jueves, 24 de abril de 2008


EL LABERINTO DE LA ROSA

Es la repetición de la fórmula del «Código Da Vinci», aunque menos controvertida y más positiva en su propósito. En «El laberinto de la rosa», primera novela de la comentarista de cuestiones esotéricas en la televisión británica y autora infantil Titania Hardie, la trama medieval se transforma en una conspiración en la corte de Isabel I de Inglaterra; los secretos no son mantenidos por los templarios, sino por el astrólogo mago de la reina, y la figura de Leonardo es sustituida por la de Shakespeare.
Si bien los malos siguen siendo elementos cristianos tachados de fundamentalistas, Hardie no da el nombre de ninguna organización. De hecho, el catolicismo aparece por exigencias del guión, como enemigo de la Inglaterra de la Reforma, pero en realidad para la autora de quien «hay que tener mucho cuidado» es del fundamentalismo evangélico de EE.UU., y singularmente de George Bush.
«Si Shakespeare viviera hoy, criticaría a Bush. Shakespeare escribía en la corte del rey y se metía con él en sus propias narices. ¿Qué haría hoy para que los estadounidenses fueran conscientes de la conducta de sus políticos?», se pregunta la británica Hardie. No lo pone así en su libro, pero éste es el objetivo final de «El laberinto de la rosa» (Ed. Suma de Letras), según asegura ella misma: a través de las historias de amor en el tiempo presente entre los principales protagonistas de la novela y de su enfrentamiento a enigmas que se van resolviendo existe el mensaje de la necesidad de la tolerancia entre las distintas religiones y de la exclusión del fundamentalismo.
No a los fundamentalismos
«Tenemos que encontrar el camino para respetar los diferentes modos de ver las cosas y entender la verdad. No hay cortas respuestas escritas en piedra. Todas las religiones son bienvenidas al laberinto, todas las personas menos los fundamentalistas», insiste la autora, que elige la referencia al siglo XVII porque constribuye a armar su argumentación.
«En el tiempo de Isabel I y del emperador Carlos se estaba explorando el mundo; con el descubrimiento del Nuevo Mundo la mente del hombre se agrandó, y se plantearon muchas preguntas para las que no había respuesta. Ahora estamos en un momento en el que necesitamos abrir nuestras mentes otra vez, para no quedar atrapados por lo doctrinario. Hay gente que quiere imponer a otros su estrecho modo de ver las cosas. Los europeos habíamos dejado eso atrás hace trescientos o cuatrocientos años. Ya tuvimos la Inquisición».
Hardie rechaza también las posturas ateas cuando son «intolerantes y agresivas», como ejemplo de su propia coherencia argumental, pero incurre en contradicción cuando se declara dispuesta a creer que John Dee, el ensalzado astrólogo de Isabel I, podía hablar con ángeles y en cambio trata de oscurantistas planteamientos racionales de la Iglesia.
Sobre su «brujería blanca» en programas de televisión, dice que en realidad todos tenemos poderes psíquicos que si quisiéramos podríamos avivar. «Hay cosas —dice— que podríamos captar más allá de la percepción con los ojos, pero nos hemos olvidado de cómo hacerlo».

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