miércoles, 24 de agosto de 2011


En esta hora crucial para el movimiento estudiantil, que es también crucial para la esperanza de todos los chilenos, es bueno recordar algunas de las nociones básicas de la técnica inveterada de la componenda, para ver si esta vez nos “sorprenden” un poco menos.[1]

La primera técnica, obligada, es la de bajar las expectativas. “El movimiento está desgastado”. “Van a arreglarse entre ellos igual”. “No se va a sacar nada importante”.
La segunda, obligada, es asustar a los más tibios. “Se va a perder el año”. “Se va a desatar la violencia”. “Nadie puede saber dónde va a ir a parar esto”.
La tercera, obligadísima, es dividir. “Los ultras se están tomando el movimiento”. “Los dirigentes nos traicionarán”. “Si no ganamos al menos algo, lo perderemos todo”. “Los secundarios están echando a perder todo con su intransigencia”.

Puesto el escenario en estos términos sombríos el asunto se convierte sólo en como “salir lo mejor parados posible”. Y se entiende por esto salir de una manera tal que todos aparezcan ganando. Un logro realmente notable: en una pelea frontal, en que las posturas son radicalmente opuestas… que todos salgan ganando. ¿Cómo se hace eso?

La primera medida es formar una gran comisión, lo más grande posible, que refleje a todos los sectores y sensibilidades sociales, políticas y religiosas del país, y encargarles un gran acuerdo en pos de la unidad nacional. De manera complementaria es necesario formar una segunda comisión, de muy pocas personas, de mucha confianza, en que estén representados los “interesados principales”, para que redacte los acuerdos que aprobará la primera.

La segunda cosa es “aceptar” ese “gran acuerdo” y someterlo a la consideración del Parlamento Nacional, elegido por el sistema binominal, con la mitad de sus parlamentarios representando sólo a un tercio del electorado, y casi toda la otra mitad representando al mismo tercio. Lo que se debe obtener, tras algunos “acuerdos marco” en vistas a las próximas elecciones, es la unanimidad de los votos, como expresión del anhelo nacional de paz, unidad y crecimiento económico.

El problema de fondo, sin embargo, es cómo redactar semejante acuerdo para que todos se sientan representados. La respuesta es bastante obvia: hay que redactarlo vagamente. Por un lado el bando en lucha redactará sus peticiones en un lenguaje fervoroso, radical, lleno de proclamas, y vago. Por otro lado el gobierno redactará sus respuestas en un lenguaje prudente, con visión histórica, sensato, y vago. La tarea de la comisión será limar la radicalidad altisonante de unos, y de manera correspondiente, ponerle más entusiasmo a la sensatez de los otros. El resultado global sólo debe mantener una característica central: su vaguedad.

La vaguedad, sin embargo, puede prestarse para malos entendidos. La solución no es disminuirla. Lo que se debe hacer es especificar, en protocolos aparte, aprobados sólo por comisiones de “expertos”, lo que no haya quedado suficientemente claro.

Hay cosas importantes, y hay detalles. Lo importante es “fiscalizar enérgicamente el lucro”. El detalle es “que todos tengan acceso a créditos en las condiciones más ventajosas posibles”. Es muy importante que “la educación es un derecho”. Es sólo un detalle el que “se buscará la mejor manera posible de que todos tengan acceso a ella”. Es importante reconocer “el aporte de todos los sectores a la tarea educativa”. Es sólo un detalle el que “el estado debe asegurar la libertad de enseñanza”. Es muy importante ampliar las posibilidades educacionales de los sectores más postergados. El detalle es que se debe asegurar el acceso a la educación a los dos quintiles de más bajos ingresos, y se deben buscar todas las fórmulas posibles para acrecentar las posibilidades de acceso de los otros sectores.  

Si seguimos la lógica de estas concesiones mutuas, y las traducimos al lenguaje común, lo que resulta es que todos esos puntos “importantes” favorecen a los opositores, que podrán decir por ellos que “ganaron” cosas importantes, sin aceptar que sólo las ganaron nominalmente, vagamente, sin especificar cómo se logrará su implementación. Los correspondientes detalles, en cambio, dejan claro de manera precisa, aunque convenientemente oblicua, que se seguirá con el sistema de endeudamiento con la banca, que la banca seguirá estableciendo los intereses que quiera, de acuerdo con lo “posible”, que el lucro puede estar perfectamente entre las muchas formas de asegurar el derecho a la educación, que los empresarios privados también colaboran con la tarea educacional y deben ser apoyados en ello.

Así, el bloque gobernante habrá “escuchado el clamor del país”, habrá reconocido y enmendado sus posibles errores, y no habrá tocado en lo más mínimo lo único que le interesa mantener. Así, los representantes de los vencedores podrán postular con mejores posibilidades en las próximas elecciones. La única manera de terminar con el arreglín es no dejarse engañar con declaraciones genéricas, por muy buenas intensiones que contengan.

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