jueves, 22 de julio de 2010

Castells y el poder insurgente de las comunidades en red



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ANTONIO LEAL
Sociólogo. Ex diputado del PPD y ex presidente de la Cámara.
Gracias a una conferencia organizada por Ernesto Ottone, Director de la Cátedra de Globalización y Democracia de la UDP, tuvimos el placer intelectual de escuchar hace días una magnífica exposición de Manuel Castells, el sociólogo de la trilogía de la Era de la Información y de tantos otros estudios sobre el vínculo entre tecnología digital y política, y que esta vez presentó en Chile los contenidos principales de su libro “Comunicación y Poder”.
Max Weber definía el poder como el fenómeno a través del cual quien domina influye sobre la voluntad de los dominados de manera tal que estos asumen como máxima de su actuar propio el deseo del dominante. Weber agregaba que el poder se funda sobre el monopolio de la fuerza, pero no puede durar si no obtiene obediencia a través de la convicción.
Esta premisa que se extiende en la sociología política desde Machiavello a Gramsci y su Teoría de la Hegemonía, es el punto de partida de la documentada investigación de Manuel Castells para el cual en la era de la sociedad de la información para quienes detentan el poder es aún más importante y necesario el objetivo de “plasmar la mente humana”, por lo cual el factor más estratégico de la lucha por el poder político coincide cada vez más con la esfera de las comunicaciones. “Torturar cuerpos, dice Castells, es menos efectivo que modelar mentes”, y  señala que el poder y la política se deciden en el proceso de construcción de la mente humana a través de la comunicación, de la “producción social del significado”, por dar un sentido a las cosas de manera perceptible para el ciudadano.  Por tanto, la batalla mas importante que hoy se libra en la sociedad es la batalla por la opinión pública.
Lo que Castells en fondo nos muestra es un análisis profundo del poder en la globalización donde los medios han llegado a ser el lugar totalmente privilegiado de las decisiones políticas.
El que el escenario de la política sea el de la comunicación, y el que el poder mismo sea el poder de la comunicación, sostiene Castells, tiene un conjunto de consecuencias como son el aumento de los costos de la política dado que “comunicar cuesta”, la personalización cada vez más creciente de la política dado que el elector tiende, en este contexto, a elegir hoy más al candidato que a su programa o como lo ha dicho  Macluhan “el político en si es el mensaje”. Triunfa la política de los escándalos que es parte de la sociedad dominada por la TV y que se constituye en el mecanismo más eficaz para golpear la imagen y contrastar al adversario más en la denigración de este que en el plano del debate de las ideas. “El asesinato del personaje se convierte en un arma política muy poderosa”, dice Castells, y en una herramienta extrema de la estrategia del escándalo, fenómeno que ha sido ampliamente estudiado por politólogos como Thompson y Bennett.
El dominio de estos elementos produce en la política una reacción en cadena cuyo efecto principal es la reducción de la confianza de los ciudadanos en la política, en los políticos y en las instituciones que están detrás de ellos, una crisis generalizada de legitimidad de la política y el surgimiento de liderazgos mediáticos populistas, más o menos modernos según el caso, que aprovechan la centralidad de los medios y actúan en el “teatro de la política” con una profesionalizada asistencia de los expertos en medios y en manipulación de opinión pública.
Si a ello agregamos la creciente concentración propietaria en los medios, siempre más integrados en la esfera financiera mundial esto trae consecuencias nefastas que implican una creciente “privatización del espacio público” nacional y global donde los antiguos protagonistas de la democracia – Estados, partidos, asociaciones – pierden peso frente a la creciente influencia de quienes controlan el “show mediático y político”.
Sin embargo, aún en medio de estas dificultades y de la crisis de las instituciones que han sido los pilares de la democracia surgida del iluminismo, de las culturas y luchas políticas y sociales de los siglos posteriores, la democracia tiene esperanza porque junto a estas mutaciones negativas de la era de la información surge, también, otro fenómeno que Castells denomina la “autocomunicación de masas” y al estudio del cual está centralmente dedicado su fascinante ensayo  “comunicación y poder”.
El sociólogo catalán usa este término, que se agrega al nuevo léxico de la política, para nominar el fenómeno en irrefrenable expansión en nuestros días constituido  por la comunicación en red que  cancela nada menos que los límites, hasta ahora existentes, entre la comunicación interpersonal y comunicación de masas, generando inéditas oportunidades de participación del bajo, como le llamaría Gramsci, es decir, un tipo de participación ya no vertical sino horizontal que involucra directamente a las personas de edades y grupos sociales muy distintos y ofreciendo la enorme posibilidad a líderes, ideas y movimientos alternativos, de competir, a su vez, para conquistar el corazón y la mente de los ciudadanos.
Lo que observamos es que estamos solo al inicio de un proceso en que la difusión de Internet, de la Web 2.0, de los medios electrónicos y de la comunicación inalámbrica crea un espacio multimodal de las comunicaciones que abre un nuevo espacio social a los ciudadanos, a una comunicación masiva individual. Castells nos confirma con su investigación empírica que la era digital amplía los alcances de la comunicación a una red “que es global y local, genérica y personalizada, con patrones siempre cambiantes”.
Es decir, lo que Castells afirma y prueba a través de ejemplos empíricos confirmados es que el surgimiento de la “autocomunicación de masas” puede ser una respuesta a la crisis, a la “capitulación” de la envejecida democracia y de sus instrumentos frente a la política – mercado y al poder de la política mediatizada y puede ofrecer a los ciudadanos inéditas y paradojales oportunidades de contestar, de emanciparse, de contar, frente a los “poderes fuertes”.
Lo que Castells en fondo nos muestra es un análisis profundo del poder en la globalización donde los medios han llegado a ser el lugar totalmente privilegiado de las decisiones políticas, al punto que “lo que no está en los medios no existe”. Pero también, y este es un aporte teórico y empírico fuerte de la investigación de Castells, la hipótesis de que la nueva forma de comunicar puede constituirse en una resistencia a la “fábrica de consensos” y en la afirmación  de poderes basados en la multitud de expresiones de una nueva opinión pública que se expresa masivamente a través  de la red.
Castells, coincidiendo con las reflexiones de Habermas sobre opinión pública y la acción de los medios de comunicación como actores sociales, va sustancialmente mas allá, y en esto reside la originalidad y novedad de su investigación. Para él la comunicación no está relegada sólo a la formación de una opinión pública que controla el poder y la obra del soberano, sino en una acción pública de millones de seres humanos en todo el planeta que “produce sociedad” sin la intervención de las instituciones tradicionales. Es decir, el paso largo que teórica y empíricamente da Castells, reside en que los medios escritos, la TV, las radios y sobre todo Internet ya no constituyen solo un “cuarto poder” sino el medio de un poder “sans phrase” y donde el futuro del control del poder ya no pasa esencialmente a través del control del Estado sino del “gobierno” de los medios, tanto de los antiguos como sobretodo de los híper modernos, de las nuevas redes sociales.