“Por muchas experiencias de primera mano, entiendo que [la coca] es el fármaco más difícil de dosificar; cantidades pequeñas harán sentir que es accesible una euforia superior aumentando el consumo, y cantidades grandes provocarán una incómoda sensación de rigidez (el «palo») que pide usar mucho alcohol u otros apaciguadores. El alcohol y otros apaciguadores harán que pueda administrarse más cocaína, que exige a su vez más sedación, y finalmente el usuario acabará mendigando meros somníferos, tras fumar ríos de cigarrillos. No niego cierto encanto a esta ebriedad compleja, aunque sólo parece admisible de modo muy ocasional. En realidad, es una variante de la combinación heroína-cocaína, que resulta tan lesiva como ella para la salud”.
¿Más secretos del éxito de la coca? Como todas las adicciones (llámense videojuegos, televisión, comida o internet) la coca abre en la mente del toxicómano una puerta para escapar de la realidad. En el caso de la coca, esto se traduce en una falsa (y muy efímera) sensación de triunfo. Hasta el infraser más mediocre puede creerse Dios con varias rayas en las narices (si la coca es buena, si no, todo se reduce a la susodicha sensación de rigidez, sudores fríos, ganas de cagar y una notable paranoia, o sea, como el café con frenadoles). Lo malo es que la euforia pasa enseguida y sobreviene el bajón que… pide a gritos una nueva raya. Sobre la sensación de poder y felicidad provocada por los polvos pálidos se expresó muy bien el genial mago pansexual, satanista y toxicófago Aleister Crowley en su libro “Cocaine”:
“Porque nunca ha habido ningún elixir de magia tan inmediata como la cocaína. Proporcionada a no importa quien. Traedme al último fracasado de la tierra; dejadle sufrir todas las torturas de la enfermedad; arrebatadle toda esperanza, fe y amor. Entonces mirad, observad el dorso de esa mano ajada, su piel descolorida y arrugada, quizás inflamada de un acongojante eczema, quizás putrefacta por alguna llaga maligna. Que coloque en ella esa nieve reluciente, sólo unos pocos granos, un montoncito de polvo estrellado. El brazo consumido se levanta lentamente hacia una cabeza que es poco más que una calavera; la débil respiración absorbe ese polvo radiante. Ahora debemos esperar. Un minuto, quizás cinco minutos.
Entonces sucede el milagro de milagros, tan seguro como la muerte, pero tan imperioso como la vida; algo aún más milagroso, por ser tan súbito, tan alejado del normal curso de la evolución. Natura nono facit saltum; la naturaleza nunca da un salto. Cierto, y por consiguiente este milagro parece contra natura.
La melancolía desaparece; los ojos brillan; la boca triste sonríe. Casi retorna el vigor viril, o parece retornar. Cuanto menos la fe, la esperanza y el amor acuden en tropel a la danza; se encuentra todo lo que fue perdido.
El hombre es feliz.
A uno la droga le puede traer vivacidad, a otro languidez; a otro fuerza creativa, a otro energía incansable, a otro encanto, y a otro más concupiscencia. Pero cada uno a su manera es feliz. ¡Pensad en ello! ¡Tan simple y tan trascendental! ¡El hombre es feliz!”
Este último punto comentado por Crowley es crucial: como ocurre con casi todas las cosas, las drogas en general y la coca en especial NO LE SIENTA IGUAL A TODO EL MUNDO.Etiquetas: psicotrópicos
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