LSD es el antialucinógeno por excelencia
Rara vez se le da a un estudioso de la lógica la oportunidad
de expresar qué relación tiene el lenguaje con las cosas a las cuales el
lenguaje alude. Aquí la tengo, así como un amable público que soporta las
paridas ocasionales de una mente descarriada. Ser…, ser es la partícula que
permite conectar todos los elementos lingüísticos, y vamos a precisar los
elementos lingüísticos brevemente.
Verbos, que son acciones; sustantivos o nombres, que vienen a representar lo que Jonathan llamaba protones y neutrones, núcleos; adjetivos, adverbios, conjunciones y preposiciones. Algunas lenguas no utilizan preposiciones porque son…, como el alemán o el griego, las sitúan al final de las palabras y entonces, cuando nos enteramos del género, del número, eso no importa.
Las personas, cuando se ponen a hablar, quieren de alguna manera remarcar, poner el acento, no saben ellos muy bien si en sí mismos o en las cosas a las que se refieren y entonces usan ampliamente esa parte del lenguaje que llamamos adjetivos. Los adjetivos tienen un pequeño problema, que es que son polares. Digo tienen un pequeño problema en relación con lo que les pasa a los verbos, lo que le pasa a los sustantivos. Por ejemplo, si yo digo “caballo”, caballo, pero si digo “no caballo” no pasa nada, “no caballo” no existe. Yo digo por ejemplo “televisión”, ahí tenemos una sustancia; digo “no televisión”, no sustancia.
Sin embargo cuando hablo de adjetivos si no tengo el contrario no tengo nada: alto, bajo, bueno, malo, simpático, antipático… Liberado de la polaridad el verbo y el nombre en el lenguaje son como más fieles al ser, que a su vez es una nube de probabilidad que se diluye en todo y que simplemente permite conectar una cosa con otra. Estoy completamente de acuerdo con lo que ha dicho Jonathan de que la solidez sólo existe muy parcialmente en las sustancias. Las sustancias concentran la solidez del universo, las sustancias son muy pocas. La principal, y yo pongo en duda que sea la principal por cierto, sería “ser mismo”. A mí me parece que es una operación no virtuosa ni sofística de Martin Heidegger coger el verbo ser y sustantivarlo.
Creo que el verbo no se puede sustantivar porque el verbo es la parte de la acción y la sustancia es la parte de la acción ya realizada, la acción que, como el capital, no necesita gastarse inmediatamente. El resto de las partículas lingüísticas necesitan ir siendo gastadas y por eso tenemos sus contrarios, por eso metemos adverbios, por eso las conjunciones conectan las palabras…
A mi entender la esencia de la realidad, fíjense ustedes, esencia, los alemanes dicen “Essenz”, como todo, como sustancia, todo viene del verbo ser. Sustancia es lo que el ser es, lo que el ser era, siendo, es un participio del verbo ser. Esencia es la reflexión del ser sobre sí mismo; el ser como ser, propiamente. Bueno, la esencia de la realidad es todo lo contrario de lo que hemos soñado, pensado, imaginado, deseado o querido…, es lo que pasa, lo que pasa. O sea que, por ejemplo, da la casualidad de que ahora esta tapa está en este preciso punto, aquí, que no podemos jamás acercarnos remotamente a la variable de espontaneidad que tiene el mundo real, el mundo físico.
Hay un mundo soñado, el mundo de las utopías; hay un mundo deseado y hay el mundo que es. Soportar el mundo que es es la tarea de cualquier mente racional que, lentamente, se ha ido formando y aprendiendo no sólo sus límites, sino la infinitud del universo.
Comíamos hace poco en el … y yo pensaba que el origen de una palabra era “barbariensis” y, en realidad, es “barbadensis”; ¡qué tontería!, una erre por una de; luego alguien más en la mesa aclaró que …, que parece tan anglosajón, en realidad viene de “bajamar”, de un marinero andaluz que aquello dijo “bajamar”, debió haber una subida, una bajada.
La realidad se distingue del mundo imaginado, del mundo de la fantasía, porque la realidad va siempre más allá, porque la realidad es infinita en todas las direcciones. Y ustedes me podrán decir ¿cuántas direcciones hay?, y yo les diré: infinitas. Estamos hablando de una dimensión transfinita constantemente. En esa dimensión estamos. Es el honor de todo lo que ha llegado a ser, a mi juicio, pero aún mucho más el honor de lo que ha llegado a ser y, encima, tiene consciencia de sí, es decir, es esencia, es reflexión.
Los latinos decían “amor veritas, amor rei”. Si amas la verdad es que amas las cosas como son y las cosas como son son impredecibles; las cosas como son son inconcebiblemente densas. Nosotros no somos nada pero, eso sí, tenemos una ventaja: no hay nada más que nosotros. Somos unos miserables ladrillos, pero no hay más que ladrillos. Luego, todo lo demás, corrientes fabulosas de realidad fabulosa.
Y aquí vienen las drogas. Estamos acostumbrados a mentirnos. Una droga en particular, la dietilamida del ácido lisérgico, hace imposible mentirse. Por eso buena parte de la humanidad no debe tomarla nunca, porque tiene demasiada…, demasiada mentira dentro para poder seguir viviendo.
¿A otros? A otros les ayuda a no seguir mintiéndose. Pero cuando se habla de que la LSD es alucinógena tengo que volver a la genialidad de Jonathan y decir ¡no!, la LSD es el antialucinógeno por excelencia.
Alucinógeno, por ejemplo, es el programa de los partidos políticos contemporáneos. Si no podemos mentirnos, y no podemos mentirnos después de tomas LSD y otras muchas sustancias… Baudelaire decía “el que nunca toma vino tiene un secreto importante que esconder a sus semejantes”, porque el alcohol es una droga desinhibidora y hay personas que no se pueden desinhibir, porque naturalmente, si se desinhiben, pues resulta que alguno puede ser hasta pedófilo y son cosas que no son de recibo.
Las drogas, en principio, a mi juicio están ahí, como el resto de las energías potenciales de la naturaleza, para hacer que el hombre sea más culto, más controlado, más honrado y, sobre todo, más consciente de sí y de esta tarea de humidad de aceptar lo infinito de la realidad, es decir, que el mundo no nos obedece; que lo más que podemos hacer es conocer el mundo, pero que la obsesión de mandarle siempre contiene una secreta obsesión de individuos a quienes deberíamos meter en la cárcel porque quieren ser domadores de personas y, como mucho, aceptamos el circo y que domen un oso o una pulga, pero no que domen personas, y este tipo de individuos llevan unos cinco mil años fastidiando al resto de la condición humana, de manera insistente.
Las drogas deben hacernos más controlados. Las drogas deben honrarnos, deben hacernos más exigentes. Jonathan es como mi hermano pequeño y los dos tenemos una pequeñas batalla personal… Fernando también, pero es mi hermano mayor… Tenemos una pequeña batalla personal para que todo esto nos haga bien y para que todo esta “freedom”, para que todo este estar abierto a la realidad nos ayude a morir mejor y a que las personas luego digan “fueron buena gente”.
Porque no se puede pedir nada más. El que pida otra cosa es un demente. No sólo un demente, sino un demente peligroso.
¿La ayahuasca? La ayahuasca es una LSD flojita.
Está bien. Yo la desecaría toda y evitaría, creo, buena parte de las peristalsis…, pero claro, eso afectaría a toda la parte de ritual que ahora preside este tipo de fármacos y entonces, probablemente, desautorizaría a administradores que, en vez de fiarse de los verbos y los sustantivos, que son la esencia del lenguaje, prefieren apoyarse en los adjetivos, sin darse cuenta de que todos ellos son polares y lo mismo fu que fa.
Si lo verdaderamente real es esa profundidad infinita, esa independencia infinita que tiene el mundo físico…, los griegos decían Φυσις queriendo referirse a esa espontaneidad continua y renovada, ese asombro, ese “oh!” dicen en inglés, temor reverencial que debe suscitar… Einstein dice “yo de pequeño, cuando vi unas limaduras de hierro atraídas por un imán ya me di cuenta de que aquello era todo misterio”
… Pero hay tantas personas que no se han dado cuenta de que todo es misterio… Pero no misterio del que puede resolver un mago sacando un conejo de la chistera. Misterio que puede despejar el paciente estudio, el conocimiento, la humildad, el respeto. Entonces, si cambiamos la situación y decimos “mira, a lo mejor yo no voy a escribir nunca más adjetivos; voy a apoyarme solamente sobre verbos y sustantivos, con sus correspondientes preposiciones, también voy a suprimir los adverbios”, nos encontraremos con que el mundo no es más que sustancia, lo de siempre, lo permanente, y accidentes.
El tránsito de sustancia al accidente y del accidente a la sustancia, ahí me parece que está todo. Y, bueno, como ya llevamos mucho tiempo hablando, me callo. Muchas gracias.
Verbos, que son acciones; sustantivos o nombres, que vienen a representar lo que Jonathan llamaba protones y neutrones, núcleos; adjetivos, adverbios, conjunciones y preposiciones. Algunas lenguas no utilizan preposiciones porque son…, como el alemán o el griego, las sitúan al final de las palabras y entonces, cuando nos enteramos del género, del número, eso no importa.
Las personas, cuando se ponen a hablar, quieren de alguna manera remarcar, poner el acento, no saben ellos muy bien si en sí mismos o en las cosas a las que se refieren y entonces usan ampliamente esa parte del lenguaje que llamamos adjetivos. Los adjetivos tienen un pequeño problema, que es que son polares. Digo tienen un pequeño problema en relación con lo que les pasa a los verbos, lo que le pasa a los sustantivos. Por ejemplo, si yo digo “caballo”, caballo, pero si digo “no caballo” no pasa nada, “no caballo” no existe. Yo digo por ejemplo “televisión”, ahí tenemos una sustancia; digo “no televisión”, no sustancia.
Sin embargo cuando hablo de adjetivos si no tengo el contrario no tengo nada: alto, bajo, bueno, malo, simpático, antipático… Liberado de la polaridad el verbo y el nombre en el lenguaje son como más fieles al ser, que a su vez es una nube de probabilidad que se diluye en todo y que simplemente permite conectar una cosa con otra. Estoy completamente de acuerdo con lo que ha dicho Jonathan de que la solidez sólo existe muy parcialmente en las sustancias. Las sustancias concentran la solidez del universo, las sustancias son muy pocas. La principal, y yo pongo en duda que sea la principal por cierto, sería “ser mismo”. A mí me parece que es una operación no virtuosa ni sofística de Martin Heidegger coger el verbo ser y sustantivarlo.
Creo que el verbo no se puede sustantivar porque el verbo es la parte de la acción y la sustancia es la parte de la acción ya realizada, la acción que, como el capital, no necesita gastarse inmediatamente. El resto de las partículas lingüísticas necesitan ir siendo gastadas y por eso tenemos sus contrarios, por eso metemos adverbios, por eso las conjunciones conectan las palabras…
A mi entender la esencia de la realidad, fíjense ustedes, esencia, los alemanes dicen “Essenz”, como todo, como sustancia, todo viene del verbo ser. Sustancia es lo que el ser es, lo que el ser era, siendo, es un participio del verbo ser. Esencia es la reflexión del ser sobre sí mismo; el ser como ser, propiamente. Bueno, la esencia de la realidad es todo lo contrario de lo que hemos soñado, pensado, imaginado, deseado o querido…, es lo que pasa, lo que pasa. O sea que, por ejemplo, da la casualidad de que ahora esta tapa está en este preciso punto, aquí, que no podemos jamás acercarnos remotamente a la variable de espontaneidad que tiene el mundo real, el mundo físico.
Hay un mundo soñado, el mundo de las utopías; hay un mundo deseado y hay el mundo que es. Soportar el mundo que es es la tarea de cualquier mente racional que, lentamente, se ha ido formando y aprendiendo no sólo sus límites, sino la infinitud del universo.
Comíamos hace poco en el … y yo pensaba que el origen de una palabra era “barbariensis” y, en realidad, es “barbadensis”; ¡qué tontería!, una erre por una de; luego alguien más en la mesa aclaró que …, que parece tan anglosajón, en realidad viene de “bajamar”, de un marinero andaluz que aquello dijo “bajamar”, debió haber una subida, una bajada.
La realidad se distingue del mundo imaginado, del mundo de la fantasía, porque la realidad va siempre más allá, porque la realidad es infinita en todas las direcciones. Y ustedes me podrán decir ¿cuántas direcciones hay?, y yo les diré: infinitas. Estamos hablando de una dimensión transfinita constantemente. En esa dimensión estamos. Es el honor de todo lo que ha llegado a ser, a mi juicio, pero aún mucho más el honor de lo que ha llegado a ser y, encima, tiene consciencia de sí, es decir, es esencia, es reflexión.
Los latinos decían “amor veritas, amor rei”. Si amas la verdad es que amas las cosas como son y las cosas como son son impredecibles; las cosas como son son inconcebiblemente densas. Nosotros no somos nada pero, eso sí, tenemos una ventaja: no hay nada más que nosotros. Somos unos miserables ladrillos, pero no hay más que ladrillos. Luego, todo lo demás, corrientes fabulosas de realidad fabulosa.
Y aquí vienen las drogas. Estamos acostumbrados a mentirnos. Una droga en particular, la dietilamida del ácido lisérgico, hace imposible mentirse. Por eso buena parte de la humanidad no debe tomarla nunca, porque tiene demasiada…, demasiada mentira dentro para poder seguir viviendo.
¿A otros? A otros les ayuda a no seguir mintiéndose. Pero cuando se habla de que la LSD es alucinógena tengo que volver a la genialidad de Jonathan y decir ¡no!, la LSD es el antialucinógeno por excelencia.
Alucinógeno, por ejemplo, es el programa de los partidos políticos contemporáneos. Si no podemos mentirnos, y no podemos mentirnos después de tomas LSD y otras muchas sustancias… Baudelaire decía “el que nunca toma vino tiene un secreto importante que esconder a sus semejantes”, porque el alcohol es una droga desinhibidora y hay personas que no se pueden desinhibir, porque naturalmente, si se desinhiben, pues resulta que alguno puede ser hasta pedófilo y son cosas que no son de recibo.
Las drogas, en principio, a mi juicio están ahí, como el resto de las energías potenciales de la naturaleza, para hacer que el hombre sea más culto, más controlado, más honrado y, sobre todo, más consciente de sí y de esta tarea de humidad de aceptar lo infinito de la realidad, es decir, que el mundo no nos obedece; que lo más que podemos hacer es conocer el mundo, pero que la obsesión de mandarle siempre contiene una secreta obsesión de individuos a quienes deberíamos meter en la cárcel porque quieren ser domadores de personas y, como mucho, aceptamos el circo y que domen un oso o una pulga, pero no que domen personas, y este tipo de individuos llevan unos cinco mil años fastidiando al resto de la condición humana, de manera insistente.
Las drogas deben hacernos más controlados. Las drogas deben honrarnos, deben hacernos más exigentes. Jonathan es como mi hermano pequeño y los dos tenemos una pequeñas batalla personal… Fernando también, pero es mi hermano mayor… Tenemos una pequeña batalla personal para que todo esto nos haga bien y para que todo esta “freedom”, para que todo este estar abierto a la realidad nos ayude a morir mejor y a que las personas luego digan “fueron buena gente”.
Porque no se puede pedir nada más. El que pida otra cosa es un demente. No sólo un demente, sino un demente peligroso.
¿La ayahuasca? La ayahuasca es una LSD flojita.
Está bien. Yo la desecaría toda y evitaría, creo, buena parte de las peristalsis…, pero claro, eso afectaría a toda la parte de ritual que ahora preside este tipo de fármacos y entonces, probablemente, desautorizaría a administradores que, en vez de fiarse de los verbos y los sustantivos, que son la esencia del lenguaje, prefieren apoyarse en los adjetivos, sin darse cuenta de que todos ellos son polares y lo mismo fu que fa.
Si lo verdaderamente real es esa profundidad infinita, esa independencia infinita que tiene el mundo físico…, los griegos decían Φυσις queriendo referirse a esa espontaneidad continua y renovada, ese asombro, ese “oh!” dicen en inglés, temor reverencial que debe suscitar… Einstein dice “yo de pequeño, cuando vi unas limaduras de hierro atraídas por un imán ya me di cuenta de que aquello era todo misterio”
… Pero hay tantas personas que no se han dado cuenta de que todo es misterio… Pero no misterio del que puede resolver un mago sacando un conejo de la chistera. Misterio que puede despejar el paciente estudio, el conocimiento, la humildad, el respeto. Entonces, si cambiamos la situación y decimos “mira, a lo mejor yo no voy a escribir nunca más adjetivos; voy a apoyarme solamente sobre verbos y sustantivos, con sus correspondientes preposiciones, también voy a suprimir los adverbios”, nos encontraremos con que el mundo no es más que sustancia, lo de siempre, lo permanente, y accidentes.
El tránsito de sustancia al accidente y del accidente a la sustancia, ahí me parece que está todo. Y, bueno, como ya llevamos mucho tiempo hablando, me callo. Muchas gracias.
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