martes, 10 de noviembre de 2009

El futuro poder real mundial (II)

Nov. 03 , 2009

Quiero comenzar este capítulo diciendo que en mi opinión, la globalización no es la resultante natural de un proceso de desarrollo tecnológico, sino un ideario que fue inducido por diferentes intereses y fuerzas, financieras y políticas.

Casi veinte años atrás, George Bush padre se refirió a la creación de un nuevo orden mundial; aparentemente, se intentaba ver la reacción internacional que producía esa figura, situación que provocó un cierto resquemor entre muchas naciones. Más tarde fue reemplazada por la idea de la globalización, que es más neutra y menos alarmante. Pero en realidad se trata de un nuevo orden mundial, y donde hay un orden existe un ordenador. Es también una ideología y como toda ideología se refiere a la política. Ahora bien, como el ámbito natural de la política es el poder, se trata de una ideología que identifica a los que son amigos y enemigos de aquellos que ostentan esa potestad.

Siendo la globalización un concepto que avanza de manera avasalladora, que va ocupando todos los espacios tratando de concientizar y universalizar, su enemigo natural pasa a ser el Estado nacional y sus esquemas basados en la idea de pertenencia a un territorio, a una cultura diferenciadora, a lo autóctono. En realidad, el diagrama de ese poder mundial que se pretende es de características privadas. La gran privatización que se realizará en el futuro es la privatización del poder, es decir, el debilitamiento y disolución del actual modelo de Estado. En esta época de crisis económica se podría pensar que el Estado ha recuperado un cierto grado de preeminencia, pero no pasará mucho tiempo antes que las fuerzas contrarias vuelvan surgir y ordenar.

Ahora bien, si el Estado-nación llegara a cambiar drásticamente, ¿dónde quedaría la democracia? Porque, en el sistema privado de empresas, las organizaciones privadas no son democráticas. No tienen por qué serlo. A medida que se va debilitando el Estado nacional, va apareciendo una estructura supranacional, manejada por una tecnocracia que se sustenta en lo financiero (la plata manda). Pero en una comunidad organizada las pautas superiores tiene que entregarlas la política, a través del Estado. Y cuando ese patrón superior se debilita o disipa - en casi todas partes, menos Estados Unidos -, cuando lo financiero y monetario superan a lo político, tenemos el mundo de hoy. Sin embargo, la globalización en la actualidad sólo funciona auténticamente en el ámbito financiero y tecnológico, más algunas áreas de la política (impulsa lo políticamente correcto); las economías siguen siendo nacionales, no hay una economía global aún. Pero a eso se pretende llegar.

En definitiva, los mercados financieros son regidos por un brazo articulador que tiene objetivos políticos que son los de la globalización, y los va logrando de forma gradual, a veinte, treinta o más años. En este momento, el centro de planificación geopolítica del primer mundo radica en una organización privada estadounidense denominada Council on Foreign Relations (CFR), más algunas estructuras hermanas como la Comisión Trilateral y el Instituto Real de Relaciones Exteriores de Inglaterra. Pero en mi opinión, el verdadero cerebro de todo esto es el CFR, quien diagrama políticas y planes de acción concretos y luego decide cuáles son las personas y los medios más competentes para llevarlos a cabo. Ejerce una tremenda influencia en muchas otras organizaciones a través de la tecnocracia supranacional que tiene a su disposición. Es decir, por medio de aquel estamento regidor del mundo desarrollado que está conformado por los principales empresarios, profesionales, políticos, militares, prestigiosos docentes, religiosos y otros, que comparten un conjunto de valores, premisas filosóficas y paradigmas que les permiten lograr metas políticas que a menudo exceden el ámbito de su mundo particular. Su herramienta principal es la globalización; su método es la acción psicológica de convencimiento o “ablandamiento” utilizado para promover el nuevo orden mundial (tema que será abordado en el capítulo III).

En Estados Unidos hay unos cien puestos fundamentales del Gobierno Federal que continuamente están en manos de miembros del Council on Foreign Relations. El Presidente y el Vicepresidente, siempre. Los secretarios de Estado, de Defensa, del Tesoro, e importantes personajes del Congreso y de la Reserva Federal. Y por cierto, todo lo que tenga que ver con el área de la inteligencia, como la CIA y los asesores de Seguridad Nacional. La sede del CFR está en la ciudad de Nueva York, centro financiero del planeta; recluta a sus miembros entre figuras clave de Estados Unidos y también a escala mundial.

Como buena organización estratégica, diseña sus políticas a largo plazo, aunque las ejecuta a través de terceros. Influye decisivamente en los gobiernos de los países industrializados, en las empresas globales, en la banca internacional, en los medios de comunicación más importantes, en las principales universidades, y en los gobiernos dependientes del mundo desarrollado (pero más aún en los países emergentes, que son presionados a que utilicen las herramientas que ofrece la globalización para superar sus niveles de pobreza e inestabilidad). Su peso y poder se dejan sentir en los entes supranacionales - ONU, FMI, Banco Mundial -, en la Organización Mundial del Comercio, el Foro Económico Mundial, la Corte Penal Internacional. Su objetivo son los individuos post-modernos en todo el mundo.

En suma, al CFR no le interesa el poder formal, aunque lo maneja. Persigue el poder real, coordinando y compatibilizando los intereses de la globalización a nivel planetario. Controla prácticamente todos los aspectos de la vida en Estados Unidos, única superpotencia de la actualidad. Su meta es el nuevo orden mundial, que se va instaurando paso a paso, incluso mientras leemos esta columna.

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