Ayahuasca y Jesucristo
REENCUENTRO CON JESUCRISTO
Cuarta Comunión con la Abuela Ayahuasca
(tres meses después de la tercera)
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Preámbulo
Durante mi cuarta
comunión con ayahuasca
recibí nuevamente un extraordinario regalo para mi crecimiento.
Fue un regalo que me otorgó el Maestro Jesucristo
"en persona".
Esta vez mi experiencia
no tuvo lugar en Tepoztlán sino en Barcelona, con un grupo más numeroso
de gente que no conocía y en un entorno totalmente urbano. Eso de entrada
fue bastante distinto, como la experiencia en sí.
En Barcelona están
trabajando con los arquetipos de los grandes Maestros para contactar
con sus respectivas esencias. Cuando Juan
Ruiz me comentó que el tema de esa sesión sería la figura de Cristo,
me sentí bastante incómoda. Definitivamente me habría gustado más trabajar
con el arquetipo de cualquier otro Maestro, pero con quien tenía que
trabajar en realidad era con Jesús. Eso
lo sabía ya desde hace tiempo y de hecho tenía la intención de hacerlo...
aunque nunca emprendí ninguna acción concreta al respecto. Afortunadamente
el magnánimo Universo respondió a mi débil intención y me llevó frente
a esta gran oportunidad disfrazada de molestia. ¡muchísimas
gracias Universo!
Mi
cuerpo molesto
Significativamente
todo comenzó con mi cuerpo que no encontraba ninguna postura cómoda.
Yo trataba de saludar a la abuela ayahuasca e intentaba establecer contacto
con mis guías para solicitarles su ayuda, pero todo esto me resultaba
inusualmente difícil. No lograba concentrarme. A cada momento me interrumpía
algún dolor en alguna parte del cuerpo.
Pregunté,
"¿qué pasa, qué es esto, de qué se trata?" Le pedí a mi cuerpo
que se estuviera tranquilo y me dejara en paz.... Pero nada, no podía
ni concentrarme en la música; seguía cambiando de posturas obligada
por la incomodidad. Así estuve durante mucho rato hasta que María, la
esposa de Juan,
me dio la segunda dosis a la que de alguna manera creo que ya me estoy
acostumbrando antes de entrar a trabajar.
Mi
Navidad y mis Reyes
Después de la segunda
ronda por fin logré saludar a la Abuela Ayahuasca
y a mis guías sin interrupciones. Luego,
siguiendo la sugerencia previa de Juan,
me dispuse a pedir un regalo de Navidad al Espíritu. En realidad pedí
dos, uno de Navidad y otro de Reyes, como cuando era chica.
Ahora que estoy
comprometida a luchar contra mi ego, pedí como regalo de Navidad algo
que me ayudara en la batalla y rogué que me llegara lo más pronto posible.
De Reyes pedí conocer
"personalmente" a todos los espíritus de cada una de las plantas
Maestras con las que trabajo para "entrevistarlos" y saber
qué quieren que diga de ellos en mi
investigación. Quería "charlar" con cada una para
dejar de escribir sólo de lo que yo experimento, de lo que yo deduzco,
leo, conjeturo y creo acerca de cada una de ellas. Pensé que me gustaría
dejar de monologar y escucharlas para saber qué es lo que quieren que
escriba de ellas, qué es lo que quieren que la gente sepa de ellas.
Esto lo pedí a mediano
plazo, lo cual significa para mí que ocurra en algún momento, lejano
o cercano, ¡pero en esta vida; no en una próxima!
Rindiéndome
antes de comenzar la batalla
Después de la tregua
para pedir mis regalos, regresé a la incomodidad corporal. Me molesté
un poco pero como no tenía intenciones de enfrentar un round con mi ego utilizando mi cuerpo,
pensé: bueno, pues si mi cuerpo quiere quedarse tirado, me rindo y me
tiro, no hay problema...
Me acosté y me cubrí
con la frazada azul cielo que nos prestaron. Quería hacer un experimento:
rendirme antes de comenzar la batalla.
Resulta que últimamente
estoy aprendiendo con Lazaris cómo construimos
nuestra realidad atrayendo hacia nosotros todas las situaciones que
nos llevan a demostrar nuestras creencias. Estoy comenzando a comprobar
cómo es que a partir de cada creencia que sostenemos, se generan actitudes
automáticas en torno a las cuales giran nuestros pensamientos y sentimientos
para configurar nuestra realidad.
Entrevistando a
mi amigo Emilio
sobre su primera y única experiencia con ayahuasca,
vi que él seguía su propio patrón supracognoscitivo, por llamarlo de
alguna manera; esto es, que tenía una forma peculiar de acercarse al
Espíritu.
Resulta que en el
desarrollo de su vida espiritual, él siempre ha tenido que desafiar
diferentes pruebas porque así lo han enseñado sus maestros. Entonces,
según yo, como ya trae ese patrón inculcado, en la experiencia con ayahuasca
no podía más que encontrarse con que la Abuela -como su maestra en esta
ocasión- también le pondría un desafío ya que su creencia básica previa
consiste en que para acercarse
al Espíritu primero hay que vencer un desafío. Y efectivamente se
encontró con que la Abuela Ayahuasca
le planteó un desafío específico.
A partir de éste
y otros análisis que he hecho sobre las experiencias de diferentes personas
con otras plantas maestras, me puse a buscar mis propios patrones supracognoscitivos.
En el caso de la
ayahuasca,
encontré que como referencias previas a mi primera experiencia tenía
el conocimiento de que la palabra ayahuasca
significa soga del ahorcado, según había leído; y de que el ahorcado
debía ser el ego para que resucitara el apu, según nos dijo Juan.
Entonces, mi creencia básica previa era que para entrar en contacto con mi Ser, primero debía ahorcar a mi ego.
Encontré que en
mis tres experiencias anteriores estaba perfilándose esa creencia como
un patrón común. Revisando mis recuerdos hallé que en la primera parte
siempre había una batalla campal con mi ego, con mucho dolor y muchas
lágrimas como resultado; luego, dependiendo de mi actuación en la batalla,
pasaba entonces a la segunda parte donde contactaba con mi Ser plena
o parcialmente, dependiendo de qué tan bien había logrado ahorcar a
mi ego en cada ocasión. En la primera
y en la segunda me fue muy bien, pero
en la tercera no porque me quedé en el
berrinche de todavía no tener "ojos" para ver a mis Maestros.
En esta cuarta comunión,
quería ver qué pasaba si me rehusaba al combate durante la primera fase.
Quería saber si lograría o no contactar con mi Ser o qué onda. Por eso
fue que me rendí ante las exigencias de mi cuerpo y me acosté sin ofrecer
resistencia alguna.
El
huevo morfínico
En cuanto cerré
los ojos me imaginé dentro de un gran huevo blanco. Mi cuerpo
estaba flotando en la posición en la que me encontraba acostada, completamente
extendida boca arriba, mirando hacia la lejana cúpula. Todo a mi alrededor
era un hermoso líquido blanco plateado con reflejos iridiscentes en
color verde fosforescente. Era una verdadera belleza y por si fuera
poco... se estaba tan bien allí...
No sé exactamente
cuánto tiempo me la pasé en aquel sitio, pero me pareció muchísimo.
Estaba tan cómoda, tan a gusto, tan plácida, que no tenía la menor intención
de moverme a pesar de que en algún punto recordé que esa no era la mejor
postura para la espina dorsal. En esos momentos elegí abandonarme al
placer de estar flotando en aquella mala postura y me olvidé del asunto.
Me encontraba en
el centro de lo que consideré una auténtica piscina analgésica, algo
que provocaba un letargo parecido al sueño pero sin estar dormida, una
auténtica... placidez morfínica!
Y así estuve hasta
que cruzó por mi mente la idea de que bien podría quedarme en tal estado
hasta el fin de la sesión si no hacía algo por salir de allí. Lo primero
que se me ocurrió fue cambiar de posición. Pensé que lo mejor sería
sentarme, pero mi cuerpo no tenía ninguna intención de hacer tanto esfuerzo
y yo estaba tan aletargada que sólo pude girar sobre el costado derecho
hasta adoptar una ensayada posición fetal con las piernas juntas y recogidas,
el brazo derecho en el piso y el izquierdo reposando en el contorno
de mi cadera, tratando de mantener los hombros extendidos hacia atrás
para dejar el pecho despejado.
La
evidencia de mi cuerpo
El huevo blanco
desapareció durante el giro, pero el letargo no. Me quedé un rato disfrutando
la música hasta que me percaté de que en algún momento, sin que yo lo
notara, mi cuerpo había abandonado la postura en la que concientemente
lo dejé, y había adoptado la comodidad de su chuequísima posición preferida.
Cualquier posición
que requiera que mi espina dorsal esté recta, que mi pecho esté descubierto
o que mis piernas y brazos estén colocados simétricamente, me resulta
incómoda después de cierto tiempo; y si no estoy poniendo atención en
mantenerla, automáticamente se deshace y mi cuerpo retorna a alguna
de las posturas cerradas que le gustan.
Aquí necesito hacer
un breve flashback para explicar
que gracias a la providencia, entre las amables personas que me hospedaron
en sus casas durante mi estancia en Barcelona, la mayor parte del tiempo
estuve en el hogar de Carme y Antoni
Munné, una pareja de restauradores corporales. Tony
ha escrito tres libros para dar a conocer su Sistema Analítico
Restaurador Corporal o microgimnasia (Inteligencia Corporal, según mi
tía Angélica).
Esta notable pareja
de la tercera edad, con su amor y la evidencia de sus armoniosos, abiertos,
equilibrados y gloriosos cuerpos catalanes, me está enseñando que el
cuerpo es como plastilina y todo daño puede ser reparado con amor y
paciencia.
Ambos me hicieron
ver las deformaciones que ha sufrido mi sistema óseo debido a las fuertes
contracciones musculares, cosa que mantiene desequilibrado a mi cuerpo
físico con las previsibles consecuencias para el resto de los cuerpos.
Según estoy comenzando a entender, estas contracciones musculares no
son otra cosa sino producto de respuestas emocionales distintas al amor.
El cuerpo se cierra y eventualmente se deforma como respuesta automática
frente a cosas como el miedo, el enojo o el dolor.
El amor es el único
que abre el cuerpo, o más bien, el cuerpo solo se abre ante el amor,
según tuve oportunidad de comprobar durante mi Segunda
Comunión con Ayahuasca.
En esos instantes
de mi cuarta experiencia, era evidente que no estaba en el amor, estaba
en un letargo ante el cual mi cuerpo reaccionó adoptando su chuequísima
y comodísima posición preferida para dormir:
Tenía ambos brazos
cruzados sobre el pecho; cada mano estaba aferrando el hombro contrario;
la cadera estaba girada casi por completo sobre el costado derecho;
la parte delantera de la pierna diestra se encontraba extendida sobre
el suelo, mientras la pierna izquierda -doblada como formando un cuatro
con la otra- yacía medio volando y medio apoyada en el piso; todo lo
cual provocaba que parte del abdomen tocara el suelo también.
Desde que recuerdo
siempre había despertado en la misma postura. Gracias a los consejos
de Tony ahora
estoy intentando dormir en una posición fetal bastante estudiada para
dejar de contribuir al desequilibrio y lograr un verdadero descanso.
En la charla previa
a la ceremonia, Juan
mencionó el hecho de que todos los presentes, de alguna manera o de
otra, seguramente tendríamos alguna mala experiencia con las tergiversaciones
de la iglesia católica en relación a la figura de Cristo.
Dijo también que simplemente había que trascenderlas para pasar al contacto
directo con la esencia de Jesús y llegar
a comprender el significado de la Navidad.
Simplemente trascenderlas
Mi cuerpo tiene
la columna desviada, y como consecuencia, las rodillas están giradas
hacia adentro y los pies no tienen arco. Los hombros también están girados
hacia adentro. Y por si fuera poco, está todo el sobrepeso del miedo...
que en realidad no es tanto como mi ego se empeña en hacerme sentir,
pero está (esto último fue una acotación suya por supuesto).
Tony
me dijo que antes de comenzar a arreglar mi cuerpo físico primero tenía
que reconciliarme con él. Entonces se me ocurrió escribirle una carta
para agradecerle su gran resistencia y su asombrosa capacidad de recuperación
y desintoxicación, pero terminé expresándole cuánto lo odiaba y cuan
disgustada estaba con su aspecto.
Cuando terminé de
escribirla lloré mucho porque me di cuenta de que verdaderamente nunca
habían salido cosas tan ofensivas de mi mente. Nunca antes había insultado
a nadie de esa manera, y lo peor del caso era que el objeto de tan inusual
agresión, no estaba afuera de mí, sino yo dentro de él...
Aquel día no logré
reconciliarme con mi cuerpo. Por el contrario, me sentí muy avergonzada
por tener tal grado de desconexión y rechazo hacia una parte tan imprescindible
de mí misma.
En esos momentos
de la experiencia, al ver cómo fue que mi cuerpo se cerró tan automáticamente,
al ver como trataba de autoprotegerse, al ver como defendía a toda costa
el corazón cruzando los brazos sobre él, y al ver cómo escondía el abdomen
o quizá los órganos sexuales... me di cuenta de que estaba
tratando de protegerme. Mi cuerpo estaba resguardando con todas sus
fuerzas mi corazón... y al cerrar también el plexo, estaba tratando
de protegerme ¡nada menos que de mis propios sentimientos!
Me llegó de golpe
la visión de todo el sufrimiento, de todo el dolor, de todo la culpa
y de todo el miedo que yo misma almacené en este cuerpo inteligente
que se veía forzado a deformarse con tal de protegerme.
En ese mismo instante
todo mi odio se derritió y me conmoví hasta las lágrimas.
Vi una secuencia
de distintas imágenes de gran dolor en mi vida. Algunas de la niñez
y otras de la adolescencia. Sin saber por qué me detuve en una en la
que estaba dentro de un auto estacionado frente a una farmacia. Tenía
la puerta abierta y estaba agachada porque en pleno ataque de dolor
físico y emocional, la nariz comenzó a sangrarme.
Recuerdo que mientras
lloraba no podía dejar de admirar las formas y tonalidades que iba creando
mi sangre al combinarse con mis lágrimas para encharcar el pavimento.
No obstante, sólo se me ocurría pensar que mi propia sangre estaba abandonando
tan elegantemente mi cuerpo porque ni siquiera ella quería estar dentro
de mí...
Esta escena cúspides
de una época en la que llegué a considerar el suicidio como una eutanasia,
tiene origen en una mala interpretación cristiana sobre el pecado y
la culpa.
Cuando era niña
quería ser santa, especialmente quería imitar a Santa Teresa, San Juan
de la Cruz o Santa Sor Juana, que eran los santas que escribían (Sor
Juana no es santa para la iglesia, pero para mí siempre lo ha sido porque
sin una línea directa con el Espíritu, me parece imposible lograr la
cadencia y profundidad de sus sonetos).
Desde niña me atraía
esta cuestión de escribir, pero antes que ello, me fascinaban la idea
de colaborar en la salvación de las almas y el sueño de lograr una relación
tan íntima con Dios como para experimentar los arrebatos místicos que
describían los santos escritores.
Mi abuela paterna
(una abogada franciscana de la Tercera Orden que tenía azulejos con
sus sonetos y oraciones preferidas por todo el jardín y el interior
de su casa), así como las monjas de mi escuela y la amistad de mi familia
con diversos sacerdotes, obispos y arzobispos, conformaron mis creencias
infantiles en torno al bien, el mal, el pecado y el castigo.
La culpa la descubrí
yo sola a los siete años, cuando al experimentar un abuso sexual por
parte de un hombre mayor, mi carrera hacia la santidad se vio súbitamente
frustrada.
Según yo, ya no
podía ser santa. Ya no había ninguna manera, ninguna posibilidad. De
la noche a la mañana, perdí mi más grande anhelo y pasé al miedo más
profundo.
Durante varios años
crecí sintiéndome sucia, culpable, inmerecedora de todo perdón y avergonzada
por haber disfrutado el peor de los pecados posibles.
Entre los catorce
y los quince años, cuando los astros y las hormonas se confabularon
para reactivar mi sexualidad, tuve que romper totalmente con la iglesia
católica porque simplemente no podía coexistir en ambos ambientes sin
volverme loca. Pero aún así, los estragos psíquicos siguieron allí trabajando
soterradamente hasta que llegué a la universidad y mi maestra de italiano
me recomendó leer Volevo i pantaloni,
un libro de Lara Cardela. Así me enteré de que la valiente chica recién
galardonada por esa su primera obra, describía su infancia y su deseo
de ser como los hombres para soslayar la impotencia que le produjo haber
sido objeto del abuso sexual de su tío cuando era niña. Su tío, al igual
que el mío, nunca le habló, nunca le dirigió la palabra, nunca le ordenó
que se quedara callada; ni siquiera le pidió que ocultara las cosas
o que mintiera; y sin embargo, ¡ambas lo hicimos!
Cuando terminé de
leer el libro, a los 19 años, finalmente me enteré de que yo no era
la única niña perversa sobre la faz del planeta Tierra y pude comenzar
a hablar del asunto.
Doce años después
de los hechos se inició mi recuperación que ha ido avanzando lenta pero
progresivamente. Hace dos años, cuando fui a hablar con mi tío, me di
cuenta de que no había un culpable y una víctima sino dos personas sufriendo
aún por un viejo hecho. Cuando él era niño le ocurrió lo mismo que luego
repitió conmigo. La culpa había inundado todos los espacios de su vida,
la de su esposa y la de sus hijos. Tuve que ocultarle todo lo que yo
había sufrido porque a todas luces era injusto pensar siquiera en agregar
algo más a su pesada carga. Sentí tanta compasión por él que terminé
intentando convencerlo de que se perdonara a sí mismo y viviera sin
autocastigarse el resto de su vida.
Los
usos de la adversidad
Hace unos meses
tuve un acceso de furia cuando en una sesión de Inteligencia Emocional
escuché hablar a Sandy, otra chica de mi edad. Le ocurrió algo similar
y estaba describiendo su reciente aborto y casi el mismo patrón de estragos
que he sufrido yo.
No sé por qué pero
observar a cualquier otra persona sufriendo a causa de la culpa, la
vergüenza y el auto odio, siempre me había parecido aún más injusto
y más indignante que mi propio caso. Quizá en algún resquicio de mi
conciencia aún sentía que yo sí lo merecía; o a lo mejor, como sé lo
que es sufrir eso, simplemente no podía tolerar que nadie más lo sufriera.
El caso es que todo ese día estuve llorando de rabia, furia e impotencia
por Sandy, por mí y por todas las personas, hombres y mujeres, que han
tenido que vivir experiencias similares.
Por la noche, ya
más calmada, le pregunté a mis runas
por qué me había ocurrido eso y salió Nauthiz
que es como una cruz y significa dolor y limitación. Pregunté qué tenía
que aprender de la experiencia del abuso y de nuevo salió Nauthiz.
Mi libro de interpretaciones dice: "Considera los usos de la adversidad...
Cuando por fin puedas ver a Nauthiz
con una sonrisa, reconocerás los problemas, rechazos y retrocesos de
tu vida como tus maestros, guías y aliados..."
Hasta entonces no
había logrado hacerlo. Y durante esa parte de mi experiencia, mientras
observaba los estragos de mi cuerpo, ¡menos aún!
Me parecía totalmente
ilógico que tanto dolor acumulado en tan pocos años -y tan intenso como
para deformar un cuerpo tan joven como el mío-, pudiera tener realmente
algún sentido, algún propósito.
De hecho estuve
a punto de iniciar una gran escena de autocompasión aquella tarde en
Barcelona, pero me detuve al pensar que esa era otra invitación de mi
ego para subirme al ring de nuevo.
Jesús
al rescate
Como yo seguía firme
en mi experimento de no pelear y no provocarme más dolor, me envolví
en la frazada azul que nos dieron y me dispuse a buscar a mi Ser para
preguntarle a él cuál era la lección de este drama católico-sexual tan
evidentemente reflejado en mi pobre cuerpo físico.
Aún no había salido
del letargo y lo único que se me ocurrió fue intentar la segunda meditación
de Lazaris para contactar con mi Ser Superior.
Bueno, más bien creo que eso también se le ocurrió a mi ego porque no
puedes pasar a la segunda meditación sin haber completado más de tres
veces la primera y yo aún no estaba lista. En fin... el caso es que
comencé a visualizar lo que ocurre en esa segunda meditación, pero lo
hice sin fuerza, sin entusiasmo, sin ganas, hasta que llegué al pie
de una colina en donde se supone que debía de encontrar a un maestro
que me ayudaría a verificar ciertas cuestiones.
Desde abajo visualicé
al mismo anciano de ojos azules que encontré en una de las meditaciones
anteriores. Lo vi esperándome arriba de la colina que yo iba subiendo
penosamente, casi arrastrándome, tal como me sentía en esos momentos.
Cuando al fin llegué arriba (haciendo trampa porque me salté muchísimo
camino), el anciano me tomó de la mano ¡y me bajó de la colina en lugar
de ayudarme con lo que se supone que seguía en la meditación!
La figura que ya
no veía claramente sino como una luz, me llevaba de la mano y caminábamos
a través de una jungla hasta un claro en el que finalmente me senté
para ver que pasaría. Es decir, me senté físicamente porque estaba bastante
sorprendida de haber perdido el control de mi propia visualización y
quería saber qué es lo que iba a pasar a continuación.
La figura de luz me puso la mano en
el corazón, ¡adentro del corazón! Y de inmediato experimenté una especie
de reverberación circular que traspasaba mi cuerpo físico y seguía sintiéndose
fuera, en otros cuerpos. Aún en pleno desconcierto y en el vértigo de
la sensación, reconocí que ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡era
Jesús quien estaba tocando mi CORAZÓN!!!!!!!!!!!!!
En aquellos momentos
estaba todavía muy aletargada y confundida para lograr hacerlo. Además,
todo pasó tan rápido que de repente mi ego me hizo dudar de que fuera
cierto. En seguida me presentó imágenes que me provocaron culpa y el
acompañante sentido de no merecimiento. Recordé las barbaridades que
decía Omar sobre Jesús
y me vi asintiendo y disfrutando tales cosas; recordé la época en que
mi mejor amigo usaba una sudadera del Anticristo Superestar, su primer
seudónimo; me vi arrojando al río que corría junto a mi casa de Tepoztlán
el crucifijo de mi amiga Vanya... y de pronto me sentí muy culpable
y muy inmerecedora y de inmediato dudé de que lo que había vivido minutos
antes fuese verdad.
Afortunadamente
Rashil y supongo que todos los maestros allí presentes, se encargaron
de recordarme que soy una Princesa, que el amor es absoluto e incondicional
y que a la luz y a los enviados de la misma, nos es simplemente imposible
resistir el impulso de otorgar este y todo tipo de regalos del amor.
John Lilly llama a esto "estar
en +12".
Días antes leí En
el centro del ciclón, un libro suyo que Toni
me prestó en Barcelona. En él se incluye una tabla muy interesante.
Según ésta, el +12 es un estado de conciencia superior, previo al +6
y al +3 que es ya la fusión con la esencia. El
+12 es un "Estado de bienaventuranza, realización del Baraka, recepción
de gracia divina, amor cósmico, energía cósmica, alerta corporal aumentada,
la más elevada fusión de la conciencia corporal y planetaria, estar
enamorado de todo, estar en un estado positivo de energía LSD.
Estar en el Oth."
Según describe John,
en dicho estado de conciencia simplemente es imposible no amar todo
lo que te rodea y no querer compartirlo. De hecho, la comprobación de
que te encuentras en tal estado de conciencia es el deseo imperativo
de que otros experimenten lo que tú estás experimentando porque el amor
es sinónimo de compartir.
Entonces le expliqué
a mi ego que aunque aún no tengo parámetros para comprender lo que es
la conciencia crística, forzosamente está por encima del +12 y por supuesto
que Jesús puede otorgar esa y toda clase
de regalos, sin siquiera detenerse a considerar lo que él (mi ego) hubiera
podido llevarme a pensar o hacer en contra suya.
Gracias a Dios,
el amor es totalmente incondicional, al amor no le hace falta nada,
el amor no tiene deseos de recibir, el amor sólo quiere dar y compartir.
Cada día lo entiendo mejor y cada día siento con mayor intensidad el
anhelo de vivir en él... De regresar a él, o más bien, de traerlo aquí
que es donde más se extraña y se necesita.
El
espíritu de Jesús
Ya más convencida
de que Jesús sí podía haberme hecho tal
regalo, pregunté si eso me serviría para evitar hacer un ejercicio del
Viaje Sagrado de Lazaris, que consiste
en regresar a los momentos de mayor dolor en mi vida para amar a la
niña o a la adolescente que era en esos momentos.
No había podido
hacerlo porque aún no había reunido el autoamor necesario. Lo que quería
en realidad era saltarme esa tarea y por eso pregunté, pero casi enseguida
comprendí que no, que nadie puede hacer por mí esta clase de tareas
ya que son indispensables para aprender a amarme a mí misma tal como
soy, en todos los momentos y en todas las situaciones en las que he
existido.
¡Pero también supe
que en cuanto me decida a intentarlo, voy a encontrar allí a Jesús
dispuesto a enseñarme cómo se hace! En cada escena, en cada situación
dolorosa a la que decida regresar para sanarme, allí va a estar él junto
a mí, simplemente porque él puede y desea proporcionar esta clase de
ayuda…
Experimenté a Jesús
como un hermano mayor, como un hermano perfecto, eternamente disponible,
eternamente dispuesto a ayudarme, aún antes de que se me ocurra solicitar
su ayuda.
Le prometí al maravilloso
espíritu de Jesús, incondicionalmente listo
para enseñarnos cómo es el amor, que el 24 de diciembre celebraría –de
corazón– la Navidad. Sé que gracias a la energía de esta promesa
conocí a Susan
en Ámsterdam, y gracias a Dios pudimos celebrar juntas la Navidad en
su coffe-shop, con nuestras mejores galas, con otros amigos, con comida
y turrones que su madre envió de Málaga, y con una pequeña dosis de
todo el amor que yo me había y le había estado negado al nobilísimo
Jesús.
La
ficción del dolor
Después de haber
comenzado a hacer las paces con Jesús [cosa
que concluí ya de vuelta a México en otras circunstancias mágicas],
me di cuenta de que en realidad el dolor es una ficción y sólo el amor
es real. Regresé a analizar la misma escena donde estaba desangrándome
de dolor en el auto estacionado frente a la farmacia y de pronto la
vi tal como fue. Es decir, la vi en su contexto, y gracias a ello me
llegó la comprensión.
Para empezar, yo
no estaba sola. Mi mamá se encontraba en la farmacia comprándome alguna
droga legal contra el dolor físico que me aquejaba. Cuando ella entró
al auto, me sequé las lágrimas y le pedí que comprara también una caja
de klínex. Como mis hemorragias nasales eran algo común en esa época,
me vio agachada y se regresó a la farmacia sin comentar nada. Cuando
los trajo, me cubrí la cara con ellos, y seguí sufriendo estoicamente
sin decir una sola palabra. Entonces
entendí que habría sido tan fácil decirle a mi mamá que me abrazara,
que me sentía muy mal; o a mi papá llegando a la casa… o incluso al
mismo doctor que me atendió un poco antes... Quizá cualquiera de los
tres se habría desconcertado, pero estoy segura de que ninguno de los
tres me habría negado un abrazo y la posibilidad de llorar a gusto hasta
que el dolor pasara.
Pero esas cosas
no se me ocurrían en esa época. No pude recordar lo que hice al llegar
a mi casa, pero de seguro me encerré en mi cuarto a escuchar a Nirvana
para conmemorar el valor de Kurt Cobain, su vocalista, quien por aquellos
días se suicidó dejando una nota que yo me empeñé mucho tiempo en decifrar:
It's better to burn out than fade away.
Visto a la distancia
y desde esta nueva perspectiva, todo mi dolor me pareció una sofisticada
farsa, una ficción que en cualquier momento puede haber abandonado...
Si lo hubiera sabido.
Entonces pregunté
de nuevo por qué, ¿por qué tuve que pasar por esto? Le pedí a mi Ser,
a Rashil, a la Abuela Ayahuasca
y a los maestros presentes que me ayudaran a dilucidar esta cuestión
y esperé en silencio.
No escuché nada,
pero de pronto se me ocurrió que quizá esa no era la mejor pregunta
y la reformulé: ¿qué ha pasado en mi vida que no hubiera pasado si no
hubiese experimentado ese abuso infantil?
De entrada pensé
que lo más probable es que no estaría allí en Barcelona en una sesión
de ayahuasca,
imaginé que seguramente sería una profesionista exitosa. Como todas
mis amigas del Young Career Women, casada o a punto de casarme y pensando
sin duda en tener hijos. Y para ser sincera esa imagen no me provocó
ningún entusiasmo. Luego pensé que tal vez esa no era la ruta más lógica,
que debería de estar haciendo algo más acorde con mi vocación original
de santidad, quizá sería monja o misionera. Lo cual tampoco me convenció
mucho…
Entonces me di cuenta
de que mi vida me gusta muchísimo tal como ha sido, incluyendo todos
mis dramas –"reales" y ficticios–, porque lo más seguro es
que sin ellos mi búsqueda espiritual no sería tan compleja y fascinante
como está siéndo.
Recordé también
una frase de mi zodiaco maya (noche lunar azul): "polarizo para
soñar, estabilizando la intuición con el tono lunar del desafío",
y pregunté si eso tenía algo qué ver. Supe que sí, que de algún modo
los extremos de dolor que he tocado van a terminar sirviéndome para
algo, aunque desde este punto aún no logre vislumbrar para qué.
Pensé que, dadas
las circunstancias, bien podría seguir el consejo de Juan
y simplemente abandonar el dolor y olvidarme ya de él de una vez por
todas. Entonces estuve considerando las implicaciones de vivir sin el
dolor a cuestas.
Entre otras cosas,
eso significaría dejar de reaccionar "adoloridamente" frente
a futuros acontecimientos que de alguna manera me retrotraigan a experiencias
pasadas; lo cual implica rastrear y abandonar las creencias que aún
provocan esas reacciones adoloridas. Pensé
que tenía mucho trabajo por delante y sorprendentemente, ¡me
sentí muy a gusto y conforme con la idea! No hice ningún
drama por los años que me pueda tomar hacerlo.
Cada vez tengo menos
prisa porque cada vez me cae más el veinte de que en
realidad mi única tarea es sacar lo que dentro de mí obstruye
el libre paso del amor, que ni siqueira es mío, porque el amor,
dada su misma esencia, no puede tener propiedad, ni exclusividad, y
mucho menos puede crearse. Yo no puedo crear amor. El amor existe independientemente
de mí propia existencia. De hecho yo soy quien existe gracias
a él y lo único que realmente puedo hace es permitir que
el amor circule a través de mí, que me llene de sí
y se vierta a otros a través de mí.
Apenas ahora comprendo que al borrar
el dolor de mi pasado gracias al inconmensurable regalo de Jesús
y a los consejos de Juan,
puedo realmente liberarme de las pesadillas de mi pasado y puedo
regresar a mi vocación infantil de santidad con todo su poder original.
Puedo retomar libremente mi aspiración a la santidad en el punto mismo
de inocencia y entusiasmo en el que la suspendí. Y puedo hacerlo
con renovada claridad y conciencia ya que en muchos sentidos lo he estado
haciendo sin darme cuenta…
"Ciega
y sorda"
Me encontraba muy
feliz en esa parte de la experiencia y me sentía muy confiada. Gracias
a ello me atreví a preguntar otra cosa que no entendía y me estaba molestando
mucho.
Hace tiempo venía
saliéndome muy seguido una runa
invertida. Se llama Uruz
y de cabeza significa: "Sin ojos para ver y oídos para escuchar
no podrás aprovechar el momento. El resultado bien puede ser la pérdida
de una oportunidad o el debilitamiento de tu posición".
Cada que me salía
me enojaba mucho porque mi ego la reinterpretaba como "estoy ciega
y sorda, y no puedo avanzar porque aún no sé cómo diantres conseguir
esos dichosos ojos y oídos". Así pues, me armé de valor y pregunté
qué significaba eso en realidad y cómo podía cambiarlo.
Poco después de
formular mi pregunta comencé a percibir una oscuridad total que me asustó
mucho hasta que pude percibirme como una especie de concha envuelta
sobre mí misma, oyendo sólo mis pensamientos, viendo únicamente hacia
mí misma; preguntando y escuchándome yo sola; sin permitir la entrada
de nada externo por estar tan absorta y ocupada conmigo misma.
La imagen me asustó
y me provocó mucho rechazo. Estuve a punto de comenzar a reclamarme
a mí misma, pero mejor me reí y con mi risa, la concha se transformó
en una semilla. Me percibí –todavía en medio de la oscuridad– como una
semilla nuevamente encerrada en mí misma. Sentí que ya estaba dispuesta
a germinar y enseguida comencé a experimentar una gran incomodidad y
mucho miedo. Hasta que "salí" a la superficie y me acostumbré
a sentir y a ver el sol. Después pude percatarme de que no estaba sola,
de que había otras plantas alrededor de mí, muchas, muchísimas más y
me sentí muy acompañada.
En esos momentos
abrí los ojos y pude percibir, tenuemente, que había mucha más vida
en aquel cuarto de la que podía ver con mis ojos.
Volví a cerrarlos y comprendí que la
soledad y el aislamiento son cosas artificiales que yo creo al estar
egocéntricamente dialogando solo conmigo misma. Y
entendí que eso no me ocurre sólo en la vida física, como cuando me
encerraba en mi cuarto y dejaba fuera toda la ayuda y la compañía que
mis papás u otras personas podían brindarme. Eso también me ocurre con
el mundo extrafísico porque en el fondo aún actúo cartesianamente; esto
es, ante la duda de si existe Dios o no, mejor actúo como si existiera, para no estar desprevenida
por si acaso existe realmente.
Luego me puse a
considerar que eso de no tener ojos y oídos quizá no significaba nada
de lo que hasta entonces pensaba que eso significaba. O sea: abrir lo
que sea que entiendo por "el tercer ojo" para ver auras humanas
y campos energéticos; y escuchar, cual si tuviese unos audífonos puestos,
voces distintas a la mía adentro de mi cerebro… como si en verdad mis
pensamientos tuviesen una voz
auditivamente distinguibe, o como si todo lo que he experimentado gracias
a mi imaginación no hubiese requerido de un sistema interno de visión;
de alguna especie de proyector, alguna clase de pantalla y unos ojos que ya existen dentro de mí puesto que he visto cientos de veces las escenas de
mi imaginación. Y también he
escuchado las voces de mis guías y maestros, muchas más veces de las
que mi ego me ha permitido distinguir de entre todos mis "entendí,
comprendí, capté, me di cuenta, supe que", etc.
El
último desafío
Sentí que mis maestros
estaban muy contentos conmigo porque al fin emprenderé acciones concretas
para fortalecer mi fe en ellos clarificando con ello nuestra comunicación.
Me sentí como una princesa súper consentida, con toda la ayuda del Universo
a mi disposición. Y lloré de emoción.
Al poco rato mis
manos comenzaron a moverse solas. Cuando abrí los ojos para ver qué
estaban haciendo, vi que no efectuaron ningún mudra raro o nada que
yo no pudiera o supiera hacer. Cuando pregunté por qué, me respondieron
con otra pregunta:
–¿Cuál
es el último desafío del guerrero espiritual?
–Abandonar
el control– contesté muy eficiente.
–¿Y
cuándo piensas soltarlo princesa?
–¿Es
por eso que tampoco veo las cortinas de sirenas al comienzo de la experiencia?
–Es
precisamente porque crees
que esas visiones son cortinas de sirenas y crees que no hay que verlas
para no caer en la tentación y proseguir con el viaje.
–¿Y
si prometo atarme al mástil podré verlas?
–Tide
yourself and try it princess.
No logré ver nada
y comencé a enojarme conmigo misma porque no era capaz de percibir lo
que deseaba; hasta que me detuve a pensar que siempre hago eso, las
cosas siguen sin funcionar y de hecho terminan saliendo peor. Entonces
"entendí" que el
amor no es sólo la mejor arma para luchar contra mi ego, sino que es
la única arma, porque todas las demás son de él.
Post
Data:
Sobre
mi Regalo de Reyes
Hace unos días,
salí por la noche a fumar marihuana
en un parque cercano. Estuve pensando en los diferentes efectos de las
variedades de Cannabis
que probé en Amsterdam y pensé que de alguna manera había pedido
un regalo de Reyes que ya tenía: ¡ya estoy en contacto, ya estoy dialogando
con todas las plantas Maestras que han estado y estarán modificando
mi conciencia! Y lo que escribo sobre ellas es resultado de un oblicuo
diálogo con ellas. Es resultado de lo que quieren que escriba sobre
ellas; porque en muchos casos, son ellas quienes me buscan a mí y no
yo a ellas. Como el floripondio
que literalmente se coló en mi capítulo
de las plantas solanáceas o como la marihuana
que se me regala cuando menos lo espero, o como los pajaritos
que salieron a mi encuentro cuando me enseñaron a recogerlos o como
el hongo venenoso
que me transmitió un intensísimo dolor en la muela para que no lo siguiera
mordiendo…
Definitivamente
las plantas maestras ya tienen un diálogo establecido conmigo, me protegen,
me cuidan y me dan siempre un trato preferente... me aman y yo a ellas.
Lo que ocurre es que siempre he tenido expectativas fijas –producto
de mis parámetros hollywoodences– respecto a cómo deben ser las cosas.
Y al buscar encontrarlas tal como presupongo que son, no he sido capaz
de reconocerlas estando frente a ellas. Pero bueno, lo más sorprendente
de esto es que al otro día de haber descubierto esto, ¡me enteré de
que la noche anterior había sido la noche de Reyes! ¡¡¡Así es que sólo
me resta repetir mi extrema y permanente gratitud al Universo entero!!!
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