sábado, 31 de enero de 2009

La contradicción principal de la conciencia es aquella que tiene que ver con la emoción y el pensamiento. La emoción se refiere al aspecto habitualmente menos reconocido de la psique, irracional, oculto, medio sumergido en lo inconsciente y presto a ser liberado y desencadenar consecuencias imprevisibles. El pensamiento es el principio más asociado a la consciencia como tal (y es el que un tipo introvertido-pensador como Schiller enfatizaría más como único medio de salvación de los conflictos, mientras que el extravertido tendería hacia el lado opuesto).

Sin que importe especialmente hacia qué dirección uno tiende a resolver su conflicto, lo crucial para Jung es que el conflicto entre ambas fuerzas o principios, que se puede llegar a hacer inconmensurable en ocasiones, y que seguirá resucitando como tal a lo largo de los ciclos, se resuelve en la fantasía. Esta es una idea muy similar a la que delinea Ignacio Gómez de Liaño en sus Iluminaciones Filosóficas, quien, por un camino distinto, llega a la misma contraposición esencial y a la conclusión de que el puente entre ambas es la imaginación. La imaginación o la fantasía es, según Jung, el único modo de la conciencia que tiene que ver con ambos lados, pues de algún modo opera bajo el principio de la consciencia, aunque no es en modo alguno racional exclusivamente, y sin duda opera también en lo desconcido, en esas áreas que se adrentran en lo más oscuro, en lo incosnciente, más allá de nuestro control voluntario.

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