a) La noción general de correspondencia

En principio si se quiere comprender porqué las visiones de Swedenborg no se dejan reducir a la fantasía, es necesario integrar dichas visiones en el concepto eje de la ontología swedenborgiana: las correspondencias.
Swedenborg consideraba, acorde a un hilo de transmisión intelectual que atraviesa la kabbalah judía y el hermetismo griego y fue recuperado en la modernidad por algunos teósofos cristianos, que el mundo terrestre, es decir el mundo empírico en general, carecía -o carece ya que nosotros adherimos en presente a esa idea- de autonomía ontológica.
Así, la naturaleza con sus tres reinos, y también el mundo de los objetos producidos por el hombre a partir de materiales tomados de la naturaleza, es la expresión de realidades interiores que trascienden las leyes y estructuras de este mundo tal como las concibe la experiencia ordinaria y el racionalismo científico. Al respecto dijo Swedenborg:
“La naturaleza fue creada simplemente para cubrir lo espiritual y representarlo de forma sensible en el nivel más bajo del orden total”
Ese carácter ‘representativo’, es decir simbólico, del mundo natural y humano es la clave tanto de las teorías de Swedenborg como de sus visiones.
Así, el sueco iba en contra de las tendencias intelectuales de su tiempo. Pues mientras que la ciencia experimental crecía y el pensamiento filosófico tendía cada vez más a concebir al universo como una realidad cuyas leyes eran independientes de toda dimensión teológica y/o sobrenatural, Swedenborg, en cambio, afirmaba que el universo con sus estructuras y leyes no era sino la traducción exterior de un universo interior y puramente espiritual al cual él identificaba con los nombres de Cielo e Infierno.
Entonces, dicho brevemente, el mundo material, la extensión, el tiempo, los seres vivos y muy particularmente los seres humanos. no son realidades per se sino que su razón de ser es su correspondenciacon realidades interiores. Su ser es su corresponder.
Como afirmaba Swedenborg:
“En una palabra, absolutamente todas las cosas de la naturaleza, desde lo más pequeño a lo más grande, son correspondencias”
Nada en este mundo material ni en su organización es sólo el resultado de los procesos y leyes que operan en el mismo nivel de realidad que dicho mundo, sino que todo en él es correspondencia, símbolo concreto, de un mundo interior y espiritual.

b) La correspondencia de lo humano y lo angélico

Ahora bien, a nivel del hombre la correspondencia entre lo exterior y natural por un lado, y lo interior y espiritual por otro lado, es la correspondencia entre la condición humana tal como la concebimos y experimentamos ordinariamente -y como la concibe la ciencia- y la condición angélica que constituye su significado interno y más profundo.
Dicho de otro modo, para Swedenborg el Hombre, lo humano universal, es el Ángel o condición angélica, ycada hombre individual es un ángel.
Pues, la estructura exterior, de carne y hueso podría decirse, del hombre es una correspondencia de su estructura interior y espiritual. Así, el cuerpo y la mente de cada hombre con todas sus funciones, simbolizan y concretan en el mundo terrestre al cuerpo sutil y la condición espiritual que ese mismo hombre tiene en el mundo espiritual e interior.
Y ese hombre interior es el fundamento y principio rector de la vida exterior del hombre tal como se manifiesta en la experiencia ordinaria.
Por lo tanto, y esto nos parece importante remarcarlo, las visiones de Swedenborg de los ángeles y su mundo celestial -o infernal según el caso- no eran algo situado fuera de nuestro mundo sino la percepción del aspecto más interior de este mismo mundo. Y particularmente la percepción de la dimensión más interior de lo humano.
Pero la percepción del aspecto interior del mundo y del hombre es de orden simbólico e intelectual: se trata de la intuición de las correspondencias que fundamentan y subyacen a todo cuanto existe.
Y es por haber ignorado esa significación simbólica e intelectual de la percepción visionaria por lo que Kant erró en su análisis de las visiones de Swedenborg; y concluyó que se trataba de anomalías de los sentidos ocasionadas por una anomalía de la mente.
Volviendo al asunto, los ángeles que vio Swedenborg habían sido hombres de carne y hueso; o mejor dicho todavía lo eran pero despojados de su aspecto exterior y terreno.
La experiencia visionaria de Swedenborg no significaba remontar a otro mundo sino que involucraba una intensa agudización de la percepción y comprensión de la realidad del mismo mundo que conocemos a través de los sentidos y la razón.
Así, los ángeles de Swedenborg correspondían a hombres que habían muerto a la vida terrestre, pero muy bien podrían haber correspondido a hombres vivos en el sentido habitual de la palabra. La diferencia, en todo caso, podría decirse que es de una menor o mayor ‘transparencia’ del hombre ‘vivo’ o el hombre ‘muerto’ respecto de su realidad interior. El hombre terrestre es más ‘opaco’, si se permite decirlo así, mientras que los ángeles que vio Swedenborg habían perdido su correspondencia material y por lo tanto se mostraban tal cual eran en su condición angélica.
Así, siguiendo a Swedenborg, pero en consonancia con ideas que trascienden su propia obra y que de hecho pueden hallarse en muchos lugares y hasta en un racionalista como Leibniz, cuando un hombre muere sólo se destruye su estructura más exterior.
En la muerte, el hombre se despoja de aquella “porción del alma accesible a los cinco sentidos”, como decía Blake, y se libera de los aspectos de su ser compatibles con las dimensiones espacial y temporal del mundo terreno. Pero con respecto al hombre interior la muerte es solamente un cambio de estado de su ser.
Los ángeles que Swedenborg veía en el cielo eran seres humanos ‘despojados’ de su envoltura terrestre. Y ese ‘despojamiento’ del cuerpo y de la identidad ordinaria no era otra cosa que el resultado de una mayor unainteriorización de su propia existencia.

c) La corporalidad angélica y las ‘apariencias reales’

Antes de abordar el tema de la corporalidad angélica recordemos que fue precisamente respecto a la cuestión de si los ángeles podían tener ‘figura’ que Kant no pudo avanzar más allá de la concepción cartesiana del espacio y la materia; y por lo tanto negó la posibilidad de que seres de carácter espiritual, no materiales, tuvieran una ‘figura’, es decir que tuvieran una forma extensa análoga a las formas sensibles de los seres y cosas corporales.
Ahora bien, la clave que hubiera posibilitado la inteligencia de tal posibilidad está en la obra del propio Swedenborg y es lo que él llama ‘apariencias reales‘.
Antes de aclarar el significado de esa expresión consideremos lo siguiente: un ser espiritual que se ha liberado de su correspondencia física en el mundo terrestre, es decir ha muerto en el sentido convencional de la palabra, no carece de toda corporalidad sino que tiene una forma corporal adecuada a su nuevo estado de existencia.
En este punto Swedenborg coincide con quienes desde Orígenes hasta Giordano Bruno pasando por Basilio, San Agustín, Tertuliano y Lactancio, consideran a los ángeles como seres dotados de una forma sutil de corporalidad, en contra de otra corriente de pensamiento que ha querido ver en ellos solo ‘inteligencias’ puras.
Dicho sea de paso, hoy, en nuestra postmodernidad plena de una espiritualidad mundanizada, existe una tendencia a ver en los ángeles sólo la expresión metafórica de funciones psicológicas. Con lo cual se pierde la dimensión trascendente (metafísica y escatológica) que las dos corrientes anteriores, cada una a su modo, reconocían a la angelología.
Volviendo a nuestro tema, para el visionario sueco los ángeles tienen un tipo sutil de cuerpo cuya característica esencial es que dicho cuerpo, en su forma general y sus rasgos particulares, representa el estado espiritual del alma del cual es expresión; y puede modificarse en la medida en que se modifica ese estado.
Así, los cuerpos en el cielo -o en el infierno- no tienen una constitución que pudiéramos llamar objetiva, puesto que no presentan caracteres constantes independientes del estado de ser del cual, a cada momento, son expresión, sino que su constitución es simbólica.
En este punto parece conveniente detenerse a delimitar un poco mejor la noción de símbolo tal como la utilizamos aquí. Pues es importante comprender que las visiones en general, así como las teorías swedenborgianas que son solidarias de las mismas ya que fueron inspiradas por visiones, suponen una concepción del símbolo muy distinta a aquella a la cual nos tiene acostumbrados el pensamiento racionalista.
Decir que los cuerpos de los ángeles son simbólicos no significa hacer de ellos unas imágenes irreales; puesto que la noción de símbolo aquí no es semiológica, en el sentido contemporáneo de la palabra, sino ontológica: un símbolo es la forma que corresponde a un estado interno del ser; y es tan real y está tan vivo como ese mismo ser.
El símbolo es correspondencia. Y en tanto correspondencia de un estado interior con una forma que lo expresa, no es de ningún modo el resultado de una convención social ni tampoco es la traducción plástica de unas ideas abstractas.
El símbolo vive porque es la forma de un ser real que mediante esa forma se hace cognoscible para los otros y para sí mismo.
Con respecto a los ángeles diríamos, entonces, que su cuerpo es la epifanía de su ser interior. A esas epifanías (etimológicamente: aparecer o manifestarse hacia afuera) Swedenborg las llamó, con una expresión paradójica, apariencias reales.
La forma de los ángeles y de todo lo que es cognoscible mediante una forma en el Cielo y en el Infierno, es ‘apariencia‘ puesto que es el aparecer ante la conciencia de una forma que carece de entidad en sí misma, ya que sólo es una expresión del estado interior que a través de ella se comunica y manifiesta.
Pero, por otra parte, esas apariencias son ‘reales‘ porque en virtud de su correspondencia con el estado interior tienen vida y verdad. Así, las apariencias reales no son ilusiones o fantasías subjetivas (el ángel no las crea a capricho ni las elige) pero tampoco son cuerpos objetivables cuya forma sea independiente de aquello que comunican.
Por eso, lo reiteramos, los cuerpos de los ángeles son símbolos vivos. De modo que las características ostensibles de dichos cuerpos (sus dimensiones, rasgos, color, movimientos, gestos, etc.) dependerán del estado interno que manifiestan.
Así, Swedenborg se sitúa en las antípodas del cartesianismo y sus derivados, entre los cuales está Kant, pues asume la existencia de una suerte de ‘res extensa‘ puramente cualitativa.
Dicho sea de paso, otro tanto dirá Swedenborg con respecto al tiempo en el cielo, que es un tiempo cualitativo puro, pero no nos detendremos en ese punto, pues, a pesar del enorme interés que el tema tiene de por sí, desbordaría los límites que nos impusimos en este trabajo.
De modo que, para ir terminando, el proceso perceptivo visionario, que Kant intentó evaluar sin captar su valor simbólico y sin abordar con profundidad la ontología que subyace al mismo, no puede ser entendido más que si se lo sitúa dentro de un horizonte de comprensión en el cual el cosmos tiene al mundo espiritual e interior como Principio fundante y a las correspondencias como nexo y tejido de lo real.
Por supuesto, un horizonte como ese era inaccesible para Kant. Pero no, lo repetimos, porque careciera de información o por una limitación intelectual en el sentido habitual de la expresión, sino porque Kant, como se constata retroactivamente a partir de su obra posterior, estaba destinado, precisamente, a consolidar teóricamente la concepción del mundo que conlleva una clausura completa del horizonte al que aludimos.

VIII. A modo de epílogo

El mundo imaginal como clave de la angelología y la escatología

Hemos visto que la noción de correspondencia, que constituye la clave hermenéutica de toda la obra visionaria y teórica de Swedenborg, supone una concepción simbólica de lo real.
Puesto que en el horizonte de comprensión abierto por la noción de correspondencia, las cosas no son algo en sí mismas ni tampoco pueden ser reducidas a ser el resultado de una concatenación causal, sino que su ser es su corresponder con otras cosas situadas en un grado jerárquico superior, metafísicamente hablando, a ellas mismas.
Así, hay en Swedenborg implícita una ontología del símbolo. Y una ontología del símbolo es una perspectiva que admite un orden del ser que no puede ser reducido ni a los datos proporcionados por los sentidos físicos ni a las ideas del ‘entendimiento puro’ en el sentido kantiano de la expresión.
Ese orden de realidad es un ámbito en el cual los estados internos de un ser asumen ciertas formas simbólicas a través de las cuales esos estados se manifiestan para ese mismo ser y para aquellos que se encuentran en su mismo nivel de comprensión.
Pero esa ‘comprensión’ es también una posición ontológica, puesto que en esta perspectiva no se separan taxativamente ser y conocer.
Así, esas formas simbólicas al ser descritas por alguien pueden parecer irreales y fantásticas para quien no ha accedido al estado de ser y de comprensión al que dichas formas corresponden.
Y es precisamente esto último lo que le sucedió a Kant: el filósofo no había accedido a estado de conocimiento -gnosis- y de realización al cual sí había tenido acceso Swedenborg. Por eso no pudo concebir con respecto a las visiones otro orden de realidad que no fuese el de la alucinación. Es decir, pensó en las visiones como patologías de la percepción y del pensamiento, pero no pudo reconocer ni su carácter simbólico ni su valor ontológico real.
Ahora bien, y lo siguiente es para nosotros lo que justifica el presente trabajo, el problema de Kant, es decir la falta de categorías intelectuales legítimas con las cuales pensar dicha ontología simbólica sin tener que asumirla como verdadera por una pura adhesión sentimental, es también el de la mayoría de las personas racionales todavía hoy.
Kant desestimó las claves interpretativas de Swedenborg pero, a nuestro juicio, esa omisión estaba ligada a la que sería su propia misión intelectual en la cultura europea.
Mientras que la mayoría de las personas que hoy se resisten a aceptar la existencia de los ángeles y de una vida corporal y mental post mortem, debido a los paradigmas racionalistas de pensamiento en que han sido formadas, esa personas, decíamos, probablemente no estén obligadas como Kant por su destino sino que no se han encontrado aún con un criterio inteligible que les permita al menos comenzar a pensar en el asunto sin impugnarlo a priori por irracional.
Ese criterio existe y es, a nuestro juicio, además del examen detenido de las ideas del propio Swedenborg, la noción corbiniana de mundo imaginal.
Noción que alude a un mundo muy real, y cuya ignorancia significa la negación de una dimensión inherente al alma humana y por lo tanto la obstrucción de la posibilidad de un pleno desarrollo espiritual.
En palabras de Henri Corbin:
“La existencia de este mundo intermedio, mundus imaginalis, parece así metafísicamente necesaria; la función cognitiva de la Imaginación se ordena hacia él; es un mundo cuyo nivel ontológico está por encima del mundo de los sentidos y por debajo del mundo puramente inteligible; es más inmaterial que el primero y menos inmaterial que el último”
La concepción, en principio teórica, de dicho mundo (estudiado por Corbin a partir de la gnosis islámica shiíta, de la angelología persa y de Swedenborg, entre otras fuentes) constituye el fundamento de la comprensión tanto de la angelología como de la escatología.
Pero no vamos a desarrollar aquí la idea de mundo imaginal, de modo que nuestro trabajo se cierra con una doble invitación al lector: a conocer y profundizar las obras de Swedenborg y de Corbin; particularmente en aquello que las mismas, cada una a su modo y en su propio nivel, tienen de irremplazable para la recuperación en Occidente de un horizonte intelectual abierto a las realidades angélicas y a los estados del ser después de la muerte.
Es, nos parece, una tarea de nuestro tiempo avanzar en la doble articulación de, por un lado, una angelología que no reduzca lo angélico a ser la traducción plástica de ideas abstractas (sean éstas teológicas o psicológicas), y por otro lado, una escatología que no se reduzca al dualismo simplista y moralizante de un pronóstico general de bienaventuranza o de sufrimiento más allá de la muerte según se obre bien o se obre mal.
Esperamos que nuestro trabajo sirva de estímulo a aquellos que quieran hacer suya esa tarea y tengan mejores condiciones que nosotros para llevarla a cabo.
Máximo Lameiro
Buenos Aires, Junio 2008
maxlameiro@fibertel.com.ar



Bibliografía:

  • Kant, Sueños de un visionario, traducción al español de Carlos Correas, editorial Leviatán, Bs. As.
     
  • En español no existe aún una traducción completa de la obra de Swedenborg. De modo que para acceder al relato de sus visiones, así como a las claves hermenéuticas de las mismas y de su interpretación de la Biblia, puede consultarse las siguientes ediciones:Del Cielo y del Infierno, Swedenborg, editorial Siruela, España.La nueva Jerusalén y su doctrina celestial, Swedenborg, editorial Trotta.Habitante de dos mundos, antología de textos de Swedenborg, editorial Trotta.
    Arquitectura del cielo, Swedenborg (contiene textos de ‘Del Cielo e Infierno’ y de los Arcana Coelestia), Adriana Hidalgo editora.
  • Para tener un panorama más completo de la extensa obra teológica, filosófica y visionaria de Swedenborg, puede consultarse en Internet un website con excelente material gratuito en inglés:www.theheavenlydoctrines.org
     
  • Henri Corbin desarrolló la noción de mundus imaginalis en diversos trabajos, y también preparó una antología de textos tradicionales en los cuales se articula y expresa dicha noción. En español pueden consultarse las siguientes ediciones de la obra de Corbin, en las cuales se trata, de modo más o menos directo según el caso, del mundo imaginal:Mundus imaginalis: lo imaginario y lo imaginal y también La imaginación creadora en el sufismo de Ibn Arabi, Henri Corbin, publicados ambos en la web del Centro Enrique Ezkenazi)Cuerpo espiritual y tierra celeste, Henri Corbin (contiene un trabajo de Corbin y también una selección de textos tradicionales sobre el mundo imaginal), editorial Siruela, España.Templo y contemplación, Henri Corbin, editorial Trotta.
    La paradoja del monoteísmo, Henri Corbin (contiene un imporante estudio de Corbin sobre angelología), editorial Losada, Madrid-Buenos Aires.
    El hombre de luz en el sufismo iranio, Henri Corbin, editorial Siruela, España.
    El Imam oculto, Henri Corbin, editorial Losada, Madrid-Buenos Aires.
  • La frase de Boehme que utilizamos de epígrafe la tomamos de Las confesiones, Jakob Boehme, editorial Abraxas, Barcelona.Dicho sea de paso, Boehme escribió un texto de carácter escatológico y angeológico, basado en sus propias visiones, que tiene una semejanza notable con las experiencias e ideas de Swedenborg: Tratado sobre el cielo y el infierno, Jakob Boehme, editorial Indigo, España.