Círculos de la Clariana: la ciudad como Ars Magna
Introducción
Caminar o correr por la ciudad no siempre es un acto físico. A veces, en el ritmo repetido del paso, la mente comienza a abrir espacios invisibles, a ordenar lo que el cuerpo atraviesa. La Plaza de la Clariana, en el corazón del nuevo eje urbano, se convierte entonces en un laboratorio de percepción, donde el movimiento se transforma en pensamiento, y el pensamiento en visión.
Lo que en apariencia es una obra de ingeniería paisajística —césped, canaleta, paseo— puede convertirse, bajo cierta mirada, en un sistema de conocimiento. Como en el Ars Magna de Ramón Llull, cada parte es una letra que participa en una gramática universal.
1. El claro como espacio del ser
Heidegger decía que el claro del bosque —die Lichtung— es el lugar donde el ser se revela. No se trata de un sitio luminoso, sino de una apertura, un ámbito donde el mundo puede aparecer. La clariana urbana comparte esa condición: es un hueco en la densidad de la ciudad, una respiración donde la mirada puede reposar.
Correr allí es una forma de habitar el claro, de experimentar cómo el espacio no solo se recorre, sino que se abre ante quien lo atraviesa.
2. Círculos concéntricos: orden y meditación
El diseño de la plaza —césped, canaleta, paseo— parece obedecer a una lógica funcional, pero su disposición circular despierta una sensación más profunda. El corredor, al repetir sus vueltas, entra en un estado meditativo donde las líneas del espacio comienzan a relacionarse con las del pensamiento.
Cada elemento, visto desde la conciencia, se ordena en círculos concéntricos: el centro vital, el margen que delimita, la senda que conecta. Así el movimiento físico se convierte en contemplación activa, en un ritual que unifica lo exterior y lo interior.
3. Barcelona como diagrama hermético
Algunos han sugerido que la trama de Barcelona responde a proporciones ocultas, que su geometría se inspira en el Árbol de la Vida de la Cábala. Más allá de la exactitud histórica, lo interesante es la posibilidad simbólica: pensar la ciudad como un organismo de correspondencias.
Desde esa perspectiva, la Clariana no es solo una plaza, sino un nodo energético, un lugar donde se cruzan los ejes mayores —Diagonal, Meridiana, Gran Vía— y donde los flujos humanos reproducen, sin saberlo, los movimientos de una gran máquina combinatoria.
4. El Ars Magna como método del mundo
Ramón Llull propuso el Ars Magna como un sistema de combinación entre conceptos para llegar al conocimiento divino. En la plaza, el cuerpo del corredor reproduce ese método sin saberlo: cada vuelta es una combinación nueva, una permutación de sensaciones y pensamientos.
El césped, la canaleta y el paseo funcionan como las letras de Llull, que se pueden combinar para revelar estructuras ocultas de sentido. Así, la experiencia cotidiana se transforma en acto filosófico, y la geometría del lugar se convierte en una gramática de la percepción.
5. La ciudad como mente abierta
En esa visión, la ciudad deja de ser un mero conjunto de edificios y se convierte en una mente expandida, donde cada plaza, calle y sombra participan en un mismo diálogo.
La Clariana, con su forma circular y sus márgenes precisos, simboliza la posibilidad de un orden interior: el descubrimiento de que el mundo no es caos, sino una estructura que pide ser leída.
6. Correr como meditación moderna
El corredor contemporáneo, inmerso en su ritmo, se convierte en una figura del filósofo antiguo: busca equilibrio, claridad, presencia.
Cada paso sobre la tierra compactada es una afirmación silenciosa del ser. La respiración acompasada sustituye al pensamiento discursivo, y el cuerpo, al moverse, piensa sin palabras. En ese punto, el ejercicio físico se funde con la contemplación, y el paisaje se convierte en espejo del alma.
7. Conclusión: del claro al cosmos
La Clariana no es solo un espacio urbano: es una metáfora del pensamiento humano. Allí donde el cuerpo encuentra su ritmo, el mundo se ordena.
Correr por sus círculos es repetir, en escala humana, el gesto de Llull: intentar combinar lo disperso, armonizar lo múltiple.
Y cuando el corredor se detiene, sudoroso y en silencio, comprende que nada está puesto por azar: el mundo, como la plaza, es un ars magna en movimiento, esperando ser descifrado paso a paso.

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