sábado, 9 de enero de 2010

yo también ví a papa noel

el furibundo optimismo tecnológico, rayano en la adoración, de los intelectuales al servicio del capital y de la administración, suele ser contradictorio. Todo parece ser posible para la técnica, llegar a Marte, clonar seres humanos, construir computadores inteligentes, vigilar paso a paso a cada ciudadano, producir armas eficaces que puedan asesinar sin que el bando atacante sufra ninguna baja. Lo único que pareciera imposible es usar estas técnicas para construir una vida digna y de abundancia para todos los seres humanos.

Tenemos derecho a invocar su mismo optimismo y creer que es perfectamente posible una economía de abundancia sin depredación y sin explotación. Todas las técnicas que hacen falta para esto ya existen. En particular las que permitirían procesar la información necesaria para una economía global descentralizada, en manos de los productores directos.el capitalismo altamente tecnológico, apoyado en su poderoso sistema de comunicación social y en el uso a gran escala del endeudamiento, es capaz de mantener indefinidamente a los ciudadanos atrapados en las expectativas de consumo. La dominación altamente tecnológica se dirige más bien a las bases desde las cuales la consciencia se construye. Invadiendo el ámbito de la socialización primaria, totalizando el tiempo de descanso en torno a la industria del espectáculo, manteniendo el monopolio de los medios de comunicación más masivos y intensos, la dominación actual no necesita ilustrar, o educar, una consciencia conformista o resignada, es capaz de arraigar el conformismo y la resignación en las estructuras psíquicas más profundas.

Para ellos la tentación del consumo, mantenida de manera fantasiosa, o la industria del espectáculo, impuesta de manera compulsiva, sólo será una parte de la contención. La otra, siempre presente y alerta, será la represión. No ya la guerra directa, militar, sino la militarización de la vigilancia policial, la represión repartida en una infinidad de medidas anti “delictuales”, legitimadas ante la consciencia de los sectores que consumen como una necesidad permanente, presentadas como el resultado de su propia violencia en políticas de sistemático atemorizamiento de la población. Por un lado el espectáculo y la promesa nunca cumplida, por otro lado la guerra sostenida, difusa, soterrada, pero permanente, contra los pobres por el sólo hecho de ser pobres. La fórmula burguesa para los marginados coincide con la fórmula burocrática : lo que no es administrable puede ser eliminado.

Para mantener las expectativas que hacen que los ciudadanos acepten endeudarse, sobre explotarse, vivir con estrés, vivir en la incertidumbre y en el temor permanente a quedar sin trabajo, se debe prometer mucho. Se debe mantener una perspectiva en que el cumplimiento de las cuotas de sobre explotación, y el sacrificio que conlleva el esfuerzo cotidiano, sean recompensados suficientemente. Nadie niega que su trabajo es agobiante, o que lo explotan, o que vive en permanente tensión. Lo que se alega, en cambio, es que esos esfuerzos tienen sentido. Las vacaciones, los objetos de consumo cotidiano, la casa propia, la educación de los hijos, la posibilidad de pequeños escapes y desahogos, como ver la televisión en familia, como salir en auto los fines de semana, son mostrados por muchas personas aparentemente razonables como resultados razonablemente compensadores de sus esfuerzos. Para saber si la perspectiva comunista será viable alguna vez entre los trabajadores es esta situación cotidiana la que hay que examinar.

Los ciudadanos comunes han hecho un cálculo perfectamente racional, y lo que ocurre más bien es que no tenemos, ni en nuestros argumentos, ni en nuestras iniciativas políticas, nada que pueda conmoverlos de manera profunda, o al menos de una manera equivalente a lo que logra hacerlo el mercado. Y yo creo que esto no se debe a que el mercado tiene más y mejores medios de comunicación, o más y mejores propagandistas. Nuevamente por esa vía lo único que estamos haciendo es evadir la responsabilidad por lo que nos falta, como de costumbre echándole la culpa al enemigo por nuestras propias carencias. No. Yo creo que tenemos que asumir que somos nosotros los que no logramos estar a la altura de la complejidad de un enemigo de nuevo tipo. Cuya sustancial superioridad cultural respecto de cualquier otra clase dominante en el pasado simplemente nos descoloca, hasta el grado de introducir en nuestras propias filas las bases de su argumentación : o la apelación a la naturaleza o la apelación a la fuerza.

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