jueves, 1 de mayo de 2008

Ser escritor supone ser un médium, por eso en lo último que me basaría para escribir una novela es en mi vida. No sé si esto decepcionará a los que han creído interpretarme a través de mis libros; comprendo que cuando escribo en primera persona el lector está tentado a pensar que soy yo el protagonista, pero para mí la primera persona no es más que un recurso para expresarme de una forma determinada.

Admiro la habilidad de Eco para interrelacionar argumentos y elementos aparentemente inconexos, como buen semiólogo. Eso es lo que hace en El péndulo de Foucault, la gran novela conspiranoica, prototipo de lo desquiciado, de lo que puede uno acabar si cree en dichas conexiones. De Fowles me gusta la capacidad de indagar en la moral y en las razones que impulsan a una persona para elegir obrar el mal. Por ejemplo en El coleccionista, donde nos lleva a que entendamos la depravación que impulsa al protagonista, a ver lo bello que anida dentro de lo monstruoso y lo imperfecto que es lo perfecto.

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