jueves, 19 de noviembre de 2009


PAUL KRUGMAN 29/03/2009

2 textos:

LA VENGANZA DEL EXCESO (de ahorro)

NO A LA MISTICA DEL MERCADO

Se acuerdan de los viejos tiempos, cuando hablábamos de la “crisis de las hipotecassubprime“, y algunos hasta pensaban que esa crisis podía “frenarse”? ¡Ay, la nostalgia!

Hoy sabemos que los préstamos subprime sólo eran una pequeña parte del problema. Incluso los préstamos hipotecarios incobrables en general eran sólo una parte de lo que fue mal. Vivimos en un mundo de prestatarios con problemas, desde los promotores de centros comerciales hasta las economías europeas milagrosas. Y no paran de surgir nuevos tipos de problemas con la deuda.

¿Cómo se ha producido esta crisis mundial de la deuda? ¿Por qué está tan extendida? Yo diría que la respuesta puede encontrarse en un discurso que dio hace cuatro años Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. En aquel entonces, Bernanke intentaba resultar tranquilizador. Pero, aun así, lo que dijo entonces ya presagiaba el desastre que se avecinaba.

El discurso, titulado El exceso de ahorro mundial y el actual déficit por cuenta corriente de EE UU, ofrecía una explicación novedosa para el rápido aumento del déficit comercial estadounidense a principios del siglo XXI. Bernanke sostenía que las causas no había que buscarlas en EE UU, sino en Asia.

Señalaba que, a mediados de los noventa, las economías emergentes de Asia habían sido grandes importadoras de capital y habían tomado dinero prestado en el extranjero para financiar su desarrollo. Pero a raíz de la crisis financiera asiática de 1997 y 1998 (que entonces parecía algo tremendo, pero que resulta insignificante comparada con lo que está sucediendo ahora), esos países empezaron a protegerse a sí mismos amasando enormes cantidades de activos extranjeros como reservas, pero lo que estaban haciendo de hecho era exportar capital al resto de los países. La consecuencia fue que el mundo se inundó de dinero barato en busca de un lugar adonde ir.

La mayor parte de ese dinero fue a parar a EE UU, de ahí su gigantesco déficit comercial, porque el déficit comercial es la otra cara de las entradas de capital. Pero, como Bernanke señalaba acertadamente, el dinero también fluyó hacia otros países. En concreto, algunas pequeñas economías europeas registraron unas entradas de capital que, aunque en números absolutos eran mucho más pequeñas que las que afluyeron a EE UU, eran mucho más grandes en proporción al tamaño de dichas economías.

Aun así, gran parte del exceso de ahorro mundial fue a parar a EE UU. ¿Por qué? Bernanke citaba “la profundidad y complejidad de los mercados financieros del país (que, entre otras cosas, han permitido a las familias acceder con facilidad al dinero del mercado inmobiliario)”. Profundidad, sí. Pero ¿complejidad? Bueno, se podría decir que los banqueros estadounidenses, confiados tras un cuarto de siglo de celo liberalizador, lideraron al mundo a la hora de encontrar formas complejas de enriquecerse disimulando el riesgo y engañando a los inversores.

Y los sistemas financieros muy abiertos y escasamente regulados eran la característica de otros muchos receptores de grandes entradas de capital. Esto podría explicar la correlación casi espeluznante entre los elogios conservadores de hace dos o tres años y el desastre económico actual. “Las reformas han convertido a Islandia en un tigre nórdico”, proclamaba un informe del Cato Institute; Cómo se ha convertido Irlanda en el tigre celta era el título de un artículo de la Heritage Foundation; El milagro económico estonio se titulaba otro. Estos tres países atraviesan ahora una profunda crisis.

Durante algún tiempo, el flujo masivo de capital creó una ilusión de riqueza en estos países, exactamente igual que en el caso de los propietarios de viviendas estadounidenses. Los precios de los activos subían, las monedas eran fuertes y todo parecía ir de maravilla. Pero, antes o después, las burbujas se pinchan siempre y las economías milagrosas de ayer se han convertido en los casos perdidos de hoy, países cuyos activos se han evaporado, pero cuyas deudas siguen siendo muy reales. Y estas deudas son un lastre especialmente pesado porque la mayoría de los préstamos estaban expresados en monedas de otros países.

Y el daño no se limita a los prestatarios originales. En EE UU, la burbuja inmobiliaria se dio principalmente en las zonas costeras, pero cuando estalló, la demanda de bienes manufacturados, especialmente de coches, cayó en picado, y eso le ha pasado una tremenda factura al corazón del sector industrial. De forma similar, las burbujas de Europa se dieron principalmente en la periferia del continente, aunque la producción industrial de Alemania (que nunca experimentó una burbuja financiera, pero es el núcleo industrial de Europa) está cayendo rápidamente por culpa del hundimiento de las exportaciones.

Si quieren saber de dónde procede la crisis mundial, plantéenselo de esta forma: estamos contemplando la venganza del exceso.

Y el exceso de ahorro sigue estando ahí. De hecho, es mayor que nunca, ahora que los consumidores empobrecidos han redescubierto las ventajas de la frugalidad y que elboom mundial de la propiedad, que proporcionó una válvula de escape para todo ese exceso de ahorro, se ha ido al garete en todo el mundo.

Una forma de ver la actual situación internacional es pensar que estamos padeciendo una paradoja del ahorro a escala mundial: por todo el mundo, las cantidades que se quieren ahorrar superan a las que las empresas están dispuestas a invertir. Y la consecuencia es una depresión mundial que deja a todo el mundo peor de lo que estaba. Así es como nos hemos metido en este lío, del que seguimos buscando el modo de salir.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2009 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

Los funcionarios de Obama y la compra de activos tóxicos

No a la mística del mercado

IAR Noticias
Por Paul Krugman – The New York Times

Este lunes (23 de marzo), Lawrence Summers, el titular del Consejo Nacional Económico, respondió a las críticas contra el plan de la administración Obama de subsidiar las compras privadas de activos tóxicos. “No conozco ningún economista” -declaró- “que no considere una buenaa idea un mercado de capitales de mejor funcionamiento en donde los activos se pueden comerciar”.

Dejemos de lado por un momento la cuestión de si un mercado en el que los compradores deben ser sobornados para participar puede ser descripto realmente como de “mejor funcionamiento”. Aún así, el señor Summers necesita salir más. Muy pocos economistas reconsideraron su opinión favorable de los mercados de capital y el comercio de activos a la luz de la crisis actual.

Pero en los últimos días quedó cada vez más claro que altos funcionarios de la administración Obama todavía están sumidos en la mística de mercado. Todavía creen en la magia del mercado financiero y en la destreza de los magos que realizan la magia.

La mística del mercado no gobernó siempre la política financiera. EE.UU. salió de la Gran Depresión con un sistema bancario celosamente regulado, que convirtió a las finanzas en un negocio serio y hasta aburrido. Los bancos captaban depositantes ofreciendo localizaciones convenientes y hasta una o dos tostadoras gratis. Usaban entonces ese dinero para hacer préstamos y eso era todo.

Y el sistema financiero no era sólo aburrido. También era, para los parámetros actuales, pequeño. Aún durante la época del mercado alcista de los años 60, las finanzas y los seguros juntos representaban menos del 4% del PBI. La relativa poca importancia de las finanzas se reflejaba en la lista de acciones que integraban el promedio industrial Dow Jones, que hasta 1982 no incluía ni a una sola empresa financiera.

Todo suena primitivo para los parámetros de hoy. Con todo, aquel sistema financiero primitivo y aburrido servía a una economía que duplicó los estándares de vida durante una generación entera.

Después de 1980, desde ya, surgió un sistema financiero muy distinto. En la era Reaganiana de desregulación, el viejo sistema bancario fue reemplazado cada vez más por tejes y manejes a gran escala. El nuevo sistema era mucho más grande que el viejo régimen. Antes de la crisis actual, las finanzas y los seguros representaban al 8% del PBI, más del doble de la cifra de los años 60. A principios del año pasado, el Dow incluía ya en su listado a cinco empresas financieras gigantes como A.I.G., Citigroup y el Bank of America.

Y las finanzas se convirtieron en cualquier cosa menos en algo aburrido. Atrajeron a muchas de nuestras mentes más brillantes y volvieron a algunos enormemente ricos. Hipotecas subprime, deudas de tarjetas de crédito, préstamos para compra de autos, todo iba a parar a la juguera del sistema financiero. Y los magos financieros eran profusamente recompensados por supervisar ese proceso.

Pero los magos eran farsantes, lo supieran o no, y su magia resultó ser nada más que una colección de baratos trucos escénicos. Tarde o temprano, las cosas iban a salir mal y finalmente así fue. Bear Stearns quebró; Lehman quebró; pero lo más importante es que la securitización fracasó. Buena parte del plan de los activos tóxicos se centró en los detalles y la aritmética, y con razón. Sin embargo, más allá de ésto lo que sorprende es la visión expresada tanto en el contenido del plan financiero como en las declaraciones de funcionarios del gobierno.


Para ser justos, los funcionarios piden más regulación. Este jueves, Tim Geithner, el secretario del Tesoro, presentó planes para una mayor regulación que hubieran sido vistos como radicales no hace mucho. De todos modos, la visión que persiste es la de un sistema financiero más o menos igual al de hace dos años, aunque algo domado por las nuevas reglas.

Como podrán imaginar, no comparto esa visión. No creo que se trate nada más que de un pánico financiero. Creo que representa el fracaso de todo un modelo bancario, de un sector financiero demasiado grande que hizo más daño que bien.

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