jueves, 26 de junio de 2008

extraido de http://auladefilosofia.blogspot.com


lgnacio Gómez de Liaño
(Madrid, 1946) es profesor de Estética en la Universidad Complutense de Madrid. Buen conocedor del gnosticismo y de las relaciones entre el pensamiento oriental y occidental.

Dedica su artículo a El jardín de las delicias, también titulado Variedad del Mundo o tríptico de la Creación. Habitualmente se interpreta El jardín de las delicias siguiendo la misma secuencia causal que presenta el Carro de Heno. Sin embargo esta es una obra mucho más compleja y esquiva. La interpretación habitual (Gombrich) sugiere que la lujuria del panel central es la propia de este mundo y causa de que la humanidad termine en el infierno. Este punto de vista tiene muchos argumentos en contra.

Liaño cree que El Bosco representa en el panel central la vida paradisíaca de un hombre ideal, arquetípico, creado a imagen y semejanza de dios. Las fuentes en las que se inspira El Bosco son la Edad de oro de Ovidio, La ciudad de Dios de San Agustín y las llanuras de Platón en el mito de Er.

Es el mundo que pudo haber sido si no lo hubiésemos estropeado con el pecado original.

Un argumento poderoso contra la interpretación que hace del panel central un reflejo de este mundo pecaminoso es su sexualidad fría, distante y experimental. Según Gómez de Liaño dicha visión del paraíso la tomó el Bosco de un curiosísimo texto de La ciudad de Dios de San Agustín en el que este afirma que el hombre adánico era capaz de mover sus genitales a voluntad y sólo ponía en marcha sus capacidades para la procreación, nunca para el deleite.
En el paraíso el hombre arrojaría el semen-y la mujer lo recibiría cuando fuera preciso y en la cantidad conveniente, siendo los órganos de la generación movidos por la voluntad, no excitados por la lujuria. [...] La abundancia de alimentos le libraba del hambre, y la de bebidas, de la sed, y el árbol de la vida le defendía contra la vejez. [...] Su carne gozaba de perfecta salud, y su alma, de tranquilidad absoluta. Como en el paraíso era desconocido el frío y el calor, así en su morador era desconocido el | pinchazo dado a la buena voluntad por el deseo o por el temor. No había allí ni tristezas ni vanas alegrías. [...] Dios nos libre de creer que en tal facilidad de mandatos y en tamaña felicidad los hombres no podrían engendrar sin el morbo de la lujuria. Esos miembros, como los demás, se moverían al arbitrio de la voluntad, y el marido se hundiría en el regazo de la esposa con tranquilidad de ánimo, sin el estímulo del ardor libidinoso y sin la corrupción de la integridad personal (San Agustín, La ciudad de Dios, Libro XIV, capítulos XXIV, y XXVI).

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