martes, 31 de mayo de 2011

Por cientos de años fue la Iglesia quien poseyó el monopolio de la comunicación social en Occidente. En ese sentido, la comunicación masiva no es sólo un fenómeno moderno. Durante la Edad Media la Iglesia ejerció un control estricto y centralizado sobre la producción y circulación de todo tipo de contenido simbólico. Como bien lo señala James Curran en su libro Media and Power, para comprender el sorprendente ascenso del Papado como nuevo centro de poder en Occidente hay que considerar también su influencia sobre los “procesos institucionales de producción ideológica que crearon una base para su ejercicio del poder”. En ese contexto la Iglesia establece canales de comunicación jerarquizados y muy eficientes en diversos ámbitos: los monasterios controlaban la producción de libros, se establece el latín como lengua oficial y de la misa, se domina la transmisión de conocimiento mediante la educación formal y para la masificación y circulación de los discursos menos formales se cuenta con el púlpito y la misa. Estas dos tribunas actúan como verdaderos medios de comunicación desde los cuales se predica y proclaman puntos de vista a una audiencia masiva que concurre regularmente a dicho lugar de encuentro comunicacional.
Twitter y Facebook no son, por supuesto, la explicación del malestar ni lo que hace posible las condiciones objetivas de la inconformidad, pero sí el síntoma que permite canalizar y coordinar las expresiones subjetivas de dicho malestar.
Pero con el paso del tiempo las estructuras de poder también cambian y sufren alteraciones. La producción de libros comenzó a pasar desde los monasterios a las universidades, el latín fue reemplazado por el francés y luego el inglés, a la educación religiosa le salió al camino la laica.
Y a la red de comunicación que la Iglesia por cientos de años había construido eficazmente, le salen al camino los modernos medios de comunicación. En ese entonces la actividad de los medios es una actividad disruptiva, anti-establishment, reformadora. Son, de hecho, mirados con desdén y hasta cierto desprecio por los grupos de poder (la aristocracia, la elite ilustrada y la propia Iglesia, por ejemplo). No obstante, con el aumento de las cifras de tiraje de los periódicos a fines del siglo 19 y principios del 20, la percepción cambia radicalmente y el sistema político no sólo comienza a preocuparse e interesarse por los medios, también los quiere controlar y –ojalá- poseer.
Hay avidez en los pueblos por la lectura de la prensa, en 1920 en Inglaterra la prensa dominical lograba un tiraje de ¡13.5 millones de ejemplares! Surgen los “barones de la prensa”, la prensa burguesa y también la prensa obrera. En el caso de Chile, Luis Emilio Recabarren –fundador de múltiples de periódicos- es el padre de esta prensa militante, la tarea de la prensa con el trabajador era, en sus propias palabras, “ser un libro en el cual encuentre la savia vivificante para fortalecer el espíritu, cuando abatido por las luchas de la vida, se siente adormecer”.
Durante buena parte del siglo 20 podemos apreciar la existencia interesante de una diversidad y pluralidad de medios (y por lo tanto de discursos) en diferentes partes del mundo. En Chile, hasta el golpe de 1973 el campo mediático se mostraba tan diverso como su sociedad: El Clarín, El Mercurio, Punto Final, El Siglo, La Tercera, Tribuna… para todos los gustos.
Pero luego, si no fueron los golpes de Estado como ocurrió en Sudamérica, en otras partes el capitalismo de finales del siglo 20, en su etapa monopólica, se las arregló para poner fin a esa pluralidad de voces a través de la concentración de la industria medial. Es decir, cuando no fueron las armas fue el dinero el que resolvió la cuestión molesta de la diversidad de discursos.
Y esa situación de clausura discursiva continuó en la etapa post-dictaduras. Podemos constatar que para los países que se liberaron de dictaduras militares en América Latina (en los ‘80), como los que en Europa del Este se liberaron de las autocracias socialistas (también en los ‘80), la “democracia” trajo consigo la concentración de medios, fundamentalmente en forma de oligopolios. Paralelamente surge en gran parte de Europa lo que Dragomir llama “un pequeño grupo de Goliats de los medios”, ello a pesar de la existencia de legislaciones antimonopólicas las que demuestran ser inoperantes.
Presenciamos así nuevamente un escenario histórico en el que las estructuras de poder logran controlar y monopolizar la comunicación social, y con ello la circulación masiva y pública de los discursos. Y los medios, como canales masivos de comunicación, disruptivos y con alto potencial crítico, se incorporan al sistema, al statu quo.
Pero como Foucault enseña, donde opera el poder, opera la resistencia. Y hoy vemos que no obstante los procedimientos de monopolización y de clausuras discursivas que se efectúan a través de los medios de comunicación tradicionales, que a pesar de que los grupos de poder se tomaron la palabra, surgen las resistencias populares por abrir canales de comunicación que logren evadir eso y que se opongan a dicho control centralizado. Ya sea en España, en Egipto, México o en Chile, actualmente las redes sociales están cumpliendo con ese papel disruptivo.

lunes, 23 de mayo de 2011

sábado, 21 de mayo de 2011

Son los nuestros


Una de las asambleas que se han celebrado en la Puerta del Sol.
D. Sinova



Julio Anguita
Madrid

Actualizado viernes 20/05/2011 19:12 horasDisminuye el tamaño del texto Aumenta el tamaño del texto

Están hartos. Saturados de discursos y prácticas tramposas. Escandalizados de que tanto ladrón ilustre acapare los flashes y las cabeceras de los informativos en lugar de las crónicas de los juzgados de guardia. Dolidos por causa de la sordidez de las políticas al uso, aparentemente dictadas por esos inventos exculpatorios denominados mercados.



Atónitos ante la degradación y caricaturización de conceptos como Justicia, Libertad o Democracia. Zaheridos por el permanente agravio que suponen el despilfarro de una minoría frente a los esfuerzos infructuosos para supervivir, de una mayoría. Lúcidamente rebeldes ante una pasividad generalizada y además cultivada por la cultura oficial instalada en medios de comunicación, el adocenado lenguaje político al uso y los penosos discursos de tantos tenores huecos.



Se han lanzado a la calle y la siguen llenado sin complejos, poniendo en evidencia a quienes debían y debíamos haberlas llenado antes. Creo que todavía no son plenamente conscientes del valor y del ejemplo de su acción; no sé si han caído en la cuenta de lo que apuntan, de lo que han empezado a entreabrir y orear. Tienen la ingenuidad y la imprudencia de todos aquellos que se han atrevido a decir que el rey está desnudo y que la farsa es eso, una farsa.



Y lo hacen, a tenor de las declaraciones de sus portavoces, con una finísima mezcla de sentido común, valentía moral y madurez ciudadana que los hace casi únicos en este páramo berroqueño en el que la Ética y los valores ni cotizan en bolsa ni tampoco en las urnas.



España siempre se parece a sí misma. Por las trazas se deduce que ellos se suman con fuerza joven a una minoría que siempre ha intentado acabar con esa miseria de nuestra historia. Tienen vocación de mayoría cívica capaz de desalojar de su aconchado caparazón a esa otra mayoría que traga connivente y cómplice.



Los he acompañado por la calles de Córdoba el día 15 y me he sentido de ellos. A mis años y con la hoja de servicios amarilla de tiempo he sentido el impulso de intensificar ante mí y ante los míos, mi nunca abandonada lucha. Son los nuestros; y esta expresión quiere poner especial énfasis en la acepción de pertenencia que el posesivo conlleva; son los nuestros porque les pertenecemos.



Son los nuestros porque rezuman aquella voluntad de cambio que otrora dio sentido a nuestra apuesta política. Lo han dejado claro, son apartidistas pero no apolíticos. Gracias compañeros y compañeras por esa decencia y sabiduría que por desgracia sólo están al alcance de vosotros y unos pocos más



Creo, como comunista organizado, que nuestra militancia comunista exige de nosotros y a título personal, enrolarnos, comprometernos y engrosar sus filas sin más soldada ni recompensa que la gratificante sensación de que volvemos de nuevo a galopar hacia Utopía; o lo que es lo mismo hacia la honestidad, la justicia, la igualdad y el lenguaje limpio y veraz al servicio de la comunicación de ideas.



Cuando acabe el coro de grillos en el que el bipartidismo y adheridos han transformado la campaña electoral y asistamos al rigodón de pactos, repactos y contrapactos, no olvidemos que ya hay quien nos mira limpia y organizadamente; ya hay quien nos va a demandar algo más que lo políticamente correcto para hoy y hambre para mañana. Los mejores editoriales, las más incisivas crónicas, los más claros análisis y los juicios más justos no se hacen ahora en los medios (casi siempre mediatizados) sino en las calles y plazas de España. Demostremos que Democracia es mucho más que el rito cuatrienalmente repetido.







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El autor de este artículo, aparecido en varios medios, autoriza a ELMUNDO.es a su publicación.