Ramo, que murió con los
hugonotes en la noche de San Bartolomeo, había simplificado el arte de la memorización a través de
una técnica pedagógica en la cual el sujeto organizaba el material a recordar en un orden esquemático
de lo general a lo particular.
De este modo el funcionamiento mnemónico podía prescindir en buena
medida de las imágenes y de lo imaginario (que no eran sino un modo de aumentar la redundancia y,
desde esta perspectiva, el riesgo de volverse equívoco) para reemplazarlos por un modo simple y
certero.
El procedimiento step by step, tiene un solo riesgo: la falta de atención del que memoriza
durante el proceso de codificación de datos.
Una codificación correcta durante el proceso de
memorización favorecería una rememoración más eficaz, afirmación que, a la luz de las
investigaciones con tomografías de emisión de positrones (PET) resulta problemática en la medida en
que las áreas de codoficación (encoding) y aquellas de recuperación del recuerdo (retrieval) parecerían
ser, sorprendentemente, del todo diferentes.
El giro epistemológico ha sido bien señalado por Foucault (1966): las distinciones reemplazan a
las analogías.
En el lugar de las sombras de la imaginación se instalan códigos significantes y el
gobierno de la memoria es dotado de una administración pública totalmente neutral, que ejecuta sus
computos de codificación de un modo formal, sine ira et studio.
Los significantes, a diferencia de las
sombras, no siguen a las cosas de cerca.
Por el contrario, la distancia es inconmensurable, a tal punto
que la relación entre la palabra y la cosa se vuelve oscura y misteriosa, siniestra. Porque, de alguna
manera, las palabras son sombras irreconocibles de sus objetos.
A un código funcional de este tipo no
se le puede pedir cuentas de cuanto sucede y si sucediera algo terrible, el código funcional respondería,
en el estrado judicial, que su rol era totalmente formal.
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