lunes, 11 de mayo de 2009


Mago, poeta y héroe: Giordano Bruno

José Carlos Fernández

EL UNIVERSO: MATERIA Y ESPÍRITU

El Universo es el símbolo más acabado y perfecto de Dios-Uno. Es la huella dinámica de la Unidad, pero nadie puede comprender esta Unidad que está “detrás” de todas las cosas si no es a través del número, de la aparente pluralidad de los seres.

El Universo es un inmenso ser vivo donde las formas nadan y se visten de materia. La finalidad del Universo consiste en que todo lo que puede existir (es decir, lo que existe en potencia), llega a tener existencia (en acto).

El espíritu es el principio que genera la forma desde el interior de la materia, pero sin entrar en la composición con ella. Mantiene la armonía de los elementos contrarios. Entreteje los hilos del Destino (hilos que son la misma esencia de la materia). Fabrica, contempla y conserva el edificio del Universo. Es también su destructor, por no poder anudar eternamente temperamentos contrarios.

El espíritu y la materia son ambos infinitos y eternos. Como no pueden coexistir a la vez dos infinitos juntos, espíritu y materia son esencialmente lo mismo (ahí está el gran enigma que nadie puede responder, el koan zen de “¿cuál es el batir de la palma de una sola mano?”).

EL COSMOS

La ciencia de su tiempo situaba a la tierra en el centro del Universo. Rodeada de esferas concéntricas y cristalinas, donde giran los siete planetas (incluidos el sol y la luna). Más allá estaba la octava esfera, en movimiento opuesto al de los planetas, donde están insertadas las estrellas fijas. Y tras esta esfera el Empíreo, donde todo es estable.

Giordano, recogiendo las enseñanzas de Copérnico, sitúa al sol en el centro de un sistema en torno al cual gira la tierra, la luna y los planetas. Pero va aún infinitamente más lejos: Copérnico puso al sol en el centro de su Universo. Giordano explica que, como el Universo es infinito, carece de sentido hablar de partes o de centro, pues en lo infinito cualquier punto es el centro. Las estrellas no son las lamparillas puestas por Dios en la octava esfera, sino soles como el nuestro o incluso superiores, soles que están dispersos en la inmensidad, sin límites del espacio infinito.

Toda la obra de Giordano está impregnada del milenario hermetismo. TY en ella resuenan sus principios: TODO ESTÁ EN TODO, todo, incluso la aparente materia muerta, está viva. El movimiento y la vibración es la esencia de la vida. Todos los cuerpos celestes participan de esta vida-una, y tienen una inteligencia o alma que los rige.

La tierra es un ser vivo (la moderna hipótesis GAIA es tan antigua como el hombre): -es preciso que se mueva “en torno a su propio centro para participar e la luz de las tinieblas, del día y de la noche, del calor y del frío, que se mueva alrededor del sol para participar de la primavera, verano, otoño e invierno; hacia los llamados polos o puntos hemisféricos para la renovación de los siglos y la mutación de su rostro.”.

Los seres vivos incluidos los humanos, no son para él más que accidentes en la capa exterior de los verdaderos vivientes que son los cuerpos siderales. Sin embargo, la mónada (el hombre interno) tiene la virtud de reflejar el cosmos entero”.

Nos preguntamos ¿cómo pudo Giordano lanzar hipótesis cosmológicas que se adelantaban casi medio milenio a sus contemporáneos?

Él explica que la inteligencia puede penetrar en los senderos escalonados de las causas verticales. El filósofo puede, mirando en lo profundo de su alma, obtener todo saber mediante la luz del discernimiento (Budhi, en sánscrito). Como la mónada (hombre interno) es una chispa emanada de la divinidad, contiene en sí, como un espejo de diamante, la imagen de todo el Universo. Es preciso apartarse de los objetos de sensación y no confiar en ellos más verdad de la que poseen. Esto sería como tratar de desvelar los misterios del sol mirando sus reflejos en las aguas turbulentas: “… saber calcular, medir, geometrizar y perspectivizar no es sino un pasatiempo para locos ingeniosos” (Cena de las cenizas).

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