¿Usted se acuerda del caso Spiniak? Sí, aquel que causó conmoción, ya que aparentemente tenía entre sus implicados a destacadas figuras de la política chilena y, se sospechaba, también del mundo de los negocios. Claudio Spiniak, un connotado y exitoso empresario, finalmente fue condenado por estupro reiterado y producción de material pornográfico. Pero para llegar a esta pena, hubo una mise en scène espectacular. Por primera vez en mucho tiempo, El Mercurio le dio dos páginas a una entrevista exclusiva con un delincuente en su cuerpo de Reportajes. En ellas, Spiniak dijo básicamente dos cosas. Que en sus orgías no participaba nadie más que él, lo que las transformaba en una especie de onanismo social. Y que era un hombre enfermo. Así, dejó tranquilo a quienes podían estar implicados y dio a conocer el argumento central de su defensa.
Más recientemente se produjo otro caso sonado. Gerardo Rocha, pechoño fundador y propietario de más del 65% de la Universidad Santo Tomás, se vio involucrado en un crimen como responsable directo. Después de algunos días de revuelo, El Mercurio publicó un extenso y enjundioso reportaje sobre la celopatía. Una enfermedad muy grave y hasta ese momento prácticamente desconocida. Quienes la padecen carecen de voluntad para evitar cometer las atrocidades a que pueden llevar los celos. Gerardo Rocha encuadra de manera perfecta en la descripción de un celópata.
Días más tarde, El Mercurio comenzó a ventilar los trapos sucios de la víctima de Rocha, Jaime Fernando Oliva Robles, un viejo martillero avecindado en el balneario de El Quisco. Resultó ser un gestor que vendía sus servicios para lograr fallos favorables en los tribunales de Justicia. Incluso, en crónicas sucesivas se mencionó a algunos ministros de la Judicatura. Varios avalaron la escasa calidad moral de Oliva. En síntesis, Gerardo Rocha es un enfermo que había actuado seguramente sin capacidad para discernir. Oliva, en cambio, un ser despreciable cuya desaparición no debía preocupar demasiado. Que el sistema judicial chileno sea o no una bazofia, es harina de otro costal. No se trataba de eso.
Estos dos casos tienen un curioso nexo. No sólo la preocupación mercurial. El defensor de Rocha y Sipniak es el mismo exitoso abogado criminalista: Luis Hermosilla. Hombre de tránsito ideológico azaroso, Hermosilla es hoy personaje de confianza de la ultra derecha chilena. No sólo de la derecha política, donde parece ser muy cercano a la Unión Demócrata Independiente (UDI) y al Opus Dei, sino también de la derecha económica. Tanto como para sensibilizar con su trabajo la acrisolada moral empresarial que guía las acciones del diario de la familia Edwards.
En ambos casos, el abogado ha montado su defensa mediáticamente. En el primero, trató de conmover a la opinión pública ante un enfermo (Sipniak) y de poner a su favor al stablishment. En el otro, siguió el mismo camino de la enfermedad insuperable. Pero además inauguró otra vertiente. Le restó credibilidad a la víctima, para justificar, de algún modo, el proceder del victimario. Adicionalmente, también hay mensajes para los jueces. Sin decírselo, les dice que tienen un patio trasero en el que se puede encontrar mucha basura. Brillante montaje que, desgraciadamente, tiene como meta transformar los gatos en liebres.
Etiquetas: conspiranoia
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