sábado, 26 de diciembre de 2009

Episteme y gnosis de Giordano Bruno



Pedro M. Pruna Goodgall

Aunque no recuerdo cuándo oí hablar por vez primera de Giordano Bruno, sé que desde muy joven lo tenía por un mártir de la ciencia, precursor de aquel osado Galileo del Eppur si muove. Más tarde, quedó grabada en mi memoria la imagen fílmica de Gian María Volonté con una mordaza de hierro, siendo conducido a la hoguera. La mordaza hacía sangrar los labios y las encías. Su propósito era impedir que el condenado profiriese blasfemias que vulnerasen la credulidad del público; pero era también una tortura más, antes del auto de fe extremo, donde se quemaban no ya las obras heréticas, sino a su propio autor. Volonté encarnó a un Bruno amordazado, pero desafiante, a un heroico furioso de tan extraordinaria y convincente fortaleza moral, que ha permanecido inalterado en mis recuerdos.

Arthur Koestler, en Los Sonámbulos, propone otra imagen, muy diferente: Bruno, testarudo hereje, se lanzó a sí mismo a la hoguera papal. Pero, como si fuera poco convertirlo en irracional suicida, Koestler sugiere olvidarlo del todo, pues no era más que "un poeta y un metafísico no un autor científico". Su memoria, por lo tanto, debe ser borrada de la historia de la ciencia, o limitarse a una declaración excluyente, a la manera de la que acabo de citar. Llama la atención que el autor de El Cero y el Infinito adopte en Los Sonámbulos una actitud casi justificatoria de la persecución religiosa.

BRUNO, GALILEO Y COPÉRNICO

El "caso Bruno" es muy diferente del de Galileo, nos aclara Koestler, aunque -de paso- revela involuntariamente cierto paralelismo entre ellos. Galileo era tan persistente como Bruno y, como él, quería obligar a la Iglesia a adoptar sin más un nuevo ideario. La "resistencia a hacer concesiones", el apego a sus doctrinas, condujo a ambos a la inevitable condena. Galileo, el más prestigioso científico de su época, era, sin embargo, más peligroso para la Iglesia que el propio Bruno. Koestler lo considera "aterradoramente moderno" y achaca a su tozudez cientificista nada menos que el divorcio entre la ciencia y la religión, rasgo característico de la época moderna.

Pero, aparte de la versión koestleriana, viciada por el deseo explícito de desplazar a Galileo del lugar que ocupa en la historia de la ciencia y colocar en su lugar a Képler, hay una relación entre Bruno y Galileo que se percibe de manera casi intuitiva: el recuerdo de las llamas en Campo dei Fiori aquel 17 de febrero de 1600 quizás indujo a Galileo a acatar en 1616 la autoridad eclesiástica, tanto más cuando compareció ante el mismo juez que había llevado a Bruno a la hoguera. El ubicuo inquisidor era Roberto Bellarmino, elevado al santoral en 1930 y a Doctor de la Iglesia al año siguiente, como parte de la "revolución conservadora" que afectó a Italia por aquellos años. La canonización -300 años después de su muerte- no ha disipado el aura de sospecha y temor que todavía acompaña la memoria de los grandes inquisidores; pero hay que ser justo y reconocer que Bellarmino no puede compararse con Tomás de Torquemada, el inquisidor por excelencia. De todas formas, su memoria se enfrenta con el recuerdo perenne de Bruno y Galileo.

Hay otra coincidencia, contextual y bien conocida: tanto Bruno como Galileo fueron juzgados y condenados por la inquisición romana. Ambos estuvieron de alguna manera envueltos en la confrontación entre Venecia y Roma en la época de la Contrarreforma. Para una facción del catolicismo, en alguna medida asociada a Francia y en parte a Venecia, la Contrarreforma debía ser "renovadora"; para otra, auspiciada por España, debía limitarse a ser una "reacción" conservadora.

Pero aparte de estas "coincidencias" de temperamento y circunstancia, ¿hay algo común a las obras de Bruno y Galileo? Pietro Redondi, cuya tesis en torno a la posible herejía eucarística de Galileo no ha tenido mucho éxito, ha examinado con acierto algunas de estas analogías, aunque sin olvidar que las posiciones filosóficas de Bruno y de Galileo son, en realidad, muy diferentes. Las semejanzas se deben al influjo de doctrinas pre-científicas muy antiguas, como el atomismo: "era difícil -afirma Redondi- leer El Ensayador y no pensar en las elucubraciones geométricas brunianas sobre la física de lo discontinuo." También apunta que El Ensayador traía a la mente, quizás sin proponérselo, algunas ideas de esa galería de pensadores -nada recomendable desde el punto de vista católico ortodoxo- que incluye a Demócrito, Epicuro, Lucrecio, Ockham, Telesio, Bruno, Campanella y Copérnico.

Copérnico, por cierto, aparte de su heliocentrismo, tuvo también devaneos atomísticos. El corpuscularismo estaba en el ambiente, pero también el deseo de refutar el dogma de la Tierra privilegiada y a la vez corrupta y mutable, pero inmóvil, inerte, gravosa, inmensamente pesada. Los críticos del heliocentrismo citaban constantemente aquel pasaje del libro de Josué donde, para detener el tiempo, Dios detuvo el movimiento diurno del Sol; pero un sacerdote hispano, Diego de Zúñiga, había encontrado en 1576, en la propia Biblia, en el libro de Job, una vaga referencia al movimiento de la Tierra, donde se dice que Dios "remueve la tierra de su lugar/Y hace temblar sus columnas" (Job 9: 6). Aunque esta cita es ambigua (pudiera referirse a un terremoto), se halla en un capítulo de Job dedicado a exaltar la omnipotencia divina: Dios podía hacer lo que quisiese, incluso mover la Tierra. Cualquier nuevo descubrimiento científico nunca iría contra el dogma de la omnipotencia divina. Esta línea de argumentación sería retomada por otros pensadores más tarde, en los siglos XVII y XVIII. Pero la sugerencia de Diego de Zúñiga -a pesar de su meditada fundamentación teológica- tampoco fue aceptada, porque la visión del mundo defendida por la Iglesia seguía asentada en el modelo geocentrista, que predominaba en la ciencia antigua, y que parecía corroborado por la experiencia cotidiana de ver al Sol "salir" y "ponerse".

Hay -ya se ha dicho- coincidencias parciales, de forma y de contenido, entre el "caso Bruno" y el "caso Galileo". En definitiva, entre la ejecución ritual en aquél y la amonestación formal en éste sólo mediaron 16 años. Pero, también hay diferencias entre ambos casos que no pueden ser obviadas, y que aparecen incluso en el filme antes mencionado, donde abundan las menciones del Ars Magna, un término que no se dilucida, y donde Bruno pregona su convicción en la existencia de un número infinito de mundos, posiblemente habitados. Si mal no recuerdo, creo que es precisamente en ese contexto donde se menciona a Copérnico y su teoría heliocentrista.

ARS Y ENS

En definitiva, a diferencia de Copérnico y de Galileo, Bruno aparece no sólo en el filme, sino ante el historiador de la ciencia, como un personaje enigmático, que habla en parábolas y alegorías, más que con hechos e hipótesis. Aun cuando muchos todavía creen que fue quemado en la hoguera porque defendía a ultranza el heliocentrismo copernicano, lo cierto es que Bruno aceptó el modelo de Copérnico por razones que no eran precisamente astronómicas: quería establecer una nueva religión, una religión panteísta, una religión donde Dios y el Mundo se confunden en una existencia infinita y eterna, la de un universo sin término, pero racionalmente estructurado y concebido. Este modelo bruniano fue recreado años más tarde por Spinoza. Leibniz se inspiró en su combinatoria -el Ars Magna luliano, reinterpretado a la luz de la Cábala y el simbolismo gnóstico. Schelling bebió del trascendentalismo místico que de él transpiraba; y -!O paradoja!- pudieran hallarse ecos lejanos de la doctrina bruniana hasta en algunas ideas de Theillard de Chardin.

A fin de cuentas, cuando nos fijamos con cuidado en la historia del pensamiento en los siglos XVIII al XX, resulta que Giordano Bruno ha influido sobre casi todos los pensadores, desde los enciclopedistas hasta los místicos del romanticismo, desde la monadología leibniziana hasta los fridmones de la cosmología y atomística modernas. Pocos reconocen tales influencias y, en verdad, rara vez se trata de un influjo directo, pues -hay que admitirlo- Bruno es un autor que hasta los historiadores de la filosofía leen poco. Sus obras entrelazan tantos temas y tantos géneros, codificados dentro de una simbología y un arte mnemotécnico hoy prácticamente desconocidos, que resultan de difícil lectura para una mente moderna, lógicamente ordenada, habituada a la argumentación lineal de las novelas detectivescas, a los happy endings y a un conjunto cada vez más mundializado de signos unívocos. De todas formas, Bruno siempre dirigió su discurso a las élites, en la suposición de que -si ellas adoptaban sus ideas- su doctrina alcanzaría una creciente universalidad. La nueva visión que proponía -y hasta la manera cómo la difundía, en persistente peregrinaje de corte erásmico- era una alternativa a la división dentro del cristianismo impuesta por la Reforma; pero una alternativa inaceptable, tanto para la ortodoxia católica, como para la protestante.

Bruno era, ya en su época, el representante tardío de una tradición, a la vez que el vocero anticipado de nuevas ideas. Era difícil comprenderlo. Una tendencia actual es a deshacer la controvertida imagen de Bruno como "mago", propagada por Frances Yates, la más conocida estudiosa bruniana de las últimas décadas, aun cuando desvirtuar tal imagen resulta harto difícil, entre otras razones porque el propio rey de Francia quizo conocer a Bruno para averiguar si se trataba o no de un mago. Quedó convencido de que no lo era.

Claro está que por mago se entendía, desde la Edad Media, al versado en la magia, una manera de interactuar con la naturaleza y los seres espírituales que iba en contra no sólo de la ciencia antigua sino de los cánones cristianos. La magia era un peligro real, a los ojos del clero y de la Iglesia. Sobre todo si, en lugar de los conjuros para llamar a los ángeles (conjuros aprobados a veces por la autoridad eclesiástica), se procedía, por descuido o por maldad, a reclamar la presencia de los demonios. Había, no obstante, un "mago" casi omnipresente en las cortes europeas de la época: el alquimista. Hasta el catolicísimo Felipe II de España tuvo el suyo. Los inquisidores volteaban la cabeza ante tan herética presencia para evitar enfrentarse a los poderosos reyes y emperadores que buscaban obtener oro por medio de la magia hermética.

Pero, en su versión moderna, el mago es -sobre todo- un prestidigitador, y Bruno es -ciertamente- un prestidigitador de signos, tras los cuales se esconde, para revelarse sólo al iniciado, la lúcida realidad del mundo. Bruno parte de la mnemotecnia de sus correligionarios iniciales, los dominicos, para elevar el asociacionismo luliano a la misma categoría que tenían, en su época, la astrología y la alquimia, practicadas por ilustres científicos, desde Képler hasta Newton, para no hablar ya de Fludd o incluso de Gilbert. Pero llegó tarde: la mnemotecnia no podía competir con el texto impreso. Era más fácil recuperar un determinado conocimiento buscándolo en libros cada vez más accesibles, que examinar los cielos en busca de un astro o de una conjunción astral, a manera de recordatorio. De hecho, Bruno llegó a ser el mayor mago de la memoria, cuando la magia de memorizar ya perdía su atractivo, su lustre.

Así, la fama que lo precedía como máximo ejecutor del Ars Magna de Ramón Llull, fama que debía abrirle las puertas de los palacios y las mentes de sus interlocutores, lo convertía de filósofo en mago, limitaba su atractivo a circunstanciales disputas, donde podía hacer gala de una extraordinaria retención memorística, auxiliada por un código, también memorizado, de asociaciones a veces luminosas, a veces difícilmente comprensibles. Pero no cabe duda de que el Ars Magna bruniano inspira la Mathesis Universal de Leibniz, y sirve de antecedente lejano a la semiótica de Ferdinand de Saussure.

Cierto es que el arte combinatorio y asociativo de Giordano Bruno no era un fin en si mismo. Era el vehículo para atraer la atención de sus oyentes hacia el misterio de la realidad subyacente, que -según él la comprendía- era única, eterna e infinita. El Ser de la ontología bruniana es Dios confundido o inmerso en el Mundo, e inseparable de él. Bruno acude al panteísmo para escapar de la dualidad aristotélica que postula la existencia de un Dios que se halla fuera del Mundo; transforma el hilozoísmo, de raíces presocráticas y hasta animistas, para explicar el movimiento, el cambio: como Dios está en el Mundo, el Mundo todo, desde lo más pequeño a lo más grande, está animado, dotado de vida y de inmortalidad. El Mundo de Bruno es el Universo todo, todo lo que existe, todo lo que es. Es el Todo. Y ese Dios-Mundo, a diferencia de la deidad aristotélica, es realmente omnipotente. Tal omnipotencia se interpreta por Bruno como la posibilidad de todo lo posible. De ahí que la existencia de un número infinito de mundos diversos no pudiese negarse, al menos como posibilidad, sin negar al propio tiempo la omnipotencia divina. De ahí, también, que las discusiones teológicas con Bruno se demoraran siete años, antes de que se resolvieran por el principio de la autoridad, la mordaza y el suplicio. Lamentablemente, los documentos de este prolongado juicio han desaparecido, de otra manera pudieran haber sido un excelente ejemplo de las conclusiones a que puede llevar la dialéctica de lo posible, dentro de una ontología panteísta.

Paolo Rossi nos recuerda otra faceta importante de la filosofía bruniana: "Bodin, Bruno y Vico (tres nombres que aparecen regularmente en toda historia de la idea del progreso) -dice Rossi- se adhieren de diferente manera a una filosofía de la historia basada en el persistente regreso de ciclos de civilización, conciben el crecimiento del saber como algo provisorio que la historia futura puede borrar y desmentir."

Y, en efecto, el Nolense era partidario de la historia cíclica o, como él la llama, la "revolución". Dice a propósito en los "Argumentos" dedicados a Sir Philip Sidney que preceden a su obra sobre los heroicos furores : "la revolución es vicisitudinal aunque eterna, y que todos los que ascienden deben descender al fondo; como se puede ver en todos los elementos, y en todas las cosas que existen sobre la superficie, en el seno y la matriz de la naturaleza." Pero añade, no sin ironía: "La opinión anterior ha sido justificadamente reprobada por haber sido expuesta a los ojos de la muchedumbre, pues si es sólo con gran dificultad que se la puede refrenar de los vicios y espolear hacia la acción virtuosa por la creencia en un eterno castigo, ¿qué sucedería si es persuadida de que los hechos heroicos y humanos se premiarán y los crímenes y villanías se castigarán en condiciones más leves?" En otras palabras, si la historia consiste en ciclos de ascenso y descenso, no hay premio eterno, ni eterno castigo, sino sólo ese eterno retorno postulado ya por la filosofía estoica.

El eterno retorno y la metempsícosis, que parecen temas ajenos a la filosofía europea, se unen a otros muchos rasgos del hermetismo, en sentido lato, que tienen -por así decir- un tinte oriental, y ello es válido tanto para sus primeras manifestaciones, en el período helenístico, como para sus expresiones renacentistas. Pero tanto los ciclos históricos, como la transmigración de las almas son perfectamente congruentes con la doctrina panteísta de Bruno y con su dialéctica de lo posible.

La elaborada teología de raíz aristotélica enunciada por Tomás de Aquino, y admirada por Giordano Bruno por su carácter concatenado y consistente, era insuficiente para contener la nueva visión metafísica del universo que Bruno proponía. El Nolense estaba convencido de que sus ideas eran un complemento de la doctrina cristiana y que, una vez entendidas, podían ser asimiladas tanto por católicos, como por protestantes. Lejos de considerarlas heréticas, Bruno veía en ellas la esperanza de la unidad religiosa; la única base posible para una verdadera teología natural.

HERMES

Pero Bruno tenía que buscar un marco adecuado y una justificación histórica para sus creencias. No bastaba el carácter indudablemente añejo del atomismo y el hilozoísmo. Había un cuerpo doctrinal que, a juicio de los pensadores del Renacimiento, era anterior incluso a los filósofos griegos, y contemporáneo quizás del Moisés bíblico. Su autor era Hermes Trimegistos, legendario personaje semidivino, conocido ya como el autor del Libro Esmeralda de los alquimistas. Hermes gozaba de un prestigio comparable, si no superior, al del propio Pitágoras. Marsilio Ficino, al traducir del griego buena parte del corpus hermético, en el siglo XV, había descubierto en él la más antigua premonición del cristianismo, anterior -según creía- al Antiguo Testamento.

En realidad, bajo la autoría de Hermes Trimegistos se incluía una serie de obras de inspiración gnóstica y neoplatónica, escritas en Alejandría, entre los siglos I y IV de nuestra era. Alejandría, donde se incubó una cultura sincrética, mezcla de doctrinas griegas, judías, cristianas y de los residuos de la antigua religión egipcia, fue también cuna de la alquimia y de una nueva versión de la astrología, base de las actuales creencias astrológicas. El corpus hermético (muy vinculado con la astrología y el gnosticismo), la numerología pitagórica, una serie de ideas de Platón (sobre todo las contenidas en el Timeo), varios conceptos de Plotino, Proclo y otros neoplátonicos, las jerarquías de la Cábala judía (sobre todo las contenidas en el libro de Zohar, compuesto en España en el siglo XIII), las teorías alquimistas sobre la transformación de las sustancias, y algunas concepciones de libros árabes de magia -sobre todo el Picatrix (libro del siglo XI sobre talismanes, conjuros y otros temas, traducido en España, en el siglo XIII)- constituyen los componentes esenciales de la abigarrada y heterodoxa corriente que se ha dado en llamar hermética, dentro del pensamiento europeo de los siglos del XV al XVII. Desde Paracelso hasta Leibniz y Newton, la ciencia europea -como la literatura (en especial la utópica) y el arte- no será ajena, en mayor o menor medida, a concepciones herméticas. Giordano Bruno aporta a las "técnicas" de esta corriente su interpretación del Ars Magna que, de cierta manera, constituye una nueva forma de encripción-descripción de la realidad, lejanamente emparentada con el liber mundi galileano, escrito -como se sabe- en signos geométricos.

BRUNO Y LA CIENCIA

A pesar de todos los esfuerzos por desterrar a Giordano Bruno del ámbito de las ciencias, el conocido Diccionario de Biografía Científica en 16 volúmenes, editado por Charles Coulton Gillispie, lo acogió, con un artículo de Frances Yates donde se concibe el conjunto de la obra de Bruno como un presagio de los nuevos tiempos y de las concepciones científicas que los regirían. De la misma manera que Paracelso había fustigado a los galenos de su época, Bruno reprobaba a los astrónomos -los "insensatos matemáticos", como él los llamaba- que aún creían en un universo parcelado en consecutivas esferas. Eugenio Garin sitúa a Bruno dentro de la polémica científica renacentista en los términos siguientes:

"En nombre de la unidad de la naturaleza, de la inmanencia de la unidad divina en la naturaleza, Bruno condena al cielo 'dividido en tantas esferas y separado en cuarenta y ocho imágenes', la imaginación de 'insensatos matemáticos' y lo milagroso. Ve en Copérnico al liberador, no tanto porque haya colocado al Sol en el puesto de la Tierra cuanto porque ha destruído la esfera celeste de los 'insensatos matemáticos'. Como dice en De inmenso, 'ha llegado el día destructor de aquellos astros y aquellos orbes, y los ha reducido a la nada.' No cabe ninguna duda de que en Bruno están presentes el hermetismo, la magia y la astrología del Renacimiento. Sólo que la gran experiencia liberadora de Copérnico había sido decisiva para él y, como observará Kepler, al final de su camino se situaba ya Galileo."

REFERENCIAS

Boas, Marie (1962): The Scientific Renaissance 1450-1630. Harper Torchbooks, Nueva York.

Bourdieu, Pierre (1988): L'Ontologie politique de Martin Heidegger. Editions de Minuit, Paris.

Bruno, Giordano (1964) [1585]: The Heroic Frenzies. (Tr. Paul Eugene Memmo, Jr.). The University of North Carolina Press, Chapel Hill.

Garin, Eugenio (1981): El Zodiaco de la Vida. Ediciones Península, Barcelona.

Koestler, Arthur (1981) [1959]: Los Sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México.

Redondi, Pietro (1987) [1983]: Galileo Heretic. Princeton University Press, Princeton.

Rossi, Paolo (1990)[1986]: Las arañas y las hormigas. Una apología de la historia de la ciencia. Editorial Crítica, Barcelona.

Yates, Frances (1964): Giordano Bruno and the Hermetic Tradition. The University of Chicago Press.

Yates, Frances (1970): "Bruno, Giordano", en Dictionary of Scientific Biography, 2: 539-544. Charles Scribner's Sons, Nueva York.

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martes, 15 de diciembre de 2009


La belleza y lo ideal en el arte, quizá verdad, en el pensamiento de Giordano Bruno, es lo banal en la naturaleza que se desvanece de la siguiente manera.

Él, asegura que son tres los elementos de los principios de las cosas en el mundo: “Dios, la naturaleza y el arte” (Bruno, 1987:321) que, a su vez, recaen en tres efectos: “el divino, el natural y el artificial” (Bruno, 1987:321) Esta manera de concebir los principios está en íntima relación con lo ideal y lo real, idea y forma que Hegel plantea como, fundamental contenido en una obra de arte.

En Bruno, la idea pura es la que se hace, se transforma naturaleza, viniendo ésta idea pura de Dios. Para Hegel éste Dios –Idea; y la Naturaleza; cosificado en una ‘forma’ creada por el artista, se verá reflejado en lo ‘Ideal’, en el propio mostrarse del espíritu del creador de la obra de arte.

Qué es entonces, para Hegel, lo ideal. Partamos del enunciado: La obra de arte es la sensibilización del espíritu, es decir, el arte es encarnar una representación universal de lo espiritual. Por lo tanto, el arte sólo es producido por un acto humano, reiterando, ser producto del espíritu. Lo ideal entonces, es donde se ve la obra artística en su realización. Comienza siendo un mero concepto, visto como unidad de lo universal, de lo particular y de lo singular (siendo contradictorio en sí mismo) Luego, pasará a ser una idea que será la unidad de la subjetividad y la objetividad y, finalmente, esta unión dará como resultado lo ideal que será la realidad concreta de la idea en el cuerpo de una forma artística. Denotará movimiento en su interior, es decir, representará, idealmente, aquello no estático del espíritu del artista.

En analogía pues, con lo mencionado de Bruno, nos atrevemos a plantear que: El ‘concepto’, será el principio de toda creación artística (efecto primero, lo divino) la idea de Dios*. La ‘idea’, será la naturaleza como segundo principio, es decir, que en Hegel es lo que une lo subjetivo con lo objetivo (efecto segundo, el natural). Y, lo ‘ideal’ será en sí, la obra de arte realizada (tercer efecto, el artificial), el arte expuesto en lo que para Bruno más que un arte es un «método» ‘Arte y método de la memoria’ que da “el orden del mundo racional, que es a semejanza del natural –del que es su sombra-, que es imagen del divino –del que es su vestigio-”. (Bruno, 1987:323) Y este vestigio queda especificado en cada época, en el arte.


Lo anterior es, precisamente, porque en las creaciones artísticas, sin tapujos ni ataduras han sido expuestas a la vista de la historia, es decir, del devenir humano. En cada época se puede vislumbrar lo que fue del pasado mayormente expuesto en el arte. Así, por ejemplo, podemos dar cuenta de la expresión bella de los cuerpos griegos, alma y contemplación; del espíritu en dolor de las imágenes religiosas, etc. Para Bruno, el arte de la memoria es “Ilimitada en el espacio, es capaz de exhibir infinitas dimensiones. Ella es la posibilidad de todo cuanto existe…” (Bruno, 1987:283) Para Hegel, “en el arte la idea aparece en sí y para sí bajo una forma sensible, bella […] La verdad del arte reside en que en él aparece sensiblemente la idea” (Grave, 2002:80)

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viernes, 17 de julio de 2009

No se trata d cerrar los ojos y estar a solas con tus pensamientos, se trata d cerrar los ojos y estar a solas con el universo

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lunes, 11 de mayo de 2009


GIORDANO, POETA

La poesía emana de los furores del héroe (Eros-amor) como lo hace el perfume de una flor. La poesía no nace de las reglas, sino que son las reglas las que derivan de la poesía. Así, hay tantos modos o géneros de poesía como poetas. A los poetas se les conoce, no por la estructura formal de sus rimas, sino por los hilos invisibles del alma que la naturaleza pulsa con sus versos.

El poeta es el eterno enamorado que halla en los reflejos de lo fugaz las huellas de lo divino. Este amor por el dios que lleva dentro (Venus Urania) “infunde un ardor heroico en el alma, haciendo que quiera emular las virtudes y grandeza por el deseo que tiene de agradar y de ser digno de la cosa amada”.

Pero el amor que da alas al amante es infinito, y por lo tanto inalcanzable, y la felicidad sin límites viene de la búsqueda de lo inalcanzable: “no es necesario que nuestro intelecto pueda comprenderlo, basta que en el estado en que se halla (el amante) le sea presente la divina belleza extendiéndose por todo el horizonte de su visión”.

La hermosura corporal no puede ser causa de un amor duradero y constante; ni siquiera la del alma, pues el alma no es hermosa por si misma, ya que algunos sabios, hermosos y amables, en tanto que otros son estúpidos odiosos y feos. “Es necesario pues, elevarse a aquel intelecto que por sí mismo es bello, y que por si mismo es bueno. Este es aquel capitán único y supremo, que, sólo, puesto ante los ojos de los pensamientos militantes, los ilustra, enardece, fortalece y les asegura la victoria por el desprecio de toda la hermosura y el rechazo de no importar que otro bien. Esta es, pues, la presencia que hace superar toda dificultad y vencer toda violencia”.

La muerte que anhela el amante es la que procede del gozo supremo, la muerte del beso, la vida eterna fluyendo en las cárceles del tiempo. Esta muerte (que es vida para el héroe) es la retención de la Rueda de la Fortuna, cuando nada odia, nada teme, nada espera, “el cumplimiento de la perfección y acto que aguarda el rocío divino”.

GIORDANO, EL MAGO

Como ocurría con la poesía para Giordano hay tantas definiciones de magia como magos. Extraemos los siguientes conceptos generales:

El mago, que es equivalente al sabio.

La magia, llamada comúnmente “natural”, que señala al mago hacedor de maravillas mediante la aplicación de “activos” y “pasivos”, tal como en la Alquimia y en la Medicina.

La magia fantasmagórica o de las apariciones o de las apariciones, en la que el mago promueve la aparición de obras de una naturaleza o inteligencia superiores a las conocidas.

La magia natural propiamente dicha, que trata de obras que no sólo abarcan transformaciones externas, sino el espíritu interior que existe en todas las cosas.

La magia matemática o filosófica oculta, que es el intermedio entre la natural antes citada y la extranatural; utiliza palabras, figuras, sellos, caracteres o letras.

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Mago, poeta y héroe: Giordano Bruno

José Carlos Fernández

EL UNIVERSO: MATERIA Y ESPÍRITU

El Universo es el símbolo más acabado y perfecto de Dios-Uno. Es la huella dinámica de la Unidad, pero nadie puede comprender esta Unidad que está “detrás” de todas las cosas si no es a través del número, de la aparente pluralidad de los seres.

El Universo es un inmenso ser vivo donde las formas nadan y se visten de materia. La finalidad del Universo consiste en que todo lo que puede existir (es decir, lo que existe en potencia), llega a tener existencia (en acto).

El espíritu es el principio que genera la forma desde el interior de la materia, pero sin entrar en la composición con ella. Mantiene la armonía de los elementos contrarios. Entreteje los hilos del Destino (hilos que son la misma esencia de la materia). Fabrica, contempla y conserva el edificio del Universo. Es también su destructor, por no poder anudar eternamente temperamentos contrarios.

El espíritu y la materia son ambos infinitos y eternos. Como no pueden coexistir a la vez dos infinitos juntos, espíritu y materia son esencialmente lo mismo (ahí está el gran enigma que nadie puede responder, el koan zen de “¿cuál es el batir de la palma de una sola mano?”).

EL COSMOS

La ciencia de su tiempo situaba a la tierra en el centro del Universo. Rodeada de esferas concéntricas y cristalinas, donde giran los siete planetas (incluidos el sol y la luna). Más allá estaba la octava esfera, en movimiento opuesto al de los planetas, donde están insertadas las estrellas fijas. Y tras esta esfera el Empíreo, donde todo es estable.

Giordano, recogiendo las enseñanzas de Copérnico, sitúa al sol en el centro de un sistema en torno al cual gira la tierra, la luna y los planetas. Pero va aún infinitamente más lejos: Copérnico puso al sol en el centro de su Universo. Giordano explica que, como el Universo es infinito, carece de sentido hablar de partes o de centro, pues en lo infinito cualquier punto es el centro. Las estrellas no son las lamparillas puestas por Dios en la octava esfera, sino soles como el nuestro o incluso superiores, soles que están dispersos en la inmensidad, sin límites del espacio infinito.

Toda la obra de Giordano está impregnada del milenario hermetismo. TY en ella resuenan sus principios: TODO ESTÁ EN TODO, todo, incluso la aparente materia muerta, está viva. El movimiento y la vibración es la esencia de la vida. Todos los cuerpos celestes participan de esta vida-una, y tienen una inteligencia o alma que los rige.

La tierra es un ser vivo (la moderna hipótesis GAIA es tan antigua como el hombre): -es preciso que se mueva “en torno a su propio centro para participar e la luz de las tinieblas, del día y de la noche, del calor y del frío, que se mueva alrededor del sol para participar de la primavera, verano, otoño e invierno; hacia los llamados polos o puntos hemisféricos para la renovación de los siglos y la mutación de su rostro.”.

Los seres vivos incluidos los humanos, no son para él más que accidentes en la capa exterior de los verdaderos vivientes que son los cuerpos siderales. Sin embargo, la mónada (el hombre interno) tiene la virtud de reflejar el cosmos entero”.

Nos preguntamos ¿cómo pudo Giordano lanzar hipótesis cosmológicas que se adelantaban casi medio milenio a sus contemporáneos?

Él explica que la inteligencia puede penetrar en los senderos escalonados de las causas verticales. El filósofo puede, mirando en lo profundo de su alma, obtener todo saber mediante la luz del discernimiento (Budhi, en sánscrito). Como la mónada (hombre interno) es una chispa emanada de la divinidad, contiene en sí, como un espejo de diamante, la imagen de todo el Universo. Es preciso apartarse de los objetos de sensación y no confiar en ellos más verdad de la que poseen. Esto sería como tratar de desvelar los misterios del sol mirando sus reflejos en las aguas turbulentas: “… saber calcular, medir, geometrizar y perspectivizar no es sino un pasatiempo para locos ingeniosos” (Cena de las cenizas).

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En la magia tienen suma importancia los demonios, guardando para esta palabra el viejo significado que le daban los griegos, como espíritu de la naturaleza. Es inmensa la variedad de estos demonios, y variados también los vínculos que el hombre puede establecer con ellos. Por lo mismo que los demonios están constituidos por materia, aunque en diversos grados de sutileza, pueden ejercer influencia sobre este mundo, y lo hacen en relación inversa a la potencialidad del hombre-mago: a mayor desenvolvimiento del espíritu y de la voluntad humana, el influjo de los demonios es menor.

Lo más interesante del planteamiento de Bruno es el caso de los demonios que presiden ciertas etapas históricas, que velan por determinadas formas de Estado, de cultura, salvaguardando imperios. Ellos viven periodos distintos a los de la vida humana. Actúan como “ideas” que conforman una determinada época, o que dan consistencia espiritual a un pueblo. Este hecho destaca aún más la importancia de conformación del mago, del hombre evolucionado, ya sea para aprovechar el impulso de los demonios benéficos, como para soslayar las malas influencias, evitando no sólo el mar de una persona sino de pueblos enteros.

LA MEMORIA MÁGICA

Es quizás la aportación más original y profunda de Giordano. Para él, la memoria humana no es otra cosa que el modo temporal que refleja el entendimiento universal —acto puro e instantáneo—. La memoria pretende poder en acto aquello que se halla en potencia en las difuminadas cavernas del recuerdo.

La memoria mágica es la memoria de la imaginación que resuena en armonía con la naturaleza.

Desde la Grecia Clásica nos llegan noticias del uso de la imaginación como instrumento de la memoria. El gran orador Cicerón recomendaba, para recordar las partes de un discurso, proyectar con la voluntad imágenes en un recorrido real o ficticio. Al rememorar dicho recorrido, las imágenes aparecerían de forma natural y espontánea.

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Si quiero recordar, por ejemplo, una lista de palabras: reloj, carpeta, escribir una carta, llaves, etc; en un orden determinado, basta con crear con intensidad imágenes asociadas y proyectarlas en un recorrido imaginario de nuestra casa. Cuanto más sorprenda nuestra sensibilidad y psique, cuanto más pasión (fuerza astral dirían os ocultistas) “inyectemos” en la imagen, con más profundidad se grabará en la tablilla de cera fundida que es nuestra memoria.

Por ejemplo, puedo imaginar que al llegar a la puerta de casa, en vez de mirilla hay un reloj con forma de ojo. Cuando abro la puerta, ya en el hall, una lluvia de carpetas se precipita sobre mí. Al llegar a la cocina, sobre la sartén hay una carta en la que está escrito “no me olvides” y que al ir a apagar el fuego para que no se queme la carta en la sartén, resulta que en vez de botón tiene una cerradura y sólo con unas llaves puedo apagar dicho fuego.

Este método se conoce con el nombre de “memoria de los lugares”.

La aportación de Giordano consiste en que las imágenes base de la memoria son un verdadero mundo aparte, en perfecta armonía con los tres planos de la naturaleza: el físico, el moral o matemático y el celeste o mágico.

Imaginemos que somos capaces de retener como base de la memoria y con perfecta claridad todo un museo de pintura de las dimensiones del Museo del Prado. En este supuesto “Museo de la Imaginación” hay tres plantas, cada una de ellas con decenas de salas. En cada sala cientos de cuadros. Pero no son cuadros normales, son cuadros en tres dimensiones donde se desarrollan escenas vivas. Las imágenes de estos cuadros son de colores más puros que los que existen en nuestro mundo “real”.

Imágenes en movimiento, animadas por pasiones o sentimientos profundos, construidos según las reglas de oro de la Óptica de la imaginación.

Estas miles de imágenes de memoria de la Memoria Mágica de Giordano. Podemos utilizarlos como receptáculo de memoria, proyectando sobre ella las imágenes que queramos recordar; pero también podemos deleitarnos en la contemplación en sí de las mismas, pues cada una de ellas es un símbolo que vela un arcano de la Naturaleza (del mismo modo que lo hacen los 22 Arcanos Mayores del Tarot).

El contemplar estas imágenes talismánicas armoniza el alma, aumenta en grado inimaginable la inteligencia profunda que busca las esencias, desarrolla la concentración y la memoria hasta límites insospechados.

En la primera planta de este “Museo de Pintura” se hallan todas las imágenes en relación con la naturaleza: por ejemplo, en una de las numerosas salas encontramos cuadros con las imágenes de un río, un arado, una cadera, un árbol, un ánfora…. En la segunda planta todas las salas son triangulares, y aparecen imágenes abstractas en relación con la moral y con la ciencia: por ejemplo, la claridad, que es una matrona que lleva en su mano diestra agua, en la zurda un espejo; la salud, una niña que porta agua y un niño fuego, o el gozo, que nos sale del encuentro como una niña ataviada con verdes vestiduras, que esparce de un canastillo especies variadas de flores.

En la tercera planta aparecen las Doce Curias en relación con las doce divinidades, estelares: Júpiter, Saturno, Marte, Mercurio, Apolo, Esculapio, sol, Luna, Venus, Cupido y Tierra. Cada una de ellas rodeada de un séquito celeste, símbolos metafísicos, atribuidos del dios al que siguen.

Así la Magia de la Memoria de Giordano es mucho más que un sistema mnemotécnico. Quiere abrir ante nosotros una dimensión mágica, un reino de símbolos que aportan en su seno el misterio y armonizan la psique humana con la luz astral de la naturaleza. Es mediante estas imágenes como la inteligencia humana, rompiendo sus límites se hace espejo de la inteligencia divina.

El sistema de Giordano es el de la música visual del alma.

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viernes, 21 de noviembre de 2008


Según el análisis de Ciliberto, un concepto del Renacimiento son ideas profundamente subversivas con respecto a la idea más tradicional del Renacimiento como el triunfo de un historicismo racional . A la teoría de que los acontecimientos son determinados o influidos por las condiciones inherentes a los procesos y más allá del control de los seres humanos.

Una teoría que hace hincapié en la influencia significativa de la historia como un criterio de valor, Como lo encontramos en la obra de Giovanni Gentile que fue un italiano neo-hegeliano Idealistas.

Por lo tanto, "el mago Bruno" se convierte en una figura revolucionaria en el origen de una nueva idea de la modernidad en sí.

Ciliberto escribe (metafóricamente) en este contexto de Bruno mágico, sus obras como "dinamita acumulada"
.


2. Exivir sin exivir a Bruno requiere habilidad. Evadir la cuestión de Bruno muestra la actitud ambivalente hacia la magia y la posibilidad de ser atrapados en la malla.

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viernes, 14 de noviembre de 2008


La característica fundamental del pensamiento de Bruno

Carácter mágico-hermético de su pensamiento: sigue las huellas de los magos- filósofos renacentistas y avanza notablemente ene. Tipo de razonamiento de Ficino, que Bruno se propone llegar a sus últimas consecuencias. Se trata de una especie de gnosis renacentista, un mensaje de salvación con el sello de la religiosidad egipcia. Su neoplatonismo sirve de base y de armazón conceptual. Uno de los libros fundamentales es el de la investigadora F.A. Yeats Giordano Bruno e la tradizione ermética: “la filosofía de Bruno es fundamentalmente hermética, el era un mago hermético del tipo más radical, con una especie de misión mágico-religiosa”.

La mnemotecnia

Las primeras obras de Bruno están dedicadas a la mnemotecnia y entre ellas destaca De umbris idearum redactado en París y dedicado a Enrique III. El arte de la memoria era antiguo: oradores romanos para memorizar sus discursos, asociaban la estructura y la sucesión de conceptos y de argumentos en favor de dichos conceptos a un edificio y a la sucesión de sus partes. Ramón Llull la había desarrollado tratando de establecer reglas que favorecieran la memorización a través de una precisa utilización de las reglas de la mente, con la coordinación entre las reglas de la mente y la estructura de lo real. En Bruno, la mnemotecnia resurgió en el renacimiento y alcanzo su grado culminante.


La mnemotecnia clásica, fundamentada en lugares e imágenes, hay que entenderla y aplicarla en el ámbito de la memoria mágica renacentista como método para obtener aquella experiencia hermética, imprimiendo en la memoria imágenes arquetípicas o mágicamente activadas. Empleando imágenes mágicas o talismánicas en calidad de imágenes mnemónicas, el mago aspiraba a conseguir conocimiento y poderes universales è personalidad dotada de poderes mágicos.


En el De umbris idearum Bruno remite a Hermes Trismegisto, convencido de que la religión egipcia es mejor que la cristiana, en la medida en que es una religión de la Mente, que se realiza superando el culto al sol, imágenes visible del sol ideal que es el intelecto. Las “sombras de las ideas” no son las cosas sensibles: al imprimir en la mente estas imágenes mágicas è reflejo de todo el universo en la mente è potenciación de la memoria y un reforzamiento global de las capacidades operativas del hombre. La obra prosigue con una serie de listas de imágenes, en las que Bruno se basa para organizar el sistema de la memoria: es el renovador de la tradición mágico-hermética inaugurada por Ficino, pero no le interesa reconciliación entre esta doctrina y la dogmática cristiana, sino que su propuesta es llegar hasta el final del camino.

Universo infinito y religión de la naturaleza.

El universo de Bruno y su significado

En su etapa inglesa redactó y publicó sus diálogos italianos, que constituyen sus obras maestras. En Oxford expuso una visión copernicana del universo, concepción heliocéntrica e infinitud del cosmos, relacionándola con la magia astral y con el culto solar tal como Ficino lo había propuesto. Uno de los sabios lo acusó de plagiar palabra por palabra a Ficino è escándalo que le obligación a despedirse de Oxford. La imagen de sí que quería dar, era la del mago renacentista, que propone la nueva religión egipcia de la revelación hermética, el culto del deus in rebus , del dios que está presente en las cosas. La magia, es divina, es natural, y se le llama intermediaria y matemática porque se dedica a las razones y actos del alma. Los fundamentos del egipcianismo de Bruno proceden básicamente del neoplatonismo y una acento notable de tipo panteísta, junto a la insistencia en algunos elementos eleáticos y la introducción explícita de temas de Avicebrón.


Admite la existencia de una causa o un principio supremo (mente sobre las cosas) de la que se deriva todo lo demás, pero que permanece incognoscible para nosotros. Todo el universo es obra de este primer principio; pero el conocimiento de sus efectos no puede uno remontarse al conocimiento de la causa: no es más que el Uno plotiniano, replanteado por un renacentista.


Al igual que Plotino, el intelecto procede del principio supremo, pero Bruno lo entiende como mente en las cosas: facultad del alma universal de la que surgen todas las formas inmanentes a la materia y con la que constituye un todo inseparable. La estructura hilemórfica de la realidad è diferente al concepto aristotélico: las formas son la estructura dinámica de la materia (van y viene, se terminan y se renuevan), porque todo está animado, todo está vivo. El alma del mundo se halla en cada cosa y el intelecto universal está presente en el alma, fuente perenne de formas que se renuevan continuamente.


Según Bruno (difiere de Telesio) todo está vivo en el sentido de que se trata de la vida del alma y de la mente universal que se expande en el universo. Dios se convierte en inmanente y la vida del cosmos se convierte en vida divina, en el infinito expandirse de la misma vida de Dios. Dios y la naturaleza, forma y materia, acto y potencia, acaben por coincidir.. La imagen bruniana del universo: uno, infinito y (además) eleáticamente inmóvil.

La religión

En la Expulsión: el egipcianismo de Bruno es una religión (la buena religión) destruida por el cristianismo, a la que hay que regresar y de la cual él se siente profeta, con la misión de hacerla revivir.

Consideró que la religión mágica era una experiencia teúrgica y extática genuinamente neoplatónica, una ascensión hacia el Uno. El egipcianismo hermético se reducía al egipcianismo interpretado por los neoplatónicos de la antigüedad tardía.


Bruno estuvo influido por el pensamiento de Ficino y Pico de la Mirándola con toda su fuerza psicológica, sus asociaciones cabalísticas y cristianas, su sincretismo abarcador de diversas posturas filosóficas y religiosas, antiguas o medievales, y asimismo, con su magia.


La filosofía de Bruno sale a escena en un siglo intolerante que buscaba en el hermetismo religioso un refugio de tolerancia para la unión de las diversas sectas que luchaban entre sí.

Predica una especie de contrarreforma egipcianista; una reforma moral incidiendo en la importancia de las buenas obras en su dimensión social y una ética basada en criterios de utilidad social.


Bruno no coincidió con los católicos ni con los protestantes, y que los apoyos que buscó fueron tácticos para realizar su propia reforma: provocó reacciones violentas. Su concepto de divinidad e infinito fueron de carácter neopagano, que gracias al aparato conceptual del neoplatonismo (Cusa y Ficino) podía manifestarse casi a la perfección.

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viernes, 12 de septiembre de 2008

giordano bruno y el arte hermético de la memoria




A este «territorio propio» de Sotelo pertenecen partituras como «De imaginum, signorum et idearum compositione», una obra de cámara cuyo título está tomado de uno de los tratados de Giordano Bruno, filósofo y científico que constituye uno de los «pilares» -los otros dos son José Ángel Valente y el flamenco- sobre los que descansa la producción del compositor madrileño.

Es también Giordano Burno a quien Sotelo vuelve a recurrir para otra de sus obras, «De magia», escrita para saxofón, piano y percusión. «Fue un encargo de un festival de Suiza que tuvo un alumbramiento muy largo -recuerda-. Resultó un reto muy difícil porque no se trataba de hacer música para un grupo como el Trío Accanto (presente en el concierto de mañana), que tiene un componente sonoro muy fuerte ligado al mundo jazz, sino que se trataba de un reto mayor: crear un objeto sonoro completamente nuevo». De aquellos esfuerzos resultó una obra de una «sonoridad muy refinada y al mismo tiempo muy potente, y por otra parte también muy virtuosa para los instrumentistas». A estas dos páginas de Sotelo, se suman otras ya conocidas, «De amore», para violonchelo solo. y «Su un oceano di scampanelli», para piano.

Dos estrenos absolutos

Pero la parte más atractiva de este programa lo protagonizan dos estrenos absolutos, cuyo estilo el músico ha intentado «conjugar» con el resto de su obra incluida en este retrato en el que se ha intentado, según el compositor, «abarcar los mundos que me interesan».

Uno de los estrenos es «De vinculis: ge-BURT». un encargo del CDMC, e inspirada en otro de los tratados de Magia de Giordano Bruno, con la que comienza una serie de obras para instrumentos a solo, en esta ocasión el violín. «»De vinculis» trata sobre los vínculos -explica Sotelo-. Según Giordano Bruno, el mago debe conocer los vínculos que unen los distintos estados de la materia lo que le permitirá dominarla. Para Bruno la materia y el espíritu son una unidad y forma una especie de universo materia-Dios, por lo que el mago poco más o menos se convierte en Dios, y el vínculo de los vínculos es, por supuesto, el amor, que es la ligación más íntima». La palabra BURT tiene aquí dos significados para Sotelo: «la traducción del alemán: nacimiento y, un homenaje a Francis Burt, mi profesor en Viena, que recientemente ha cumplido 75 años». La obra será estrenada por la violinista Joanna Lewis.

El segundo estreno lo protagoniza «De vinculis: gong», un encargo del grupo Neopercusión, interpretado por el percusionista español Juanjo Guillem, y que está dedicado a Nuria Schoenberg-Nono (hija de Arnold Schoenber y viuda de Luigi Nono), «una persona a la que quiero y admiro muchísimo -subraya- y que en primavera cumplirá 70 años.

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lunes, 18 de agosto de 2008

giordano bruno y el arte hermético de la memoria


La importancia de la filosofía práctica de Bruno va más allá, para incidir en los ricos márgenes donde florecen
la estética y
la sociología,
la religión
y la epistemología.

1º Empecemos por el plano estético. La convertibilidad omnidireccional de los signos-simbólicos perceptibles de la realidad y al querer hacer de la vida una obra de arte, emparentan Bruno con el constructivismo y el coaching.

2º La imaginación bruniana tiene también una importante prolongación social y política.
de nuestros días: la formación de la persona a través de imágenes, revistas, videojuegos y fábulas dramáticas, es decir, los procesos de socialización que se saltan el crisol de la familia clásica.

3º No se debe olvidar que con su filosofía y, particularmente, con sus métodos mnemónicos Bruno apunta a una reforma de tipo religioso: Los diagramas gnósticos ha internalizar y el viaje del héroe por un templo interior, hacen de lo religioso un proceso "transportable" a cualquier lugar.

4º El epistemológico es otro plano en el que también incide la filosofía práctica de Bruno. No es sólo que no podamos pensar sin imágenes, las cuales son los ladrillos fundamentales de nuestra vida anímica, sino que hay una especial vinculación entre los modelos, sociales, científicos, artísticos y el imaginario, ya que sin éstos aquéllos no logran afianzarse.

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martes, 22 de julio de 2008

giordano bruno y el arte hermético de la memoria


Biografía de Giordano Bruno

Giordano Bruno (1548-1600). Por John Kessler (traducido por Pablo Flores).

En el año 1548 nació un niño italiano en el pequeño pueblo de Nola, no lejos del Vesubio, al que le dieron por nombre Giordano Bruno. Aunque pasó la mayor parte de su vida en países hostiles y extranjeros, volvió a su hogar al fin de sus viajes y después de haber escrito casi veinte libros.

Cuando tenía trece años comenzó a ir a la escuela en el Monasterio de San Domingo. Era un lugar famoso. Tomás de Aquino, él también un dominico, había vivido y enseñado allí. En pocos años Bruno se hizo sacerdote dominico.

No pasó mucho tiempo antes de que los monjes de San Domingo comenzaran a aprender algunas cosas sobre el extraordinario entusiasmo de su joven colega. Era franco, abierto y para nada reticente. No pasó mucho antes de meterse en problemas. Era evidente que a este muchacho no se le podía forzar a encajar en la rutina dominica. Una de las primeras cosas que un estudiante debe aprender es dar al maestro las respuestas que el maestro quiere. El maestro promedio es el preservador de los antiguos hitos. Los estudiantes son su audiencia. Aplauden, pero no deben innovar. Deben aprender a trabajar y a esperar. No fue la conducta de Bruno sino sus opiniones lo que lo metió en problemas.

Huyó de la escuela, de su pueblo natal, de su propio país, y trató de encontrar entre extraños y extranjeros un ambiente que congeniara con su integridad intelectual, que no encontraba en su hogar. Es difícil no ponerse sentimental acerca de Bruno. Era un hombre sin patria y, al final, sin iglesia.

A Bruno le interesaba la naturaleza de las ideas. Aunque el nombre no se había inventado aún, sería perfectamente apropiado nominar a Bruno como epistemólogo, o como un pionero de la semántica. Toma su materia prima de la mente humana.

Es un hecho interesante que aquí, al cierre del siglo XVI, un hombre, encerrado por todos los lados por la autoridad de la tradición clerical, haga lo que puede considerarse un recorrido filosófico del mundo que la ciencia de la época estaba revelando. Es particularmente interesante porque sólo en el siglo XX se ha vuelto de nuevo popular el hábito de esta clase de especulación. Bruno vivió en un período en que la filosofía se había divorciado de la ciencia. Quizá sería mejor decir que la ciencia se había divorciado de la filosofía. Los científicos se sentían demasiado fascinados por sus nuevos juguetes como para molestarse con la filosofía. Empezaban a ocupar su tiempo con telescopios y microscopios y recipientes de productos químicos.

En 1581 Bruno fue a París y comenzó a dar conferencias sobre filosofía. No era poco común que los académicos vagaran de aquí para allá. Hizo contactos fácilmente y logró interesar a todos los grupos con los que se contactó con el fuego de sus ideas. Su reputación llegó a oídos del rey Enrique III, quien sintió curiosidad acerca de esta nueva atracción filosófica. Enrique III tenía curiosidad por averiguar si el arte de Bruno era el del mago o el del hechicero. Bruno se había hecho una reputación como mago que podía inspirar una mayor retención de memoria. Bruno satisfizo al rey mostrándole que su sistema se basaba en el conocimiento organizado. Él encontró un patrón en Enrique III, lo cual tuvo mucho que ver con el éxito de su corta carrera en París.

Fue alrededor de esta época que una de las primeras obras de Bruno fue publicada, “De Umbras Idearum” (Las Sombras de las Ideas) al cual le siguió prontamente “Ars Memoriae” (El Arte de la Memoria). En estos libros mantenía que las ideas son sólo sombras de la verdad. La idea era extremadamente novedosa en ese momento. En el mismo año produjo otro libro: "Breve Arquitectura del Arte de Lull" con su "Compleción". Ramón Lull había tratado de probar los dogmas de la iglesia por medio de la razón humana. Bruno niega el valor de tal esfuerzo mental. Señala que el cristianismo es enteramente irracional, que es contrario a la filosofía y que está en desacuerdo con otras religiones. Observa que lo aceptamos por la fe; que la revelación, como se la llama, no tiene base científica.

En su cuarta obra elige a la hechicera homérica Circe, que convertía a los hombres en bestias, y hace que Circe discuta con su doncella un tipo de error que representa cada bestia. El libro “Cantus Circaeus” (El encantamiento de Circe) muestra a Bruno trabajando con el principio de asociación de ideas, y cuestionando continuamente el valor de los métodos tradicionales de conocimiento.

En el año 1582, a la edad de 34 años, escribió una obra, “Il Candelaio” (El Candelero). Muestra a un hacedor de velas que trabaja con sebo y grasa y luego tiene que salir a vender su mercancía a los gritos: "Contempla en la vela que lleva este candelero, a quien doy a luz, aquello que clarificará ciertas sombras de ideas... No hace falta que te instruya en mi creencia. El tiempo todo lo da y todo lo quita; todo cambia pero nada perece. Uno solo es inmutable, eterno y dura para siempre, uno y el mismo consigo mismo. Con esta filosofía mi espíritu crece, mi mente se expande. Por ello, no importa cuán oscura sea la noche, espero el alba, y aquéllos que viven en el día esperan la noche. Por tanto, regocíjate, y mantente íntegro, si puedes, y devuelve amor por amor."

Llegó un momento en que la novedad de Bruno se desgastó en Francia, y sintió que era hora de seguir adelante. Fue a Inglaterra a comenzar de nuevo y a encontrar una nueva audiencia. No logró hacer contacto académico con Oxford. Oxford, como otras universidades europeas de la época, rendía reverencia académica a la autoridad de Aristóteles. Mucho se ha escrito sobre cómo la Edad Media fue estrangulada por la mano muerta de Aristóteles. No eran los métodos de Aristóteles ni la mente capaz de Aristóteles lo que se cuestionaba sino la autoridad de Aristóteles. Una cosa debía ser creída porque Aristóteles la había dicho. Era parte del método de Bruno el objetar, a su manera enérgica, a que se lo obligase a uno a tragarse sin protestar ciertas afirmaciones porque Aristóteles las hubiera hecho, cuando eran obviamente diferentes a la experiencia en vivo de los sentidos que la ciencia estaba produciendo.

En su obra " La Cena del Miércoles de Cenizas", la historia de una cena privada con invitados ingleses, Bruno difunde la doctrina copernicana. Se le había ofrecido al mundo una nueva astronomía de la cual la gente se reía porque estaba en desacuerdo con las enseñanzas de Aristóteles. Bruno llevaba adelante una entusiasta propaganda con ánimo de pelea. Entre los años 1582 y 1592 no había apenas ningún maestro en Europa que difundiese persistente, abierta y activamente las nuevas sobre el universo que Copérnico había dibujado, excepto Giordano Bruno. Un poco más tarde, otro personaje aún más famoso iba a hacerse cargo de la tarea: Galileo Galilei.

Galileo nunca conoció a Bruno en persona y no lo menciona en sus obras, aunque debe haber leído algunas de ellas. No podemos culpar a Galileo por ser suficientemente diplomático y evitar la mención de un hereje reconocido. Galileo ha sido criticado con frecuencia porque, ante sus propias dificultades, se inclinó por su seguridad personal. Demandamos mucho de nuestros héroes.

Mientras estaba en Inglaterra, Bruno tuvo una audiencia personal con la reina Isabel. Escribió sobre ella a la manera superlativa de su época, llamándola diva, Monarca Protestante, sagrada, divina, las mismas exactas palabras que usó para Su Muy Cristiana Majestad y Cabeza del Sagrado Imperio Romano. Esto fue usado contra él cuando fue llevado más tarde a juicio como ateo, infiel y hereje. La reina Isabel no tuvo una muy alta opinión de Bruno. Lo vio como salvaje, radical, subversivo y peligroso. Bruno encontró a los ingleses bastante burdos.

Bruno no tenía un lugar seguro en las comunidades religiosas protestantes ni en las católicas romanas. Llevó a cabo su lucha contra terribles obstáculos.

Había vivido en Suiza y Francia, y ahora estaba en Inglaterra, y se fue de allí a Alemania. Traducía libros, leía pruebas de imprenta, y reunía grupos y daba conferencias sobre cualquier cosa que surgiera de ellos. No requiere mucha imaginación hacerse la imagen de un hombre que remendaba sus propias ropas, que con frecuencia pasaba frío y hambre e iba desaliñado. Sólo hay unas pocas cosas que sepamos de Bruno con gran certidumbre, y estos hechos son las ideas que dejó atrás en sus libros prácticamente olvidados, la literatura de contrabando de su época. Después de veinte años en el exilio nos lo imaginamos alienado, ansioso de oír el sonido de su propia lengua y de tener la compañía de sus compatriotas. Pero siguió escribiendo libros. En su libro “De Causa, principio et uno” (Sobre la Causa, el Principio y la Unidad) encontramos frases proféticas:

"Todo este orbe, esta estrella, no estando sujeta a la muerte, y siendo imposibles la disolución y la aniquilación en la Naturaleza, de tanto en tanto se renueva a sí mismo cambiando y alterando todas sus partes. No hay un arriba o abajo absolutos, como enseñó Aristóteles; ninguna posición absoluta en el espacio; sino que la posición de un cuerpo es relativa a las de los otros cuerpos. En todos lados hay un incesante cambio relativo de posición a través del universo, y el observador siempre está en el centro."

Sus otras obras fueron "El Infinito, el Universo y sus Mundos", "El Transporte de las Almas Intrépidas", y la "Cábala del Garañón como Pegaso con la Adición del Asno de Cilene", una discusión irónica sobre las pretensiones de la superstición. Este "asno", dice Bruno, se lo encuentra en todos lados, no sólo en la iglesia sino en las cortes de ley e incluso en los colegios. En su libro " La Expulsión de la Bestia Triunfante ", ataca la pedantería que encuentra en las culturas católica y protestante. En otro libro, " La Hoja Trifoliada y la Medida de las Tres Ciencias Especulativas y el Principio de Muchas Artes Prácticas", encontramos una discusión sobre un tema que iba a ser tomado en un siglo posterior por el filósofo francés Descartes. El libro fue escrito cinco años antes de que naciera Descartes, y en él se dice: "Aquél a quien le inquiete la filosofía debe ponerse a trabajar poniendo todas las cosas en duda".

También escribió "De la Unidad, la Cantidad y la Forma ", y otra obra "Sobre las Imágenes, Signos e Ideas", como así también "Sobre lo Inmenso e Innumerable", "Exposición de los Treinta Sellos" y "Lista de Términos Metafísicos para Comenzar el Estudio de la Lógica y la Filosofía". Su título más interesante es "Ciento Sesenta Artículos Dirigidos Contra los Matemáticos y Filósofos de la Época". Una de sus últimas obras, "Las Ataduras de la Especie ", quedó sin terminar.

Es fácil hacerse una impresión de la reputación que Bruno se había creado hacia el año 1582 en las mentes de las autoridades clericales de Europa meridional. Había escrito sobre un universo infinito que no había dejado lugar para aquella otra concepción infinita mayor que se llama Dios. No podía concebir que Dios y la naturaleza pudiesen ser entidades separadas y distintas como lo enseñaba el Génesis, como lo enseñaba la Iglesia, y como lo enseñaba incluso Aristóteles. Predicaba una filosofía que hacía insignificantes los misterios de la virginidad de María, de la crucifixión y la Misa. Era tan ingenuo que no podía ver sus propios esquemas mentales como si fuesen realmente herejías. Veía a la Biblia como un libro que sólo los ignorantes podían tomar literalmente. Los métodos de la Iglesia eran, para decirlo lo más suavemente posible, desafortunados, y promovían la ignorancia por instinto de autopreservación.

Bruno escribió: "Todo, no importa de qué manera puedan los hombres creerlo seguro y evidente, prueba, cuando se lo trae a discusión, que no es menos dudoso que las creencias extravagantes y absurdas". Acuñó la frase “Libertes philosophica”: El derecho a pensar, a soñar, por decirlo así, a hacer filosofía. Después de 14 años de vagar por Europa, Bruno volvió sus pasos hacia el hogar. Quizá en verdad lo extrañaba. Algunos escritores afirman que fue engañado. Que Bruno volviera a Italia es una paradoja tan extraña como la del resto de su vida.

Fue invitado a Venecia por un hombre joven cuyo nombre era Mocenigo, que le ofreció un hogar y luego levantó cargos contra él ante la Inquisición. El caso se dilató. Fue prisionero en la República de Venecia, pero un poder más grande lo quería, y fue entregado a Roma. Por seis años, entre 1593 y 1600, permaneció en una prisión papal. ¿Fue olvidado, fue torturado? Cualesquiera registros históricos que haya no han sido publicados nunca por las autoridades que los tienen. En el año 1600 un académico alemán, Schoppius, estuvo en Roma por casualidad y escribió sobre Bruno, quien fue interrogado varias veces por el Santo Oficio y condenado por los teólogos jefes. Una vez obtuvo cuarenta días para considerar su posición; enseguida prometió retractarse, pero luego renovó sus "tonterías". Luego consiguió otros cuarenta días para deliberar, pero no hizo más que escandalizar al Papa y a la Inquisición.

Después de dos años bajo la custodia del Inquisidor, fue llevado, el 9 de febrero, al palacio del Gran Inquisidor, para escuchar su sentencia de rodillas, ante los asesores expertos y el gobernador de la ciudad.

Bruno respondió a la sentencia de muerte por fuego con la amenaza: "Quizá ustedes, mis jueces, pronuncian esta sentencia contra mí con mayor temor que aquél con el que yo la recibo". Se le dieron otros ocho días para ver si se arrepentía. Pero no sirvió de nada. Fue llevado a la hoguera, y mientras moría le fue presentado un crucifijo, pero él lo apartó de sí con feroz desprecio.

Fueron sabios al librarse de él, porque no escribió más libros; pero debieron haberlo estrangulado al nacer. Según resultó al final, no se lo quitaron de encima para nada. Su suerte no fue inusual para un hereje; este extraño genio fue rápidamente olvidado. Sus obras fueron honradas con un sitio en el Index Expurgatorius el 7 de agosto de 1603, y sus libros se hicieron difíciles de conseguir. Nunca obtuvieron una gran popularidad.

A comienzos del siglo XVIII, los deístas ingleses redescubrieron a Bruno y trataron de excitar la imaginación popular volviendo a contar la historia de su vida, pero esto no provocó un particular entusiasmo.

El entusiasmo de la filosofía alemana llegó al tema de Bruno cuando Jacobi (1743-1819) llamó la atención sobre el genio de Bruno y los pensadores alemanes en general lo reconocieron, pero no leyeron sus libros. Hacia el final del siglo XIX los académicos italianos comenzaron a sentir intriga por Bruno y por un tiempo la "Brunomanía" fue parte del entusiasmo intelectual de los italianos cultos. Bruno comenzó a ser un símbolo representante del filósofo y el científico progresista y librepensador, y se ha convertido en símbolo del martirio científico. Bruno era un truhán, un vagabundo filosófico y poético, pero no puede reclamar el nombre de científico. Sus obras no se encuentran en las bibliotecas norteamericanas. En esta era de escritos biográficos es sorprendente que ningún autor moderno haya intentado reconstruir su vida, que es importante porque está en la línea directa del progreso moderno. Bruno fue un pionero que despertó a Europa de su largo sueño intelectual. Fue martirizado por su entusiasmo.

Bruno nació cinco años después de que muriera Copérnico. Éste había legado una idea embriagadora a la generación que iba a seguirlo. En nuestra época oímos mucho sobre el universo en expansión. Hemos aprendido a aceptarlo como algo grande. El pensamiento de la Infinitud del Universo fue una de las grandes ideas estimulantes del Renacimiento. El Universo ya no era el patio de atrás de un Dios del siglo XV. Y de pronto se volvió demasiado vasto para ser gobernado por un Dios del siglo XV. Bruno trató de imaginar un dios cuya majestad dignificara la majestad de las estrellas. No inventó ninguna triquiñuela metafísica ni provocó ningún cisma sectario. No estaba jugando a la política. Le alegraba sentirse profundamente provocado por visiones exaltadas y le gustaba hablar de sus experiencias. Y todo este refinamiento pasó por el fuego de los refinadores: para que el mundo pudiera lograr seguridad ante el despotismo del salvaje eclesiástico del siglo XVI. Sufrió una muerte cruel y logró una fama única de mártir. Se ha vuelto la coartada más difícil de la Iglesia. La Iglesia puede sacarse de encima el caso de Galileo con una suave y condescendiente explicación. Bruno se le queda en la garganta.

Él es un mártir cuyo nombre debería guiar a todo el resto. No fue un mero sectario religioso atrapado en la psicología de una histeria de masas. Era un poeta sensible, imaginativo, encendido de entusiasmo ante una visión mayor de un universo mayor... y cayó en el error de la creencia herética.

Por esta visión poética fue encarcelado en una mazmorra oscura ocho años y luego arrastrado a una plaza de mercado y asado con fuego hasta la muerte.

Fuente:
http://www.tayabeixo.org/biografias/bruno.htm

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miércoles, 16 de julio de 2008


El hombre en tanto que mago-intermediario capaz de atraer hacia su ser las influencias procedentes del cielo y servir de vínculo entre éstas y el mundo elemental o terrestre. Vínculo que se realiza mediante el conocimiento de los métodos de la magia simpática, que 'presuponen, prosigue la autora, la existencia de continuados efluvios de influencia que desde las estrellas se derraman sobre la tierra'. Dichos métodos están basados en realidad en las leyes de las correspondencias y analogías que relacionan entre sí las distintas partes que conforman la Unidad del Todo, según reza la conocida máxima hermética: 'lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo'. 'El Todo era Uno, unido mediante un infinitamente complicado sistema de relaciones. El mago era un individuo capaz de 'penetrar en el interior de este sistema [o estructura] y servirse de él gracias a su conocimiento de los vínculos existentes entre las cadenas de influencias que descendían desde lo alto, ya que era capaz de construir una cadena de vínculos ascendente mediante el correcto uso de los ocultos poderes simpáticos contenidos en las cosas terrestres [piedras, vegetales y animales], de las imágenes celestes [zodíaco, estrellas y planetas], de las invocaciones y nombres [divinos angélicos, numinosos], etc.'. O como G. Bruno señala en una de sus obras, De la causa, principio y uno: '[La unidad del Todo en el Uno es] solidísimo fundamento de las verdades y secretos de la naturaleza. Así pues, debes saber que sólo hay una y misma escalera [o eje] por la que desciende la naturaleza para llevar a cabo la producción de las cosas y asciende el intelecto para llegar al conocimiento de éstas; además, el uno y la otra proceden de la unidad y vuelven a ella, pasando a través de multitud de medios'. Y en otra de sus obras importantes, Expulsión de la bestia triunfante, pone estos ejemplos sumamente aclaradores sobre la interrelación armónica entre el mundo inteligible y el sensible: 'En este sentido, debemos pensar en el sol como en un ente que se halla en el azafrán, en el narciso, en el girasol, en el gallo y en el león; lo mismo debemos pensar en relación a cada uno de los dioses y para cada una de las especies agrupadas bajo los diversos géneros del ens, puesto que así como la divinidad desciende en cierto modo por cuanto establece comunicación con la naturaleza, debe tenerse en cuenta que una de las formas de ascender a la divinidad es a través de ésta y así, por mediación de la vida que resplandece en las cosas naturales, nos es posible ascender hasta alcanzar la vida que las preside y gobierna'.

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viernes, 27 de junio de 2008


Giordano Bruno, en Inglaterra, se relacionó con Philip Sydney y la condesa de Pembroke y con los círculos de eruditos de ambos, entre los que se contaba con John Dee que escribió sobre algunos planes reunificadores en torno a un saber coincidente y que luego prosiguió su actividad en Praga, en la Corte del Emperador Rodolfo II. Este John Dee influyó considerablemente en su protegido italiano Francesco Pucci. Francesco Pucci, autor del libro “Forma d’una republica cathólica”, desarrolló temas de la tercera vía, incluso la de un “colegio” esclarecido e invisible, fue detenido en Salzburgo, conducido a Roma, donde se le juzgó y condenó a ser quemado; el mismo fin de Giordano Bruno, delatado a la Inquisición y cuyas razones exactas de condenación aún nos son desconocidas. En torno al emperador Rodolfo II, hasta la victoria de la Contrarreforma en la Montaña Blanca (1620), hubo un gran círculo de actividad de la tercera vía, donde se exaltó el intelecto instruido.

En los países protestantes e Inglaterra los propugnadores de la tercera vía resultaban políticamente sospechosos, en tanto que del lado católico estaban expuestos al riesgo de la Inquisición y la ejecución en la pira.

Esta tercera vía, al no poder superar el antagonismo, fracasó. Era una vía propugnadora de la tolerancia, de marcado carácter pelagiano, i.e., confiaba en la capacidad humana, de ahí que pensadores como Rouseau fuesen pelagianos. Era una vía defensora de una reforma a base de un mínimo de dogmas, dejando el resto a la discusión de los teólogos; algo así como aceptar un mínimo común denominador que posibilitara salvar la unidad de la Europa occidental.

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jueves, 26 de junio de 2008

extraído de GIORDANO BRUNO

M.J: Muy buenas noches Sr.Bruno. Ante todo muchas gracias por acceder a esta entrevista. Ese olor a quemado y el humo que le acompaña constantemente, ¿no le resultan algo molestos?
BRUNO:Bueno, desde aquel 17 de febrero de 1600 en que fui quemado en la hoguera en Campo dei Fiori, Roma, vengo arrastrando estas consecuencias, pero, creame, yo ya estoy acostumbrado.
M.J:Bien, cuentenos algo sobre su vida, su infancia...

BRUNO:Nací en 1548 en la ciudad de Nola, Napoles y mi nombre real es Filippo Bruno. Lo cambié al entrar en la orden dominicana, a la edad de 17 años, por Giordano.
A los catorce años fui a estudiar a Napoles donde me especialice en humanidades y dialéctica. Más tarde, en 1565, cuando contaba con 17, como ya he dicho, ingresé en la Orden de los dominicos donde estudie filosofía y la teología de Tomás de Aquino.


M.J:Tengo entendido que allí tuvo ya ciertos problemas .

BRUNO:Si, no era partidario a las imágenes de los santos, solo profesaba mi fe a Dios y tan solo necesitaba un crucifijo. A ellos esto les pareció una herejía y me procesaron por ello en 1566, con tan solo 18 años.


M.J:¿Aun así se ordeno como sacerdote?


BRUNO:Efectivamente, en 1572 fui ordenado sacerdote dominico en Salermo y en 1575 me otorgaron el titulo de Doctor en Teología


M.J:Pero siguió teniendo problemas?


BRUNO:Tuve que abandonar la orden por diversas acusaciones y huir a Roma, allí me aislé en el Convento de Santa Maria pero ni así pude estar tranquilo.

M.J:Durante su estancia allí se rumorea que tiró al río Tiber a un hermano de la Orden.


BRUNO:Falsos rumores como todos los demás. Falsas acusaciones que me llevaron a mi trágico final. Después de esto estuve viajando por Italia y Francia, hasta que, harto de tanta falsedad, abandone los hábitos en Ginebra. Allí descubrí otra manera de tratar la religión. Calvino tenía una república protestante y me gustó su doctrina.


M.J:Pero su carácter no es nada conformista y siempre tiene que poner su toque en todo, no es así?


BRUNO:Bueno, no puedo estar conforme con todo y tampoco soy capaz de callarme muchas cosas. Calvino era un inculto y me di cuenta que su doctrina era contraria a la libertad intelectual, así que me fui de Ginebra y me aleje de ellos.

-M.J: Aunque no estuviera ud. de acuerdo con las ideas de Calvino, tampoco era necesario publicar esos panfletos en los que le acusaba de cometer 20 errores en una lectura. Nadie es perfecto y eso tampoco es un crimen.


-BRUNO:Bien me lo hicieron pagar por ello. Fui encarcelado hasta que me obligaron a retractarme de ello.Pero (entre nosotros) lo volvería a hacer.

-M.J:Y, una vez que se fue de Ginebra, como le fueron las cosas?


-BRUNO:Pasé una buena temporada. Fui a París donde Enrique III me acepto como profesor de la Universidad. Allí publique mis dos primeras obras: “Las Ideas Humanas” y “Cantos Circenses”.Luego, en 1583 fui a Inglaterra y me nombraron secretario del embajador francés, Michel de Castenau.


-M.J:Pero otra vez su carácter le trajo complicaciones en Oxford...


BRUNO:En Oxford enseñé la nueva cosmología coperniana, las ideas tradicionales estaban muy anticuadas, pero ellos se aferraban al pasado y no les gustaron mis ideas, así que tras varias discusiones decidí irme.


-M.J:Pero, fuera donde fuera, siempre volvía a pasarle lo mismo. Era usted una persona muy inconformista.


BRUNO:Ya le he dicho antes que no soy capaz de callar mis ideas. Hoy en día hay libertad de expresión, pero en aquella época era algo muy complicado, o seguías las pautas marcadas o eras hombre muerto. Yo, siempre defendí mi verdad, lo que creí que era justo, prefería morir por mis ideas que vivir en la mentira.
En Marburgo reté a los seguidores del aristotelismo a un debate público en el College de Cambrai. Allí fui ridiculizado e incluso me atacaron físicamente, Después me expulsaron del país.


-M.J:Pero, no tenia ud. amigos que le apoyaran o le defendieran?


BRUNO:Giovanni Moncenigo,un noble veneciano, se convirtió en mi protector. Gracias a el pude regresar a Italia. Pero, esta persona que yo creía mi amigo, me traiciono entregándome a la Santa Inquisición. Así que por favor, no me hable de amistad.

-M.J:Estuvo encarcelado mucho tiempo? Hablenos de su encierro.

BRUNO:Ordenaron mi encierro el 27 de Enero de 1593 en el Palacio del Santo Oficio en el Vaticano. Estuve ocho largos años encarcelado, esperando un juicio por blasfemia, herejía e inmoralidad, por mis enseñanzas sobre los sistemas solares y la infinidad del universo. Los años han venido dándome la razón, pero mi sentencia ya estaba echada.

M.J:Sabía ud. que se perdieron los documentos de este juicio al ser tomados por Napoleón?


BRUNO: Vaya, es una pena, pero creame que fue una verdadera injusticia lo que hicieron conmigo. Incluso, harto de estas torturas, quise retractarme de estas acusaciones, pero no me lo aceptaron, así que el 8 de febrero del año 1600 leyeron por fin mi sentencia en la que fui declarado herético, impenitente, pertinaz y obstinado, me expulsaron de la Iglesia y quemaron mis obras en la plaza pública

.M.J: Verdaderamente lo que hicieron no tiene perdón de Dios. Así que finalmente fue condenado a la hoguera?


-BRUNO:Antes de la ejecución recuerdo que un monje me ofreció un crucifijo para que lo besara. Yo lo rechacé, le dije que moriría como un mártir y que mi alma subiría con el fuego al paraíso.

--M.J: Si le sirve de consuelo le diré que esa persona que le traicionó, Giovanni Mocinego, fue acusado de herejía por descubrirsele tratando de dominar las mentes de otros, cosa que me consta que ud. se negó a enseñarle.

BRUNO:Es cierto, yo, aunque conocía esa ciencia, nunca quise enseñarla por miedo a que se pudiera ser utilizada de mala manera.

-M.J:Recuerda lo que dijo al recibir su sentencia?

BRUNO: Lo recuerdo como si fuera hoy mismo, dije : "ustedes tienen más miedo al leer mi sentencia que yo al recibirla"

M.J: Ya para terminar, sabrá que el tema que nos ocupa es el de la magia y la brujería, ¿que opina sobre este tema?

BRUNO: Sabido es que la magia es un tema muy característico y debatido en el pensamiento Renacentista. Yo recuperé la magia de los sacerdotes egipcios, recogida por Hermes Trimegisto. Para ello elaboré un misterioso libro que títulé Los treinta sellos, una de mis más enigmáticas obras, que tenía como finalidad formar a magos a través de un reconocimiento virtual por el Cosmos dibujado en unos diagramas.Llamé a esto la mnemotecnia mágica.
"Los magos tienen por axioma que Dios influye en los dioses, los dioses en los astros, los astros en los demonios, los demonios en los elementos, los elementos en los sentidos, los sentidos en el alma, el alma en el animal entero"
“No bastaba con identificar demonios y darles nombre. El mago precisaba conocer el arte de vincularlos. Y el gran vinculador, es el amor. Sin amor, la magia no es operativa”.


M.J: Muchas gracias por sus palabras .

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