El futuro poder real mundial (III): Acción y propagación psicológica
Nov. 10 , 2009
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Entre los canales más importantes de promoción y propagación utilizados por la tecnocracia supranacional que he venido describiendo en este trabajo, están los medios masivos de comunicación mundial. La utilización efectiva de los mismos conlleva la aplicación de diversas técnicas de acción psicológica, lo que ha determinado que se genere un alto grado de consenso entre la población de los países industrializados y las naciones emergentes, a favor de las propuestas de la globalización y el mundialismo.
Entre los estamentos dirigenciales, se ha logrado captar su consenso precisamente gracias a estos procesos formativos y educativos. En la práctica, esta acción psicológica masiva conforma un sistema de reeducación que comenzó unas tres décadas atrás y que se aceleró con la caída del Muro de Berlín. Actúa a través de dos canales diferentes: el primero orientado hacia los sentimientos y el segundo hacia el intelecto. Dicho de otra manera, tenemos la acción psicológica que busca modificar el estilo de vida, valores y patrones de comportamiento de las mayorías, y aquella dirigida a la formación de opinión pública, esencialmente entre las minorías rectoras.
La tecnología actual de las telecomunicaciones digitales, satelitales y el Internet, han puesto a disposición de las personas una inmensa capacidad para comunicar ideas e influir sobre grandes grupos poblacionales. Un efecto de esto lo conforma el perfil psicológico de los individuos de la postmodernidad, que aunque vivan integrados a través de una gigantesca red virtual-digital se han convertido, paradojalmente, en seres desarraigados, confundidos, estresados y fácilmente manipulados.
La industria del entretenimiento procura llenar este vacío interno generando vehículos que permiten a cada hombre y mujer escapar de una difícil realidad, para acceder a un pretendido mundo feliz, lleno de experiencias substitutivas proyectadas sobre una pantalla electrónica. La comunidad es conducida a aceptar determinados conjuntos de ideas, pautas y paradigmas (lo políticamente correcto), mientras rechaza otras, a menudo con la irracionalidad que caracteriza a los reflejos condicionados. Este fenómeno se ha visto asistido y aumentado en el mundo actual por el ocaso de las religiones y de las iglesias - en vastas regiones de occidente y también de oriente -, lo que ha debilitado aquellos mecanismos psicológicos con los que los humanos tradicionalmente se han relacionado con lo espiritual y lo trascendente.
El grado de virulencia de esta metodología varía según el blanco poblacional al que va dirigida, el tema bajo tratamiento y el patrón de comportamiento que se pretende instalar por parte de la tecnocracia que maneja la globalización. Un ejemplo clásico lo podemos observar en la imagen general que se proyecta del militar como persona y de las fuerzas armadas como institución, imagen que adquiere perfiles violentos, burdos y comportamientos francamente perversos. Ello resulta más allá de toda consideración ideológica, pues estas ideas se impulsan tanto se trate de soldados asiáticos y africanos, de militares sudamericanos o de generales rusos. Todos son mostrados como seres crueles, grotescamente toscos y ridículamente tontos. Sólo se salvan los estadounidenses y sus héroes al estilo de Hollywood.
El efecto logrado consiste en una suerte de reacción de las mayorías contra todo lo militar. Es de suma importancia tener en cuenta este hecho, pues reviste gran trascendencia en el proceso de cambio de paradigmas necesario para el nuevo orden mundial, por cuanto las instituciones armadas, sean del país que sean, representan un gran bastión en la defensa del Estado nacional, ya que se encuentran esencialmente identificadas con éste. Son instituciones conservadoras, tradicionalistas, jerarquizadas y de baja permeabilidad al ideario del mundialismo y al cambio en general.
Pero todo está siendo alterado ahora, ya que el futuro gobierno mundial no necesitará de fuerzas militares que cuiden frontera alguna, pues cuando logre su meta ulterior en varias generaciones más, las fronteras nacionales serán muy difusas o no existirán. Requerirá tan sólo de una disciplinada y poderosa fuerza policial tipo comando, de rápida intervención, para mantener el orden en el planeta. De esta manera se puede entender que ciertos cuerpos militares multinacionales no vean su imagen maltratada con publicidad adversa - como son los cascos azules de la ONU o algunos grupos de comandos antiterroristas -, ya que representan lo que será algún día un poderoso sistema de policía global, encabezado y dirigido por la nueva superpotencia mundial, Estados Unidos.
Dentro de todo este proceso, podremos comprender entonces por qué se producen tantas películas y series de televisión que denigran la imagen del militar y de sus instituciones. Similar situación existe en relación a las organizaciones tradicionales religiosas, que son esencialmente reaccionarias al cambio. La industria del cine suele distorsionar la figura sacerdotal hasta convertirla en sinónimo de perversiones de toda naturaleza. Resulta notable comprobar que el principal blanco de ataque suele ser la jerarquía de la Iglesia Católica, y más recientemente la religión islámica, cuyas manifestaciones más profundas se equiparan con el crimen y el terrorismo, ignorando así el gran acervo cultural y espiritual del mundo musulmán.
El instrumento educativo primario ha ido quedando crecientemente en manos de la red mundial de telecomunicaciones y de Internet, cuya lengua principal es el inglés y cuyo ente regulador es Estados Unidos (estos adelantos tecnológicos son en sí unos instrumentos fantásticos, siempre que se pueda discernir entre un uso positivo y los mensajes negativos que se trasmiten a través de los mismos). Día a día se abren nuevas alternativas de difusión, aumenta su poder y su complejidad, e incursiona en nuevos servicios y nichos de audiencia. Todo ello conforma una nutrida red globalizada, que ha dejado de ser meramente informativa para transformarse en formativa, preparando así al hombre del futuro respecto de un pensamiento uniforme acerca del ideario y los objetivos del mundialismo.
Pero Chile es un país muy especial, casi una isla al fin del mundo. Y si bien está abierto al intercambio global, tiene fuertes tradiciones culturales, religiosas y cívico-militares que han perdurado durante siglos y que representan la mejor defensa para resistir algunos de los antivalores que intenta imponer la globalización. La clave a menudo se encuentra en las cosas más sencillas, como preferir una empanada antes que una hamburguesa de McDonald’s, o una rica cazuela en vez de un pollo apanado de Kentucky. Afortunadamente, los chilenos tienen firmes costumbres y valores a los que pueden echar mano, y lo hacen con mucha frecuencia.
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