jueves, 24 de septiembre de 2009

HERMES

Pero Bruno tenía que buscar un marco adecuado y una justificación histórica para sus creencias. No bastaba el carácter indudablemente añejo del atomismo y el hilozoísmo. Había un cuerpo doctrinal que, a juicio de los pensadores del Renacimiento, era anterior incluso a los filósofos griegos, y contemporáneo quizás del Moisés bíblico. Su autor era Hermes Trimegistos, legendario personaje semidivino, conocido ya como el autor del Libro Esmeralda de los alquimistas. Hermes gozaba de un prestigio comparable, si no superior, al del propio Pitágoras. Marsilio Ficino, al traducir del griego buena parte del corpus hermético, en el siglo XV, había descubierto en él la más antigua premonición del cristianismo, anterior -según creía- al Antiguo Testamento.

En realidad, bajo la autoría de Hermes Trimegistos se incluía una serie de obras de inspiración gnóstica y neoplatónica, escritas en Alejandría, entre los siglos I y IV de nuestra era. Alejandría, donde se incubó una cultura sincrética, mezcla de doctrinas griegas, judías, cristianas y de los residuos de la antigua religión egipcia, fue también cuna de la alquimia y de una nueva versión de la astrología, base de las actuales creencias astrológicas. El corpus hermético (muy vinculado con la astrología y el gnosticismo), la numerología pitagórica, una serie de ideas de Platón (sobre todo las contenidas en el Timeo), varios conceptos de Plotino, Proclo y otros neoplátonicos, las jerarquías de la Cábala judía (sobre todo las contenidas en el libro de Zohar, compuesto en España en el siglo XIII), las teorías alquimistas sobre la transformación de las sustancias, y algunas concepciones de libros árabes de magia -sobre todo el Picatrix (libro del siglo XI sobre talismanes, conjuros y otros temas, traducido en España, en el siglo XIII)- constituyen los componentes esenciales de la abigarrada y heterodoxa corriente que se ha dado en llamar hermética, dentro del pensamiento europeo de los siglos del XV al XVII. Desde Paracelso hasta Leibniz y Newton, la ciencia europea -como la literatura (en especial la utópica) y el arte- no será ajena, en mayor o menor medida, a concepciones herméticas. Giordano Bruno aporta a las "técnicas" de esta corriente su interpretación del Ars Magna que, de cierta manera, constituye una nueva forma de encripción-descripción de la realidad, lejanamente emparentada con el liber mundi galileano, escrito -como se sabe- en signos geométricos.

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