a. Filiación fabulosa

Comenzaste por fabricar una filiación fa*bulosa, pretendiendo que debías tu nacimiento a una virgen. En realidad, eres originario de un lu*garejo de Judea, hijo de una pobre campesina que vivía de su trabajo. Esta, culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de profesión. Expulsada así y errando de acá para allá ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. Más tarde, impelida por la miseria a emigrar, fuese a Egipto, allí alquiló sus brazos por un salario; mientras tanto tú aprendiste algunos de esos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volviste después a tu país, e, inflado por los efectos que sabías provocar, te proclamaste dios.

¿Sería acaso tu madre tan bella como para corresponder a un Dios, cuya naturaleza entre tanto no soporta que El se rebaje a amar a simples mortales? ¿Querría un dios disfrutar de sus caricias? Pero repugna a un Dios que Él haya amado a una mujer sin fortuna ni nacimiento regio como tu madre, porque nadie, ni siquiera sus vecinos, la conocían. Y, cuando el carpintero, lleno de odio por ella, la expulsó, ni el poder divino ni el «Logos», hábil en persuadir, la pueden salvaguardar de una tal afrenta. Nada hay en esto que haga presentir el Reino de Dios.... En vano, con abuso de sutileza, identificasteis al Hijo de Dios con el Logos divino. De hecho, en lugar de ese puro y santo Logos... La genealogía que le fabricasteis y que partiendo del primer hombre hace descender a Jesús de viejos reyes, es una obra prima de orgullosa fantasía. La mujer del carpintero, si hubiese tenido semejantes antepasados, no lo habría sin duda ignorado.

Las viejas leyendas que narran el nacimiento divino de Perseo, de Anfión, de Eaco, de Minos, hoy ya nadie cree en ellas. Por lo menos dejan a salvo cierta verosimilitud, pues se atribuyen a esos personajes acciones verdaderamente grandes, admirables y útiles a los hombres. Pero tú ¿qué hiciste o dijiste hasta tal punto maravilloso? En el Templo la insistencia de los Judíos no pudo arrancarte una sola señal que pudiera manifestar que eras verdaderamente el Hijo de Dios.



b. La resurrección de los héroes

¿Qué razón, a fin de cuentas, os persuade a creer en él? ¿Es porque predijo que después de muerto resucitaría? Pues bien, sea, admitamos que hubiera dicho eso. ¡Cuántos otros esparcen también maravillosas fanfarronadas para abusar y explotar la credulidad popular! Zamolxis de Citia, esclavo de Pitágoras, hizo otro tanto, según se dice, y el propio Pitágoras en Italia; yRampsonit de Egipto, de quien se cuenta que jugó a los dados en el Hades con Deméter y que volvió a la tierra con un velo que la diosa le había dado. Y Orfeo entre los Odrises, y Protesilao en Tesalia, y Hércules, y Teseo en Tenares. Convendría previamente examinar si alguna vez alguien, realmente muerto, resucitó con el mismo cuerpo. ¿Por qué tratan las aventuras de los demás como fábulas sin verosimilitud, como si el desenlace de vuestra tragedia tuviese un buen mejor aspecto y fuese más creíble que el grito que vuestro Jesús soltó al expirar, o el temblor de tierra y las tinieblas?


c. Los milagros no son prueba de Divinidad 

Igualmente y sin razón se burlan de Castor y de Pólux, de Hércules, de Dionisio y de Esculapio, sin admitir aceptarlos como dioses, porque, por muchos y muy brillantes servicios que hayan podido prestar a la humanidad, fueron primitivamente simples mortales; en cuanto que, por lo que respecta a Jesús, pretenden que después de su muerte se apareció en persona a sus compañeros; en persona -debiera entenderse su simulacro o imagen, la pálida sombra de los muertos de que habla Homero- y pretenden, por eso, reconocerlo como Dios. Tales apariciones póstumas son moneda corriente en todas las literaturas. Aristeo de Proconesia, después de haber milagrosamente desaparecido, se dejó en seguida ver en varios lugares y según diversos testimonios. El propio Apolo había recomendado a los habitantes del Metaponto que lo pusieran entre el número de los dioses; todavía nadie lo toma hoy por tal. Igualmentenadie considera hoy como un dios al hiperbóreo Abaris que poseía incluso el poder prodigioso de transportarse de un lugar a otro con la rapidez de una flecha. Tampoco nadie considera como dios a Hermitomo el de Clazomene, de quien, entre otros rasgos sorprendentes, se cuenta que su alma, escapándose del cuerpo al que daba vida, erraba de acá para allá sola y libre. Ni consideran dios aCleomanes el de Astiipaleia quien, encerrado en una caja tapada y claveteada, no fue encontrado en ella: los que partieron la caja verificaron que se había volatilizado por efecto de algún poder maravilloso. Y se podrían citar muchas otras historias de este género.


d. El culto a los supliciados...

Prestando culto a su supliciado, los Cris*tianos, en tal caso, no hacen más que los Getas con Zamoixis, los Cilicios con Mopsa, los Acarnanios con Anfíloco, los Tebanos con Anficraos, los Lebadianos con Trofonios. De la misma manera, los Egipcios elevaron altares a Antinoo y le prestan honras religiosas, sin pensar por eso en ponerlo al mismo nivel que a Zeus o a Apolo. ¡Tal es la virtud de la fe que se apaga al primer objeto que se presenta! Fue la fe ciega de la que están poseídos, la que creó ese partido de Jesús. De un ser que tuvo un cuerpo mortal hacen un Dios y piensan que así obran con piedad. Su carne todavía era más corruptible que el oro, la plata o las piedras: estaba hecha del más impuro lodo. ¿Dirán acaso que despojándose de esa corrupción, él se tomó dios? Y ¿por qué no habríamos de decir lo mismo antes de Esculapio, de Dionisios o de Hércules? Ríense de los que adoran a Zeus, con el pretexto de que en Creta se muestra su sepultura, sin saber cuáles son las razones y cuáles las circunstancias que impelieron a los cretenses a declararlo dios,pero ellos, a su vez, adoran a un hombre que fue sepultado en su tumba.


e. Las profecías

«Era preciso que aquello sucediese». ¿Y por qué entonces? Porque otrora tal cosa predijeron los profetas. Pero ¡qué! El oráculo de la Pitia, el de Dodona, el de Claros, el de los 3 Branquidas, el de Amén y tantos otros, cuyas advertencias aprobaron casi todas las tierras y colonias, no tienen ningún peso en opinión de los cristianos, pero ¡unas pocas palabras, más o menos auténticas, pronunciadas en Judea, como es costumbre en el país y como se puede todavía hoy recoger de boca de las gentes de Fenicia y de Palestina, pasan a parecerles maravillas y verdades indiscutibles!


f. El paraíso

Después de la muerte, ¿a dónde esperan ir? -Para una tierra mejor que ésta-. Es verdad que los hombres divinos de los viejos tiempos hablaron de una vida de felicidad reservada a las almas de los Bienaventurados. A esa morada futura, la llaman unos Islas Afortunadas, y otros los Campos Elíseos, porque allí estaremos libertados de los males de acá abajo. El mismo Homero dice: «Los inmortales te enviarán para el extremo del mundo, para los Campos Elíseos, donde la vida es apacible».



PD: Si tienen algo qué decir respecto al tema del Discurso de Celso, bienvenido será. Si quieren seguir troleando el tema, vayan a mi blog y les publico [y respondo] sus diatribas personales.¡Dejemos que Mary celebre tranquila!

¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!