viernes, 25 de diciembre de 2009

Lo que la gente necesita

Que yo sepa, ninguna madre le pide el consentimiento a su hijo recién nacido para darle de comer. Los padres tampoco consultan a los hijos cuando los matriculan en un colegio para que comiencen su educación formal. No obstante, estas no pueden ser consideradas imposiciones ofensivas para la libertad de los niños. Todo lo contrario, los padres cumplen con un deber moral al alimentar y educar a sus hijos.

Tampoco es una imposición cuando los padres les enseñan valores espirituales que luego se transformarán en los cimientos de una conciencia rectamente formada y de una voluntad fuerte. Pero, ¿qué es lo que la gente realmente quiere de la vida? ¿Un poco de comida, una educación y unas posesiones materiales que nos hagan sentirnos realizados? Me parece que los humanos estamos acá, de manera prioritaria, para ser felices. La comida y la vestimenta son bienes necesarios, e incluso fundamentales cuando escasean (como sucede en tantos lugares de Africa y en nuestra propia América). Sin embargo, son sólo elementos externos que no engendran una dicha duradera pues la verdadera felicidad está fundamentada desde el interior de las personas, en lo más profundo de su ser donde reside ese espíritu que busca con ansiedad lo Trascendente.

El ser humano es un ente muy complejo, que tiene un cuerpo animado por un espíritu. Pero es un ser único. No podemos desunirlo y manejar separadamente cada una de sus partes de manera independiente, como si no estuvieran íntimamente ligadas. Por ello hablar de la formación espiritual emancipándola de la formación humana en general, es un error. La plataforma de la formación espiritual se levanta sobre la base de una formación sólida en los otros aspectos humanos. Antes de educar el espíritu de un niño, es necesario formar la voluntad, la conciencia, la inteligencia y la capacidad de entregar amor.

En otras palabras, no se logra una vida íntima si no se ha encausado previamente el corazón por el sendero de una sana y madura afectividad. No se pueden penetrar adecuadamente los misterios de la vida, de nuestro paso por este mundo, sin el apoyo de una inteligencia aguda, perspicaz, sutil. Lógicamente, en todo ello es el Espíritu que habita dentro de nosotros el que va guiando al alma y el que va derramando sus dones y conocimientos, para irla dirigiendo por el recto camino. Pero es necesario el concurso de una humanidad completa, que sea el cimiento sobre el cual pueda levantarse seguro el mundo espiritual. Y esto último es tremendamente complicado de lograr pues somos seres esencialmente débiles, con más flaquezas que fortalezas, con más dudas que convicciones.

Al igual que la vida del cuerpo necesita de alimento para sobrevivir y desarrollarse satisfactoriamente y debe ser cuidada en momentos de enfermedad, también la vida espiritual necesita de ese sustento y de esa atención. No darlos en la debida proporción y con la frecuencia adecuada causa destrozos en el alma: tibieza, superficialidad, indiferencia, desprecio por lo espiritual, endurecimiento del corazón y deformación de la conciencia. Todo esto lo vemos con demasiada frecuencia en nuestras vidas; sufrimos y hacemos sufrir a los demás a causa de aquellas debilidades. Por lo tanto, es importante alcanzar una formación espiritual sólida, firme y segura que nos proporcione las herramientas necesarias para poder iniciarnos en el camino del bien, en la búsqueda de la verdad y del amor.

Para lograr el desarrollo espiritual es necesario lidiar contra los enemigos de nuestra alma: los asuntos mundanos, el materialismo y las tentaciones que por todas partes nos asedian. La vida de los humanos sobre la tierra es lucha; pequeños sacrificios y renuncias diarias que van disponiendo al alma para el combate por la bondad, que van fortaleciendo el ánimo para mantener a raya nuestras tendencias al egoísmo, la soberbia y la acumulación de riquezas fatuas. El éxito personal es importante, siempre que seamos medidos en nuestras aspiraciones y en la forma de lograrlas. Pero es fundamental tener en cuenta que ningún éxito en la vida justifica el fracaso en la familia, y ante Dios.

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio