unen
cada pareja de palabras las habrá visto usted sin la menor dificultad.
Permítame de todos modos puntualizar que Arocha es precisamente una montaña;
que el arpa siempre me hace pensar en el rey David y sus salmos; que asocio
cono y bastón porque las células de la retina que reciben la luz y forman las
sensaciones que irán al cerebro son precisamente los conos y bastones; que un
golpe fuerte, como la coz de un mulo, deja como una sensación de quemadura; que
en la «ch» tomo la palabra americana «sheriff», según su pronunciación, es
decir, con una «ch» suave; que chicha lo tomo como abreviación de la expresión
calma chicha.
Y ahora, vistas las sencillas asociaciones formadas entre la
palabra clave y la que representa el número, estoy seguro que si usted repasa
dos o tres veces esta lista, concentrando en ella su atención, recordará la
mayoría de palabras que la forman. Cada palabra clave le ha de traer,
lógicamente, su palabra asociada. Coca, que nos indica el C4, siendo una
planta, le ha de traer la palabra herbolario. Lo mismo ocurre en las palabras
partidas. La primera parte trae automáticamente la segunda.
Antes de hacer esta demostración ante sus amigos, es preciso
que sepa bien esta lista de palabras y que se haya preparado suficientemente en
traducirlas a números. En cuanto sepa hacerlo con bastante rapidez, podrá lucir
su habilidad.
Podría tener la lista de números impresa en una tarjeta, a fin de poder
entregarla a sus amigos para que comprueben sus aciertos. Y luego de haberles
demostrado su prodigiosa facultad de recordar y re-: tener cosas en la memoria, podrá regalarles
la tarjeta como recuerdo. ¡Invítelos a que intenten aprender de memoria la lista de
números, si se ven capaces!
Con semejante tarjeta podría hacer toda una serie de
demostraciones. Además de permitir que sus espectadores digan la letra y la
columna que se les antoje, podría usted, por ejemplo, decirles los números en
diagonal. Para ello le bastaría ir recordando los números correspondientes a
A1, B2, C3, etc. Si a alguno se le ocurriese pedirle, pongamos por caso, que
diga la fila F desde el final al principio, usted recordaría F10, F9, F8, etc.
Y si llegase su curiosidad a preguntarle si es usted capaz de nombrar las
cuatro cifras de cada número al revés, o sea, empezando por la última, también
en esto podría complacerlos. Pongamos un ejemplo. Usted sabe que la palabra
asociada a F10 (fiera) es malvada. En lugar de decir el número 3591, diga el
1953. F9 es «luminoso»; diciendo el número al revés sale: 6235, etc.
Si le piden que diga la columna 6 desde abajo para arriba,
recuerde I6, H6, G6, y así hasta llegar a A6. Sé cuan dificultoso es para casi
todas las personas decir el alfabeto al revés, o sea, empezando por la «z». Yo
le ayudaré a resolver el problema fácilmente. Aprenda usted el número
representativo de cada letra, utilizando las primeras treinta palabras
colgadero en conjunción con un adjetivo adecuado que empiece por la letra que
usted quiera recordar. He aquí lo
que quiero decir:
Zozobrante
– mar Módica – tela
Yacente – nube Llevadero – taco
Excavado – nicho Leído – tomo
Washingtoniano – naife Kilolítrica – tina
Verde – nuez Jugosa – teta
Ufano – Nilo Inexpugnable – torre
Tímido – eunuco Hermosa – ave
Simpático – nomo Gorda – hucha
Repetido, redoblado-niño Fementida – fea
Rígido – nido Espantoso – oso
Quejicosa – nuera Dogmática – ley
Pavonado – tubo Chillona – oca
Oscuro – techo Codicioso – amo
Ñoño – tufo Bondadoso – Noé
Nívea – tez Ardiente – tea
Yacente – nube Llevadero – taco
Excavado – nicho Leído – tomo
Washingtoniano – naife Kilolítrica – tina
Verde – nuez Jugosa – teta
Ufano – Nilo Inexpugnable – torre
Tímido – eunuco Hermosa – ave
Simpático – nomo Gorda – hucha
Repetido, redoblado-niño Fementida – fea
Rígido – nido Espantoso – oso
Quejicosa – nuera Dogmática – ley
Pavonado – tubo Chillona – oca
Oscuro – techo Codicioso – amo
Ñoño – tufo Bondadoso – Noé
Nívea – tez Ardiente – tea
Observe usted que el adjetivo para la palabra colgadero del
número 3 (amo) es codicioso. Codicioso empieza por «c» y la «c» es la tercera
letra del a alfabeto. El adjetivo de «ave» (9) es
«hermosa», una palabra que empieza por «h» y la «h» es la novena letra del
abecedario. ¿Verdad que comprende el ardid empleado? Figurémonos que usted
quiere saber de pronto el lugar que ocupa la «o». La asociación formada entre
el adjetivo y nombre, le trae inmediatamente a la memoria la frase «oscuro
techo». Techo es la palabra colgadero para el número 18; luego, la «o» es la
letra que ocupa el lugar decimoctavo en el alfabeto.
Aunque usted habrá comprendido por sí mismo lo que voy a
decirle, permítame puntualizar que como tenemos en nuestro alfabeto dos letras
(la K y la W), que en realidad no son españolas, pero que se incluyen siempre y
se utilizan con frecuencia en palabras extranjeras, me he creído en el caso de
buscar un adjetivo, o una cosa que lo pareciese, empezando con ellas. En el
caso de la K me he fabricado el adjetivo Kilolítrica, derivado de
«kilolitro». El hecho de corresponderle a la «k» la palabra colgadero «tina» ha
favorecido esta decisión. En este caso «kilolítrica» equivale para mí a muy
grande. Es una tina que se mide por kilolitros. En el caso de la «w»,
correspondiéndole a esta letra la palabra colgadero «naife» (que nosotros
tomamos en su acepción de diamante de valor extraordinario), he fabricado el
adjetivo «Washingtoniano» porque Washington es la capital de EE. UU., y parece
que hoy EE. UU. es el punto de reunión de la riqueza y el esplendor del mundo
entero. En el caso de la «rr» he querido usar un adjetivo que diese la idea de
repetición, sin preocuparme por si le cuadraba el nombre. Lo hice así puesto
que la inicial es la misma de «r» simple. Ya sabe usted que a la «x», si bien
siendo muy española, la podríamos calificar de letra interior. Es una señorita
pudorosa que ni siquiera sale a la calle, casi jamás la encontrará siendo la
primera o la última letra de la palabra. Por tal motivo he tenido que cometer
la ligera irregularidad de usar un adjetivo en el cual la «x» no es la primera
letra, sino la segunda. Con todo, confío en que nos resolverá el caso sin
mayores tropiezos. Y todavía he topado con otros obstáculos con la «ñ», otra
letra pudorosa que se deja ver muy poco. ¿Quiere usted hacer el favor de abrir
un diccionario y ver cuántas palabras empiezan por «ñ», y cuántas de estas
palabras son adjetivos? ¿Quiere intentar hallar un adjetivo que tenga como
segunda y hasta tercera letra la «ñ» y que cuadre a «tufo»? No diré que no lo
consiga, pero ¿verdad que no es del todo fácil? Además, ñoño a mí se me antoja
que le cuadra a «tufo». El olor, el hedor, pueden ser penetrantes, vivos,
atrevidos; el tufo uno se lo imagina extendiéndose despacio, con torpeza...
Puede usted emplear el procedimiento que acabo de exponer, o
también el que encontrará en otra parte de este libro, en el capítulo 12,
concretamente, y que consiste en utilizar las mismas letras del alfabeto para
formar otra lista secundaria de palabras colgadero. Aquellas palabras puede
asociarlas a los colgaderos fundamentales, y habrá obtenido el mismo resultado.
Conocerá ya la posición numérica de todas las letras.
Tanto el uno como el otro de los dos métodos le permitirá
utilizar las letras del abecedario con mayor ventaja. Si se pone a pensar en
sentido regresivo desde el colgadero de la «z» hasta el de la «a», podrá
recitar fácilmente el abecedario al revés. Lo cual es ya de por sí toda una
hazaña, pues la mayoría de personas no sabría hacerlo sin un gran esfuerzo. La
importancia del presente recurso está en que podrá emplearlo siempre que tenga
que enumerar los objetos de una fila en sentido inverso, o bien los elementos
de un cuadro en diagonal, como, por ejemplo, en el cuadro de números formado
antes, desde A1 hasta J10, o desde J10 hasta A1.
¡Y cuando lleve algún tiempo practicando la habilidad aquí
descrita, verá usted que ya ni siquiera tiene que rememorar las palabras clave
de las asociaciones establecidas! Apenas le habrán nombrado una letra y un
número, las cuatro cifras correspondientes emergerán en la superficie de la
memoria.
En esto está la gracia de los recursos nemónicos; son,
simplemente, un auxiliar de la memoria normal. ¡Son medios conducentes a un
fin, y cuando uno ha logrado aquel fin puede prescindir ya de los medios!
23
ES INTERESANTE RECORDAR CITAS Y HORARIOS
—Uno nunca pierde nada acudiendo siempre
puntualmente a las citas.
—No; sólo pierde la media hora de estar
aguardando a que llegue el otro.
Yo no puedo hacer nada por remediar el vicio de aquellos de
ustedes que, aun recordando que tienen una cita, llegan a ella tarde. Pero creo
poder ser útil a los que se olvidan por completo de las citas acordadas. En un
capítulo anterior usted ha visto ya cómo puede recordar las diligencias que
tenga que llevar a cabo durante el día y las citas a que deba acudir. El
procedimiento es bueno, y puede usted seguir empleándolo; pero si, por sus
ocupaciones particulares, o por sus compromisos sociales, se encuentra en la
necesidad de celebrar numerosas entrevistas durante la semana, a ciertas horas
del día, el presente capítulo le interesa de un modo especial. El sistema
descrito aquí le pone en condiciones de formar una asociación consciente en el
mismo momento de concertar una cita. Con esta asociación podrá recordar todas
las de la semana sin la molestia de tener que consultar un cuaderno de notas.
A aquellos que no tengan por qué recordar citas ni horarios,
les recomiendo de todas formas que estudien y aprendan el procedimiento en que
se basa este método. Porque no saben si en un momento dado no podrá serles
útil. Les ruego que no se asusten si la exposición de dicho método les parece
larga; en cuanto lo entiendan y lo empleen verán que es la sencillez misma.
Lo primero que deberemos hacer será dar un número a cada día
de la semana. Y como los días de la semana son siete, los numeraremos del 1 al
7. Según el calendario que usábamos en otro capítulo, el primer día de la
semana era el domingo, pero ahora caigo en la cuenta de que la mayoría de las
personas entienden que el primer día es el lunes. Esto, imagino, se debe a que
hemos nacido en un mundo de trabajo, y el primer día de trabajo es el lunes. En
consecuencia, para la exposición que sigue voy a considerar el lunes como el
primer día de la semana. Si se hubiera habituado usted a considerar como
primero el domingo, le bastará ir modificando la explicación a medida que lea.
Desde ahora en adelante, recuerde los días de la semana de este modo:
Lunes – 1 Jueves – 4
Martes – 2 Viernes – 5
Miércoles – 3 Sábado – 6
Domingo – 7
Martes – 2 Viernes – 5
Miércoles – 3 Sábado – 6
Domingo – 7
En cuanto conozca bien el número correspondiente a cada día
de la semana, usted puede transferir cualquier hora del día de uno cualquiera
de los días a una de sus
palabras colgadero. En efecto, las palabras colgadero que ya sabe le ayudarán a
recordar horarios y citas. Cada día en cada una de sus horas vendrá
representado por una palabra colgadero, y usted no deberá recordar muchas cosas
para saber estas palabras: el sistema actúa por sí solo.
Un día
determinado y una determinada hora, pueden traducirse en un número de dos
cifras de la manera siguiente: el número correspondiente al día será la primera
cifra, y la hora será la segunda. Por ejemplo, si usted desea recordar una cita
para el miércoles a las cuatro de la tarde, la primera cifra será 3 y la
segunda el 4. El número formado por las dos, 34, tiene como palabra colgadero
«Meca». Por lo tanto esta palabra representará las cuatro de la tarde del
miércoles.
Las dos
de la tarde del lunes sería «tina». El lunes es el primer día y la hora son las
dos. Por el mismo procedimiento representaríamos los siguientes casos:
Jueves
a la 1 — (41) codo
Domingo
a las 6 — (76) fosa
Viernes
a las 8 — (58) lucha
Martes
a las 9 — (29) nube
Sencillo,
¿verdad? Y, por supuesto, si podemos traducir el día y la hora en una palabra
colgadero, con la misma facilidad podemos traducir la palabra colgadero en un
determinado día a una determinada hora. «Nuez», por ejemplo, es la palabra
colgadero para el número 26; por lo tanto debe representar el martes (2) a las
6 de la tarde.
Hay dos
horas que no se dejan traducir en una palabra colgadero, porque están
compuestas de dos cifras. Me refiero, naturalmente, a las once y a las
doce. Las diez no entran en este caso, porque si bien el número 10 también
consta de dos cifras, resolvemos la papeleta considerando únicamente el cero.
Así, pues, el sábado a las diez vendría representado por el número 60 (suero),
porque el sábado es el día número 6 y de la hora (10) tomamos solamente el
cero. «Corro» (40) representará el jueves a las 10. El lunes a las diez, sería
«torre», etc.
Le ofreceré ahora dos métodos para resolver el caso de las
once y las doce horas; ambos han sido ensayados y comprobados. El primero es el
que parece más indiscutible (aunque no es el mejor), pues sigue la misma norma
dada por las otras horas. Las once o las doce de cualquier día deberán
traducirse, según su método, en un número de tres cifras, la primera de las
cuales sería la correspondiente al día y las siguientes 11 o 12, según
convenga. Entonces será cuestión de formar una palabra colgadero para las once
y otra para las doce por cada uno de los días de la semana, siempre de acuerdo
con las normas del alfabeto fonético.
Las palabras escogidas deberán emplearse invariablemente para
los días y horas que representen, con exclusión de cualquier otra. Por si
decidiese usted seguir este procedimiento (no tome ninguna decisión hasta
haberse enterado del segundo método), voy a darle algunos ejemplos de palabras
que podría utilizar. Usted puede elegir la que prefiera, o buscar otra.
Lunes 11 — nítido,
notado
12 — ondina,
antena
Martes 11 — medida,
mitad
12 — metano,
Medina, mitón
Miércoles 11 — cadete,
cateto
12 — cadena,
Catón
Jueves 11
— latido, litote
12 — latino,
latón
Viernes 11 — ciudad,
sudete
12 — sotana,
sótano
Sábado 11 — fétido
12 — fotón,
fitina
Domingo 11 — dotado,
tatuado
12 — duodeno,
teutón
El segundo método se me antoja el mejor de los dos. En
primer lugar, con él traduzco el día que sea a las 11 o a las 12 en un número
de dos cifras solamente y no de tres. Lo consigo considerando que las 11 es un
1 y las 12 un 2. Claro, si utilizara entonces la palabra colgadero que uso
siempre confundiría estas horas con la una y la dos; lo que hago es utilizar
otras que cumplan los convenios del alfabeto fonético. De este modo, el viernes
a las 11 será el número 51; el viernes a las 12 será el 52; el sábado a las 11,
será el 61, y el sábado a las 12 será el 62, etc.
Permítame poner algunos ejemplos: para el martes a las 11,
podría usted emplear la palabra «nata». Cuando, más tarde, utilice usted la
asociación formada, sabrá que «nata» no puede representar el martes a la una,
porque para esta hora habría utilizado usted la palabra colgadero «nido». Por
lo tanto, «nata» ha de representar el martes a las 11.
El jueves a las doce podríamos representarlo por «lana». La
palabra colgadero de la serie fija, «luna», representa para nosotros el jueves
a las dos; por lo tanto, «lana» ha de representar el jueves a las doce.
¿Comprende usted ahora? En resumen, el procedimiento es éste: para las once y
las doce de cualquier día usaremos los mismos sonidos consonantes que para la
una y las dos del mismo día, pero no usaremos las palabras colgadero de la
serie fundamental.
Si todas las citas que usted concierte tuvieran que ser a
una hora exacta, sin minutos de más ni de menos, no sería preciso que
continuara leyendo usted este capítulo; con lo dicho hasta aquí le bastaría.
Supongamos que el dentista le ha dado hora para el martes a las 9 y que usted
quiera estar seguro de no olvidarlo. Muy bien, traduzca martes a las nueve por
la palabra colgadero «nube» y asocie esta palabra con «dentista». Podría
imaginarse una nube en forma de dentista, o a un dentista arrancándole nubes de
la boca. Si tuviera que acordarse de depositar una cantidad en el banco el
lunes a las dos, asociaría «tina» a banco. ¿Tiene usted que tomar el avión el
viernes a las once? Asocie «latido» o «lata» (según sea el método que emplee
para las once y las doce) a ese avión. El miércoles a las diez ha de visitar
usted a un amigo: asocie «mar» a su amigo, etcétera.
Si ha de celebrar entrevistas con personas a las que no
conoce mucho, o a las cuales no sabe cómo representarse mentalmente, emplee una
palabra sustitutiva de su apellido.
No tiene que hacer nada más. Si usted ha establecido una
asociación para todas las citas de la semana y quiere recordar las
correspondientes, digamos, al martes, simplemente, repase las palabras
colgadero para ese día concreto. Martes: nido, niño, nomo, eunuco, Nilo, nuez,
naife, nicho, nube, nuera, nada o nota y nena o neón. ¡Y en cuanto diga una de
las palabras anteriores con la cual ha establecido alguna asociación, lo notará
al momento! Acaso en el momento de decir o pensar «nata» recuerde que asoció esta
palabra con hospital. Esto le recordaría que tiene que visitar a un amigo en el
hospital, el martes a las once. ¡Qué simple! Y en verdad, no necesita sino
probarlo para convencerse de que da resultado.
Yo, personalmente, no empleo otro método para recordar mis
obligaciones de la semana. Algunas de las citas que tengo, acaso estén fijadas
para una hora exacta, y otras no. Algunas acaso sean para las tres quince, las
tres treinta o las tres cuarenta y cinco, supongamos, pero encuentro que no
importa. Si asocio el día con la hora exacta —las tres en este caso—, la
memoria verdadera me recuerda luego que la cita es para quince, treinta o
cuarenta y cinco minutos después. Sin embargo, acaso los haya entre mis
lectores que deban recordar la hora exacta, el minuto, para ciertas cosas, como
la partida de un tren. Para ello tendrían que añadir otra palabra a su cuadro
mental. Lo que ocurriría es que en lugar de recordar un número de dos cifras
habrían de recordar uno de cuatro.
El segundo par de ellas representaría los minutos, mientras
que los dos primeros representan el día y la hora. Por ejemplo, si tuviera
usted que ir al dentista el martes a las nueve y cuarenta y dos minutos,
después de traducir el día y la hora por «nube» (29), añadiría «cuna» a la
asociación para representar los minutos. Claro, usted advertirá que lo mismo
que al recordar números de teléfono se le presenta el problema de saber qué
pareja de cifras va delante.
En el ejemplo anterior, ¿cómo sabría usted con certeza que
la consulta era para el martes a las nueve cuarenta y dos y no para el jueves a
las dos veintinueve? Es lo que podría ocurrir si no estuviera seguro de qué par
va delante y qué par detrás. El problema se resuelve del mismo modo que para
los números de teléfono. La solución mejor consiste en establecer una
asociación «ilógica lógica» de forma que, aun tratándose de un cuadro
estrambótico, un colgadero haya de seguir lógicamente al otro.
Si usted representase al dentista en forma de nube (o sea,
una nube en forma de dentista), arrancándole la muela y echándola en una cuna,
sabría que «nube» es primero que «cuna». Cualquier otra de las indicaciones que
le di para los números de teléfonos sirve también. Si utilizase para formar el
cuadro mental el sistema de la cadena, asociaría dentista a nube, y luego, nube
a cuna. El procedimiento de emplear una palabra colgadero que no sea la
habitual para el último par de cifras (en este caso son las cifras que
representan los minutos), es igualmente aplicable aquí. Tal procedimiento no
sería el mejor cuando la hora de la cita sea las once o las doce, puesto que
entonces no usamos la palabra colgadero para el día y la hora, y por lo tanto
la confusión entre los dos pares de cifras volvería a ser posible.
Usted mejor que nadie puede decidir cuál de los procedimientos
prefiere emplear. Yo le indicaría que los pruebe todos. Insisto en que no
considero necesario molestarse queriendo recordar los minutos; pero si, de
todos modos, yo quisiera fijar en mi mente el minuto exacto de una cita,
procedería de este modo: supongamos que el lunes a las tres veinticinco he de
ir a recoger un aparato de televisión. Me representaría un aparato de
televisión en forma de libro —«tomo»—, y en su pantalla aparecerían vistas del
Nilo.
Como ve usted, sigo el procedimiento de formar un cuadro
ilógico. La asociación anterior no deja duda alguna acerca de que «tomo»
—libro— viene antes que «Nilo»; es decir, que se trata del lunes a las tres y
veinticinco minutos. Otro ejemplo. El viernes a las doce diez he de reunirme
con una persona para ir a nadar. Me represento a mí mismo nadando y dando un
puntapié a una «mina» que crece hasta convertirse en un «toro». Luego, al
repasar las palabras colgadero para el miércoles de aquella semana, mar, mito,
mono, mamá, Meca, malo, mesa, mofa, mecha, mapa, mata y mina (es conveniente
representar las once y las doce de cada día de la semana siempre con las mismas
palabras colgadero, lo mismo si se forma un número de tres cifras como si se
sigue el procedimiento —el del caso presente— de formarlo de dos; si lo quiere
formar de dos cifras, yo le propongo que para el miércoles utilice las palabras
«mata» y «mina» como colgaderos respectivos de las once y las doce), surgirá en
mi mente la estrambótica asociación formada. Y como «mina» sé que no es una palabra
colgadero de la serie principal, ha de representar las 12 y no las 2. La última
parte de la asociación, «toro», me dirá los minutos. En resumen, la fecha y la
hora exacta de reunión para el baño será el miércoles a las 12 y 10 minutos.
Estos son los procedimientos que yo empleo; pero permítame
insistir otra vez en que lo que a mí me da buenos resultados no ha de dárselos
forzosamente a usted. Repito que usted ha de elegir según su criterio; y ahora
estoy convencido ya de que no se equivocará, puesto que conoce lo suficiente
los principios fundamentales en que se basan mis procedimientos.
Es posible que usted se esté preguntando desde hace un rato:
«Bien, ¿y cómo diferenciaré las 7 de la mañana de las 7 de la tarde?» Bien, en
el terreno teórico, la pregunta no está mal, pero si usted se para a pensarlo un poco, se dará cuenta
de que es difícil que surja ningún conflicto por este motivo, siempre que use
mi sistema en la realidad cotidiana y no como exhibición ante un público. Por
lo común, las reuniones y entrevistas que tenga que celebrar por la mañana
serán de carácter tan diferente de las que tenga que celebrar por la tarde que
casi resultaría perfectamente imposible confundirse. En verdad, usted sabrá con
toda certeza si acostumbra acudir al dentista por la mañana o por la tarde.
También sabrá sin lugar a dudas que está invitado a comer a las siete de la
tarde y no a las siete de la mañana. Y si se hubiera citado con un amigo para
almorzar en un establecimiento público y llegase usted allí a la una de la
madrugada, habría de tener ciertamente, un hambre atroz.
Ya ve,
pues, que no hay problema alguno por esta parte. Ahora bien, si fuera preciso
podría introducir en la asociación formada una palabra que le indicase si la
hora en cuestión era de la mañana o de la tarde. Para la mañana podría utilizar
la palabra «misa,» por ejemplo, y para la tarde, la palabra «ópera». O también
podría valerse del nombre de un color. Así, para la mañana podría utilizar
«blanco» y para la tarde, «negro». Con todo, créame, no hay necesidad de
meterse en complicaciones; jamás se produce la confusión entre mañana y tarde;
y si he mencionado estos dos recursos, ha sido solamente para demostrarle que
recurriendo a una asociación consciente podemos recordar cualquier cosa que
sea.
Desde
hoy puede usted prescindir definitivamente de notas y listas para recordar
citas y encargos y horarios, con tal de que utilice los sistemas explicados en
el presente capítulo. Pero recuerde bien que para que tales sistemas le presten
un verdadero servicio es preciso e indispensable que los emplee, y cuanto más,
mejor. Repasemos, pues, los pilares del sistema:
Al dar
o aceptar una cita, traduzca usted el día y la hora (y los minutos, si es necesario) a palabras colgadero.
Asocie
la cita en sí a estas palabras.
Todos
los días al levantarse por la mañana (o al acostarse el día anterior, si lo prefiere), repase las 9 palabras colgadero para aquel día.
Al
nombrar un colgadero que haya empleado para una asociación, lo advertirá al
momento, y esto le recordará lo que tenga que hacer en aquella hora
determinada.
Mientras
transcurre el día no estaría mal que repasase alguna que otra vez las palabras
colgadero; no estaría de más que convirtiese esta precaución en un hábito. Le serviría para el caso de que se le
hubiera olvidado de nuevo alguna cita o entrevista, o algún encargo, aun en el caso de haberlos
rememorado por la mañana.
En el
capítulo siguiente le enseñaré la manera de recordar fechas importantes
en el transcurso del año, tales como cumpleaños, aniversarios, etc.; pero por
el momento, y con sólo que se sujete usted a las normas dadas hasta ahora, ya
no debería olvidar ninguna de las reuniones, entrevistas o encargos señalados
para la semana.
Por lo
demás, los procedimientos aprendidos aquí puede lucirlos ante un público, como
una demostración de buena memoria, de la manera siguiente:
Pida a
un amigo que le ordene diversos encargos a realizar en diferentes días y horas
de la semana. No es preciso que se los digan en orden, puesto que, al fin
y al cabo, en la vida real tampoco surgen las citas, entrevistas o gestiones
que atender según un orden cronológico. Pídale que vaya tomando nota de lo que
le ordena. Cuando el amigo le haya ordenado una veintena de encargos, usted
repase las palabras colgadero del lunes, y dígale todo lo que le ha mandado
para el lunes. Luego haga igual con cada uno de los restantes días de la
semana. O puede ser él quien le diga el día y la hora y usted quien cite
entonces el encargo correspondiente.
Luego concédale a su amigo media hora para aprenderse de
memoria la misma lista. ¡Todas las probabilidades indican que fracasará
estrepitosamente!
24
ES CONVENIENTE RECORDAR ANIVERSARIOS, CUMPLEAÑOS Y OTRAS FECHAS IMPORTANTES
—¿Se olvida su marido de la fiesta onomástica
de usted?
—Nunca. En junio se la recuerdo y en enero
vuelvo a recordársela, ¡y de este modo, cada año tengo dos regalos!
Si alguno tiene una memoria tan infiel que es posible
hacerle creer que su esposa celebra el santo cada seis meses, entonces merece
el castigo de tener que comprar dos regalos.
Pero hablando ya en serio, el sistema del colgadero podemos
aplicarlo para recordar no solamente aniversarios importantes, sino fechas
señaladas de la Historia. Es útil también para memorizar direcciones, precios y
números de catálogo.
En lo referente a las fechas, si usted quiere recordar las
fiestas onomásticas o los cumpleaños de algunas personas, le bastará asociar en
cada caso a la persona en cuestión con la fecha. Hágalo de este modo:
supongamos que el señor Gordon cumple los años el 3 de abril. Si usted asocia a
dicho señor o a la palabra «gordo» con «cama», puede estar seguro de que lo
recordará. «Cama» representa el número 43, ¡y este número le dirá que el
cumpleaños del señor Gordon es el cuarto mes del año y el tercer día de dicho
mes! Claro, no todas las fechas podrán ser traducidas por una de las palabras
colgadero de la serie fundamental. Sólo podremos proceder así con los nueve
primeros meses y con los nueve primeros días de dichos meses. Todos los otros
días formarían un número de tres cifras: de modo que deberemos emplear un
procedimiento diferente. Claro, también podría recomendarle a usted que forme
una palabra para representar este número de tres cifras, y en la mayoría de los
casos se lo recomendaré, efectivamente. Pero si fuera éste el procedimiento
único, si no tuviéramos otros recursos, podríamos caer en confusiones.
Si la palabra que entrase en la asociación fuese «titán»
(112), ¿cómo sabría usted si se trata del 12 del primer mes (enero), o el 2 del
mes decimoprimero? Ciertamente, no habría modo de saberlo, y si usted mandase
su tarjeta de felicitación el dos de noviembre a una persona que celebrase su
fiesta el 12 de enero, hemos de reconocer que el felicitado la recibiría
demasiado tarde, o con unos dos meses de anticipación, según se mire.
En consecuencia, hay que establecer una distinción clara y
concreta para evitar errores semejantes. Yo me inclinaría a pensar que la
manera más cómoda de evitar toda posible confusión consiste en utilizar una
palabra que represente un número de tres cifras sólo para los nueve primeros
meses del año. Para octubre, noviembre y diciembre utilizaremos dos palabras
colgadero: la fundamental, que nos recordará el mes, y otra que nos recordará
el día del mismo. Y si teme usted que no sabrá cuál de las dos ha de ir
delante, use una palabra colgadero que no pertenezca a la serie fundamental
para designar el día del mes. De este modo sabrá que la palabra colgadero
fundamental representa siempre el mes.
En realidad, esto no es necesario si decide usted emplear
una palabra sola para representar el mes y el día en los nueve primeros meses.
Si tiene en la asociación dos palabras que representen dos
cifras cada una, y una de ellas designa un número superior a 12, ésta habrá de
designar forzosamente el día del mes. Únicamente en los pocos casos en que la
fecha del mes sea el 10, el 11 o el 12, y el mes correspondiente sea octubre,
noviembre o diciembre, tendrá usted que emplear los procedimientos indicados en
el capítulo sobre números de teléfono. Entonces tendría que valerse de una
asociación «ilógica lógica» para saber qué par de cifras van delante, o
utilizar siempre la palabra colgadero habitual para el primer par de cifras y
formar otra que cumpla las normas del alfabeto fonético, pero que no forme
parte de los colgaderos habituales, para representar el segundo par, el día.
Si, como ocurre a veces con las fechas históricas, le
conviene a usted recordar el año además del mes y el día, sencillamente emplee
una palabra que introduzca el año en la asociación. Por ejemplo, la declaración
de independencia de Estados Unidos fue firmada el 4 de julio de 1776. Si usted
se representase una «foca» saliendo de una «fosa» y llevando en la boca un
papel con la palabra «declaración», o una bandera de Estados Unidos, recordaría
bien la fecha.
Porque «foca» representa el número 74, el cual en este caso
significa el mes séptimo (julio), y el día 4, y «fosa» representa el número 76.
Hemos de puntualizar que casi nunca es necesario molestarse por las dos
primeras cifras del año, pues el siglo en que ocurrió el acontecimiento, uno
suele saberlo ya. Pero si no lo supiese, habría que introducir en el cuadro una
palabra que representase aquel par de cifras.
Los estudiantes, por lo común, sólo tienen que recordar el
año en que se produjo un determinado acontecimiento. Esto es una gran ventaja,
puesto que en tal caso lo único que se precisa, aparte del acontecimiento en
sí, es una palabra que represente el año. Napoleón fue coronado emperador en el
año 1804. Si usted estableciese una asociación estrambótica entre el acto de la
coronación y la palabra «roca» (04), seguro que recordaría perfectamente la
fecha. Podría ver a Napoleón sentado sobre una puntiaguda roca que le pincha
las posaderas, o bien podría ver la corona mal esculpida en un pedazo de roca,
que le dejan caer de golpe en la cabeza.
El incendio de Chicago se produjo en 1871. Basta asociar
fuego a «foto» (71). Si usted forma un cuadro estrambótico en el que se vea a
un transatlántico gigante hecho pedazos y hundiéndose porque era de tierra
cocida lo mismo que una «tina», y sobre todo si ve los trozos pintados lo mismo
que las tinas, mostrando en los cortes el material poroso que da la arcilla
cocida, recordará sin duda que el Titanic se hundió en 1912.
A veces es necesario recordar el año del nacimiento y el de
la defunción de personas importantes. Digamos como ejemplo que si usted se
representase a toda una espesura de cajas saliendo disparadas de la luna, y
yendo a caer en la Meca, sin duda le serviría para recordar que don Santiago
Ramón y Cajal nació en 1852 (52: luna), y murió en 1934 (34: Meca).
¡Ahora ya no se portará usted como el chiquillo que, cuando
le preguntaron qué tal le iba en la escuela, se quejó de que su maestro se
empeñaba en que le contase cosas que habían ocurrido antes de venir él al
mundo!
Y puesto que hablamos de la escuela, en Geografía a menudo
interesa saber qué productos exporta un país. ¿Por qué no emplear, pues, el
método de la cadena para recordarlos? También si uno desea recordar la silueta
de un país puede utilizar el procedimiento que se emplea invariablemente para
recordar la forma de Italia.
Italia tiene la forma de una bota, por lo cual resulta fácil
recordarla. Con un poco de imaginación, si usted mira atentamente el mapa de un
país siempre conseguirá que se parezca a un objeto que puede representarse
mentalmente. Basta entonces asociar aquella imagen al nombre del país, y uno
tiene ya una idea general de su contorno.
Ahora, amigos, si quieren están ya en condiciones de arrojar
lejos de sí esos oscuros cuadernitos de notas llenos de direcciones. Recuerde
las direcciones de las señoritas valiéndose de asociaciones. Para ello se
aplican los mismos métodos. Si tiene usted amistades en las grandes ciudades
americanas donde las calles en lugar de tener nombre llevan un número, le
bastará trasponer estos números en sones, los sones en palabras y luego asociar
éstas con la persona que viva en aquella dirección. Si usted se viera a sí
mismo cabalgando sobre una bala cayendo sobre una alfombra, ello le ayudaría a
recordar que el señor Alfamara vive en el número 421 (cayendo) de la calle 95
(bala).
Por supuesto, el mismo procedimiento sirve para modelos,
números de catálogo y precios. Si usted se dedicase al negocio de confecciones
y quisiera saber los números de catálogo de los vestidos, por ejemplo,
asociaría el número de cada modelo a una característica destacada del mismo. Si
el modelo 351 fuese un vestido con una aplicación en la espalda, podría usted
«ver» la aplicación aquella hinchándose hasta tomar la forma de una maleta
(maleta: 351). Al vestido con las mangas de bollo le corresponde el número de
modelo 3.140; asocie, pues, «motocarro» a las mangas de bollo, etc.
Los precios de los vestidos pueden ser introducidos en cada
asociación. Le doy solamente uno o dos ejemplos de cada procedimiento, porque
le conviene a usted mismo poner en juego su propia imaginación. Usted debe
decidir qué método elige para recordar fechas, y de qué modo asociará números
de catálogo y precios, etc. Estos procedimientos pueden aplicarse en toda clase
de negocios y actividades.
Es posible memorizar los precios, lo mismo que se memoriza
todo lo relacionado con los números. Basta asociar luego el precio al objeto.
Si el precio viene dado en pesetas y céntimos, puede emplear un método
cualquiera de los expuestos para distinguir qué cantidad indica las pesetas y
qué cantidad indica los céntimos. Claro, la confusión sólo será posible con
cosas de poco valor; en las demás, la cantidad de pesetas siempre tendrá más de
dos cifras. La aplicación práctica en estos métodos siempre es más fácil que
los supuestos teóricos que puedan presentarse, puesto que, en la realidad, uno
suele tener ya una idea aproximada de los precios medios, y así, si el precio
de unas zapatillas viene dado por los dos pares de cifras 35 y 95, nadie
confiará que sean 35 pesetas con 95 céntimos, sino 95 pesetas con 35 céntimos.
Y aun en este caso, hemos procurado que el número de las pesetas acabase en
cinco para que por esta parte fuese posible la confusión; puesto que ya sabe
usted que, en muchos casos, el pequeño detalle de que los céntimos siempre
acaben en cero o en cinco resolvería una gran parte de las posibles dudas o
confusiones que pudieran producirse. Tampoco sería posible creer que un par de zapatillas
fueran a costar 9.535 pesetas. Y por idéntica deducción, si hubiésemos
representado el precio de un televisor con la palabra «matrimonio», no nos
haríamos la ilusión de poderlo comprar por menos de 31.032 pesetas. Si a este
número le quitaran una o dos cifras, el número de aparatos de televisión
extendidos por nuestro país crecería notablemente.
Después de lo dicho, ya no debería olvidar más ni fechas, ni
precios, ni números de catálogos, ni nada por el estilo. Debo insistir en que
quizás algunos crean más fácil, al principio, apuntar esta clase de datos; pero
al cabo de un tiempo usted será más rápido en formar asociaciones que en
escribir.
Más importante todavía, no tema atiborrar su mente con todas
esas asociaciones. Quiero recordarle una vez más que, en cuanto haya memorizado
un dato determinado mediante asociaciones y lo haya utilizado algunas veces,
ese dato quedará firmemente grabado en su memoria. Las asociaciones han llenado
entonces su propósito y usted puede olvidarlas ya.
25
ALARDES DE MEMORIA
Unos cuantos agentes teatrales se habían
reunido en un festival para presenciar un número que entusiasmaba a todo el
mundo. Mientras todos los espectadores miraban en medio de un silencio
sepulcral, Bosco el Grande subió por una escalera hasta plantarse encima de un
estrecho pedestal a cien metros de altura. Una vez allí, inspiró profundamente
y empezó a batir los brazos con furia. Los tambores se pusieron a redoblar con
un ruidoso crescendo, y en el preciso momento en que alcanzaron la mayor intensidad
Bosco el Grande se lanzó al vacío y ¡empezó a volar!
Moviendo los brazos con furia loca, como las
aves baten las alas, dio una vuelta por encima de la arena, se remontó,
descendió, fue y vino en todas direcciones. Y entonces uno de los agentes se
volvió hacia el otro y le preguntó:
—¿Y eso es todo lo que sabe hacer? ¿Imitar a
los pájaros?
Me
figuro que algunos de ustedes se estarán preguntando por qué saco a la luz los
métodos que me han permitido realizar espectaculares demostraciones de
memoria. Quizás ustedes piensen que yo me dedico a divertir al público y que al
publicar este libro me creo competidores. Bueno, quizá sea cierto, pero no me
inquieta demasiado. Sé que si alguien quiere actuar en público tendrá que
ingeniarse para reunir un cierto número de habilidades y formar con ellas un
programa ameno.
La mayoría de los que actúan en espectáculos, se dan cuenta
de que no son los números en sí lo que le da el éxito, sino la manera de
hacerlos y presentarlos. Las especialidades de cada artista no son sino medios
para conseguir un fin. Poco importa que uno cuente chistes, o baile, o cante, o
haga demostraciones de memoria, o acrobacias, o imite a los pájaros, con tal
que sepa entretener al público.
Aunque el motivo más poderoso que me ha inducido a enseñarles
a ustedes estas habilidades memorísticas sea el convencimiento de que es
posible emplearlas con provecho en la vida cotidiana, se me antoja también que
la mejor manera de hacerles aprender mis sistemas consiste en proporcionarles
una manera de presumir, de «actuar» delante de sus amigos. Por lo tanto, si
piensa usted aprovechar las demostraciones aquí explicadas para divertir a sus
contertulios en las reuniones de la sociedad recreativa o cultural a la que
pertenece, no se abstenga de hacerlo, considérese en su perfecto derecho. Sólo
le ruego que se asegure primero de dominarlas sobradamente, a fin de
acreditarse usted mismo y acreditar de paso mi sistema.
En el campo del espectáculo, lo mismo que en los otros, hay
sujetos sin escrúpulos capaces de cualquier cosa con tal de abrirse paso.
Existe un «delincuente» que apenas deja pasar un año sin robar los números de
otro artista. El año pasado se me hizo el «honor» de robarme el programa
entero, exceptuando únicamente los números más difíciles.
En el mundo del escenario es corriente «robar» materiales;
pero poquísimas veces se habrá visto que alguno se apropie de todos los números
de otro. Sin embargo, aquel sujeto lo hizo; y lo que más me fastidia ahora no
es que se haya apropiado de mi espectáculo, sino que no lo hace bien. Era de
esperar, claro está, porque si fuese un buen artista, no habría tenido
necesidad de recurrir a un programa o a un procedimiento ideado y puesto en
marcha por otra persona.
No, no me importa crearme competidores enseñando estas habilidades
memorísticas..., con tal de que los competidores sean de calidad. Precisamente,
el resto del presente capítulo lo forman algunas demostraciones que he
empleado, y varias de las cuales sigo empleando todavía alguna que otra vez.
Una que puede usted realizar consiste en recordar objetos e
iniciales. Primero diga a sus amigos que nombren el objeto que quieran, y a
continuación, las dos iniciales que se les antojen. Deje que sigan nombrando
objetos e iniciales mientras comprenda usted que sabrá desenvolverse bien con
ellos. Luego diga que nombren un objeto y usted repetirá las iniciales que
corresponden al mismo o viceversa.
Es una habilidad que aparte de causar mucho efecto, resulta
muy fácil. Basta formar una palabra que empiece con la primera inicial y
termine con la última, y asociar esa palabra con el objeto nombrado.
Por ejemplo: si las iniciales son R. T. y el objeto es un
candelabro, podría asociar «robot» a candelabro. En el caso de las iniciales B.
D. y el objeto botella, asociaríamos «bondad» a botella. Si las iniciales
fuesen P. S. y el objeto un abanico, asociaríamos «París» y abanico, etc.
Imaginemos el caso de que no se le ocurriese de momento ninguna palabra cuyas
primera y última letras coincidiesen con las iniciales que le han dado. Entonces
podría formar una asociación con tres palabras: la primera, una que empezase
con la primera inicial; la segunda, el nombre del objeto, y la tercera, una
palabra que empezase con la segunda inicial.
Aquí tiene otro ejemplo de cómo puede variar los sistemas y
manipularlos; la demostración de la «carta perdida» puede hacerla con números,
si lo prefiere. Pida que uno de los presentes escriba la serie de números desde
1 hasta 48 o hasta 52, o hasta una cantidad más elevada, si se ve con fuerzas
para ello. Luego pídale que nombre a su capricho los números que quiera de los
anotados y que para facilitar la comprobación, los tache a medida que los vaya
nombrando. ¡Y luego usted le dirá los números que han quedado sin tachar!
Proceda exactamente igual que con «la carta perdida». Mutile
las palabras colgadero de los números que el otro vaya nombrando. Luego repase
mentalmente la serie de palabras colgadero desde «tea» hasta la correspondiente
al último número de la lista. Cuando tope con una que no esté mutilada,
corresponderá a uno de los números que faltan, es decir, que no han sido
nombrados.
Otra demostración de mucho efecto que se realiza con naipes
es la de «la carta escondida». Y el efecto sube de punto cuando se actúa entre
un grupo que pase de cincuenta y dos personas (o de cuarenta y ocho, si
actuamos con la baraja española). Para menos personas emplearíamos menos
naipes. Entregue la baraja a los espectadores y diga que cada uno coja una
carta. Luego indique que cada uno diga el nombre de su carta, añadiendo el de
un sitio donde esconderla.
Lo que usted hace es asociar la palabra colgadero del naipe
con el sitio indicado como escondite. Así, si uno dijese que tiene la sota de
espadas escondida en una máquina de escribir, usted se imaginaría ensartando
máquinas de escribir con una espada.
Cuando ya están «escondidas» todas las cartas, en cuanto le
digan el nombre de una, usted responderá revelando el escondite. O, si le dicen
el escondite, usted dirá qué carta se refugió allí.
¿Quiere impresionar a sus amigos con su habilidad en
recordar números? Pues mire, si ha aprendido una serie secundaria de colgaderos
hasta el 16 o el 20, según le enseñé en un capítulo anterior, puede hacer lo
siguiente.
Pida que alguien escriba en columna en una hoja de papel
desde el 1 al 16 o al 20. Indíquele luego que al lado de cada uno de estos
números escriba un número de dos cifras, diciendo en voz alta, claro está, qué
número escribe y al lado de cuál. Cuando haya terminado, usted podrá decirlos
todos, desde el uno hasta el último; o podrá indicarle que nombre él cualquiera
de los números de dos cifras y usted le dirá el número de orden que le
corresponde, o sea, al lado de qué número está escrito, o viceversa.
Basta para esta demostración emplear la lista secundaria de
palabras colgadero para los números de orden, y las palabras colgadero de la
serie principal para los números de dos cifras. Por ejemplo, al lado del número
3, escriben el 34. Si emplea usted el alfabeto como lista secundaria, puede
asociar «heces» (3) a «Meca» (34). Le nombran luego el número 14 y escriben a
su lado el 89. Asocie usted «llave» (14) a «chopo» (89).
Si tiene usted confianza en sí mismo, puede permitir que sus
amigos, además de nombrar junto a cada número de orden un número de dos cifras,
nombren también un objeto. Usted memorizará el número y el objeto formando una
asociación estrambótica de las tres palabras. El número de orden sería,
supongamos, el 9; el objeto nombrado una parrilla, y el número de dos cifras,
el 24. En este caso podríamos combinar las asociaciones del modo que se nos
antojase; podríamos ver a un eunuco tostándose en una parrilla picoteado por un
ave. En los ejemplos anteriores he empleado el procedimiento del alfabeto. Por
supuesto, también podríamos emplear la lista en que los colgaderos tienen una
forma parecida al número que representan, o nos lo recuerdan de algún modo. En
este caso, 9 sería «cinta métrica», 8 sería «trébol», 14 sería «masía y río»,
etc. Cualquiera de los sistemas de este libro puede ser utilizado para realizar
alguna habilidad; del mismo modo que los procedimientos en que se fundan las
exhibiciones y habilidades aquí contenidas pueden adaptarse a una utilidad
práctica. Si usted quiere emplear palabras sustitutivas en una demostración,
puede memorizar nombres y naipes de baraja, nombres y objetos, etc. Puede
utilizar el sistema para recordar números de muchas cifras en una demostración
bastante espectacular. Pida a otras personas que le digan cómo se llaman y
luego lean el número de serie de un billete de banco. Luego usted ha de saber
dar el número cuando le digan el nombre, o de dar el nombre cuando le digan el
número. Para ello
le basta tomar una palabra sustitutiva del nombre, en caso de ser necesario,
asociarla a la palabra colgadero para las dos primeras cifras del número y
luego formar una cadena hasta el final del mismo.
Aunque
lo que voy a exponer ahora no entra en el terreno de las habilidades
espectaculares, el procedimiento nació del número de escenario que expliqué
hace poco de los objetos y las iniciales. Cuesta mucho recordar el alfabeto
Morse porque es completamente abstracto. Los puntos y rayas carecen de todo
significado y no es posible formarse una imagen directa de ellos que los
represente.
No creo
que sean muchos entre ustedes los que hayan de encontrarse alguna vez en la
necesidad de recordar el alfabeto Morse. No obstante, quiero que vean que lo
que se puede hacer y lograr con las asociaciones conscientes no tiene límites,
y que se convenzan de que lo desprovisto de sentido se recuerda fácilmente si
se hace de modo que lo tenga. El único límite con que uno topa es el de su
propia imaginación.
Como
los puntos y rayas no tienen significado, yo decidí dárselo acordando que la
letra «R» equivaldría a un punto y la «T» o la «D», a una raya. Debo hacer
notar que aquí, al revés de lo convenido en el caso de las palabras colgadero
para los cien primeros números, la RR vale por dos R sencillas, es decir, vale
por dos puntos consecutivos. Vea esta lista:
A . — red Ñ — — . — — tutor dado
B —... terror O — — — tatuado
C —.—. tortura P . — — . radiador
D —.. tierra Q — — . — titirita
E . ara R .—. radar
F ..—. herradura S ... horror
G — — . títere T — tía
H .... hierro raro U ..— hórrido
I .. ahorro V ...— re arreado
J .— — — reeditado W .— — rédito
K —.— dardo X —..— terrado
L .—.. retraer Y — . — — tortada
M — — dedo Z — —.. destierro
N —. toro
B —... terror O — — — tatuado
C —.—. tortura P . — — . radiador
D —.. tierra Q — — . — titirita
E . ara R .—. radar
F ..—. herradura S ... horror
G — — . títere T — tía
H .... hierro raro U ..— hórrido
I .. ahorro V ...— re arreado
J .— — — reeditado W .— — rédito
K —.— dardo X —..— terrado
L .—.. retraer Y — . — — tortada
M — — dedo Z — —.. destierro
N —. toro
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